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SALAS DE LIBROS CAÓTICAS Y PROPIETARIOS ENTUSIASTAS A LA BÚSQUEDA DE UN VOLUMEN PARA PRESTARNOS

 

 

 

«Sé que está por aquí, en alguna parte», brama. Se ha vuelto de espaldas y está arrodillado con la columna recta y las manos apoyadas en las caderas. Busca un libro en concreto que ha salido a colación durante la conversación, un comentario de pasada en una digresión. De repente le urge encontrarlo y prestártelo, de manera que ahí está, mirando a izquierda y derecha, arriba y abajo repetidamente, como si le hubieran dado cuerda.

Avanza de lado hasta un montón apilado tras otro montón, hace una pausa para observar unos cuantos volúmenes olvidados y toma nota mental de revisarlos, y luego empieza a desmontar la pila, apartando ediciones especiales de Penguin y recopilaciones epistolares. La búsqueda debe continuar. Encontrar ese libro se ha convertido en una obsesión. Poco importa que desde el umbral comentes: «Déjalo; ya lo buscaré en internet», porque o presta oídos sordos o se limita a volver la cabeza y despreciar internet en su conjunto con una mirada feroz. Has pulsado un interruptor y lo único que importa es dar con ese libro, echarle un vistazo otra vez, prestártelo y olvidarse de nuevo de él.

Quien busca podría ser un mero conocido o un amigo de la familia con el que la mayoría de tus parientes ya no tienen relación. Podría ser alguien a quien visites para investigar algún tema académico o, simplemente, por curiosidad de vecinos. La búsqueda puede darse en cualquier tipo de espacio, desde un diminuto dormitorio para invitados hasta la biblioteca de una mansión georgiana. En el interior de la estancia de libros, las estanterías cubren al menos tres paredes, cosa que apunta a que, en el pasado, hace ya mucho tiempo, reinó allí algo parecido al orden. Sobre cada hilera nítida de novelas en rústica se apilan libros en tapa dura, antologías y atlas antiguos. Son compras más recientes, capas añadidas como nuevas construcciones levantadas sobre otras más antiguas.

Hay también títulos amontonados en el suelo, en precario equilibrio. Sería posible incluso que debajo hubiera objetos enterrados: documentos, adornos, muebles, hasta esposas..., pero la estancia ha sucumbido a los libros, libros bellos y desaparecidos.

Entonces se produce el hallazgo: «¡Aquí está!», «¡Ya te lo decía yo!» o cualquier otro comentario jovial. El ajado volumen de lúcidos ensayos o la recopilación de mortecina poesía retoma su existencia entre nosotros, rescatado de un inframundo atemporal e insertado ahora en nuestras vidas. Tu anfitrión se siente invadido por una sensación de armonía y deber cumplido y propone tomar una bebida caliente. Tú soplas el polvo, estornudas y le das las gracias.