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OBSERVAR CÓMO APRENDE A LEER UN NIÑO

 

 

 

¿Qué debe de pensar una niñita pequeña cuando le leen? Motas, bucles, garfios y puntos negros le dibujan nuevos mundos. Quizá imagina que el lector es un bardo místico que conjura odiseas a partir de las marcas que tiene ante sí. El tiempo se escurre y los ojos se abren como platos. El bardo se convierte en un descodificador, descifra sustos, risitas y finales felices a partir de esas extrañas huellas.

Los susurros del lector calan en la pequeña. Sus ojos empiezan a reconocer partes del código que afloran en otros momentos de la vida cotidiana. La forma de la «s» en una parada de autobús parece haberse desprendido del siseo de una serpiente; y los «hummmms» descarriados del tarro de mermelada se han caído de las gachas perfectas de Ricitos de Oro. No existen fronteras entre los mundos de dentro y de fuera de las páginas. Las historias fantásticas y las criaturas salvajes se funden con los líos cotidianos y los columpios del parque. A la pequeña a quien leen no le sorprendería cruzarse, de camino a la guardería, con un gigante mordisqueando un edificio de viviendas.

Algo se ha despertado en la fascinada pequeña y se ha establecido una conexión entre una palabra y una imagen. Es todavía débil y seductora, como una emisora francesa en una radio de onda media o un tren de vapor lejano, pero importante. La palabra «perro», «coche» o la que sea que escoge el momento acaba dando pie a una vida de lectura: la cerilla prendida se convierte en una hoguera. La pequeña tiene la sensación de estar inventando los sustantivos y adjetivos, o así lo refleja la dicha que le ilumina el rostro al leer y repetir. Es un embeleso contagioso y que apela a lo esencial, como cuando alguien te compra un helado o grita «eco» en un túnel.

Pronto las líneas se enlazarán y las comillas de diálogo dejarán de ser volutas de polvo para convertirse en voces. Entre tanto, un dedo confiado resigue su camino a sacudidas. Se producen entonces miradas ufanas hacia los padres. A su vez, los padres dan importancia a cada momento y pensamientos presuntuosos nublan sus cerebros. Mientras contemplan el futuro alfabetizado y literario de su hija, la niña enciende el televisor y grita «dibujitos». Aun así, todo ha empezado y ya nada volverá a ser lo mismo.