Capítulo 15

 

Ver, escuchar y mirar

 

 

 

Mientras el sargento O’Dwyer deliberaba con el forense y organizaba a los gardai locales encargados de registrar Lillieoak, yo fui a buscar a Gathercole. Quería hablar con él en privado y supuse que no me perdería nada importante si dejaba a O’Dwyer solo durante un rato. Orville Rolfe era el siguiente nombre en la lista del oficial de la Garda y, desde mi punto de vista, era la única persona que no podría haber matado a Joseph Scotcher. Entre el momento en el que yo había llamado a la puerta de un Scotcher todavía vivo, y cuando llamé a la puerta de Rolfe y lo encontré indispuesto, no había manera posible de que este último hubiera podido bajar por las escaleras sin cruzarse conmigo. Y aun si lo hubiese hecho, yo lo habría visto con toda seguridad.

No, él no había sido. Y después de eso, o Poirot o yo habíamos estado con él. Cuando menos, lo habíamos confinado a su habitación con la silla que yo mismo había colocado frente a la puerta de su dormitorio hasta que Sophie empezó a chillar. Aquello parecía excluir de forma definitiva a Orville Rolfe.

Registré la casa en busca de Gathercole pero no conseguí encontrarlo y decidí salir a pasear por los jardines. Cuando llevaba unos diez minutos andando sin rumbo fijo, lo vi a lo lejos. Estaba contemplando una hilera de rosales con las manos en los bolsillos. Me acerqué a él poco a poco, para no asustarlo.

Levantó la vista y casi me sonrió, aunque luego se volvió enseguida para mirar hacia la casa. ¿Se fijó en alguna ventana en especial, o lanzó una mirada general? No habría sabido decirlo.

Se quedó contemplando el edificio durante unos segundos antes de volverse hacia mí de nuevo. En ese momento me pasó por la cabeza una idea interesante, nada más ver a Gathercole.

—¿Se encuentra bien? —me preguntó.

—¿Le importa si pongo a prueba una idea con usted? —pregunté—. Se me acaba de ocurrir y difícilmente podré pensar en nada más hasta que la haya comentado con alguien.

—En absoluto, adelante.

—Cuando ha mirado usted hacia la casa, hace un momento, me he acordado de algo que ha dicho lady Playford mientras el sargento O’Dwyer y yo hablábamos con ella.

—Dígame.

—Ha sido una pregunta: ¿por qué tendría que fingir Sophie Bourlet que vio cómo Claudia Playford asesinaba a Scotcher, si en realidad hubiera visto a Dorro?

—¿Dorro? No le entiendo. ¿Insinúa que Dorro...?

—No. Al contrario —le aseguré—. Lady Playford nos estaba contando que Dorro está en su lista de las personas a las que considera inocentes sin lugar a dudas. Para apoyar el argumento, ha planteado esta pregunta: ¿por qué iba Sophie a afirmar que había visto cómo Claudia aporreaba a Scotcher, si en realidad hubiera visto a Dorro? Lady Playford lo ha preguntado como si la respuesta fuera obvia, hasta el punto de no requerir su enunciación: «¡Es evidente que no la vio a ella!». Eso es lo que se suponía que teníamos que pensar el sargento O’Dwyer y yo. Y de hecho, eso es lo que yo creía. Hasta hace un instante.

—¿Y qué piensa usted ahora? —preguntó Gathercole.

—¿Le importa si paseamos? —sugerí.

Él se encogió de hombros, pero me siguió en cuanto empecé a moverme.

Decidí que no había nada malo en compartir mis ideas con él. Tal vez incluso le contaría a Poirot que lo había hecho.

—Asumamos que Sophie vio cómo alguien, no sabemos quién, levantaba el garrote y descargaba uno, dos, tres golpes, tal vez más, sobre la cabeza del pobre Scotcher. Quedó tan horrorizada por lo que acababa de presenciar que no pudo más que chillar, de manera que todos bajamos por las escaleras para ver qué ocurría.

—Según ella, eso es lo que sucedió —convino Gathercole mientras caminábamos entre dos hileras de limeros.

—Imagine el horror que supone presenciar algo semejante cuando la víctima es, además, la persona amada. Cualquiera se echaría a gritar sin control.

—Por supuesto.

—Imagine también lo siguiente: en ese estado de conmoción, provoca un escándalo espectacular. No puede evitarlo. Enseguida oye pasos y gritos de «¿Qué demonios es eso?». Pronto habrá atraído a todo el mundo y tendrá que explicar que ha sido testigo de un asesinato... ¡y entonces es cuando se da cuenta!

—¿De qué?

—De que no puede nombrar como asesino a la persona a la que vio aporreando a Scotcher hasta la muerte —comenté—. De que es alguien a quien desea proteger, da igual el crimen que haya podido cometer. ¿Qué haría, entonces? Podría decir la verdad en la medida de lo posible y sustituir el nombre del criminal por el de alguien que le cae mal y que, además, le parece prescindible. Como Claudia Playford. ¡Ésa es la idea genial que se me ha ocurrido cuando he visto cómo usted contemplaba la ventana del estudio de lady Playford! Lo he visto. No tiene sentido que me diga que no estaba mirando, porque sé que lo hacía.

¿Y por qué lo había hecho?, me pregunté. ¿Quería asegurarse de que lady Playford no miraba antes de embarcarse en una conversación conmigo?

—Del mismo modo, todos oímos que Sophie Bourlet había sido testigo del asesinato de Joseph Scotcher —proseguí—. Gritó porque no pudo evitarlo, pero una vez que lo hizo no podía fingir que no había visto cómo alguien mataba a Scotcher. ¡Estaba allí, petrificada junto a la puerta, frente al cadáver! Y si no estaba dispuesta a nombrar al verdadero culpable, si decidía mentir y afirmar que había sido Claudia..., bueno, en ese caso podría haber sido cualquiera. Y la respuesta a la pregunta de lady Playford, ¿por qué acusar a Claudia si vio que había sido Dorro?, es de lo más simple: porque Sophie quería ahorrarle la horca al verdadero asesino.

Gathercole se detuvo de repente.

—¿Me permite que señale un error en su razonamiento?

—Por favor.

—Si Sophie quisiera proteger al asesino de Scotcher, no tenía ningún motivo para admitir que había presenciado el asesinato. Podría haber justificado sus chillidos por el simple hecho de haber descubierto el cadáver apaleado del hombre al que amaba. Todos lo habríamos aceptado sin discusión.

—En efecto. Pero es posible que, en el estado de conmoción y angustia extremas en el que se encontraba, no se le ocurriera.

—Tal vez no —admitió Gathercole, aunque con poco entusiasmo.

—¿Bajó usted por las escaleras? —le pregunté en cuanto empezamos a caminar de nuevo.

—¿Perdone?

—Cuando Sophie comenzó a chillar. ¿Bajó usted por las escaleras como todos los demás? De repente lo vi allí, pero recuerdo que iba usted vestido como si hubiera estado fuera. Y antes de eso me había resultado imposible encontrarle.

—Había salido. Fui a dar un paseo hasta el río, el agua me relaja. Y tal como había transcurrido la velada hasta el momento, me pareció conveniente.

—Si no le importa que se lo pregunte, ¿dónde estaba usted cuando oyó los chillidos de Sophie?

—En la puerta principal. Había vuelto a la casa apenas unos segundos antes. Me dirigí hacia el lugar del que me pareció que procedían los gritos y los encontré a todos allí. Creo que fui el último en llegar.

Nervioso por lo que tenía que decir a continuación, hice lo posible para que la frase sonara despreocupada.

—Veamos, ¿le importa si le pregunto algo más? La idea lleva rondándome la cabeza desde que nos sentamos a la mesa para cenar.

—¿Qué le gustaría saber?

—Cuando lady Playford se marchó del comedor, hubo un instante en el que usted parecía..., bueno, fuera de sí. Absolutamente desolado. Era como si algo le hubiera disgustado o enfurecido. Tan sólo me preguntaba...

—Estaba preocupado por lady Playford —dijo Gathercole—. Se marchó a su habitación en respuesta a la crueldad de Dorro. Lo que dijo fue imperdonable.

No me lo creí. Su voz había cambiado, había perdido cierta naturalidad.

—¿Imperdonable? Dorro se arrepintió de haberlo dicho poco después, ¿sabe? Ella también sufrió una conmoción y estaba asustada por su futuro y por el de Harry.

—Sí —dijo Gathercole con brusquedad—. Tal vez la he juzgado con demasiada dureza.

Escondía algo importante. Cuanto más rápido andaba y más tiempo mantenía la mirada apartada de mí, más seguro estaba de ello.

Decidí arriesgarme.

—Oiga, trabajo para Scotland Yard. Mi cometido, sea cual sea el delito, consiste en sospechar de todo el mundo. Siendo así, soy culpable de negligencia: sospecho de todo el mundo menos de usted.

—Entonces es usted un necio —dijo—. No me conoce de nada.

—Yo creo que sí. Y también creo que esconde algo. Algo relacionado con la expresión desesperada que observé en su rostro en el comedor...

—¡Expresión desesperada! Es usted demasiado fantasioso. Por favor, ¿podríamos cambiar de tema?

Decidí que no era una mala idea, puesto que tampoco estábamos llegando a ninguna parte.

—¿Conoce usted a una mujer llamada Iris? ¿Le suena ese nombre? —le pregunté.

Se sacó un pañuelo del bolsillo y lo utilizó para secarse la cara.

—No —dijo—. No sé quién es.