Capítulo 2, segunda parte

LA PUERTA se cerró. Tere y Paulina redoblaron su llanto. Los demás suspiramos mitad aliviados, mitad preocupados por la cara de la maestra Zu. Estaba pálida, parecía como si no estuviera ahí, como si hubiera quedado sólo la cascarita de su cuerpo, como si se hubiera fugado por la ventana hacia donde miraba. Se hizo un silencio larguísimo. Hasta Paulina se calló.

—… Maestra… —dijo alguien, muy quedito.

Zu se sobresaltó. Volvió su mirada hacia nosotros (más bien sus ojos, porque el resto parecía seguir volando allá afuera).

Alguien movió una silla, otro más tiró un sacapuntas y eso hizo que Zu regresara completita. O al menos eso me pareció.

—Vamos a hacer una cosa —dijo Zu con una voz que parecía de agua chiquita—. Vamos a trabajar en silencio, resolviendo una página del libro de matemáticas. En completo silencio, niños.

Y miró hacia la puerta del salón. Se acercó despacito y puso el botón del seguro.

—Y mientras ustedes hacen eso, yo me voy a poner a repetir el cuaderno de Tere y ver qué se puede hacer con el de Paulina.

Paulina se levantó y se abrazó a su falda. Zu se agachó, sacó un pañuelo del bolsillo de su delantal y le limpió la cara. Yo también hubiera querido abrazarla. Todos sacamos el libro de matemáticas, buscamos la página que nos dijo Zu, y por un momento todo el mundo tuvo la cabeza metida entre las páginas del libro. Todos menos Peter. Se miraba las manos con las palmas hacia arriba y en el pupitre se observaban dos huellas húmedas.

—Peter —susurré—, el libro de mate…

Peter se talló las manos en el pantalón y volvió a ponerlas sobre el pupitre.

Mientras tanto, Zu hojeaba el cuaderno de Paulina.

—Le pondremos una etiqueta adherible en cada esquina donde había una flor, y ahí pondré una firma mía como si te hubiera revisado el cuaderno.

Paulina pareció satisfecha.

Y dirigiéndose a Tere, Zu dijo:

—Tere, empieza a repetir tu cuaderno en esta libreta nueva. Haremos una página tú y otra yo. Si no terminamos me lo llevaré a casa para hacerlo allá.


Saqué el libro de Peter. Estaba sin forrar y con las orillas dobladas. Todas las cosas de Peter parecían estar en ese estado. La punta de sus lápices siempre estaba chata o rota, y por eso su letra era descuidada. Mientras escribía las respuestas en mi libro, yo iba copiando las mismas respuestas en el libro de Peter. Sentía mi corazón grandote y quería hacer lo mismo que estaba haciendo Zu por las otras niñas. Hubiera querido llevarme el libro a casa para forrarlo, pero seguro que a mi mamá le hubiera parecido un tanto extraño, hubiera hecho preguntas y… mejor dejar el libro como estaba, sólo que con las páginas de ese día contestadas. Ya estaba terminando de copiar la última respuesta cuando, en la esquina del libro de Peter, dibujé una florecita y lo cerré rapidísimo.

Estoy segura de que Peter no la vio; simplemente se hizo a un lado cuan do yo devolví el libro a su lugar de bajo del pupitre. Volteó a verme; sus ojos últimamente siempre parecen de vidrio.

Sonó la campana del recreo. Quise quedarme con Zu y con Tere, quise ayudarle a Tere porque ya le dolía la mano. Yo escribía mientras Zu me dictaba. Me sentí contentísima, como si hubiera crecido y como si la visita del inspector me hubiera convertido en alguien buenísimo, cuando sabemos bien que uno es un poco de todo.


Mi mamá no entendió nada cuando me preguntó cómo me había ido ese día y yo le respondí:

—Mal, pero muy bien.