Prólogo

¿Desde cuándo podemos constatar la existencia de una identidad nacional argentina? Lo que sería próximo a plantear la pregunta por el origen del Estado-Nación argentino. Ciertamente el debate podría ser eterno pero un punto de inflexión, sin lugar a duda, es la concreción del primer censo de la República Argentina en 1869. Un censo que había sido ordenado su levantamiento, por ley, en 1862, siete años antes.

Pero la batalla de Pavón, en septiembre de 1861, era todavía reciente. Es más, ni siquiera aún las fuerzas federales comprendían por qué Justo José de Urquiza había abandonado el campo de batalla dejándole la victoria a Bartolomé Mitre. No sólo la victoria, también una organización administrativa que ya tenía carácter de nacional en la cual una estructura censal pudo armarse.

Pavón, Primer Censo, Estado-Nación constituido ya para 1880, la migración europea. Hitos de una narración historiográfica sin mayores sobresaltos; dos décadas de consolidación identitaria nacional.

Sin embargo, este relato suele pasar por alto, o sin detenerse lo suficiente, en la guerra más importante que haya enfrentado a naciones vecinas en el continente americano. Nunca murieron tantos soldados argentinos en una guerra, ni brasileños ni –mucho menos– paraguayos.

Una guerra que durante cinco años (1864-1870) enfrentó militarmente a Argentina, Brasil y Uruguay (la Triple Alianza) contra Paraguay, y que luego se continuó con la ocupación por parte de Brasil y Argentina del Paraguay hasta 1876.

Para 1869, cuando ya se había ocupado Asunción, el Censo se refería al Ejército de Operaciones en el Paraguay con una población de 6105 varones y 171 mujeres.

¿Puede ser que este acontecimiento bélico no haya influido en la conformación identitaria nacional? Si la respuesta es positiva, ¿cómo se dio este proceso?

La obra de Victoria Baratta precisamente aborda estas preguntas y las responde utilizando, no únicamente, la prensa existente en esos años en todo el territorio argentino. No sólo la porteña, sino de cada una de las provincias.

Es un trabajo sobre las elites letradas, pero que también incluye el estudio de memorias, de álbumes fotográficos, de las coplas cantadas. Además de comprender qué se decía en los centros urbanos, intenta tocar qué pasaba por la mente de los que estaban en el frente de batalla. ¿Qué sentimientos identitarios afloraban? Y también de los que no iban, de los que se negaban, se rebelaban. ¿Por qué lo hacían?

Al mismo tiempo, toda construcción identitaria se refiere, se relaciona con un ‘otro’, en este caso Paraguay, pero Brasil no quedaba al margen.

Lo que Paraguay representaba para un catamarqueño o para un jujeño no era ciertamente lo mismo que para un correntino o para un entrerriano. La imagen que se representaba desde la prensa porteña era por demás denigrante, no sólo del Mariscal Francisco Solano López sino también de la población misma. El primero, un tirano sediento de sangre; el segundo, marcado por el servilismo y la obediencia absoluta heredada de los jesuitas. Ejemplos sobran, pero un botón puede servir de muestra. Domingo Faustino Sarmiento, siendo ya presidente de la República, le escribe una carta a la educadora Mary Mann el 12 de septiembre de 1869 (un mes después de la masacre de Acosta Ñu): “No crea que soy cruel. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana” (Cartas de Sarmiento a la Señora María Mann . Publicación de la Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, 1936, p. 132).

Aunque Paraguay había reconocido su independencia en forma absoluta en 1813, las Provincias del Sur no se la reconocerían sino recién en 1852, tras la batalla de Caseros, en que Rosas cae derrotado.

Este reconocimiento trajo aparejado la libre navegación de los ríos y el Paraguay experimentó un despegue económico; venía de cuatro décadas de un comercio clausurado. Las materias primas que se exportaban no competían en gran medida con los productos argentinos, aunque sí la manera de explotarlas. La yerba mate, el producto estrella, era monopolio estatal, al igual que la explotación de las maderas nobles. Que no pudieran entrar capitales extranjeros en esta explotación generaba resquemores. Es comprensible que los dueños de capitales (sean argentinos, ingleses, brasileños o de otras banderas) procurasen abrir ese ámbito económico. Esto daba ocasión a que se proyectase la figura del presidente Carlos Antonio López como de un dictador patrón de estancia con una población que la rendía pleitesía.

Visto a la distancia, da la impresión de que ya Paraguay era demasiado independiente. Mientras permanecía encerrado en sus fronteras, no generaba mayor interés económico; una vez abierto al comercio internacional, no daba todo lo mismo.

Cuando las fuerzas paraguayas ocuparon Corrientes en abril de 1865, las imágenes peyorativas sobre el Paraguay se incrementaron con el añadido, ahora, de haber ultrajado el honor, el orgullo, el suelo argentino. La dicotomía paraguayo-argentino fortaleció la construcción identitaria argentina.

Brasil, aunque formaba parte de la alianza, era también un ‘otro’ que ayudaba a consolidar una identidad propia. Desde tiempos coloniales los incidentes, y más que eso, con los portugueses primero y con el imperio del Brasil después, eran frecuentes. Sin embargo, ésta era la primera vez que la relación era con una república unificada. Al igual que con el Paraguay, no todas las regiones del país tenían la misma experiencia sobre el Brasil. Las provincias del Litoral habían sufrido los embates desde el otro lado del río Uruguay. De hecho, y claramente nos los muestra Baratta, el principal argumento de los que se oponían a la guerra era precisamente por la alianza con Brasil: un imperio esclavócrata.

La cuestión de la construcción identitaria argentina durante la guerra contra el Paraguay es el aporte original de esta obra y más aún con las fuentes utilizadas. En la guerra participaron habitantes de todas las provincias detrás de una idea de nación y en esas provincias también se manifestaban a favor o contra esta guerra, durante y después de la misma. Las elites letradas a través de la prensa, los oficiales y soldados a través de las memorias y cartas, con sus versos y coplas. Las misas y las bandas musicales jugaron su rol en la idea de aunar detrás de una bandera personas provenientes de tan diferentes lugares. Los momentos de no combates, que muchas veces se prolongaron por largos meses, daban la oportunidad de crear esos espacios de sociabilidad, tan caros a la historia política, tan reales en momentos de guerra. De igual manera los hospitales de campaña, las enfermerías, creaban situaciones para el compartir, más no sea el dolor y la muerte.

No sólo este texto nos muestra las ideas que circulaban alrededor de la identidad sino que se sumerge en los diferentes espacios en donde este imaginario comenzaba a crearse.

El contexto de la guerra está resumido en el capítulo uno, intentar comprender las causas, los desencadenantes y el desarrollo esos cinco años de combates más los de seis de ocupación (otro punto a destacar, ya que no interrumpe en el 1 de marzo de 1870 sino que prosigue, porque si la guerra es otra manera de hacer política, la ocupación política fue otra manera de continuar la guerra).

Sin embargo, algo que llama la atención es el Anexo que se incluye en el libro: la transcripción del tratado secreto de la triple alianza firmado el 1 de mayo de 1865. Se podrían haber llenado volúmenes y volúmenes con anexos, pero la autora incluyó uno, sólo uno.

Es que el tratado es un documento fuerte, fortísimo. Un documento que estipula que el mismo quedará secreto (art. 18) y que no necesita autorización legislativa para su ratificación (art. 19). ¿Qué es lo que se necesitaba tanto ocultar? La constitución de la alianza era clara (art. 1), no hacía falta esconder; que la guerra se hacía contra el gobierno y no contra el pueblo (art. 7), pues era mejor dejarlo claro ante todas las naciones y pueblos; que no terminaría la guerra hasta que López deje el poder (art. 6), parecía hasta lógico. Es más, los aliados se obligaban a respetar la independencia del Paraguay (art. 8 y 9) como para que nadie se animara a especular con una posible anexión o repartija por parte de los aliados. El tema de los gastos de guerra podría sonar feo, pero era lo habitual, sobre todo teniendo en cuenta que desde el Paraguay se atacó a ciudades de Brasil y de Argentina. ¿Entonces? Entonces el artículo 16 resalta como diamante de anillo. ¿De qué se trata? Pues de que los aliados exigirían al gobierno del Paraguay (ya vencido) la celebración de tratados definitivos de límites con cada uno de los gobiernos aliados (entiéndase Argentina y Brasil puesto que Uruguay no tenía límites con Paraguay).

Ciertamente, el tema ‘límites’ era una constante durante el siglo XIX de todos los nuevos estados americanos (y hasta el siglo XX, si tomamos en cuenta el tema del Beagle). El gobierno de Carlos Antonio López no pudo saldar este asunto ni con Brasil ni con Argentina durante su gobierno.

Cuando la Confederación reconoció la independencia del Paraguay se firmó un tratado de límites (el Tratado Varela-Derqui) en julio de 1852. En el mismo se estipulaba que el río Paraná sería uno de los límites (art. 1) y por otro que el río Paraguay pertenecía de costa a costa al Paraguay (art. 4) por lo que el límite sería el río Bermejo navegable por ambos estados (art. 5).

Este tratado nunca llegó a efectivizarse porque no fue ratificado por el congreso argentino. Sin embargo, se puede vislumbrar cuáles se pensaba que podrían ser los límites entre ambos estados.

Vayamos al artículo 16 del tratado secreto, en lo que toca a Argentina: “La República Argentina quedará dividida de la República del Paraguay, por los ríos Paraná y Paraguay, hasta encontrar los límites del Imperio del Brasil, siendo éstos, en la ribera derecha del Río Paraguay, la Bahía Negra”. Cuando miramos el mapa y notamos que entre el Bermejo y la Bahía Negra hay mil kilómetros de distancia ya empezamos a comprender porque el tratado tenía que permanecer secreto.

Llama la atención igualmente el por qué de ese pedido territorial tan grande cuando la Argentina apenas si había atravesado el río Salado (Recordemos que Reconquista recién se funda en 1872). El territorio reclamado estaba ocupado por los pueblos indígenas desde tiempos inmemoriales y si algún Estado había osado adentrarse éste había sido el paraguayo con sus fuertes en la hoy provincia de Formosa o su intento de colonización en Nueva Burdeos en 1855.

No es fácil comprender esta cláusula por parte de Argentina salvo que buscara una razón para embarcarse en esta guerra más allá de limpiar el orgullo herido por la ocupación paraguaya de Corrientes. Sin embargo, su cuerpo diplomático no estaba lo suficientemente convencido o preparado para defender esta moción puesto que al final, de todo ese territorio pedido sólo consiguieron la franja entre el Bermejo y el Pilcomayo.

Es muy simbólico añadir como anexo solamente este tratado secreto. Una manera de señalar que para comprender los inicios de esta guerra se debe comenzar por la lectura atenta de este documento.

La obra de Victoria Baratta se presenta así como espejo de la de Luc Capdevila (Una guerra total: Paraguay 1864-1870 ) quien estudia cómo la guerra modeló y marcó la identidad del Paraguay hasta nuestros días. En Argentina su peso fue infinitamente menor, apenas si se estudia en las escuelas y universidades, a lo largo del siglo XX (y hasta se podría sospechar que ese ocultamiento también forma parte de la identidad ausente, no asumida); sin embargo, en el momento en que se produce su importancia fue capital.

No se entiende la guerra de la triple alianza solo comprendiendo el tema identitario, claro está, ni es la misión de este libro desentrañar los agujeros negros que aún perduran alrededor de las mismas. Thomas Whigham necesitó tres volúmenes para narrarnos la guerra; Francisco Doratioto uno, pero de más de 600 páginas. E igualmente el ciclo no está cerrado. Los últimos trabajos de Juan Carlos Garavaglia sobre la relación guerra-presupuesto-Estado complementan desde otro ángulo esta obra de Baratta.

Se inició como tesis doctoral, se fue ampliando con más investigaciones y entre medio la historia de Julia Echagüe. Este libro escrito por María Victoria Baratta se presenta como imprescindible tanto para los que estudian la guerra del Paraguay, la guerra Guasu, como para quienes hacen de la construcción identitaria su objeto de estudio.

Para los que estudiamos la historia del Paraguay afincados en Argentina, esta obra es de consulta obligatoria.

Ignacio Telesca
Formosa, abril de 2019