Capítulo que se va
acercando al final,
pero todavía no
AL DÍA siguiente, me levanté para ir a la escuela como si fuera a una fiesta. Tempranito y arregladita. Apuré a mi papá a que se tomara el café. Se atragantó y después miró el reloj.
—Pero, si estamos a tiempo —exclamó limpiándose con la servilleta.
Yo quería llegar temprano.
Nos formamos en la fila y no teníamos maestra al frente. Nos desconcertamos. Paulina, que era la primera de la fila, volteó a vernos con una interrogación en la mirada. Alguien le hizo un gesto diciéndole que avanzara. Llegamos al salón sin saber si vendría Zu. Nos sentamos en nuestras bancas.
—¿Vendrá?
—Tal vez Frrxcs nos mintió.
—Tal vez regresó y ya no le dieron el trabajo.
—A lo mejor llega tarde, porque ya no sabe levantarse temprano.
—Quizás se volvió a enfermar.
Se hizo un silencio grande. No podíamos pensar en esa posibilidad.
Escuchamos unos pasos en el pasillo. Se detuvieron. Y después se acercaron cada vez más.
Se abrió la puerta.
—¡¡¡Zu!!!
Algunos se levantaron a abrazarla. Zu reía y hacía un gesto para pedir silencio, asustada de que se escuchara el ruido en los demás salones.
Tardamos bastante en tranquilizarnos.
Zu nos pidió que moviéramos las bancas hacia los costados, sin hacer ruido, y que nos sentáramos en círculo en el piso.
Jamás habíamos hecho eso. Ella le puso seguro a la puerta y se sentó en el piso junto con nosotros.
Zu escuchó lo que quisimos contarle. Muchas fueron quejas de los nubarrones que sufrimos, muchas fueron palabras de alegría de que volviera, y después Zu se puso a contarnos lo que a ella le gustaba jugar cuando era chica. Sonó la campana para el recreo y no quisimos levantarnos. No tan aprisa como siempre.
—¿Y Peter? Veo que ha faltado mucho —comentó Zu revisando la lista de asistencia.
No supimos decirle nada.
—Ya averiguaré en la dirección —dijo Zu.
Ese día, a las dos de la tarde, me puse a revisar debajo de mi pupitre, buscando un lápiz nuevo de color rosa fosforescente. Me lo habían regalado y no lo podía encontrar. Pensé mal de una compañera que solía ser un poco envidiosa. Para no culparla me dispuse a vaciar mis libros y cuadernos, pensando que tal vez por ahí se encontraría mi lápiz.
No apareció. Lo que me encontré me dejó congelada. Debajo del último libro estaba un pedazo de madera, plano, como una rebanada de tronco de árbol.
Toda la tarde pasé mirando el mensaje. ¿Cuándo habría puesto Peter esa maderita ahí? ¿Tal vez el último día que vino, o antes? Peter y Pancha, decía el grabado en la madera. No podían ser más que nuestras iniciales.
No lloré. Leí más veces de las necesarias las palabras “Me voy”, y no sabía dar respuesta ni a media pregunta que me hacía.
Al día siguiente me fui con grandes ojeras a la escuela.
Después de pintar una flor en la esquina del pizarrón, Zu nos miró y dijo:
—Peter no estará más con nosotros. Me siento triste porque no estuve para ayudarlo.
Avalancha de preguntas. Menos mal: quiero saber pero tengo un enorme nudo en la garganta y un gran dolor de cabeza.
—Parece que en la dirección se dieron cuenta de que Peter no trabajaba mucho, y después faltó demasiado y decidieron que era mejor que repitiera el año. Su familia regresa a Inglaterra dentro de poco. Así que decidieron sacarlo de la escuela.
El dolor de cabeza se volvió como una estrella blanca en mi cabeza. Tanta luz que no me dejaba ver, picos y picos que crecían sin parar…
Me desperté en la enfermería. Zu me dijo que le habían hablado a mi mamá. Me había traído mi suéter y mi mochila para que pudiera irme a casa. Me levanté con todo y la luz y los picos que ya no eran tan grandes, abrí mi mochila y le mostré la “carta” de Peter. Zu no dijo nada. Me abrazó y me puso una mano sobre la frente.