Capítulo 27

 

La historia de Iris

 

 

 

—Conocí a Iris Morphet mientras estudiaba en Oxford. Fue entonces y allí donde conocí también a Joseph Scotcher. No puedo resistirme a la tentación de añadir, aunque sea un dato bastante irrelevante, que los conocí el mismo día, cuando ellos tardaron un tiempo en conocerse.

»¿Si desearía que nunca se hubieran conocido? ¡Ésa es una pregunta complicada! ¿Cómo se puede elegir entre el presente y lo que en algún momento fue un futuro posible? Es muy difícil.

»En la universidad, Scotcher y yo vivíamos en habitaciones adyacentes. Nos conocimos un día en el que salimos de nuestros cuartos al mismo tiempo, ¡como los autómatas de un viejo reloj de cuco alemán! Nos llevamos bien enseguida. Scotcher se obstinaba en halagarme y yo lo acepté con entusiasmo y con el egoísmo asqueroso que me caracterizaba por aquel entonces. Tenía la impresión de que lo mínimo que podía hacer era trabar amistad con él. A riesgo de sonar autocomplaciente... bueno, estaba claro que yo era justo lo que él quería ser: rico, guapo y seguro de mí mismo.

»Supongo que ustedes consideran que Joseph era atractivo, ¿verdad? Bello, quizá. En cualquier caso, tenía un aspecto demasiado delicado para un hombre. Y ustedes creen que era un tipo seguro de sí mismo, ¿no? Bueno, pues en esos días no lo era. ¡Era tímido como un ratón! Estaba pendiente de cada una de mis palabras. En su momento, me di cuenta de que, de hecho, muchas de las expresiones que utilizaba eran mías. Una vez oí cómo le contaba a un amigo común algo que le había sucedido en Sevenoaks, en Kent, cuando en realidad la anécdota me había ocurrido a mí, y no a él. Yo se la había contado y, creyendo que yo no lo oiría, volvió a contarla como si la hubiera vivido en primera persona.

»Pronto empecé a preguntarme si alguna de las cosas que le había oído decir sería cierta. ¿De veras había sido a su abuela a quien se le había caído una redecilla para el pelo en el cuenco de arroz con leche, o le había sucedido a la abuela de otro? ¿Fue la casa en la que Scotcher había vivido de pequeño la que se había inundado, o la del botones que en una ocasión había cargado con su maleta? ¿Y había sido una inundación u otra cosa? ¿Quién podía asegurarlo?

»¿Qué? No, nunca me enfrenté a él por eso. Ah, no lo sé. Me daba lástima, supongo. Tenía la esperanza de que en general dijera la verdad, que tal vez se hubiera dejado llevar en esa ocasión, me decía, porque la travesura que yo había protagonizado en Sevenoaks había sido espectacular.

»Y luego estaban los halagos. Escribí algo para mi tutor que dejó embelesado a Scotcher. Me pidió permiso para sacar copias, pagadas de su bolsillo, y poder compartirlo con su madre y su hermano, asegurando que les encantaría. A mí me parecía torpe y poco inspirado, pero al cabo de unas semanas Scotcher me dijo que su hermano lo había descrito como la mejor prosa que había leído jamás, por lo convincentes que eran los argumentos y la brillantez intelectual que demostraba...

»Caballeros, por favor, recuerden a este hermano de Scotcher, puesto que lo mencionaré de nuevo a su debido momento. Se llama Blake. Scotcher y él crecieron en Malmesbury, y Joseph era el mayor. Eso es todo lo que llegué a saber acerca del que se había convertido en mi mejor amigo en Oxford, una persona muy reticente a hablar de sí mismo y de su familia. Me transmitía la sensación de que no tenía sobre qué hablar y que se avergonzaba bastante de sus orígenes, aunque después de los muchos años que han pasado desde entonces, no recuerdo si me contó algo al respecto. Puede que mi imaginación haya rellenado los huecos.

»Más o menos dos meses después de conocerlo, Scotcher sacó el tema de su salud. Acababa de ver a un médico, o eso me dijo, y me anunció que tenía malas noticias: sufría algún tipo de problema en los riñones, un problema que podía llegar a causarle la muerte. ¡Les aseguro que me dio lástima! ¿Y a quién no le habría sucedido? Mientras tanto, yo estaba saliendo con una chica adorable llamada Iris Morphet...

»Se supone que les estoy hablando de ella y no de Scotcher, de hecho. El problema es que las historias románticas de los demás son muy aburridas, y el hombre que yo era en aquel momento tiene poco que ver con el que soy ahora. Además, me apetece mucho contarles la parte más emocionante de la historia. Pero primero hay que poner los cimientos.

»Yo estaba enamorado de Iris y ella lo estaba de mí. ¡No hace falta decir más! No tenía la belleza de Claudia ni gozaba de ese ingenio seductor que me parece tan irresistible, ni de su lengua afilada. Mi queridísima es una descarada, ¿verdad? ¡Adoro que lo sea! Iris, en cambio, era una buena chica, supongo; y muy cariñosa. Tenía unos labios gruesos y rojos que no necesitaban maquillaje, una piel inmaculada como la de una estatua de mármol y el pelo de un color rojo ardiente. Había algo en ella que me reconfortaba; era tranquila y serena, y al mismo tiempo era apasionada: como si hubiese capturado y domado el fuego. Para el joven Randall Kimpton, era la misma esencia de la feminidad. Una vez más, bastante distinta de Claudia.

»Estoy convencido de que Claudia sólo va disfrazada de joven atractiva, cuando en realidad es un cruel emperador romano, obsesionado por la venganza. Nunca está tan contenta como cuando decide que el mundo la ha tratado de forma injusta, algo que sucede todos los días, con la misma fiabilidad con la que el sol sale por el horizonte. Iris era distinta: agradecía cualquier sonrisa o palabra amable, casi nunca se enojaba o estaba de mal humor.

»Puede parecer extraño que yo sintiera atracción por dos mujeres tan distintas, aunque no estoy de acuerdo. Ya se sabe que los polos opuestos se atraen, pero además hay algo satisfactorio en el hecho de conocer la versión femenina de uno mismo. Claudia es, dicho de un modo simple, una versión de mí mismo a la que me gustaría deshonrar del modo placentero que ya conocemos. De verdad, ¿qué podría ser mejor que eso?

»¿Los escandalizo, caballeros? Les pido disculpas. Simplemente tengo debilidad por la verdad. Si algo es cierto, uno debería poder salir y decirlo en voz alta. Me importa un comino la virtud, al fin y al cabo, ¿quién puede determinar en qué consiste? En cambio, sin la verdad, todos nos vemos condenados a vivir envueltos por la oscuridad. Y toda esta charla sobre la verdad me obliga a volver a Scotcher.

»Las noticias con las que regresaba de la consulta médica eran cada vez peores. En Oxford, por aquel entonces ya había mucha gente al tanto del estado de sus riñones, pero no había nadie más allegado que yo, y tampoco había nadie más consciente de su evolución. ¿Qué? Ah, sí, él ya había visto a Iris varias veces, a esas alturas. Y soy injusto con ella cuando afirmo que yo era el más allegado a Scotcher. Iris demostró mucho más interés por sus deteriorados riñones que yo. Siempre estaba hablando de él, sobre nuestro pobre amigo enfermo, siempre le estaba llevando cosas para ayudarlo y le ofrecía sus consejos: tenía que ser estoico y optimista, pero al mismo tiempo debía ser práctico; tenía que asegurarse de divertirse y disfrutar de la vida, aunque tampoco demasiado; y así, ad nauseam. Llegó un punto en el que me harté de oír hablar acerca de los condenados riñones de Scotcher.

»Puesto que soy un tipo observador, no pude evitar darme cuenta de que pese a tener los riñones más maltrechos de esta bonita isla (aunque debería decir esa bonita isla, puesto que estoy hablando sobre Inglaterra) Scotcher jamás se vio obligado a abstenerse de hacer lo que más le apetecía. En cambio, su estado le impedía llevar a cabo las tareas más tediosas de la vida. No les aburriré con los detalles, basta con decir que aquello levantó mis sospechas hasta el punto de que decidí compartirlas con varios amigos y con un empleado de la universidad, de manera que enseguida advertí que la mayoría de la gente prefería no conocer una verdad incómoda. Además, ¿qué podía demostrar yo? Scotcher no se limitaba a halagarme a mí, lo hacía con todo el mundo, por lo que a nadie le apetecía pensar mal de él. Pensar mal..., ¡menuda ironía! La mayor parte de la gente no quería siquiera sopesar la posibilidad de que pudiese encontrarse perfectamente bien y estuviera siendo deshonesto. Preferían tomar a Joseph Scotcher por un enfermo y un santo.

»No le comenté nada de esto a Iris, lo que fue una tontería por mi parte, pero ella siempre insistía en que tenía que comportarme de un modo más dulce, más amable, más como era ella.

»Un día, seguí a Scotcher sin que él lo supiera cuando acudía a lo que me había dicho que era una de sus consultas médicas. No me sorprendió comprobar que ni siquiera se acercó a un consultorio u hospital. Lo que hizo fue encontrarse con la esposa del profesor..., bueno, no les diré de qué facultad era para no causarle problemas a la dama en cuestión. El caso es que mientras se suponía que Scotcher estaba en la consulta de un doctor especialista en enfermedades renales, en realidad estuvo paseando por el jardín botánico, intercambiando confidencias con la esposa de otro.

»Ingenuo de mí, asumí que mientras estuviera ocupado con aquella mujer no se interesaría por Iris, pero me equivoqué. Yo todavía no le había propuesto matrimonio a Iris. Fui un tonto dejando pasar el tiempo mientras pensaba si debía hacerlo o no, a la espera de algún tipo de señal que me indicara que era la mujer adecuada para mí. ¡Imaginen mi asombro el día que me anunció que Joseph Scotcher le había propuesto matrimonio y ella lo había aceptado! Scotcher la necesitaba más que yo, me explicó entre lágrimas. Y yo era fuerte, mientras que él era débil.

»Se preguntarán si aproveché la ocasión para contarle mis sospechas. Pues no. No lo había hecho hasta entonces, y revelándoselo en ese momento, de repente, sólo habría conseguido que todo el mundo pusiera en duda mis motivos y mi honor. Iris habría pensado que yo estaba dispuesto a decir cualquier cosa para desacreditar a Scotcher y no quería rebajarme de ese modo. Como ya he dicho, no lo sabía con toda seguridad. ¿Y si me equivocaba? ¡Habría quedado como un zoquete de primera! No paraba de convencerme a mí mismo de que a nadie le gustaría contar una mentira de esas dimensiones.

»Para ser sincero, estaba tan enfadado con Iris que la idea de que fuese a casarse con un completo charlatán me pareció incluso divertida. Pensaba que ella y Scotcher se merecían el uno al otro.

»Scotcher se postró ante mí rogando clemencia. Sólo tenía que pedírselo, me dijo, y le diría a Iris que al final no podía casarse con ella, por muy enamorados que estuvieran. ¡Ja! ¡Pues lo obligué a demostrarlo! “Me gustaría que cancelaras tu compromiso y me devolvieras a mi chica”, le dije. Deberían haber visto la cara que puso. Empezó a farfullar y me aseguró que, en cuanto me lo hubiera pensado, me daría cuenta de que jamás podría ser plenamente feliz con una mujer que me había traicionado. Y con mi mejor amigo, además.

»Tenía razón. Le dije que era libre de quedarse con Iris, y ella de quedarse con él. Por lo que a mí respecta, no quise saber nada más de ninguno de los dos y me aseguré de que así fuera. En lo sucesivo conseguí evitarlos, con la excepción de algún encuentro casual por la ciudad.

»Unos meses más tarde, recibí una carta de Iris en la que me contaba que había roto el compromiso con Scotcher, y que por supuesto no se permitía esperar que yo pudiera perdonarla y aceptarla de nuevo. Ni siquiera me molesté en responder. Me preguntaba si habría llegado a sospechar de él como lo había hecho yo. Su carta incluía una referencia sesgada a la confianza... bueno, tampoco recuerdo los detalles. Rompí aquella carta infernal en mil pedazos y los lancé al fuego.

»Poco después de recibir la carta de Iris, me llegó otra: ésta era del hermano menor de Scotcher, Blake, y me preguntaba si podíamos vernos. ¿Cómo iba a resistirme a ello? Sin duda, el hermano de nuestro hombre sabría si realmente estaba enfermo, pensé.

»Blake Scotcher sugirió que nos encontráramos en la taberna Turf. Yo me opuse a la elección, era un lugar terrible, y ofrecí como alternativa el café Queen’s Lane. Él accedió y fijamos una fecha.

»No estoy seguro de cómo contarles lo que ocurrió a continuación. Es importante cómo se cuenta una historia, ¿verdad? A veces uno tiene que tomar una decisión al azar y confiar en que sea acertada.

»Pues bien, cuando llegué a la cita él ya estaba allí. Lo primero que pensé fue: “Se parecen mucho, aunque éste tiene la tez más oscura y un acento más tosco. No hay duda de que los dos comparten el mismo linaje, pero ¿por qué narices este hombre no se recorta la barba? ”. Se la había dejado crecer mucho, la tenía rojiza por el medio y gris por los extremos. ¡Parecía salida de una historia de piratas!

»Muy pronto me olvidé de su rostro excesivamente velludo cuando me contó que su hermano Joseph se estaba muriendo, y que lo que más deseaba en el mundo era que yo lo perdonara. Que no debería haber permitido que su amistad con Iris se desarrollara de la forma en que lo había hecho, sabiendo que era mía, o casi.

»Le pregunté si era por los riñones y su hermano me dijo que sí. Le pregunté cuánto tiempo de vida le quedaba y me respondió que unos meses. Un año a lo sumo.

»Puedo afirmar con toda sinceridad que por primera y última vez en mi vida no sabía qué hacer. Me di cuenta de que me había equivocado con Scotcher, tenía que haber cometido un error muy grave. Una cosa era la lealtad filial, pero sin duda ningún hombre de honor aceptaría contarle a un desconocido que su hermano se estaba muriendo si no era cierto.

»Pero espera (me dije a mí mismo): ésa era una opinión tan pobre como la que más. Si uno de los hermanos Scotcher podía ser un sinvergüenza, ¿qué me decía que el otro no podía estar cortado por el mismo patrón? Enseguida me di cuenta de que mi teoría no tenía el más mínimo sustento.

»Mientras yo sopesaba todo aquello, Blake Scotcher empezó a hablar más rápido. Es extraño, pensé.

»Estoy intentando contar la historia tal y como me sucedió a mí, pero es difícil. Aun así, lo intentaré.

»Era como si de repente Blake se hubiera puesto nervioso por algo, pero ¿qué podía haber sido? ¿Fue porque yo tardaba demasiado en reaccionar? ¿Fue porque él había acudido a la cita asumiendo que yo correría a arrodillarme junto al lecho de Scotcher, gritando “Todo está perdonado” y en cambio no mostraba la más mínima señal de ir a hacerlo?

»“Si no le apetece visitar a Joseph, ¿podría considerar al menos la posibilidad de escribirle una carta?”, me preguntó Blake, cuya prisa parecía aumentar con cada palabra que pronunciaba. “No sabía si pedírselo, pero eso significaría mucho para él. Incluso si usted no se ve capaz de decirle que lo perdona: puede limitarse a desearle un plácido paso de este mundo al siguiente. Sólo si se siente cómodo haciéndolo, claro está. Mire, tome mi tarjeta. Puede mandarme la carta a mí y me aseguraré de que Joseph la reciba.”

»Dicho esto, Blake Scotcher se marchó, si es que en algún momento estuvo allí. Y digo esto porque, por supuesto, no fue así.

»No me miren de ese modo, caballeros. Si se lo hubiera contado demasiado pronto, habría anulado el impacto dramático de la historia: quería que experimentaran el incidente igual que lo había hecho yo. Imaginen mi asombro cuando Blake Scotcher me tendió su tarjeta y la manga se le retiró un poco, lo justo para revelar una muñeca y un antebrazo que tenían un color distinto del que presentaban sus manos, su cuello y su rostro. La barba, la piel oscura y la voz tosca formaban parte de un disfraz bastante conseguido, pero cuando me senté a la mesa y revisé todo lo que había pasado quedé absolutamente convencido de que el hombre que se acababa de marchar del café Queen’s Lane no era Blake Scotcher, sino su taimado hermano mayor: el Blake falso, que es como pienso en él desde entonces, con mucho afecto.

»Los ojos, el cuerpo huesudo, la forma del cuello... Sí, ¡no había duda de que era Scotcher! Joseph Scotcher. Lo habría sospechado mucho antes de no haber sido por el hecho de que sólo a un hombre entre mil podría ocurrírsele suplantar a su hermano para dotar de credibilidad al relato inventado de su fallecimiento inminente.

»Meses más tarde oí que Iris se había casado con un tipo llamado Gillow, Percival Gillow: un tipo infecto en todos los sentidos. Un borracho violento que nunca estuvo demasiado lejos de la indigencia. Sin duda alguna, Gillow había encontrado la manera de ganarse la compasión de Iris, igual que lo había conseguido Scotcher.

»Iris me escribió una vez más después de la boda para preguntarme si podíamos vernos. Me decía que tenía que hablar conmigo sobre algo. Una vez más, no respondí. Dos semanas más tarde, me enteré de que Iris había muerto. Había caído bajo las ruedas de un tren en Londres. Su marido estaba con ella en la escena del crimen. O del accidente, según la versión de Gillow. Se decía que había sido él quien la había empujado, aunque al final la policía decidió que no era posible resolver el caso. Hoy en día el señor Gillow está interno en el asilo para pobres de Abingdon, cerca de Oxford. ¡Estoy seguro de que es un lugar encantador!

»Bueno, con eso concluye esta triste historia. No creo que les haya pasado por alto que destaco especialmente como el sospechoso con más motivos para asesinar a Joseph Scotcher.

»Sin embargo, no lo hice. No fui yo quien asesinó a ese canalla. Ni tampoco Claudia, lo que significa que Sophie Bourlet mintió. En mi opinión, eso la convierte a ella en la principal sospechosa. Es una maldita casualidad, no obstante, que estuviera a punto de casarse con Scotcher y convertirse, a su debido tiempo, en una mujer increíblemente rica. Ahora que él ha fallecido, toda la herencia vuelve a manos de Harry y Claudia, y Sophie se quedará sin nada. Pero si es inocente, ¿entonces por qué mintió y acusó a Claudia?

»Un caso de lo más peculiar, eso es lo que es.