Cuerpo y alma

Los ascensores estaban ocupados. Él parecía nervioso y, como si le fuera la vida en ello, apretaba todos los botones para que bajaran más rápido.

Yo no recordaba cuándo había sido la última vez que me había sentido mujer de aquel modo, junto a un completo desconocido con quien estaba a punto de subir al cielo y, al mismo tiempo, tal vez, bajar a los infiernos.

Su habitación estaba en la cuarta planta. Una vez en el ascensor, se acercó bastante a mí como para hacerme notar la fuerza de su masculinidad en mi vientre. Cerré los ojos.

—Lo que más deseo en el mundo es hacerte ahora el amor —me dijo al oído.

Deslizando mi cabeza hacia atrás, riendo como una niña, nos detuvimos en el tercer piso. Después de recomponerme un poco, cuando las puertas se abrieron, Edmond me cogió muy fuerte de la mano y me arrastró fuera del ascensor. Íbamos flotando por el pasillo hasta la puerta 410, mientras casi nos ahogábamos de risa.

Después de abrir con la tarjeta magnética, me invitó a entrar primero. La estancia era amplia y luminosa, de una elegancia casi británica. Las cortinas dejaban entrever el balcón sobre la calle.

Salí mientras él se quitaba la chaqueta. Maravillada, vi a mis pies la fuente de Neptuno. Si forzaba un poco la mirada, incluso podía vislumbrar el Museo del Prado, donde me perdía siempre que el diario me lo permitía.

Empezaba a anochecer, y las luces del balcón se encendieron automáticamente. Justo entonces noté que sus manos recorrían mi espalda.

Al volverme, vi que se había mojado el pelo negro. También sus ojos brillaban como si no fueran humanos. Me ofreció un whisky de malta del mueble bar. Antes de que me hubiera llevado el vaso a los labios, me apartó la mano para besarme lenta y pausadamente.

Me senté a su lado en la cama. En la mesita de noche, tenía un iPod con unos pequeños altavoces. Hizo sonar a Charlie Haden con una de mis canciones favoritas: «Body and Soul».

Estremecida, me preguntaba cómo podía saber que me encantaba este contrabajista de jazz y que su pieza de 1930 era para mí «cuerpo y alma».

—Será la banda sonora de una noche que no olvidaremos nunca.

No contesté, no quería hablar. Era tiempo de sentir… Sin casi tocar mi piel, me desnudó y yo hice lo mismo con él.

Se levantó para ajustar las cortinas. Abrazada a un gran cojín de plumas observé su pecho viril, las piernas torneadas, los brazos fuertes y un sexo poderoso que estaba en tal grado de excitación que deseé sentirlo en mi interior.

Y eso fue lo que pasó muchas veces. Esa noche entró en mi boca, entre mis pechos, mi sexo… Hicimos el amor de forma telúrica hasta que estalló la pasión y los gemidos enmudecieron todo el dolor que habitaba, desde hacía años, en lo más profundo de mi corazón.

Abrazados después de la tormenta de placer, sentí cómo se me escapaban las lágrimas. Ambos éramos animales heridos, y sabíamos que lo sucedido en aquella habitación de hotel había sido más que sexo. Había sido un acto de resurrección. Nos acabábamos de salvar el uno al otro.