36.

Eloy activa su radioteléfono. Ha llamado varias veces sin obtener respuesta y ahora, que ha obtenido mejor señal, le responden. Quiere contarle a Natanael lo que ha pasado desde que Lascario, al fin, aceptó no correr riesgos y le permitió a él salir detrás de las tres mujeres cuando pidieron permiso para visitar a los padres de Elodia. Él marchó solo, así trabajaba mejor, sin interferencias. Llevaba una pistola, un cuchillo de campaña, un equipo ligero y un radioteléfono; no necesitaba más. El argumento para convencer a Lascario fue que Elodia lo había engañado al explicarle que el camino para ir a la casa de sus padres era por Las Brisas, cuestión para él imposible. No existía nadie en la región con más conocimiento sobre caminos y desechas que Eloy. Todos le reconocían que era el guía más prestigioso en estas lides. Además, si fuera verdad lo que dijo, por qué maldita razón se habían venido con ellos hasta Dos Ríos, en lugar de salir directamente desde Las Brisas. “Elodia tenía su guardado desde el principio”, pensó.

—Aquí Pescador Uno, necesito hablar con Inteligencia Artificial. Respondan.

—Aquí Pescador Dos. Lo pongo en contacto con Inteligencia Artificial.

—¿Hola, cómo va la faena?

—Estoy detrás de las tres sardinas y hay un tiburón merodeando detrás de ellas.

—¿Y quién es ese?

—Creo que es nuestra presa, él no se las tragó, las está atisbando desde lejos.

—¿O sea que ellas no están con él?

—Afirmativo, él las persigue.

—¿Y cuál es la localización?

—Estoy en mi rancho, ellas salieron de madrugada. Las seguí hasta el camino que va a la casa de los taitas de ella, las acompañé hasta muy cerca. Están instalados en el lugar. Y allá también está la otra sardina que están buscando.

—¿Está seguro?, ¿y por qué hemos perdido tanto tiempo?

—No la he visto a ella, pero los escuché hablar de la pelada. No pude avisar, allá no hay señal. Tuve que regresar hasta el rancho para encontrar conexión. Necesito que vengan de inmediato.

—Listo, llegaremos a la noche.

—No importa, les caeremos en la madrugada y matamos dos pájaros de un tiro.

Lascario oye la conversación y no está tan seguro de tener la garantía acerca de la presencia de Jónatan. “Sí, es seguro, está con Sulay”, le responde Natanael recordando las conversaciones con la india. “Mi obligación es encontrar a Jónatan, la muchachita es cosa suya”, le recuerda el pacto Lascario. “Dividámonos”, le propone Natanael, quien sabe que es Jónatan el que está detrás, anda es persiguiendo a Sulay. Está claro que la india se encuentra protegida por los padres de Elodia. “Ese es el tipo que ella estaba buscando, no eran propiamente sus hermanos, como me decía”, piensa Natanael y no lo dice. “Usted espera a la gente de Veracruz y yo me devuelvo con tres hombres, no necesito más”. Con la aceptación de la propuesta, Lascario también quiere deshacerse de ese tipo que les ha jodido la vida todo el tiempo desde que llegó al campamento. “El Jónatan está obsesionado con esa muchachita, como usted. Están embobados. No se los aguanta ni el putas”.

Eloy espera pacientemente en su rancho, ha recogido suficientes víveres, ha pescado en el río, ha encendido la hoguera y, después de comer, extiende su hamaca y hace una siesta como hacía muchos días no había tenido. Ni siquiera se preocupa por la posibilidad de algún riesgo. Se despierta cuando los arreboles en el cielo señalan la entrada de la noche. Llama de nuevo por radioteléfono y Natanael le contesta que están cerca: “en menos de una hora llegamos”, le dice. “Tiene mucho afán el hombre”, piensa y se sonríe. No conocía ese camino hacia la casa de los padres de Elodia. “Todos los días se aprende”, se regodea con el éxito.

Cuando llegan les tiene yucas y plátanos cocinados y una porción de pescado para cada uno. Además jugo de limón. “Hártense que la caminada es larga”, les recomienda. “No debíamos descansar siquiera, sigamos de una”, responde Natanael. “No es recomendable –le asegura Eloy–, es mejor caer a la madrugada. Ellos ni se imaginan que estemos detrás”. De este punto a la casa de los padres de Elodia hay por lo menos dos horas, no importa llegar a ese sitio a las doce o una de la mañana. Es mejor descansar y tener los arrestos necesarios para cualquier eventualidad. Todo parece razonable y convincente, por eso Natanael acepta y es el primero en tomar un descanso. Eloy, el único que ha descansado lo suficiente, les dice que los despertará a las diez de la noche. “Yo vigilo, no se preocupen”. Y así ocurre hasta la hora señalada.

Con Eloy al frente hacen el camino sin tropiezos. Es casi un paseo; el camino está bueno y no hay baches ni charcos, la tierra está dura. Al llegar al sitio saben lo que deben hacer, se dispersan y rodean la vivienda; uno de ellos se localiza en la parte de atrás, cerca de la quebrada por si alguien quiere escapar por ese sitio, dos más se quedan al frente desde los árboles de la entrada y Natanael y Eloy atraviesan el patio, llegan al corredor de la casa, apuntan sus armas hacia la puerta y la ventana y se disponen al encuentro. Natanael llama a Tatiana. Tiene que hacerlo varias veces y no obtiene respuesta alguna. Insiste más duro y de manera perentoria, si no derribará la puerta. El primero en despertar es Nicoi, el abuelo de Leyla Sofía, quien responde desde adentro que ya va, y en unos segundos abre la puerta del rancho. Las luces de las linternas le alumbran el rostro.

—¿Quiénes son ustedes? –pregunta el viejo mientras trata de mirarlos de arriba abajo.

—¿Dónde están las mujeres? –pregunta Eloy y le pone su pistola en el pecho.

—¡Basta, basta! –grita Leyla Sofía al ver que amenazan a Nicoi–, es mi abuelo.

—Dónde están los demás. –Natanael quiere respuestas. Tatiana, la abuela Amira, Erminio y Elodia van saliendo, uno tras otro con cara de acontecidos.

—¿Y Sulay? –Natanael muestra la furia en sus ojos mientras les ordena a sus hombres que se los lleven hacia un lado y los vigilen. Uno de los guerrilleros los conduce al patio y les apunta con su fusil, otro de ellos entra a la casa y la revisa palmo a palmo. Sale a los pocos minutos con los dos fusiles de ellas.

—No hay nadie más –dice y le entrega los fusiles a Eloy.

—¿Qué pasa? –Tatiana toma la vocería.

Ellas niegan que la mujer estuviera con ellos. “Vinimos solas”, les dice Tatiana mientras Erminio tiembla y se pega de las piernas de Elodia. “¿No ve que no hay nadie más?, repite varias veces. Elodia y Leyla Sofía permanecen calladas. Eloy las enfrenta con decisión: “ustedes venían con Jónatan, yo lo vi cerca de mi rancho acostado en una hamaca y al sentir mi llegada se escabulló”, dice, “además, yo mismo las escuché a ustedes hablando de Sulay. Ya sabemos que todo esto fue una trampa fraguada desde que salieron del campamento de Jerónimo. Hablen de una vez”, las requiere. “No es cierto”, responde Tatiana. Natanael asegura que lo que dicen no es verdad. Él, amenazándolas con una pistola, les dice mentirosas ya que ellas sabían que Jónatan las estaba siguiendo, y acusa a Elodia de haberla traído con sus padres y de haberlos traicionado.

—El que miente es usted. –Se subleva Elodia desde el umbral de la puerta.

—¿Dónde está Lascario?, él comprobó que nadie nos estaba siguiendo y que nosotras vinimos solas con él. –Leyla Sofía interviene y Tatiana le hace señas para que no lo haga.

—Revisen de nuevo la casa, busquen pruebas sobre lo que estamos diciendo. –Luego se dirige a Eloy y le pide buscar huellas en la parte de atrás.

Dos guerrilleros con linternas inspeccionan de nuevo el rancho, recorren las habitaciones y traen varias cosas de mujer, unos sostenes y un par de calzones. Elodia dice que son de ella. Luego van a la cocina y regresan sin nada. Natanael agarra a Erminio por el cuello y se lo quita a Elodia. El niño chapalea sin poder zafarse. “Vení, culicagado, me vas a decir la verdad o te fusilo”, le grita y a empujones se lo lleva al mismo árbol desde donde Sulay había estado atisbando la llegada de Elodia y las otras dos mujeres. Erminio tiembla y llora. “Yo no sé nada”, grita. Natanael, sin compasión alguna, lo estrella contra el árbol y le pone una pistola en la cabeza.

—Te voy a matar si no me contestas lo que te voy a preguntar, desgraciado.

—Él no sabe nada –grita Tatiana desde el corredor del rancho buscando que Erminio no vaya a decir lo que sabe.

—Yo no sé nada –responde Erminio, quien solloza y se agarra del árbol.

—Voy a contar hasta tres. Si no me responde le vacío la cabeza de un disparo y después lo dejo tirado en el monte para que se lo coman los gallinazos.

Erminio está aterrorizado. “Yo no quiero ser guerrillero”, dice en medio de los gritos y se orina en los pantalones. “Uno”, empieza a contar Natanael. “Déjelo, sea hombre”, le grita Leyla Sofía y trata de ir hasta donde está Natanael y los dos guerrilleros que los cuidan no los dejan moverse. “Cobarde”, le grita Tatiana y los amenaza con contarle a Lascario sobre el atropello que están cometiendo. “Dos”, sigue contando Natanael y Erminio vuelve a gritar que lo suelten. “Tres”, dice y dispara. El eco se deja oír en el bosque y retumba en los oídos de los que están presentes. Todos quedan lelos. Elodia llora y grita, Tatiana le agarra el fusil al guerrillero que tiene al frente, Leyla Sofía corre hacia el árbol, Erminio está en el suelo temblando. Cuando llega Leyla Sofía, Natanael le apunta a ella y la mujer no escucha y abraza a Erminio, lo carga y se lo lleva abrazado.

—No le dio, no le dio –les grita a las otras mujeres que están llorando. Elodia sale a su encuentro y se lo recibe.

—Sos un macho, sos un macho –le repite a Erminio. Él vuelve a llorar y no hay quien lo calme.

—No lo quise matar, les voy a dar cinco minutos. Si no me dicen dónde están empezamos a fusilarlos y vamos a comenzar con el niño y luego matamos el par de viejos.

Leyla Sofía les cuchichea a Tatiana y a su madre. “Quitémosles los fusiles”, les dice. “Cada una se encarga de los que están acá vigilándonos y luego le caemos al que está en la quebrada”. “Esperemos una buena oportunidad”, le responde Tatiana y les dice algo al oído a los abuelos de Leyla Sofía. Todos esperan. Unos minutos más tarde Natanael y Eloy les dan instrucciones a sus hombres para que no les quiten el ojo de encima mientras ellos entran a la cocina a conversar y hacer café. Elodia aprovecha el descuido de ese instante y busca la pistola que le había entregado Tatiana, la que estaba guardada bajo unas mantas en una pequeña alacena. Se la entrega a Tatiana y esta la camufla entre sus ropas.

Dos guerrilleros las vigilan en la puerta del rancho, mientras el otro lo hace desde la parte de atrás. Leyla Sofía y Tatiana permanecen sentadas en el catre. Erminio está sentado en el rincón y Elodia lo acaricia. La instrucción para los viejos es que se tiren al suelo cuando empiece el forcejeo. Sin embargo, los dos guerrilleros siguen atentos y Natanael vuelve a entrar y pregunta si decidieron hablar. “No sabemos nada, ¿es que no entiende o qué?”, dice Tatiana y Natanael le apunta con la pistola. “No te encachorrés”, la amenaza y le ordena a Erminio que se levante, y como ellas no lo dejan y se interponen con sus cuerpos, el hombre mete la pistola entre las dos mujeres y le dispara al niño en el abdomen. Hay gritos y pataleos y Tatiana saca la pistola y le dispara a uno de los guerrilleros que está en la puerta. Leyla Sofía forcejea con Natanael, Elodia se le arroja al otro. Entra Eloy disparando.

Natanael retoma el control, Tatiana está herida en el pecho y le han quitado el revólver, hay un guerrillero muerto, Erminio está herido y se queja de que se va a morir. Los otros dos guerrilleros empujan a los viejos y a Leyla Sofía. Quedan todos en un rincón a merced de los fusiles de los guerrilleros que están dispuestos a disparar con el más mínimo movimiento. Tatiana agoniza y escupe sangre por la boca, y Erminio, desmadejado, es tomado por Natanael, quien lo lleva afuera, lo descarga en el patio y lo amenaza de nuevo para que diga si allí estaban Sulay y Jónatan. El muchacho responde que sí, que no lo dejen morir. “Es Arles”, repite.

—¿Para dónde se fueron? –Natanael le pone el revólver otra vez en su cabeza.

—Cogieron río arriba. –Erminio sigue quejándose y cada vez los quejidos son más leves y distantes.

—Desde cuándo se fueron. –Natanael insiste en las respuestas del muchacho.

—Desde anoche –apenas si responde.

Natanael lo deja tirado en el piso y regresa a la habitación. Erminio no tiene fuerzas para levantarse, intenta mas el cuerpo no le responde. Tatiana ha muerto y su cuerpo ha quedado tirado en el piso, un hilo de sangre se percibe en las comisuras de su boca. Eloy ha vuelto del río y dice no haber encontrado huellas, está muy oscuro todavía. El hombre toma del pelo a Leyla Sofía, la arrastra, la estruja, la hace arrodillar, le pone el revólver en la cabeza y dirigiéndose a Nicoi le pregunta hacia dónde se fueron los fugitivos.

—No me importa matarlos a todos –les grita.

El viejo se levanta y le exige respeto por la vida de ellas, su mujer, su hija y su nieta. Si cumple esa promesa le dirá el camino que tomaron. Natanael se lo promete: “Claro que sí, viejo, por supuesto, yo soy un hombre de palabra”. Los demás quedan a la expectativa. Elodia no quiere ver morir a su hija ni a sus padres. Leyla Sofía mira a Tatiana y ve que no valió la pena haber hecho lo que hicieron. Lo que importa ahora es que les respeten la vida. “No puedo creerlo –repite–, cuando Lascario sepa les va a hacer consejo de guerra, los va a fusilar”. Natanael se ríe.

—Tomaron por el río aguas arriba –explica Nicoi sin entusiasmo–, van hacia los montes del Chiribiquete. De ahí pueden tomar por un camino que los lleva al Itilla hasta Calamar o puede que tomen Tunia arriba hasta un pueblito que se llama Yaguará y de ahí pueden seguir a La Macarena, que es la salida para el Caguán. Eloy asiente, conoce bien la salida.

—¿Cuál de las dos escogieron?

—Eso no se sabe. Ellos decidirán según como vean las cosas.

—¿De qué depende?

—De lo que ellos decidan.

—Eso así no me sirve –se burla–. A mí no me vas a engañar, viejo hijueputa.

—Es la verdad –grita Leyla Sofía.

Algo le dice Eloy al oído a Natanael, quien al escucharlo suelta a Leyla Sofia y la empuja para donde están los viejos. Se entienden con los ojos. La luz del día ha entrado a plenitud. “Vete al río –le ordena a Eloy–, mira a ver si ahora que hay suficiente luz encuentras huellas”. Eloy sale y Natanael lo sigue, quiere refrescarse la cara. Al pasar por el patio ve que Erminio no se mueve. Se acerca, le mira las conjuntivas y ve que está blanco como un papel. “Se desangró”, piensa, luego sigue hacia el río y al llegar ve que Eloy ha encontrado varias huellas. “Ahí están, mire, botas de hombre y tenis de mujer. Adelante encontraremos por dónde tomaron”.

“No creo que sea difícil seguirlos. Nos llevan por lo menos diez horas de ventaja”. Natanael se infla con su don de mando. Regresan a la choza en donde los dos guerrilleros le apuntan a la familia de Elodia. Natanael le habla al oído a Eloy en un rincón, lejos de los otros dos guerrilleros. Ambos ríen con malicia y luego le arenga a su amigo dejando escapar una sonrisa burlona: “fusílalos a todos y nos alcanzas”, y luego, encarando a los dos guerrilleros: “arranquemos de una, no perdamos más tiempo”. Cuando Natanael y los dos guerrilleros llevan camino, escuchan tres disparos, se sientan a la vera del río y esperan la llegada de Eloy.