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ESPERAR CON IMPACIENCIA LA SIGUIENTE ENTREGA DE UNA SERIE

 

 

 

Una de las mayores maldiciones de la edad adulta es el declive de la expectación. Incluso hemos renunciado a sentirla la noche de Reyes. Un superviviente sagrado es el adulto que aguarda con fervor el siguiente libro de una serie. Esa persona revive la ilusión de esa noche mágica, aunque sólo sea una vez al año.

Es una fiebre que se apodera de uno siendo joven y persiste. Arraiga en las colecciones prolíficas, no necesariamente series, que nos hacen sentir seguros en nuestros primeros años como lectores. Cuando, de preadolescentes, caemos en la cuenta de cuántos libros ha escrito un autor fecundo, se extienden ante nosotros praderas infinitas de tranquilidad. Y cuando al buscar en las estanterías de una biblioteca o de una librería hallamos una larga hilera de libros ataviados con la misma librea, nos invade la sensación de que un padre lector nos abraza un centenar de veces. Tal certidumbre alimenta la fe en los libros y, en concreto, en los títulos que devienen en un hábito. La afinidad acaba por dar paso a una obsesión que te lleva a hacer cola a medianoche. Ello deriva, de manera imperceptible, en la agitación que una serie te provoca en la edad adulta.

Hay también cierto conservadurismo en ese confort: el tiempo es oro, no merece la pena asumir riesgos, necesitamos libros que nos encandilen, libros que sean dignos de esa febril expectación. Primero escuchamos el rumor de que va a haber una nueva entrega, luego el autor lo insinúa en una entrevista y se fija una fecha de lanzamiento. Consultamos los volúmenes previos, sea de manera somera o profunda, a modo de preparativo, y efectuamos nuestro pedido por anticipado. Hemos comprado felicidad y distracción para el futuro, y las campanillas de la noche de Reyes vuelven a sonar cuando menos lo esperábamos. La emoción de lo nuevo y el consuelo de lo conocido se entrelazan sólo para nosotros.

Una vez enganchados al primer libro, caemos sin remedio en sus redes. Necesitamos saber qué sucede a continuación, y a continuación, saber cómo se desarrollan los acontecimientos. En cada ocasión volvemos a reconocer a los personajes, nos ponemos al día y nos introducimos de nuevo en el ritmo del libro. Se trata de un reencuentro y, como todo reencuentro, al principio puede resultar un poco incómodo. Pero enseguida el consuelo de lo reconocible empieza a encandilarnos: la trama, el estilo y los personajes; la portada, la tipografía y el tacto. Una serie satisface nuestra necesidad de continuidad, nuestra sensación de pertenencia, y nos deja en el felpudo ante nuestra puerta preferida.

El libro se acaba demasiado pronto. Luego viene la satisfacción de presentarle este último recluta al resto de la familia, como si colocaras un trofeo nuevo en la vitrina. Al poco volverás a ansiar una nueva entrega, otra víspera de Reyes. La fatalidad puede hacer que un día topes con la temida frase: «Última entrega de la serie», pero, en tu fuero interno, sabes que tu autor no puede hacerles eso a sus personajes y, desde luego, no puede hacértelo a ti.