En 1950, en las Olimpiadas Culturales de la Juventud, el vencedor absoluto en la categoría de obras teatrales fue un autor desconocido hasta ese momento: Roberto Morsucci. Su drama en verso se titulaba Semicoros. El encargado de ponerlo en escena, en Génova, fue el director Mario Landi.
Yo también me hallaba en aquellos días en Génova, porque había ganado el primer premio de poesía. Pero Landi, a quien yo conocía desde hacía tiempo y que estaba al tanto de mis estudios en la Academia de Arte Dramático, me pidió que le echara una mano como ayudante de dirección.
Empezamos con los ensayos y desde el primer día Morsucci se sentó a mi lado. Era un joven de cabello y piel cobrizos, que llevaba audífonos en los dos oídos, pues había nacido parcialmente sordo.
Mario Landi dirigió los ensayos durante los dos primeros días. El tercer día me telefoneó por la mañana diciéndome que por causas familiares se veía obligado a volver a Roma por un breve periodo de tiempo y me pidió que continuara yo con los ensayos.
La situación se prolongó durante una semana. Cuando le pedía un consejo o una explicación a Morsucci, él me respondía:
–Como a ti te parezca.
Una noche, mientras cenábamos, le pregunté cuál era su opinión sobre mi trabajo y el de los actores. Él respondió:
–No me parece escrito por mí.
Me alarmé.
–¿Es que crees que estamos distorsionando tu texto?
–No, no, en absoluto. Sólo que cuanto más lo oigo más pienso que no me pertenece. –Eso fue lo que me contestó, y no añadió nada más.
Mario Landi no había podido volver. Poco antes del ensayo general, Morsucci me preguntó si era necesaria su presencia. Le dije que no, pero añadí que me gustaría mucho conocer su opinión. Se sentó a mi lado, pero pocos minutos antes del final, se levantó y se fue sin pronunciar palabra.
Después de haber hecho las pertinentes observaciones a los actores, regresé al hotel y lo vi en el vestíbulo, sentado en un sillón.
–¿Por qué te has ido? –le pregunté.
–No podía aguantarlo más –dijo–. ¿Puedo pedirte un favor?
–¡Claro, dime!
–¿Podrías hacer algo para que la función no se represente?
–¿Estás loco? Es imposible, el espectáculo está programado para mañana. ¡Las localidades están agotadas!
Se tapó la cara con las manos; parecía trastornado.
–Roberto, si en el montaje hay algo que no funciona, dímelo abiertamente, porque aún nos queda tiempo para introducir correcciones. Puedo llamar a los actores y…
Me interrumpió, moviendo la cabeza desolado.
–No, no hay nada que hacer.
Y una vez más, como tenía por costumbre, se levantó y se fue.
Al día siguiente se representó la obra, que obtuvo un gran éxito. El público comenzó a gritar «¡Que salga el autor!». Pero el autor no se presentó a dar las gracias.
A la mañana siguiente me enteré de que se había ido a Roma, donde vivía. Dos días más tarde, mientras aún me hallaba en Génova, recibí una llamada de un resucitado Mario Landi:
–Pero ¿qué cojones de puesta en escena has hecho con Semicoros?
–¿Por qué lo preguntas?
–¡Ya te lo digo después, contesta tú primero a mi pregunta!
–Pues creo que lo hice bien, la función tuvo mucho éxito…
–Pero ¿Morsucci asistió a los ensayos?
–Siempre. Pero ¿por qué me haces estas preguntas?
–Porque Morsucci se pegó un tiro anoche. Ha muerto.
Me quedé horrorizado. Entonces comprendí el significado de sus palabras cuando me había dicho que aquella obra parecía no pertenecerle. No era esa obra, era tal vez la vida misma lo que ya no le pertenecía.