Lanza una mirada de reojo furtiva en el autobús. Asómate con disimulo por encima de la mesa en un tren. Mira por encima de tu propio libro en la cantina del trabajo. Escudriña a través de las gafas de sol junto a la piscina. Espía taimadamente al pasar por delante de un banco del parque. Clava la mirada mientras esperas ocioso en la cola de la cafetería. Pero no dejes que te vean.
Intentar saber qué leen los demás es, para algunos de nosotros, un acto impulsivo. Una fuerza benévola atrae tu mirada hacia la cubierta del libro de otra persona. Indudablemente, ello responde a cierta propensión innata al fisgoneo literario, una necesidad de fisgar a través de las cortinas. Y también sirve para juzgar, pues tienes la sensación de que la elección de un desconocido te permite hacerte una idea de su personalidad. Habrá libros que no conozcas y otros que te resulten familiares. Los libros que también has leído pueden suscitar en ti la cálida sensación de haber hallado a un alma gemela, incluso las ganas de gritar: «¡Me lo he leído!», si bien, por supuesto, te abstienes de hacerlo. La afinidad con un libro entre desconocidos es un vínculo silencioso, tácito. Al margen de cuál sea el título, da lugar a una comunión contenida entre los lectores.
Si bien a menudo puede tratarse de un placer efímero, en la versión junto a la piscina o en el asiento del tranvía posterior a alguien tu interés se prolonga. Un voyeurismo casual y no intencionado que te permite observar cómo leen realmente otras personas. Su velocidad, progreso y concentración, así como todos los objetos que emplean como puntos de libro, dan para un estudio intermitente y lento del comportamiento de nuestra propia especie. El modo como leemos rara vez se analiza; el espionaje de este tipo ofrece respuestas provisionales, y con suerte no acaba con órdenes de alejamiento.
Los mejores son los lectores recurrentes que salpican nuestra rutina diaria: el hombre de mediana edad con sus novelas de espionaje en el autobús 42; la mujer de la limpieza polaca del trabajo que lee más clásicos de la literatura inglesa de los que un inglés leerá jamás; la camarera con jornada partida y sus largas tardes con una serie detectivesca estirada sobre una manta de tela escocesa en el parque... Esas personas son personajes frecuentes en las historias de tu día a día y el siguiente libro que escogen es una narración en sí misma, acerca de ellas y del entorno que compartís. En algún lugar, en este mismo momento, los espías de libros y sus presas se están convirtiendo en una historia. Unas miradas se cruzan sin querer justo por encima del lomo, pero, en lugar de ceños fruncidos, lo que se intercambian es la más leve de las sonrisas...