Al amanecer Kendall y Rowland estaban listos para partir. Su primer objetivo era ir a ver al rey. No iba a ser nada fácil encontrarlo, ya que el rey viajaba constantemente con su corte con la intención de darse a conocer por todas las tierras de su dominio. Era una estrategia inteligente, que Stephen debería haber puesto en práctica más a menudo. Rowland no estaba desanimado al pensar que su viaje discurriría inevitablemente en un circuito, ya que aquél era su principal objetivo. Pensaba estar atento a cualquier señal de Lambert, a pesar de que Kendall no sabía nada acerca de aquella segunda misión. Kendall pensaba que únicamente buscaban al rey Henry.
—Me temo que William no nos despedirá con un entrañable adiós, con abrazo incluido —remarcó Kendall con una sonrisa burlona—. No es típico de él. ¿Qué crees que es lo que lo retiene todavía en la cama esta mañana?
—¡Qué tonto eres, Kendall! —exclamó Rowland tranquilamente.
—¿Y te extrañas? Con todos los coscorrones que me das con tu mano rolliza, tengo la cabeza entontecida —rio Kendall.
—Quizá tenga que mitigar esos coscorrones, a pesar de que sigo opinando que si uno quiere obtener el jugo más dulce de alguien, antes hay que exprimirlo bien.
—Ah, veo que ya volvemos a hablar de los motivos por los que William todavía está en la cama —sonrió Kendall—. Debe de estar exprimiendo a su esposa para que ella suelte su jugo más dulce.
Los ojos oscuros de Rowland intentaron enmascarar su risa ante la ocurrencia de Kendall y, para disimular, le atizó a su compañero un empujón que lo tumbó de espaldas.
Cuando Kendall se levantó del suelo, todavía seguía riendo.
—Será mejor que nos marchemos antes de que tenga demasiados moratones y no pueda acompañarte.
—Sí —convino Rowland— y no cabalgues a mi lado o no podré contener la tentación de intentar derribarte de nuevo.
Kendall rio mientras montaba y espoleó a su caballo para que iniciara la carrera al galope y se alejara de su compañero de viaje. Dejaron atrás los muros de Greneforde y cruzaron el río Brent velozmente. El día se presentaba extraordinariamente caluroso, y Kendall estaba de un excelente humor. Era poco probable que encontraran al rey ese mismo día, y le apetecía pasar el día sin hacer nada, cabalgando entre bosques y arroyos.
Rowland, en cambio, no había pensado en el rey Henry ni un sólo instante; sólo estaba concentrado en la idea de encontrar a Lambert, y mantenía los ojos fijos en el camino por si descubría huellas de cascos de caballos. Si él fuera Lambert, no se alejaría demasiado de Cathryn ni de lo que ella le ofrecía, por lo que no descartaba encontrar señales de Lambert por los alrededores de Greneforde.
Pero Rowland no era Lambert, y tampoco razonaba como Lambert.
Lambert no se había quedado cerca de Greneforde cuando se enteró de la coronación del rey Henry. ¿De qué le habría servido? Había decidido ir al encuentro del rey, y precisamente en aquellos instantes el rey lo estaba recibiendo en audiencia.
—Y así fue como perdí mis tierras, y no por negligencia ni por rebelión contra mi rey —expuso Lambert con emoción, mirando al rey y a sus consejeros—. Entonces me dirigí a Greneforde, una propiedad que me resultaba familiar puesto que pertenecía a mis vecinos más cercanos. Me instalé allí como señor, con la intención de quedarme hasta que los tiempos de anarquía tocaran a su fin.
—¿Y no habría sido más adecuado disfrutar de la hospitalidad del castillo de Greneforde, puesto que vuestro castillo había sido destruido? —inquirió uno de los consejeros de Henry.
Lambert le dedicó a Edgar de Lisborne una fría mirada antes de contestar:
—Puesto que lady de Greneforde estaba sola, pensé que era adecuado asumir el papel de señor, asumiendo la parte de responsabilidad que Dios ha concedido a los hombres.
Edgar lanzó al rey una mirada incómoda; no le gustaba la forma en que Lambert estaba exponiendo su relato. Y vio que el rey Henry tampoco parecía satisfecho.
—¿Os aceptaron como señor sin poneros ninguna traba? —le preguntó el rey.
—Cathryn de Greneforde me abrió las puertas cuando yo se lo pedí —contestó Lambert con una verdad enmascarada.
—¿Cuánto tiempo os quedasteis en el castillo? —lo interrogó Edgar desconfiadamente.
Lambert no miró a Edgar cuando contestó, sino que miró directamente al rey.
—Viví y actué como lord de Greneforde durante tres meses, sin provocar la guerra a mi soberano ni ir contra su voluntad. Cuando llegaron las nuevas de que el rey Stephen ya no era rey de Inglaterra y que el rey Henry había ocupado el trono, decidí venir para exponeros mi conexión con Greneforde y solicitaros la concesión de dichas tierras por el bien de todos. Por vos, ya que necesitáis hombres leales a vuestro estandarte; por lady Cathryn, que necesita un esposo; y por mí, porque he perdido mi propiedad y la suerte ha querido que haya encontrado otro castillo en buen estado al que podría anexionar las tierras de mi antigua propiedad, bajo un único lord.
Edgar pensó que era extraño que ese Lambert se colocara en última posición en su discurso, cuando era evidente que sólo pensaba en sí mismo, aunque quisiera disfrazar la verdad hablando de lealtad a Henry. Qué pena que Lambert de Brent no se hubiera quedado en Greneforde, ya que se habría encontrado cara a cara con el nuevo lord de Greneforde y probablemente los dos habrían mantenido una conversación sumamente interesante. William le Brouillard no habría tenido que tratar a aquel individuo con diplomacia, tal y como Henry se veía obligado a hacer.
Edgar estaba seguro de que aquel sujeto no les estaba contando toda la verdad, pero no conseguía separar el grano de la paja en el relato dada la distancia que separaba a Lambert de Brent de Greneforde en esos instantes. Lo que era evidente era que Lambert desconocía el papel que jugaba William; la situación no pintaba bien.
—Hay otras propiedades abandonadas que requieren hombres leales al rey para que las defiendan —terció Edgar, esperando desviar a Lambert de su claro objetivo.
—Lo sé, pero muchas de esas propiedades han de ser derribadas, ya que se edificaron sin licencia del rey. Greneforde es un castillo legal —replicó Lambert.
—Parecéis sumamente interesado en ese castillo, cosa extraña, teniendo en cuenta que habéis residido en Greneforde durante tan poco tiempo —comentó el rey, acariciándose suavemente la barba.
Lambert dio el paso final, el paso que, o bien le otorgaría Greneforde o bien conseguiría que lo perdiera definitivamente, con la posibilidad de poner también en peligro su propia vida.
—Así es, milord. Estoy sumamente interesado en Greneforde porque estoy sumamente interesado en la dama que allí reside y que es la heredera legal de Greneforde.
El rey enarcó las cejas con sorpresa, pero no dijo nada. Edgar comprendió que aquel gesto no favorecía a Lambert, ya que el propio rey había ordenado el matrimonio de lady Cathryn con William le Brouillard. Sin embargo, Edgar tampoco dijo nada. ¿Para qué iba a intervenir, si Lambert se estaba cavando él solo su propia tumba?
—Muy interesado —repitió Lambert, al mismo tiempo que un reguero de sudor le brillaba en la frente mientras se enfrentaba a los fríos ojos del rey y de sus consejeros—. Milord, os hablaré con franqueza: he mantenido relaciones carnales con Cathryn de Greneforde, y por consiguiente os pido su mano en matrimonio y que me concedáis la propiedad de Greneforde.
Ante tal confesión, el rey se puso tenso, pero no por Lambert. Pensó en William, que se había casado con una esposa impura. William se merecía algo mejor en pago a sus servicios. Henry rumió frenéticamente intentando acordarse de otras propiedades que pudieran ser más convenientes para su hombre de confianza. No era que pensara entregar Greneforde a Lambert, pero por lo menos le daría a William algo más. En cuanto a Lambert, no recibiría Greneforde como premio, ya que ese tipo no tenía nada que aportar a aquel matrimonio; por ley, su porción debía ser equitativa a la de lady Cathryn, y Henry no pensaba cambiar la ley por un tipo como Lambert.
—Edgar —dijo Henry—, quiero ver a William le Brouillard antes de decidir el destino de Greneforde y de lady de Greneforde. Envía un heraldo para convocarlo a una audiencia en la corte.
—De acuerdo, milord. —Edgar realizó una reverencia antes de abandonar la sala para ir en busca de un emisario.
Con la marcha de Edgar, el tema de Greneforde quedó zanjado. El rey se centró en otras cuestiones con otros súbditos. A Lambert no le pasó inadvertido que el rey había dado por concluida la audiencia. Su petición de Greneforde quedaba pendiente, a pesar de que él había jugado su baza con las fichas que le quedaban, usando el desparpajo insolente de quien no tenía nada que perder.
Le quedaba otra vía, sin embargo, una vía que había abierto el mismo rey. Era evidente que no se decidiría quién obtendría Greneforde hasta que William no se entrevistase con el rey. Por lo visto, otro hombre había reclamado Greneforde. Lambert podía interceptar a ese tal William al que el rey había convocado y matarlo antes de que llegara a la corte. El rey Henry estaría entonces más dispuesto a cederle la propiedad que había quedado libre de cualquier otro pretendiente. En tal caso, el rey no tendría ninguna excusa para no cederle la propiedad. El rey no pensaba entregarle directamente unas tierras que había entregado a otro caballero, pero cabía la posibilidad de que no se sintiera tan comprometido si William no estaba presente para defender su derecho. Era una posibilidad, la única, quizá, y Lambert quería aprovecharla, sin preocuparse por su conciencia. ¿Por qué se iba a preocupar, si carecía de conciencia?