Capítulo que sigue

EN LA escuela era la única que estaba contenta. No tenía certeza de cuándo iba a regresar Zu pero sabía que iba a volver. Eso hacía que yo pudiera tolerar mejor el dictado, las palabras repetidas 50 veces, que fue la técnica que empleó Frrxcs para vengarse de la técnica del “Hubieras puesto atención.”


Pasaron unos días más. Sucedieron dos cosas muy muy importantes. Una buena y tremenda. La otra, la termino de explicar después.

La buena:

No sé cómo, los de quinto, que tenían una cuenta pendiente con las brujas, se enteraron de lo que hacían en el baño. Fueron a acusarlas con la prefecta. Me contaron que cuando ella abrió la puerta del baño, se encontró al equipo princesa todas pintarrajeadas, y que el espejo del baño se encontraba lleno de corazones de bilé con los nombres de los que les gustaban.

Las puertas de los excusados tenían miles de iniciales, rayadas en la pintura, con recaditos que no supimos qué era lo que decían. No supimos porque las princesas tuvieron que venir junto con sus papás a pintar los baños durante el fin de semana. Después de eso las expulsaron tres días. La sanción fue más por cerrar los baños que por todo lo demás.

Alguien me dijo que los de quinto habían recibido un papelito con una letra como de niño chiquito, escrita con un lápiz casi sin punta. Decía:


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Hubiera querido preguntarle a Peter, pero no se pudo.

Peter había estado resfriado. Le escurría la nariz hacía unos cuantos días, y como era su costumbre, llevaba un montón de papel de baño hecho bolas en el bolsillo del pantalón. No faltó quien se burlara también de la elegancia de sus pañuelos. Así como antes se burlaron de su bolsita de plástico y su plátano. Faltó un día, dos, y después perdí la cuenta. El clima del salón era cada vez peor. Los dictados larguísimos, el ceño de Frrxcs cada vez más fruncido, su voz como de aluminio rayado.

Un buen día Peter volvió a la escuela después de su larga enfermedad. Me puse contenta. Más contenta de lo que me imaginé. Hasta me sentí más acompañada en mi pupitre, menos sola frente a las largas horas de enojo sordo contra Frrxcs. Hubiera querido decirle “Qué bueno que regresaste”, pero no me atreví. Hubiera podido preguntarle “¿Por qué faltaste tanto?” y no lo hice. Yo sabía que Peter casi nunca hablaba. Pero quizás me hubiese contestado. No le dije nada. Ni siquiera pensé en darle las gracias por aquella famosa ocasión que ustedes saben.

Yo no sabía que ésa era la última vez que lo vería.

Pocos días después, al cuarto para las dos (los pelos de Miguel son enormemente precisos) la señora Frrxcs nos anunció que ése era el último día que ella vendría.

Se hizo un silencio grande. Trató de decir algo así como que le había dado gusto trabajar con nosotros, pero no le salió. Finalmente anunció lo que estábamos esperando: la maestra Azucena regresaría mañana. Yo sé que nadie abrió la boca, o eso creo, pero hubo una cantidad de ruido, de alegría, de sonrisas, de suspiros. El gordo B. estiró sus brazos hacia arriba y después se recostó, con un resoplido, sobre su banca. Como si hubiera ganado una carrera. A Tere se le cayó el estuche completo de lápices y se levantó arrastrando la silla para recogerlos. Lili y Miguel se dieron de codazos.

Sonó la campana y salimos del salón diciéndole adiós a la señora Frrxcs, que se paró al lado de la puerta.

—Adiós, maestra —fuimos diciendo por turnos.

Frrxcs se había aprendido muy poquitos nombres. Así que se despidió de algunos.

—Adiós, Paulina, espero que conserves tu letra tan bonita.

—Adiós, Basileo, espero que mejores tu ortografía.

—Adiós, Miguel, espero que seas menos latoso.

A mí me dijo: Adiós.

Quise preguntarle si sabía algo de Peter. Alguna vez me pidió los libros que había bajo su banca, y yo imaginé que era para mandarle tarea a casa. No me atreví. Quizás por eso estoy escribiendo en este cuaderno durante tantas horas: por todas las cosas que no dije y que no pregunté.

—Adiós —dije simplemente.