II

Los años revolucionarios

1913-1920

Yo vi cantar a un cenzontle al pie de un árbol floreando; alma mía de mis amores ¿con quién andarás paseando?

Versos del “Mulato alegre”,
son de Tierra Caliente, Michoacán

De Tierra Caliente a Xochimilco

La distancia entre Jiquilpan de Juárez y los rumbos de Apatzingán de la Constitución ubicados en el centro de la Tierra Caliente michoacana todavía era medianamente larga, más si se tenía que recorrer a escondidas y durante esos primeros años revolucionarios. Tomando la ruta más corta que corría en línea recta hacia el sur, había que cabalgar o caminar por lo menos 150 kilómetros. Esto llevaba entre tres y cuatro días. En caso de seguir el camino por Zamora y Uruapan hacia el este, para luego bajar hacia la recién fundada Nueva Italia, el camino aumentaba unos 100 kilómetros más.

Pero para hacer ese viaje lo más rápido posible si se salía de Jiquilpan muy temprano, era necesario seguir el camino hacia el sur para llegar a Cotija, de ahí continuar a Tingüindín y arribar en aquel pequeño poblado por la tarde. Al día siguiente debía continuarse bajando la sierra hasta el Ingenio de Santa Clara en Los Reyes y, por el pueblo de Peribán, se rodearían las faldas occidentales del pico de Tancítaro. De ahí podría girar al oriente para llegar a Uruapan; pero también era posible seguir hacia el sur hasta dar con los llanos y las colinas de Chupadero. Al final se avanzaba hasta las cañadas de Acahuato, donde ya se podían vislumbrar los linderos de Apatzingán, en las tierras abajeñas y calurosas del centro occidente de Michoacán.

El joven Lázaro Cárdenas del Río, perseguido por la prefectura de Jiquilpan, llegó a Apatzingán el 24 de junio de 1913. Había salido seis días antes con su amigo Antonio Cervantes caminando hasta Huáscato, cerca de Tingüindín. Continuaron al día siguiente para llegar a Los Reyes. Ahí se encontraron con su antiguo compañero de escuela, Francisco Hernández, quien era el dependiente de una farmacia en esa población. Lázaro y Antonio conocían a Francisco desde su primera infancia y este último seguía recordando la severidad de los castigos que el papá de Lázaro solía propinarles cuando se iban de pinta. Dos días después y con 10 pesos que Francisco les prestó, Antonio y Lázaro siguieron hasta Peribán donde almorzaron en casa de don Agapito Mejía, quien como amigo de la familia y correligionario, aconsejó a los dos jóvenes que siguieran su camino con cuidado. En seguida avanzaron para pernoctar en Apo. El 22 de junio se encontraron en Tancítaro con un amigo de don Dámaso, Magdaleno Frías, quien les contó que Apatzingán se encontraba rodeado por fuerzas revolucionarias y que no tardarían en llegar refuerzos desde Uruapan y Morelia para fortalecer al ejército federal. Los dos amigos decidieron continuar hasta Acahuato para arribar a Apatzingán en la tarde del día siguiente.

Un tío de Lázaro, hermano de su mamá, José María del Río, administraba en esos parajes una hacienda llamada La Concha, que era propiedad de Manuel Sandoval, un cura de Uruapan. Ahí los dos amigos pernoctaron un par de días, mientras decidían qué hacer con su vida. El regreso a los rumbos de Jiquilpan, Zamora o Guadalajara parecía vedado. Seguramente las autoridades locales y los militares huertistas ya sabían de la colaboración que los encargados de la imprenta “La Económica” habían prestado al general Rentería Luviano mientras éste ocupó la hacienda de Guaracha. Por ello lo más aconsejable era mantenerse escondidos durante un tiempo o incluso pensar en incorporarse a las fuerzas rebeldes. Aun así Antonio decidió regresar a Jiquilpan, mientras que Lázaro se quedó el resto del mes en La Concha arropado por sus tíos José María y Pilar, y sus seis primos. Dos de ellos eran varones, Chema y Enrique. Los dos eran bastante cercanos a Lázaro, aunque quizá sus ojos estaban más puestos en alguna de sus cuatro primas: Isabel, Julia, Chita y Elodia. Aquel joven jiquilpense era alto y distinguido, y si bien no se le podía considerar guapo o galán, sabía cabalgar con destreza y se comportaba con educación y caballerosidad. Cierto que era un poco tímido, pero no por eso debió dejar de apreciar las atenciones del sexo débil ni evitar los ojos coquetos de las chicas que se interesaban en él.

Habría que señalar que, para junio de 1913, cuando Lázaro emprendió su viaje hacia Tierra Caliente, la región de Jiquilpan, Zamora y La Piedad era la única zona del estado de Michoacán en la que la agitación revolucionaria sólo había removido algunas conciencias, pero no había logrado encender la mecha de la movilización. Al noreste del estado, por Maravatío y Zinapécuaro, así como por el centro, en las regiones de Zitácuaro, Ciudad Hidalgo, Indaparapeo y Charo, y no se diga en la meseta tarasca, en las poblaciones de Quiroga, Pátzcuaro y Cherán, se vivía la efervescencia de los enfrentamientos entre el ejército federal y diversas partidas de insurrectos. La Tierra Caliente de Michoacán y Guerrero se encontraba también salpicada de fuerzas rebeldes. El general Martín Castrejón operaba en La Huacana, hacia el este de Apatzingán, mientras el general Gertrudis Sánchez se reponía de las heridas que había sufrido después de atacar Tacámbaro, replegándose hacia Guerrero.

A nivel nacional el movimiento contra el usurpador Victoriano Huerta quedó bajo el mando del gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, quien a su vez era identificado como el jefe máximo del constitucionalismo. Desconociendo a todas las autoridades que se mantenían leales a Huerta y asumiendo el poder que le otorgaba el Plan de Guadalupe, Carranza designó al general Martín Castrejón como gobernador de Michoacán y nombró a Gertrudis Sánchez comandante de las fuerzas constitucionalistas del mismo estado. Mientras Sánchez se encontraba convaleciente, el general Rentería Luviano asumió la jefatura, pero éste, después de la derrota en Guaracha, tuvo que volver a Tierra Caliente. Ahí también se ubicaban las fuerzas del coronel Joaquín Amaro, quien, bajo las órdenes de Sánchez, amagaba las cercanías de Uruapan. Otra figura importante en la zona era el general Guillermo García Aragón, quien tenía bajo su mando una columna apostada en las orillas occidentales de esos parajes terracalentanos.

El general Castrejón se encontraba reorganizando sus fuerzas en esa misma región para iniciar el ascenso a la meseta tarasca y de ahí lanzarse a ocupar la capital de estado. Por el rumbo de Buenavista el general Guillermo García Aragón se encontraba un poco más cerca de Apatzingán. Desde ahí mantenía el control de los pueblos que estaban en las márgenes del río Tepalcatepec. Cerca de Parácuaro el coronel Cenobio Moreno cuidaba el flanco occidental de los valles centrales de esas tierras michoacanas. Por su parte Gertrudis Sánchez se reincorporó a la contienda y emplazó su regimiento hacia el norte y se mantuvo relativamente cerca de Uruapan y Tacámbaro. Los coroneles Barranco, de la Hoya y Amaro se encontraban bajo sus órdenes y hacían expediciones que llegaban hasta las orillas del lago de Pátzcuaro. En el extremo suroriental, en las proximidades de la frontera con Guerrero, por Huetamo y Zirándaro, ya rondando Ciudad Altamirano, donde se retiró después de la derrota en Guaracha, el general José Rentería Luviano seguía activo e insistía en las gestiones para unir a los rebeldes michoacanos con los zapatistas de los estados del sur.1

En la foja de servicios del expresidente y general Lázaro Cárdenas del Río, quedó anotado que siendo sólo un muchacho jiquilpense de 18 años de edad se había integrado al ejército rebelde el 20 de julio de 1913 bajo las órdenes del general Guillermo García Aragón.2 Sin embargo, en sus Apuntes él mismo afirmó que dicha incorporación a las fuerzas insurrectas había sucedido dos semanas antes, el 4 de julio, cuando se presentó en Buenavista para incorporarse a las fuerzas revolucionarias ahí acantonadas. La escena dictada por su memoria resultó bastante diáfana:

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Mapa de Tierra Caliente y de la meseta tarasca con localización de las tres zonas de operación de las fuerzas rebeldes.

A las 4 de la tarde llegué a Buenavista; me encaminé a la casa en que se alojaba el general García Aragón con su estado mayor y solicité verlo. Me preguntaron si llevaba armas, contesté que no y me pasaron a un cuarto donde lo encontré escribiendo. Levantó la vista y me invitó a sentarme. “¿Qué le trae por aquí amigo, de dónde viene?” “Soy de Jiquilpan, salí el mes pasado, estuve unos días en La Concha en donde está de administrador el hermano de mi madre.” “¿Qué viene a hacer a esta zona?” “A incorporarme a la revolución”, y le hice una explicación de los acontecimientos de Guaracha y de Jiquilpan.

En seguida García Aragón le preguntó por el licenciado Ignacio Bravo Betancourt, aquel miembro del Ateneo de la Juventud que había sido diputado federal en los últimos años del Porfiriato y que como jiquilpense notable se había declarado simpatizante del maderismo. Al parecer Betancourt había hecho algunos servicios a la familia de García Aragón y por lo tanto el rebelde tenía buena opinión de aquel tribuno.

“¿Sabe usted escribir?”, le preguntó el general a Lázaro. “Un poco”, le dije. “Copie esta orden” y se levantó saliendo del patio de la casa donde lo esperaban varios jefes. Regresó a la media hora; leyó el escrito y preguntó: “¿En realidad quiere incorporarse a mis fuerzas?” “Sí, señor.” “Va usted a quedar incorporado a mi estado mayor con el grado de capitán segundo y se encargará de mi correspondencia.3

Al parecer, con anterioridad Lázaro había logrado contactar a las fuerzas insurrectas gracias a un yerno de su tío José María, el estadounidense Leonardo Neill quien debía entregar una cooperación solicitada por el mismísimo García Aragón a algunos propietarios de ganado de la región.4 El vínculo entre Neill y el jóven Cárdenas se estrecharía varios años después, ya que ambos adquirirían una gran propiedad en aquella región, misma que a partir de entonces tuvo un particular arraigo en los afectos del futuro General (en el Capítulo 4 se vuelve a hablar de Neill). El hecho es que Cárdenas fue incorporado a las milicias como secretario particular del general García Aragón y como capitán pagador. Un miembro del estado mayor de aquel general, Cipriano Jaimes, le proporcionó al recién nombrado capitán segundo un caballo alazán y una carabina 30-30. Su grado militar estuvo ligado así desde un principio a las armas de caballería, mismas que no tardó en poner a prueba al participar en los primeros combates contra el ejército huertista.

Según el mismo Cárdenas la columna comandada entonces por García Aragón constaba de 700 hombres, de los cuales alrededor de 500 cargaban carabinas 30-30 y máuseres. Sus cabalgaduras eran regulares y se abastecían principalmente con los animales que se aseguraban en los ranchos y las haciendas a las que llegaban.5

Guillermo García Aragón era originario del Estado de México y al parecer estuvo cerca de Emiliano Zapata mientras secundaba el levantamiento de Francisco I. Madero en 1910. Compadre del líder suriano, García Aragón conoció las demandas agraristas y también tuvo cierto vínculo con quienes intentaron aliarse con el zapatismo en Guerrero, como Rómulo Figueroa. Aunque este último terminó por confrontarse con el mismo Zapata y sus aliados, García Aragón sirvió de agente en una primera junta de entendimiento que después se malogró por causa de las diferencias políticas y tácticas entre guerrerenses y morelenses.6

A partir de 1912 también García Aragón se distanció de Emiliano Zapata, para finalmente internarse en Michoacán atravesando la frontera con Guerrero en algún paraje cerca de Ciudad Altamirano. A raíz del golpe de estado de Victoriano Huerta, el primer jefe, Venustiano Carranza, le encomendó la operación militar en Tierra Caliente, bajo el mando del general Gertrudis Sánchez y como parte del ejército que debía apoyar al general Martín Castrejón como gobernador de Michoacán. A las tropas de García Aragón se unieron también algunas figuras relevantes de la lucha agraria en otras regiones del estado, como Trinidad Regalado y Ernesto Prado. El primero se había distinguido por su liderazgo en el movimiento campesino de los rumbos de Zamora, y el segundo encabezó el reclamo de tierras pertenecientes a las comunidades indígenas de la Cañada de Chilchota. Según el propio Cárdenas, “fue en esta columna donde más palpable se hizo el sentido agrarista de la lucha armada”.7 La lucha por la tierra en estas regiones michoacanas parecía tener mucho en común con las zapatistas y, desde estas tempranas épocas revolucionarias, Cárdenas pareció simpatizar con ellas. Sin embargo, lo que en ese momento más ocupaba su atención era la organización y la disciplina militar. Como miembro de una clase media más urbana que rural, los ejércitos rebeldes le impusieron un cambio radical en su percepción del mundo y sus cotidianidades. Lejos estaba ya de la vida tranquila de la provincia jiquilpense y los padecimientos de la actividad cuartelera un tanto irregular y precaria lo fueron formando en el medio soldadesco. Si bien esas circunstancias lo incorporaron de lleno en un ambiente de constante inseguridad y tensión, poco a poco se fue adaptando y aprendiendo los pormenores del servicio castrense.

El mismo Cárdenas reconocería después que muchos de los miembros de aquel ejército rebelde eran sumamente violentos y agresivos, peor cuando tomaban alcohol. Eran “escasos de cultura, pero distinguidos por su valor y disciplina”.8 La mayoría se había integrado a la lucha desde 1910 y ratificaría su condición insurrecta a raíz del golpe huertista de 1913.

Poco después de incorporarse a las filas de estos rebeldes que pretendían identificarse con el ideario zapatista, Lázaro participó en algunas escaramuzas que García Aragón comandó para tomar la plaza de Aguililla. Ésta sería la primera acción de armas en la que participaría el recién nombrado capitán segundo. Sin embargo, a decir verdad, tal acción como confrontación armada no significó gran cosa. Después la columna estuvo rondando el pie de sierra, subiendo hasta la región de Paracho y Cherán. Ahí campeaban las fuerzas del líder campesino Casimiro López Leco, las cuales se habían unido a la lucha revolucionaria principalmente para frenar la explotación que una compañía extranjera hacía de los bosques de la meseta tarasca. García Aragón y López Leco se entrevistaron y quedaron acordes en permitir al segundo operar en la región mientras el primero se concentraba en Purépero. Las demandas de los indígenas campesinos encabezados por López Leco impactaron al joven jiquilpense, quien ya se mostraba especialmente sensible a la problemática agraria de los pueblos michoacanos y que el credo zapatista de García Aragón le había empezado a inculcar.

Al poco tiempo, en esta localidad la columna del mexiquense-zapatista sufrió un severo ataque por parte de las fuerzas federales que le causaron más de 80 bajas. Este segundo bautizo de fuego tuvo un mayor impacto en el joven Cárdenas, quien sufriría durante el combate los primeros reveses de una derrota militar. Una vez cuantificados los daños que el enemigo le causó a la tropa rebelde se tomó la decisión de replegar la columna hasta las lomas de Tancítaro. La carencia de armas y pertrechos se hizo evidente y no hubo más remedio que mantener a aquel cuerpo militar en condición expedicionaria.

En los primeros días de agosto la columna de García Aragón avanzó hasta las goteras de Tangancícuaro, muy cerca de Jacona y Zamora. Antes de la incorporación de Cárdenas a esta columna rebelde, García Aragón ya había combatido en esta zona, sufriendo importantes bajas, durante el mes de abril de 1913. Tal vez una de las que más sintió el general fue la del coronel Eugenio Zúñiga, quien al parecer había sucumbido en combate durante las refriegas. Unos meses después, cuando Cárdenas ya formaba parte de esas milicias, en Patamban, García Aragón se refirió a Zúñiga como un hombre valiente y revolucionario, lo cual impresionó bastante al joven jiquilpense. Sin embargo, Zúñiga no tardaría en reaparecer en la vida de Cárdenas, cuando las cosas ya no marchaban tan bien entre los rebeldes michoacanos y él mismo se había separado de la tropa para buscar trabajo en Guadalajara.

Pero regresando a Jacona y a Zamora durante los primeros días de agosto, habría que indicar que estas plazas se encontraban fuertemente custodiadas por el ejército federal. Las vanguardias de la columna rebelde y las fuerzas huertistas se toparon muy cerca de Tangancícuaro y el enfrentamiento no se dejó esperar. Si bien ésta y la de Purépero fueron las primeras confrontaciones militares de consideración en la carrera militar del joven Cárdenas, la suerte parecía acompañarlo pues había resultado ileso en ambas. Estos combates se habían suscitado entre el 3 y el 5 de agosto de 1913, según la foja de servicios militares de quien entonces era un joven entusiasta y revolucionario recién incorporado a la lucha.9

Mientras tanto el ejército federal seguía reforzando sus principales posiciones e impedía la comunicación entre los constitucionalistas del norte y los de los estados del centro y sur del país. Esto afectaba el suministro de pertrechos de guerra, y en la regiones más pobres, como Tierra Caliente, la situación se volvía insostenible. Para colmo, las derrotas de los ejércitos rebeldes se hicieron cada vez más frecuentes y más definitivas.

Una ráfaga de pesimismo empezó a afectar a quienes luchaban contra la usurpación huertista, tal como pudo percibirse en los versos que el poeta Francisco Figueroa le dedicara al general Gertrudis Sánchez en su paso por la población de Tecario, Michoacán, a finales de julio de aquel fatídico año de 1913:

El rencor, la ambición, la tiranía,

la ingratitud y la traición artera

pasean triunfantes toda su osadía

ante la faz de la nación entera.

Todo está desquiciado.

Todo parece presagiar desgracia

y nada en pie ha quedado

de la ayer proclamada Democracia.10

Esta situación también incidió en la división entre los revolucionarios, quienes se culpaban mutuamente de fracasos e ineficacias, por lo que los mismos mandos de las columnas insurrectas entraron en crisis.

De esos momentos queda el testimonio de una fotografía que muestra al joven Cárdenas armado y en plena campaña militar. Posa él solo, sentado en una silla y sujetando una carabina con las dos manos. El índice de la derecha en el gatillo, un chaleco mientras que la palma izquierda detiene el cañón. Viste un overol gris, un chaleco y una camisa blanca. Unas cananas repletas de balas de 30-30 le cruzan el pecho, y en la cintura muestra una pistola con funda pitiada y cacha de marfil. Cubre sus piernas de las rodillas hasta el empeine con un par de polainas militares de cuero y porta un sombrero de palma con el ala frontal levantada. Su mirada todavía adolescente se pierde en el horizonte del lado izquierdo. Desde luego es una foto posada, tomada en algún interior pueblerino. El piso de tabique y el muro de adobe con guardapolvo oscuro así lo demuestran. Fuera del cuadro en el borde inferior tiene anotada la fecha 1913.11

Después de los enfrentamientos de los primeros días de agosto de 1913, el general García Aragón planteó la necesidad de encaminar a sus fuerzas hacia Guerrero. De ahí debían emprender el paso hacia la costa, donde pretendían conseguir pertrechos y armas, así como más simpatizantes para luego regresar a Michoacán y seguir la campaña. En vista de su precaria situación García Aragón dejó en libertad a sus jefes para que decidieran si se quedaban en Tierra Caliente o si lo seguían rumbo al Pacífico.

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El joven Cárdenas se integra a la rebelión en Tierra Caliente de Michoacán (colección CERMLC).

Sin embargo, el 27 de agosto la columna fue sorprendida nuevamente por el ejército federal entre Aguililla y Purépero. García Aragón mandó a varios grupos a defender las retaguardias e internarse en las serranías cercanas. Lázaro Cárdenas quedó entre el conjunto de hombres que servía bajo el mando del capitán Primitivo Mendoza, que a su vez pertenecía a las fuerzas del coronel Cenobio Moreno. La expedición se separó de la columna y a los dos días recibieron la orden de regresar a Buenavista. Al arribar a dicha población se dieron cuenta de que ya no habían alcanzado a la tropa que estaba al mando del general García Aragón quien, tal como lo había anunciado unos días antes, continuaba su camino hacia Guerrero.

El pequeño contingente comandado por Mendoza decidió permanecer en Michoacán y avanzado el mes de septiembre se reagrupó para emprender su vuelta hacia el oriente terracalenteño desde las goteras de Aguililla, por el rumbo de Parácuaro. Tenían como meta encaminarse hacia la hacienda de Úspero en la región de Lombardía y Nueva Italia, no lejos de Apatzingán. En esta próspera y extensa propiedad del terrateniente italiano Dante Cusi se encontraba el general Martín Castrejón, ante quien querían reportarse aquellos rebeldes. Sin embargo en Parácuaro, en un lugar conocido como la haciendita de La Colorada, los integrantes de dicho grupo un tanto desperdigado se reunieron nuevamente con el coronel Cenobio Moreno. Éste solicitó que el capitán segundo, Lázaro Cárdenas, se incorporara a su escolta personal y a partir de entonces el coronel Moreno y su capitán primero José Tafolla Caballero, amigo de Lázaro desde su adolescencia en Jiquilpan, fungieron como sus tutores e instructores en las artes marciales.12

A finales de septiembre y durante los primeros días de octubre la columna del coronel Moreno, reunida con las fuerzas que el general Martín Castrejón había concentrado en Úspero, avanzó hacia Zicuirán tomando hacia el suroccidente y cruzó el río Cupatitzio para patrullar la zona. Después de hacerse notar, fueron atacados por una partida federal que los replegó de nuevo hacia la Huacana. En la hacienda de San Pedro Jorullo, propiedad del general Castrejón, descansaron unos días y luego la emprendieron hacia Arteaga, población a la que pretendían atacar para hacerse de pertrechos. Sin embargo unos 80 kilómetros al norte de Arteaga en la Barranca de Arucha fueron sorprendidos por las fuerzas federales, y gracias a que un venado se desbarrancara justo antes de que entraran al cauce seco pudieron evitar una emboscada que el enemigo les había tendido. Esto les impidió el avance y tuvieron que replegarse hasta Tumbiscatío. De ahí regresaron a San Pedro Jorullo y se reconcentraron en Churumuco.

A partir de la tercera semana de octubre la situación de aquellas fuerzas rebeldes, entre las que cabalgaba el capitán segundo Lázaro Cárdenas, era un tanto desesperada. El general Castrejón les había informado que “desde Uruapan, Tepalcatepec, Apatzingán y toda Tierra Caliente, en su mayor parte estaba ocupada por fuerzas federales auxiliadas por las defensas de las haciendas”.13 Era necesario entonces dividir la columna para garantizar su supervivencia. Cenobio Moreno se dirigiría a Parácuaro, Castrejón se quedaría en San Pedro Jorullo, mientras que los demás se internarían en diversos parajes de Tierra Caliente, cuya geografía hasta el día de hoy semeja un inmenso pañuelo marrón arrugado, entre sierras, cañadas y lomeríos. En tales parajes difícilmente se internarían las fuerzas federales, pero también era cierto que en dichos rumbos sólo sobrevivirían algunas partidas dispersas y no por mucho tiempo.

Lázaro Cárdenas decidió entonces emprender el regreso a Jiquilpan. Solicitó permiso a su superior, el coronel Cenobio Moreno, para cruzar la sierra de Tancítaro e internarse en Jalisco con el pretexto de reunir a más simpatizantes en Mazamitla, San José de Gracia y La Manzanilla. Al parecer tenía varias heridas causadas probablemente durante los combates de Arucha, pues su foja de servicios informaba que entre el 23 de noviembre de 1913 y el 14 de junio de 1914 pidió una licencia con el fin de recuperarse en Guadalajara de varias lesiones sufridas en campaña.14

Antes de llegar a Jiquilpan, Lázaro todavía logró acercarse a la hacienda La Concha en Apatzingán donde tuvo la impresión de que en cualquier momento podía ser sorprendido por el enemigo que lo rondaba muy de cerca. Recién llegado su tío José María le comentó que aquel rumbo se encontraba cuidadosamente vigilado por el ejército federal. Por eso decidió pasar un par de noches en las afueras del rancho con la cabalgadura y las armas listas para evitar cualquier sorpresa. A los tres días Cárdenas salió rumbo a Peribán y para no acercarse demasiado a Zamora, donde parecían haber llegado más refuerzos federales, dio un gran rodeo hasta llegar a Huáscato, en Jalisco, acompañado por su buen amigo don Agapito Mejía, quien fue apresado pero lograría escapar cerca de Apatzingán. Después siguió hasta Tototlán, donde pasó a ver a su amiga la maestra Carlota Medina. No está muy claro si ese enorme desvío se debió sólo a que el joven Cárdenas trataba de evitar el paso donde se encontraba la tropa federal, o si alguna razón sentimental lo obligaba a darse una vueltecita por Tototlán. Los asuntos que afectaban a su corazón fueron escasamente mencionados en las memorias del rebelde, aunque el par de referencias a Carlota que aparecen escuetamente en sus escritos de esos días permiten suponer que no se trataba de alguien que le pareciera indiferente. Es más: si se toman en cuenta algunos indicios como los extensos rodeos que tiene que hacer para allegarse al rumbo donde está su amiga o las referencias indirectas a las actividades que hacían juntos como “visitar los huertos cercanos”, no sería extraño que un vínculo romántico atara al joven con el pueblito de Tototlán. El caso es que por ahí pasó antes de encaminarse a Jaripo. De ahí sólo había que cabalgar un par de horas para llegar a Jiquilpan.

Durante este tiempo, es decir, desde junio hasta noviembre de 1913, el joven capitán escribió a su madre algunas cartas informándole sobre su estado y andanzas. Aun así el arribo a su casa significó la reunión de la familia en pleno. Durante la ausencia de Lázaro su hermano Dámaso fue nombrado el varón responsable del hogar y el era quien tenía bajo su cuidado a las hermanas Margarita y Josefina, y a los miembros más jóvenes de su prole: Alberto, Francisco y José Raymundo. La tía Ángela había seguido apoyando a doña Felícitas y entre todos libraron las precariedades del fin de año.

Sumado a las limitaciones económicas, la situación de la familia estaba comprometida, pues se sabía que Lázaro se había unido a las fuerzas rebeldes en Tierra Caliente. El gobierno de Victoriano Huerta, mientras tanto, emprendió una campaña de represión que pretendía llegar hasta las más remotas agencias y prefecturas. La de Jiquilpan no fue la excepción, aunque como clásico pueblo chico, todo mundo se conocía y difícilmente las autoridades podían mostrar demasiada hostilidad contra quienes, al parecer, no estaban haciendo nada reprochable. Corría el rumor de que Lázaro había regresado a Jiquilpan porque ya no se entendía con los rebeldes. Aun así, el joven exrebelde no se sintió seguro y, después de consultarlo con su madre y su familia, en enero de 1914 partió rumbo a Guadalajara. La razón más importante para mudarse a la Perla de Occidente consistía en que sólo así evitaría su posible aprehensión, sino que encontraría trabajo para contribuir a la manutención de su familia.

Durante varias semanas Lázaro buscó alguna ocupación remunerada que le permitiera subsistir y apoyar a su prole. El trabajo como escribiente o en los servicios de la administración pública le estaba vedado, así que indagó entre las imprentas y los talleres editoriales. Sin embargo, no tuvo suerte y sólo logró un puesto de operario en una fábrica de cerveza llamada “La Perla”. En marzo consignó en su diario que trabajaba en el acomodo de botellas ganando un sueldo de 75 centavos diarios.15 Su empleo en Guadalajara le dio oportunidad de visitar a su familia en Jiquilpan con frecuencia, pero sobre todo le permitió atender las noticias de lo que sucedía en el país y establecer contactos con amigos y simpatizantes de la oposición al gobierno huertista.

Desde su arribo a esa ciudad se encontró con aquel excoronel de cuya valentía había oído hablar a su antiguo jefe, el general Guillermo García Aragón. Se trataba de Eugenio Zúñiga, ese rebelde que parecía haber caído muerto en un combate en Tangancícuaro en abril de 1913. Zúñiga le informó que salvó la vida gracias a unos indígenas de Charapan que lo encontraron y curaron con remedios locales. Una vez que pudo caminar lo llevaron a Yurécuaro, donde tomó el tren a Guadalajara. Zúñiga era originario de Tlajomulco, Jalisco, un pueblo que al igual que Jiquilpan se encontraba en la región circundante al Lago de Chapala. Por eso no fue raro que ambos excombatientes coincidieran en Guadalajara. Y fue en esa ciudad donde se reconocieron. Los dos se encontraban, al parecer, recuperándose de sus heridas. El joven Cárdenas estaba enterado de que García Aragón había conocido a Zúñiga en Guerrero, cuando éste era secretario del general Ambrosio Figueroa y se habían decidido incorporar al movimiento maderista. Como seguidores de Madero, los dos poderosos hermanos Figueroa, Rómulo y Ambrosio, terminaron por convertirse en enemigos acérrimos del zapatismo, mientras que García Aragón y Zúñiga traspasaron las fronteras entre Guerrero y Michoacán para eventualmente mantener el estado de rebeldía contra Victoriano Huerta.

La empatía entre el excoronel Zúñiga y Cárdenas fue creciendo en la medida en que sus encuentros se frecuentaron en Guadalajara y en Tlajomulco, donde el jiquilpense solía visitarlo. Zúñiga era 11 años mayor que Cárdenas, por lo cual se justificaba de cierta manera que el michoacano lo reconociera como una especie de mentor. Sus coincidencias ideológicas fortalecieron esa amistad en la que compartían conocimiento e interpretaciones sobre los hechos recientes que aquejaban al país. Además los identificaba haber experimentado los golpes iniciales del ejército federal a las tropas rebeldes precariamente organizadas y armadas. Tal vez fue la resistencia a reconocerse derrotados y la esperanza de que existiría la posibilidad de reincorporarse a la lucha contra quienes habían atentado contra el pueblo y la democracia, lo que cimentó su relación.

Desde finales de 1913 y principios de 1914 en Sonora, Sinaloa, Coahuila, Durango, Chihuahua, Tamaulipas y San Luis Potosí se sucedían los combates, un día sí y un día no, entre el ejército de la ya declarada dictadura de Victoriano Huerta y los rebeldes bajo los mandos de Francisco Villa, Álvaro Obregón, Pablo González y Eulalio Gutiérrez, entre otros muchos. En Morelos, Guerrero y el Estado de México los zapatistas constantemente amagaban al ejército federal. Para colmo las relaciones entre el gobierno de Huerta y el del presidente Woodrow Wilson de Estados Unidos empezaron a deteriorarse hasta que durante el tercer mes de 1914 las tensiones llegaron a un punto particularmente álgido.

Las fuerzas constitucionalistas en el norte del país lograron varios triunfos importantes sobre el ejército federal y cada bando hacía lo posible por obtener el apoyo de alguna de las principales potencias extranjeras con el fin de someter a su contrincante. Como era sabido Huerta había llegado al poder con el beneplácito y el patrocinio estadounidense, pero muy pronto cayó de su gracia, por lo cual el primero negociaba algunos de sus asuntos militares con otros países del orbe, especialmente con Alemania, Inglaterra y Francia.16

En febrero de 1914 el gobierno de Estados Unidos levantó el embargo de armas a México con la clara intención de apoyar a las fuerzas rebeldes de Carranza. La política del presidente Wilson hacia México se encontraba en una situación incómoda. Ninguna de las fuerzas contendientes mexicanas era lo suficientemente dócil. Tal vez por eso decidió entrar en acción y demostrar su poderío al sur de su frontera. Desde mucho tiempo atrás los estadounidenses consideraban a México como patio trasero y no parecían tolerar demasiado la inquietud que afectaba sus intereses económicos y su hegemonía sustentada en la famosa Doctrina Monroe.

Retomando la política del big stick, propia de su antecesor Teddy Roosevelt, el presidente Wilson hizo caso a sus asesores y se dispuso a intervenir militarmente en territorio mexicano. El coronel House, uno de los hombres cercanos al primer mandatario estadounidense recordaría: “Le aconsejé que se mantuviera firme y abriera el camino a un nuevo y mejor código de comportamiento internacional. Si México entendía que nuestros motivos no eran egoístas, no objetaría a que le ayudáramos a poner orden en la casa.”17

La aviesa oportunidad se presentó en abril de 1914 bajo dos circunstancias particulares. La primera fue el conocido incidente de Tampico, en el que después del arresto y la liberación de unos marinos estadounidenses, tanto autoridades locales como internacionales intercambiaron toda clase de improperios y desaprobaciones. Y el segundo fue el aviso del cónsul estadounidense en Veracruz de que no tardaría en arribar en aquel puerto el vapor alemán Ipiranga con un gran cargamento de armas para pertrechar al régimen de Huerta.18

Varias unidades de la armada estadounidense recibieron la orden de navegar hacia el puerto de Veracruz y apoderarse de la aduana. El contralmirante Henry T. Mayo y el almirante Frank Fletcher se congratularon de que finalmente sus navíos encontrarían una razón de existencia, después de las “incertidumbres constantes, de los largos telegramas, del calor, de las naves llenas de mujeres y niños, los cañones cubiertos de pañales y de que la armada se estaba yendo al demonio”. Todo ello por no tener ocupación durante los meses que precedieron al desembarco en Veracruz, que finalmente se llevó a cabo el 21 de abril de 1914.19 Cuatro de los 18 navíos que cercaron el puerto durante los inicios de esa jornada enviaron en barcazas de motor a cerca de 500 marines para iniciar el asedio a la aduana. En dos días desembarcarían cerca de 7 000 soldados en el puerto, en cuyo horizonte ya se veían las manchas de por lo menos 30 buques de guerra estadounidenses, que no se separarían de ahí sino hasta avanzado agosto.20

La toma de Veracruz en abril de 1914 generó una reacción indignada en prácticamente todo el país. Venustiano Carranza y el ejército constitucionalista exigieron la inmediata retirada de tropas estadounidenses del territorio nacional. Airadas protestas del gobierno huertista precedieron la ruptura de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.21 Pero lo que más conmocionó a la sociedad mexicana fue la ola de manifestaciones que se apoderó de las principales ciudades del país. Tanto en la Ciudad de México como en Guadalajara, Aguascalientes, Zacatecas, Acapulco, Mazatlán, Durango, Monterrey, San Luis Potosí, en fin, en prácticamente todas las poblaciones que tuvieran una representación o un consulado, la marejada patriótica se ocupó de tirar estatuas, arrancar escudos, izar banderas e insultar a los estadounidenses.

Fue tal la furia que el 22 de abril de 1914 el periódico El Imparcial de la Ciudad de México presentó en su primera plana un gran retrato de Victoriano Huerta que llevaba en la mano un estandarte de la Virgen de Guadalupe, a la manera del cura Hidalgo, con un fondo que representaba un águila y un nopal. Olvidando al golpista y usurpador, y haciéndole coro al llamado del dictador, el encabezado decía: “Un gran soplo de nacionalista entusiasmo agita la República”. Exhortaba al ánimo patriotero anatemizando a quien no acudiera a la lucha contra el invasor y de paso atacaba a Carranza, Villa y Zapata, a quienes les zampaba los epítetos de “hijos desnaturalizados” por no apoyar a Huerta en su lucha contra el invasor.22

El llamado a la unidad apeló a imágenes que parecían confundir la salvación de la patria con cierto racismo, como la que apareció en la portada del periódico La Semana Ilustrada. Presentaba un gran globo terráqueo sobre el cual una enorme mancha blanca se expandía del norte hacia el sur. Encima de la mancha, hincada y con actitud de limpiar el suelo, una india tallaba con un trapo y una pastilla de jabón la superficie manchada del mundo. El subtítulo decía: “Esa mancha de la Casa Blanca. ¡A ver si con jabón de La Unión se quita…!”23

Aun así el resultado de apoyo y unidad esperado por el régimen no tuvo el eco necesario y se desarticuló un par de meses más tarde. La intervención estadounidense en Veracruz fue el anuncio de la debacle final a la que se precipitó el ejército federal y el gobierno huertista. En algún momento intentaron salvar cierto decoro al iniciar conversaciones entre representantes de las facciones mexicanas y estadounidenses en Niagara Falls. Con intermediarios diplomáticos de Argentina, Brasil y Chile, el famoso ABC, las reuniones fracasaron en gran medida porque los revolucionarios insistieron en que “por ningún precio estaban dispuestos a negociar el orden interno de México ante un foro internacional”.24

Para julio de 1914 el gobierno huertista se encontraba asediado militarmente por las fuerzas constitucionalistas y sin mayores apoyos internacionales. El día 15 Victoriano Huerta renunció nombrando al oscuro secretario de Relaciones Exteriores, Francisco Carbajal, como su sucesor, y éste no tardó en firmar con los jefes rebeldes los Tratados de Teoloyucan, con los cuales se finiquitaba al gobierno huertista y se disolvía aquel ejército federal de origen porfiriano que había traicionado a Madero.

El joven Cárdenas y el excoronel Eugenio Zúñiga se enteraron en Guadalajara sobre los conflictos internacionales en Tampico durante los primeros días de abril. La invasión a Veracruz les pareció un acto intolerable, y el colmo de la ignominia para ellos resultó ser el llamado a la unión nacional por parte del gobierno federal con el fin de expulsar a los invasores del principal puerto mexicano. El jiquilpense anotó en su diario que no creía lo que informaban los periódicos sobre la versión de que las fuerzas de Carranza, Villa y Zapata secundarían a Huerta para combatir al invasor, y en un principio se mostró cauteloso. Sin embargo Zúñiga quiso actuar de inmediato y decidió volver al servicio activo.

Las noticias sobre la intensificación de la leva empezaron a preocupar a Cárdenas, quien no estaba contento trabajando en la fábrica de cerveza. Le producía indignación enterarse sobre los jóvenes reclutados que en vez de ser enviados al frente contra los estadounidenses eran mandados contra su voluntad a combatir a los constitucionalistas. Éstos, por su parte, acrecentaban su poderío militar en el norte del país y reorganizaban sus huestes con algunas dificultades. La División del Noroeste era comandada por el general Álvaro Obregón y la del Noreste por el general Pablo González. La famosa División del Norte tenía como líder natural al general Francisco Villa. Sin embargo, entre éste y el jefe del constitucionalismo, Venustiano Carranza, se mantenía una tensa e inestable relación, sobre todo después de los avances que el divisionario chihuahuense había dirigido sobre Torreón y Zacatecas en abril y mayo de ese año. El costo de la toma de Zacatecas a mediados de junio fue muy alto y aun cuando aquel triunfo abrió la posibilidad de que el constitucionalismo avanzara hacia el sur, Villa le recrimió a Carranza la falta de apoyo general y en particular de suministro de carbón y armas. En vez de continuar su marcha hacia tierras meridionales, Villa regresó a Torreón, dejando el camino abierto para que la división del noroeste al mando de Obregón marchara sobre el centro del país.

Al conocer los avances de los constitucionalistas a principios de mayo, Lázaro Cárdenas decidió regresar a Jiquilpan, donde le advirtieron que el prefecto y el secretario del ayuntamiento mantenían intenciones de aprehenderlo culpándolo de haberse integrado a las fuerzas rebeldes en Tierra Caliente. Aun cuando dichas tropas irregulares estaban dispersas y el propio Cárdenas tenía poco contacto con los enemigos del huertismo, los rumores que corrían sobre él y sus andanzas hicieron que el secretario del ayuntamiento huyera de Jiquilpan con su familia por temor a las represalias. Aquel pobre hombre se había creído el chisme de que Cárdenas comandaba 700 hombres y estaba a punto de entrar al pueblo con el fin de colgar a las autoridades en turno.25 Nada más ajeno a la verdad.

Durante esos días y hasta mediados de junio Lázaro veía ocasionalmente a sus amigos, pernoctando a veces en casa de su madre y escondiéndose constantemente con el fin de evitar la acción de las autoridades que lo asediaban. Decidió también armarse y no perder la oportunidad de enterarse sobre los movimientos rebeldes que se acercaba a Jiquilpan, merodeando por los rumbos de Sahuayo, Tingüindín y Quitupan. De vez en cuando visitaba Totolán para ver a Carlota, su amiga con quien se perdía de pronto por las huertas vecinas, para regresar ya entrada la noche a su casa. El 15 de junio estuvo a punto de ser aprehendido, pero logró escapar saltando bardas y evadiendo a los gendarmes. Ese mismo día se enteró de que el Jefe Eugenio Zúñiga se había levantado en armas con un contingente mediano en Tlajomulco, Jalisco. Una semana después el propio Zúñiga llegó a Jiquilpan encabezando una columna de 700 hombres y Cárdenas se incorporó a su estado mayor como oficial. El 27 de junio fue ascendido a comandante del 22º Regimiento de Caballería.26

La reincorporación de Lázaro Cárdenas al ejército rebelde coincidió con los últimos estertores del gobierno de Victoriano Huerta. En el norte y el oeste, el constitucionalismo había avanzado triunfante desde Sinaloa, Colima y Nayarit, y el general Lucio Blanco encabezaba la batida contra el ejército federal en el occidente del país. Tras él venían los generales Álvaro Obregón, Manuel M. Diéguez, Benjamín Hill y Rafael Buelna. Después de la batalla de Orendáin, en las afueras de Guadalajara, el gobierno de Huerta se vio obligado a desalojar la plaza y a principios de julio la capital de Jalisco caería en manos del constitucionalismo. El general Obregón junto con el general Diéguez, nombrado gobernador y comandante del ejército constitucionalista en Jalisco por el propio jefe Carranza, harían su entrada triunfal en aquella ciudad el día 8, mientras Lucio Blanco, que venía de Tlajomulco, todavía pudo perseguir a los federales por el sur dispersándolos en plena retirada. Los generales Rafael Buelna y Benjamín Hill también se incorporaron a los contingentes que desfilaron por las calles de la Perla de Occidente, que experimentó con temor y suspicacia la llegada de los revolucionarios.

Y en efecto, los carrancistas hicieron de las suyas durante los primeros días después de su arribo a Guadalajara. Según las crónicas conservadoras, se la pasaban viajando en el tranvía ebrios y sin pagar, entrando a las iglesias como si fueran cantinas, y provocando desmanes por la calle y los edificios públicos, en vista de que Obregón les había dado permiso para “carrancear”. Se cuenta que al voluntarioso hombre de Huatabampo lo habían puesto de malas los tapatíos al festejar su llegada haciendo sonar las campanas de Guadalajara.27 Esa tardía incorporación de Jalisco a la revolución constitucionalista, pero sobre todo la fama clerical y mojigata de la sociedad tapatía, propició que el mismo Obregón, una vez afincado en la capital del estado, lanzara su famoso insulto a los jalisquillos: “por fin me encuentro en el gallinero de la república”, dicen que dijo.28

Todo esto trascendía en las poblaciones aledañas, y en la región de Jiquilpan como también en Sahuayo el anticlericalismo cobraría sus primeras víctimas. Unos días antes de la entrada de los constitucionalistas a Guadalajara, el jefe Zúñiga mandó detener a 13 sacerdotes para darles un susto. En Sahuayo les hizo presenciar el fusilamiento de un jefe de la famosa “acordada” que trabajaba para la hacienda de Guaracha, dándoles a entender que les pasaría lo mismo por representar a la reacción local. Sin embargo, después de la ejecución de aquel dependiente del latifundio, los dejó en libertad. El asunto llegó a oídos de doña Felícitas, quien le pidió a su hijo Lázaro que no participara en ese tipo de agresiones a los curitas de pueblo.29

Para entonces, Lázaro junto con sus hermanos Dámaso y Alberto formaban parte de la columna comandada por el capitán Zúñiga, y en los primeros días de julio fueron concentrados en Tlajomulco para incorporarse a las fuerzas constitucionalistas bajo el mando del general Diéguez. Como se encontraban cerca del contingente de la División del Noreoeste que comandaba el general Buelna, participaron en los combates que se suscitaron en las goteras sureñas de Guadalajara, obligando al ejército federal a batirse en retirada. Al día siguiente de la entrada de los constitucionalistas a la capital de Jalisco, la columna a la cual pertenecían los jóvenes Cárdenas fue apostada a las afueras de la ciudad, en el pueblo de Santa Cruz del Valle, en donde quedó acantonada hasta finales del mes. Para entonces Lázaro fue ascendido al puesto de comandante del 22º Regimiento de Caballería, según se consignó en su foja de servicios en Tlajomulco.30

Con Guadalajara en manos de los constitucionalistas el avance hacia la Ciudad de México no se dejó esperar. El gobierno provisional de Francisco Carbajal en la capital del país se encontraba también asediado por el sur, debido a los avances del ejercito libertador comandado por el general Emiliano Zapata. Chilpancingo y Cuernavaca se encontraban ya en poder de los zapatistas quienes amagaban desde las serranías y pueblos sureños los linderos de la Ciudad de México. Tras la renuncia de Victoriano Huerta, las presiones tanto del norte como del occidente y del sur apremiaron a Carbajal a que mandara a sus representantes ante los rebeldes para negociar la paz. Y prefirió hacerlo con los constitucionalistas y de ninguna manera con los zapatistas, ya que según los huertistas éstos representaban una milicia despreciable, no sólo por ser un contingente menos numeroso que el constitucionalista, sino porque estaba constituida por indígenas y campesinos.

Finalmente los emisarios de Carranza y Carbajal se encontraron en Teoloyucan, en el Estado de México, y ahí firmaron el 14 de agosto la rendición incondicional del ejército federal y su disolución. La columna del capitán Eugenio Zúñiga y con ella su joven comandante de caballería estuvieron apostados en las cercanías de la región. Al día siguiente de la firma de dichos tratados Lázaro Cárdenas anotó en su diario: “Hoy a las 6 de la mañana salimos de Teoloyucan para México, llegando a Chapultepec a las 2 de la tarde. Estuvimos dos horas en la plaza de toros y seguimos después para el centro, acuartelándonos a las 7 de la noche en el cuartel de Las Inditas, calle Rodríguez Puebla”.31

Con la disolución del ejército federal, tocó a los constitucionalistas conformar las fuerzas del orden que sustituirían a las que habían actuado bajo las órdenes del huertismo. Una vez en la Ciudad de México, al jefe Zúñiga le fue encomendada la custodia de los pueblos del sur del Valle de México, frente a los posibles avances del zapatismo. Fue así que a finales de agosto Lázaro Cárdenas con el tercer escuadrón de su regimiento quedó acuartelado en Coyoacán. De ahí se le ordenó avanzar hacia Xochimilco, luego a San Gregorio y a otros pueblos aledaños de la serranía que se levanta al sur de la Ciudad de México. Ahí combatió a los zapatistas durante todo el mes de septiembre. De pronto se daba sus escapadas al centro de la capital a saludar a antiguos superiores como el general Joaquín Amaro, quien también venía con los contingentes constitucionalistas y a quien había conocido desde sus andanzas en Tierra Caliente. El joven militar aprovechaba entonces para irse de juerga con sus amigos Miguel Pérez, Luis Martínez y Samuel Mejía, quienes se escaparon de Jiquilpan y no perdían la oportunidad de reencontrarse en alguna calle o cantina de la bulliciosa capital. El 17 de septiembre, fuera de la Ciudad de México y por órdenes del recién nombrado general de brigada, Eugenio Zúñiga, Lázaro Cárdenas fue dado de alta como mayor del 22º Regimiento de Caballería.32

Según el testimonio de Eduardo Rincón Gallardo, quien se incorporaría a los 14 años a las fuerzas revolucionarias bajo el mando del propio Cárdenas, aquel regimiento

estaba integrado en su mayor parte por campesinos de los estados de Michoacán y Jalisco. Parte de la gente que venía con Eugenio Zúñiga, también era de origen campesino, había sido enrolada en su propia hacienda. Todos aquellos hombres hablaban de lo mal que les iba en el campo; de la miseria en la que se encontraban; de que no podían progresar porque los patrones nunca los dejaban; de que las condiciones de vida para ellos eran casi insostenibles, y que se habían metido a “la bola” porque trataban de mejorar o que no los mataran.33

Una fotografía de grupo de esas épocas, y que lleva sobreimpuesto el nombre de La Purísima D. F. manuscrito al centro en la parte inferior, muestra a 21 personajes identificables y dos siluetas en el fondo izquierdo. Se trata de un conjunto bastante heterodoxo de hombres armados, cuyos atuendos acusan ciertas diferencias sociales, y que al parecer descansan posando para la foto. El grupo se muestra en un paraje campirano ubicado en las afueras de la Ciudad de México. El tronco de un gran árbol aparece al fondo y al centro, y a sus costados una docena de tallos más delgados surgen desde la tierra verticales, coronados por un abundante follaje. Diez de aquellos individuos están parados y entre ellos sólo cinco sostienen sus carabinas a medio cuerpo y apuntan hacia la derecha del cuadro. Otros 10 están sentados o acostados sobre la profusa yerba que cubre el piso. Llama la atención que los personajes son bastante jóvenes, incluso cinco son casi niños. El más bisoño posa al centro con un par de cananas cruzándole la pechera, sostiene un rifle corto y mira fijamente a la cámara en actitud desafiante. Un poco más a la izquierda otro muchachito de cabello muy oscuro sujeta su rifle apuntando hacia afuera del cuadro; y un tercer niño se asoma en el extremo derecho de la fotografía, con un sombrero de palma y una camisa blanca. Abundan los cinturones portabalas y las cartucheras, pero sólo cuatro de los personajes están vestidos de militares. Uno tiene incluso un quepis, aunque es de notar que los demás visten prendas de paisano; incluso algunos asemejan campesinos por el tipo de sombreros que portan. Otros traen montera de fieltro, al estilo americano.

Por el talante de los seis que aparecen recostados, parecería que se trata de un momento de reposo; el del quepis está tocando una guitarra y a su izquierda inferior un soldado descansa sobre la yerba con los ojos cerrados como si dormitara. Los que están erguidos parecen estar prestos para entrar en combate, a pesar de que uno de ellos se recarga en el tronco de un árbol en actitud por demás relajada. El mayor Lázaro Cárdenas es uno de los que están recostados. Con una ostensible pistola enfundada al cinto y portando un par de cananas, yergue la cabeza y mira a la cámara con aparente tranquilidad. Sobre su muslo izquierdo descansa un largo sable que le llega hasta el empeine de su bota de montar derecha. Su semblante serio parece haber madurado, aunque todavía mantiene la mirada de un muchacho.34

Otra fotografía de aquellas semanas en la Ciudad de México retrata al recién nombrado mayor como un joven serio y orgulloso. Sostiene la mirada serena y el semblante luce la sombra de un incipiente bigote; aparece armado, con una pistola en la hebilla y su mano derecha tomando un sable, con las balas de las cananas rodeándole la cintura. Está acompañado por cuatro muchachos, probablemente de su misma edad, que entonces rayaban los 19 o 20 años. Sus gruesos labios y sus notorias orejas lo distinguen, lo mismo que su negra cabellera; pero sobre todo llama la atención la calma que parece irradiar su persona y que contrasta con la inquietud que el país vivía a finales de 1914 y principios de 1915.

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Un grupo perteneciente al 22º Regimiento de Caballería del Ejército del Noroeste descansando en las cercanías de la Ciudad de México
(colección CERMLC).

Para ese entonces los conflictos entre los revolucionarios empezaban a mostrar fisuras de hondo calado. Ante las notables diferencias entre las diversas facciones —sobre todo entre villistas y zapatistas y su enfrentamiento con las fuerzas del centro-norte del país— parecían urgentes los acuerdos de paz y la reestructuración de los poderes de la nación. Venustiano Carranza, cumpliendo con lo pactado con Francisco Villa en julio de ese año, convocó a una convención de jefes militares con mando de fuerzas y gobernadores de los estados. Esta reunión debía celebrarse a principios de octubre en la Ciudad de México. Pero ante la negativa de Villa a presentarse en la capital del país, controlada por carrancistas, y la reticencia de Emiliano Zapata, cuyas fuerzas desconocían al constitucionalismo, se acordó que dicha convención se llevara a cabo en un territorio neutro, como Aguascalientes. Allí acudirían representantes de la mayoría de los contendientes para llegar a acuerdos y constituir un gobierno provisional. Aquel intento de ajustar los múltiples intereses surgidos durante la lucha contra la dictadura de Victoriano Huerta se declararía instalado con el reivindicativo nombre de Soberana Convención Revolucionaria. Las sesiones de la misma fueron bastante acaloradas, y finalmente se decidió cesar de sus funciones al primer jefe del ejército constitucionalista, Venustiano Carranza, y nombrar presidente del gobierno convencionista al coahuilense Eulalio Gutiérrez. Francisco Villa se mantendría como jefe de la División del Norte y Emiliano Zapata como comandante del Ejército Libertador del Sur. Durante los últimos días de octubre y las primeras semanas de noviembre de 1914 la confrontación entre convencionistas y carrancistas se agravó. Mientras Eulalio Gutiérrez nombraba parte de su gabinete a figuras tan disímbolas como Lucio Blanco, José Vasconcelos, José Isabel Robles, Manuel Palafox y Pánfilo Natera, el desairado Venustiano Carranza decidió asumir la primera jefatura constitucionalista marchando hacia Córdoba primero y luego a Veracruz, detentando los Supremos Poderes de la Nación, tal como lo estableció el Plan de Guadalupe. Fieles a su causa se mantuvieron, entre otros, los generales Álvaro Obregón, Pablo González, Cándido Aguilar, Salvador Alvarado y Jacinto B. Treviño.

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El mayor Lázaro Cárdenas con cuatro miembros de su regimiento
(colección CERMLC).

La profunda división entre los revolucionarios se había declarada abiertamente. Por un lado, se encontraban Villa, Zapata y los convencionistas, que no tardaron en establecerse en la Ciudad de México, y por el otro se erigían los constitucionalistas con Venustiano Carranza encabezando el gobierno desde tierras veracruzanas. A principios de noviembre las tropas que se mantenían fieles al constitucionalismo y seguían apostadas en la capital del país fueron continuamente hostilizadas por los villistas y zapatistas que empezaban a ocupar la plaza. Desde Xochimilco, donde se encontraba acantonado el 22º Regimiento de Caballería, el mayor Lázaro Cárdenas recibió la orden de salir rumbo a Azcapotzalco el 24 de noviembre para emprender la retirada hacia Atlacomulco, en el Estado de México. En los primeros días de diciembre ya se encontraban en las afueras de El Oro, muy cerca de la frontera con Michoacán, donde la minería inglesa, belga y francesa, había construido un enclave rico en metales preciosos. Del lado michoacano, el pueblo de Tlalpujahua albergaba a los trabajadores de la famosa mina Dos Estrellas, y del lado mexiquense la población de El Oro suministraba la mano de obra mal pagada por la explotación inglesa del subsuelo mexicano.

Según el propio Cárdenas su corporación pertenecía entonces a la División de Caballería del Ejército del Noroeste de la cual era jefe Lucio Blanco,35 sin embargo éste se encontraba en la Ciudad de México como secretario de gobernación del gobierno convencionista, por lo que el oriente político de dichas milicias no parecía muy claro. Aprovechando su estancia en El Oro, Cárdenas visitó a su antiguo jefe, el general Martín Castrejón, con quien sin duda pudo intercambiar opiniones sobre las divididas fuerzas revolucionarias. Sus simpatías, al parecer, más que con los convencionistas, parecían estar del lado del constitucionalismo. Sin embargo, en esos momentos pertenecía a las fuerzas que eran leales a la Convención de Aguascalientes y que se encaminaban a asistir al gobernador de Sonora, José María Maytorena. Éste tenía un reciente historial de ambigüedad frente al constitucionalismo y ahora parecía apoyar a los enemigos de Carranza.

El noroeste del país también se encontraba en plena efervescencia. La división campeaba entre quienes apoyaban al gobernador con licencia, José María Maytorena, y quienes se habían aliado con el ejecutivo interino, Ignacio Pesqueira. Entre estos últimos estaban nada menos que Álvaro Obregón, Salvador Alvarado, Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta y Ángel Flores. Sin embargo, los dos primeros formaban parte de la División del Noroeste del constitucionalismo y apoyaban a Venustiano Carranza en su traslado de poderes a Veracruz. En cambio, Calles y Flores se mantuvieron en la capital de Sonora, firmemente dispuestos a demostrar que Maytorena no le sería fiel al gobierno de Carranza. Esto se confirmó a finales de 1914, cuando Maytorena estableció claras alianzas con Villa y desconoció al Barón de Cuatro Ciénegas. Durante la Convención de Aguascalientes el sonorense apoyó al presidente Eulalio Gutiérrez, y reunió fuerza suficiente para arrinconar a sus enemigos. A Plutarco Elías Calles lo mantuvo sitiado en Agua Prieta y en Naco, mientras que a Ángel Flores lo redujo a Navojoa. En la región obregonista de Huatabampo, Maytorena empezó a expropiar terrenos de los seguidores del constitucionalismo, lo cual sería el principio de su caída. También siguió armando a contingentes importantes de indios yaquis, confrontándolos con los terratenientes locales y contribuyendo a que se exacerbara la ya de por sí extenuante Campaña del Yaqui, iniciada desde épocas porfirianas. Si bien varias corporaciones armadas de indios yaquis y mayos participarían en la Revolución al lado de Obregón, otras seguían bajo el mando de Maytorena y contribuirían en sus avances sobre el nororiente de Sonora.36

Pero en diciembre de 1914 Sonora estaba muy lejos de la frontera entre Michoacán y el Estado de México, donde se encontraba el mayor Lázaro Cárdenas con su regimiento de caballería. Y muy probablemente fue ahí en donde se enteró de la muerte de sus dos primeros y principales tutores en materia militar. Por distintas razones atribuibles al torbellino revolucionario que el país vivía en esos momentos, ambos fueron pasados por las armas al finalizar el año 1914. El general Guillermo García Aragón, enemistado con Emiliano Zapata desde 1912, había sido presidente de varias sesiones de la Convención de Aguascalientes con lo que pareció recuperar cierto beneplácito del jefe sureño. Sin embargo, la animadversión y el rencor de Zapata hacia García Aragón pudo más, ya que el primero se había sentido traicionado por el segundo cuando el movimiento zapatista rompió con el gobierno de Madero. García Aragón decidió permanecer fiel al maderismo, y aunque se distinguió en la lucha contra el ejército del usurpador Victoriano Huerta, fue fusilado por los zapatistas, una vez que entraron a la Ciudad de México en diciembre de 1914.

Por su parte, el general Eugenio Zúñiga fue ejecutado por órdenes del jefe militar de Jalisco, Manuel M. Diéguez, al enterarse de que Venustiano Carranza pretendía relevarlo de su puesto para poner a Zúñiga en su lugar. En sus Apuntes, Cárdenas narró el enfrentamiento entre ambos así: “Zúñiga y Diéguez tuvieron un altercado y se dice que Zúñiga dio un puñetazo en la cara a Diéguez y que por esto, pretextando que Zúñiga pretendía rebelarse contra Carranza, lo mandó ejecutar; ejecución que se efectuó a puñaladas de marrazo en el interior del cuartel de El Carmen”.37

Así, las dos primeras figuras tutelares del joven militar michoacano se perdían en la vorágine revolucionaria de ese turbulento año. Es probable que Cárdenas todavía pasara las fiestas de las navidades de aquel año en Jiquilpan con su familia, ya que durante las primeras semanas de aquel mes de diciembre lo habían concentrado entre El Oro y Tlalpujahua, localidades que no parecían demasiado lejanas a su pueblo natal. Sin embargo, a fin de año el bisoño mayor de caballería fue requerido en Acámbaro, Guanajuato, donde se concentró con su destacamento. De ahí fueron trasladados hasta Aguascalientes, pues en dicha ciudad se encontraba el entronque de trenes que llevaría a la octava brigada al norteño estado de Sonora.

Hacia el norte fronterizo

Por allá en nuestro cantón

la bola está retefuerte

y hay muchos balazos

¡jijos de la desgraciada suerte!

Y la merita verdad

por las dudas no me expongo

a que una bala me haga a mí

cosquillas en el mondongo.

Mexicanerías, 1915

La encomienda militar que debía llevar a cabo la columna del extinto general Zúñiga, a la cual pertenecía el mayor Lázaro Cárdenas, era incorporarse a las fuerzas del recién reinstalado gobernador sonorense José María Maytorena para apoyarlo en su lucha contra los enemigos del gobierno convencionista. Aun cuando aquella columna formaba parte del ejército que defendía al gobierno de la Soberana Convención de Aguascalientes, una serie de circunstancias devolvieron al joven mayor al redil constitucionalista. En primer lugar, la muerte de Zúñiga obligó al responsable máximo de las fuerzas convencionistas, el general Lucio Blanco, a que otorgara al general Federico Morales la jefatura de la Cuarta División Mixta de la División de Caballería del Ejército del Noroeste. Ésta estaba compuesta por una buena cantidad de michoacanos y jalisquillos, entre los que destacaba el mismo Cárdenas. Esa división que constaba de alrededor de 2 000 hombres a caballo y 500 de infantería comandados por los generales Juan Cabral y Ramón Sosa, debía partir inmediatamente a Sonora en las primeras horas del año de 1915. Se aprovisionaron los trenes y éstos tardaron cerca de 15 días en arribar a Casas Grandes, Chihuahua, pasando por Torreón, de ahí a Delicias, luego a la ciudad de Chihuahua y finalmente a la Hacienda de Ramos a un costado del camino que va de Casas Grandes a la frontera con Sonora. Durante ese invierno los fríos calaban hondo en la tropa movilizada y el joven jiquilpense tuvo la oportunidad, por primera vez en su vida, de ver la nieve y saber qué pasaba cuando las temperaturas se instalaban por debajo de los cero grados. Cruzando la Sierra Alta de Sonora por un paso norteño que los llevó a través del famoso cañón del Púlpito se adentraron en la región en los últimos días de enero. El 4 de febrero se apostaron en la cercanía del poblado de Fronteras con el fin de acercarse a la plaza de Agua Prieta que se encontraba ocupada por las fuerzas del general Plutarco Elías Calles, quien seguía fiel al constitucionalismo y se mantenía como enemigo acérrimo de Maytorena.

La División recibió órdenes de seguir hacia Cananea, pero el 22º Regimiento de Caballería que comandaba Lázaro Cárdenas, quien para entonces fue ascendido al grado de teniente coronel,38 estableció su campamento en Anivácachi, a unos 20 kilómetros de Agua Prieta.

La situación política del país era entonces particularmente incierta. El presidente nombrado por la Soberana Convención de Aguascalientes, Eulalio Gutiérrez, había renunciado distanciándose de Francisco Villa. Éste había roto definitivamente con Venustiano Carranza, quien se encontraba a la cabeza de su gobierno en el puerto de Veracruz. La regencia de la Convención quedó entonces bajo el mando del general Roque González Garza y se trasladó a la ciudad de Cuernavaca, protegida por el ejército zapatista. Las fuerzas fieles a Carranza comandadas por el general Álvaro Obregón amagaban a la Ciudad de México desde Puebla.

En Sonora los maytorenistas se mantenían fieles a Francisco Villa y sólo algunas plazas habían quedado en manos de convencidos constitucionalistas como los generales Plutarco Elías Calles y Ángel Flores. En los últimos días de febrero y los primeros de marzo de 1915, el general Federico Morales y los generales Sosa y Cabral, responsables de esa gran columna que había salido del centro de México para apoyar al maytorenismo, tomaron la decisión de frenar las acciones bélicas y trasladarse a Veracruz para recibir órdenes del gobierno constitucionalista comandado por Venustiano Carranza. El general Morales conversó en varias ocasiones con el joven Lázaro Cárdenas y lo conminó a que asumiera una posición al respecto: o se mantenía fiel a Maytorena y con ello continuaba su alianza con el fallido gobierno convencionista y las fuerzas villistas, o se pasaba al constitucionalismo.

Lo cierto es que la inactividad y la confusión se habían apoderado de aquellos jóvenes militares que componían el regimiento al que pertenecía Cárdenas. Tanto así que una tarde en que cruzaron la frontera en Naco para pasar un rato de libertad, el comandante de la plaza estadounidense detuvo a seis de sus integrantes, entre los que estaban el propio Lázaro y su hermano Dámaso. Finalmente los soltaron, aunque no quedó muy clara la razón por la que fueron detenidos. Es probable que lo hicieran por alguna conducta que las autoridades estadounidenses consideraron inadecuada, que podía ser desde participar en un escándalo cantinero hasta simplemente traer el uniforme de soldados mexicanos en tierra gringa. Lo más factible es que sucediera lo primero porque incluso uno de ellos, el joven David, se perdió en el camino de regreso a su campamento, arribando a él hasta la mañana siguiente.39

Así, harto de la inercia y la ausencia de órdenes superiores, el teniente coronel buscó la asesoría de algunos compañeros de armas y delegados del carrancismo antes de tomar una decisión. Finalmente el 27 de marzo y ante la posibilidad de un ataque de los maytorenistas a las fuerzas apostadas en Anivácachi para continuar rumbo a Agua Prieta y cercar la plaza que estaba en manos del general Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas al mando del 22º Regimiento de Caballería y Samuel Cárdenas al mando del 23º, se adelantaron para poner sus fuerzas a disposición del constitucionalista. En sus memorias, el general relató su primer encuentro con Calles así:

A las 3 de la mañana hicimos alto a 5 km de la plaza y a las 8 horas regresó el capitán Mora con un grupo de jefes y oficiales, invitándome a pasar solo ante el general Calles. Los acompañé hasta su cuartel general y ya frente a él, le manifesté los antecedentes de nuestra presencia en Sonora.

Aquel cuartel general no era otro lugar más que la habitación particular en la que vivía el general Calles, misma que se encontraba en “Curiosidades” una casa comercial “propiedad de una dama norteamericana, ya de mayor edad”. Ahí, el joven teniente coronel expuso su interpretación de lo sucedido con la Convención de Aguascalientes y su gobierno, así como de la coyuntura en que se encontraban sus regimientos, dado que sus jefes habían partido rumbo a Veracruz a ponerse a las órdenes de Venustiano Carranza. Seguramente también le manifestó su inconformidad por la situación en la que sus superiores los tenían acantonados cerca de Agua Prieta sin hacer nada y sin recibir instrucciones. Y como curándose en salud narró lo siguiente: “Manifesté al propio general Calles que no habíamos tenido ninguna acción de armas desde la salida de Acámbaro hasta la fecha y ninguna adhesión o manifestación de solidaridad de parte nuestra al comando del gobernador Maytorena, ni sentimiento de ninguna naturaleza con él o con sus fuerzas adheridas al villismo”.

Afirmando su origen constitucionalista, en sus Apuntes parecía justificar que era consecuente con su filiación inicial al pretender continuar la lucha uniéndose a contingentes afines, como el que había demostrado ser el del propio general Calles. Al parecer este último tampoco percibió contradicción alguna y vio con buenos ojos la incorporación de esa caballería, pues con ademán seco y afirmativo, muy propio del estilo norteño y callista, les dio la bienvenida a los dos regimientos y ordenó que se constituyeran en un solo cuerpo: el 22º Regimiento de Caballería con 460 plazas que ahora quedaría bajo el mando del teniente coronel Lázaro Cárdenas.40

Poco a poco el general Calles se convertiría, a partir de entonces, en la figura tutelar del joven jiquilpense al que sólo le faltaban un par de meses para cumplir 20 años de edad. Otros dos personajes serían especialmente importantes para Cárdenas a partir de ese momento: el teniente coronel Max Joffre, quien se desempeñaba como jefe del estado mayor del general Calles, y el capitán José Mora, quien sería su subalterno de mayor confianza.

La fortaleza militar de Agua Prieta comandada por el general Plutarco Elías Calles no era particularmente significativa en esos momentos, aunque sí tenía el peso simbólico de no haber caído nunca en manos de los maytorenistas. Tal como lo había demostrado durante el sitio de Naco a finales de 1914 y a principios de 1915, el general Calles era un experto en organizar y mantener reductos fronterizos inexpugnables.41 Después de resistir junto con el general Benjamín Hill durante más de 100 días los embates de los maytorenistas, aquella “llave de aprovisionamiento” militar no había caído en manos enemigas, cosa que tampoco sucedería en Agua Prieta. Esta población se encontraba un tanto arrinconada en la línea fronteriza que, aunque bien fortificada y con una estratégica vía trasera que permitía un constante contacto con Douglas, Arizona, no dejaba de ser una fracción minoritaria del territorio sonorense. La mayor parte del mismo se mantenía controlado por las fuerzas leales a Maytorena apuntaladas por el villismo que, estaba a punto de ser vencido en el Bajío, pero todavía se mostraba arrogante y firme.

En el centro del país las fuerzas antagónicas de la División del Norte, comandadas por Francisco Villa, y las del ejército constitucionalista al mando de Álvaro Obregón, se enfrentarían en las primeras semanas de abril y decidirían el futuro triunfo de los destacamentos que reconocían a Venustiano Carranza como su jefe y presidente provisional. En Celaya la derrota villista marcaría el inicio del avance carrancista por todo el país, aunque en muchos lugares tardaría en imponerse definitivamente. Una vez vencidas y con miles de muertes a cuestas, las huestes de Pancho Villa tendieron a reagruparse en su camino hacia el norte. Desde Torreón, Durango y Chihuahua quisieron recuperarse demostrando su arrojo y fortaleciendo su alianzas locales.

Se pensó entonces que los maytorenistas en Sonora podían darle un nuevo impulso al villismo, por lo cual varios cuerpos de esa tropa derrotada en Celaya, Santa Ana del Conde y Trinidad, enfilaron hacia el noroeste con el fin de recuperar su fortaleza. Esto significó una nueva andanada de embates en contra de los constitucionalistas sonorenses entre los cuales se mantenían resistentes y firmes las plazas que estaban bajo el mando del general Plutarco Elías Calles.

En un primer enfrentamiento cerca de Anivácachi el 7 de abril, poco después de haberse unido a las tropas callistas, los miembros del 22º Regimiento de Caballería demostraron una particular valentía desalojando completamente al enemigo de la zona. Por ello, después de la batalla, el general Calles le regaló al teniente coronel Cárdenas su caballo negro. Un “entero”, anotó el jiquilpense en sus Apuntes.42

Tal vez ese caballo es el mismo que aparece en una foto de aquel año en la cual Lázaro posa frente a la cámara con su uniforme orgullosamente montado, sujetando las bridas con la mano izquierda y en la derecha empuñando una larga fusta. Con el gesto adusto de jinete erguido se presenta como un joven adulto resistiendo el solazo norteño en medio de una calle de un pueblo desconocido. En su ceño fruncido se atisba la seriedad con que se toma el papel de militar disciplinado, justo en esos momentos en que su carrera iba claramente en ascenso.

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El teniente coronel Lázaro Cárdenas orgullosamente montando su patialbo trasero
(colección CERMLC).

Hacia mayo y junio de 1915 los combates en la región nororiental de Sonora empezaron a recrudecer. En San José, Nacozari, la Cabullona, la Morita, Santa Bárbara, Nogales, Santa Cruz Naco, Cananea y en la propia Agua Prieta las fuerzas leales a Maytorena hostilizaron con insistencia a los constitucionalistas. Entre los recursos de las minoritarias fuerzas leales a Carranza se contaba un avión: El Pájaro Rojo. Siguiendo la táctica de arrojar explosivos desde el aire inaugurada en las batallas de Guaymas primero y luego masivamente utilizada durante los inicios de la primera Guerra Mundial en Europa, el bombardeo aéreo sorprendió al joven Cárdenas. El 11 de junio anotó en su diario que aquel “Pájaro Rojo” había volado sobre los maytorenistas y encima de ellos “les tiró una bomba que hizo efectos perfectos”.43

Otro fenómeno que llamó la atención del michoacano era la orden que el general Calles solía dar después de tomar una plaza, y que consistía en mandar destruir todo el licor que la tropa se encontrara en su camino. Así no sólo se recogía el armamento y parque al enemigo, sino que se le privaba también de la posibilidad de embrutecerse una vez que había sido derrotado. El sonorense podía ser noble de vez en cuando con sus contrincantes, pero lo que difícilmente consentía era ver a los militares y a los combatientes emborracharse, ya fueran leales o enemigos. Tal vez se trataba de una forma de ser particularmente intransigente con su propio pasado alcohólico así como el de su padre.44 En lo que sí parecía mostrar bastante indulgencia era en dejar a sus muchachos echar una cana al aire de vez en cuando. Durante este periodo el propio Cárdenas reconoció que en ocasiones cruzaba la frontera para ir a Douglas a pasear “con las muchachas Núñez” o en Cananea visitaba a las señoritas Aurelia y Elodia Méndez.45

Así, bajo la sombra de su tutor sonorense, aquel veinteañero maduraba a una gran velocidad responsabilizándose no sólo de su ascendente estrella, sino cuidando a su regimiento y experimentando diversas tácticas militares tanto novedosas como de antiguo cuño. Fue también durante esos días cuando entró en contacto con grupos indígenas norteños que vivían separados de la población blanca y de múltiples maneras padecían la discriminación social y económica de quienes ejercían el mando local. Mayos, pimas, yaquis, pápagos y kikapoos deambulaban con su miseria por las calles y rumbos del norte sonorense, y de vez en cuando captaban la mirada del teniente coronel michoacano, quien seguramente asociaba la marginación indígena con la que ya había experimentado en su tierra natal.

El 10 de julio de 1915 el joven michoacano asistió a los funerales de su par, el teniente coronel Cruz Gálvez, muerto en algún combate en las cercanías de Agua Prieta. Una fotografía de esa ocasión muestra a Lázaro Cárdenas mucho más maduro que en las fotos tomadas apenas seis meses antes. En primer plano y al frente de un conjunto de alrededor de 60 personas, entre mujeres, niños, militares y civiles, el recién nombrado teniente coronel vestido de civil sostiene el lado derecho del féretro con su brazo izquierdo y desvía la mirada en diagonal hacia una esquina superior del cuadro. Con un semblante introspectivo y serio se le ve más alto que la mayoría de sus acompañantes. Ya no parece un jovencito metido a la guerra. Es más bien un muchacho adulto en el que destacan cierta formalidad y no poca mesura. Al centro y al fondo, detrás del féretro, casi en el último plano, el general Calles mira hacia la cámara.

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En Agua Prieta, Sonora, durante los funerales del teniente coronel Cruz Gálvez
(colección CERMLC).

También de 1915 es otra foto en la que Lázaro aparece montando el caballo negro patialbo que le regalara el general Plutarco Elías Calles y escoltado por dos subalternos que sujetan al penco; uno es bastante más joven que el otro y ambos están visiblemente armados. El jinete es otra vez el muchacho adulto, ahora vestido con atuendo militar, de nuevo muy serio mirando hacia el extremo izquierdo del cuadro. La posición de la cámara ahora lo favorece particularmente, ya que en esta ocasión Cárdenas se presenta en una proporción mucho más acorde con la del caballo. Ya no es el muchacho montado sobre un enorme corcel, sino que su prestancia afirma su talla y su dominio sobre el animal. Tal parecería que la guerra le había aumentado algunos años más de los que habían pasado cronológicamente. A partir de entonces y en las subsiguientes fotografías pasaría a ser un joven maduro, que rara vez se perdía entre las multitudes. Su estatura y su prestancia lo destacarían.

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Otra fotografía tomada en la campaña del noroeste
(colección CERMLC).

Entre agosto y septiembre los constitucionalistas esperaron un embate mucho más intenso de parte de los maytorenistas. Al parecer los villistas ya habían cruzado los límites entre Sonora y Chihuahua y se posicionaban fortaleciendo las plazas que seguían leales al gobernador Maytorena. Por ello el general Calles ordenó guarnecerse en la línea fronteriza desde Nogales hasta Agua Prieta. Entre el 17 y 19 de agosto se combatió intensamente en esta última. El 22º Regimiento que se encontraba en Nogales pudo avanzar sobre la retaguardia del enemigo logrando debilitar su avance sobre Agua Prieta. En el parte oficial sobre los combates que el general Calles envió al primer jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, el sonorense destacó que gracias a los ataques de la caballería al mando del teniente coronel Lázaro Cárdenas se había logrado aislar a los maytorenistas de la capital del estado. Una nota periodística desde Tucson, Arizona, reprodujo dicho parte y cabeceó la noticia con la leyenda “Maytorena embotellado en Nogales por Calles”. Ese mismo informe decía que los constitucionalistas habían capturado “cuarenta prisioneros, cuatrocientas cabezas de ganado, cien caballos, un tren y bastantes armas y municiones, marchando después de este triunfo sobre la plaza de Magdalena”.46

Poco después hubo otros enfrentamientos menores en Santa Bárbara y en Naco, pero la incertidumbre sobre los refuerzos que Villa debía mandar a los maytorenistas y que se tardaban tanto en llegar, generaba suspicacia y no se podía bajar la guardia. Además, desde Veracruz el jefe máximo del constitucionalismo, Venustiano Carranza, envió al general Plutarco Elías Calles su nombramiento como gobernador interino de Sonora. El 1º de octubre concluía también el periodo gubernamental del propio José María Maytorena, por lo que los poderes locales, además de profundamente divididos, se encontraron en un impasse que el mismo general Calles supo aprovechar puntualmente.

El 1º de octubre el recién nombrado gobernador constitucionalista sonorense elevó al teniente coronel Lázaro Cárdenas al grado de coronel de caballería. En seguida le encargó una primera misión que consistía en destruir la vía entre la estación del río y el campamento de Molina, en las cercanías de Cananea. Cárdenas anotaría en su diario: “Se quemaron once puentes, sin novedad”.47 Sin embargo poco faltaba para que toda la región comprendida dentro del triángulo formado entre Naco, Agua Prieta y Cananea se convirtiera en la región donde se decidiría la suerte del constitucionalismo y sus aliados derrotando a los villistas. A partir del 1º de noviembre los maytorenistas, apoyados por varios contingentes que venían relativamente repuestos desde Chihuahua, sitiaron Agua Prieta. “Las fuerzas reaccionarias que comanda ‘ARANGO’ (a) Francisco Villa”, según la crónica del propio Lázaro Cárdenas reportada en sus Apuntes, amagaron durante casi tres semanas esa zona fronteriza.

Entre Cananea y Anivácachi el 22º Regimiento opuso resistencia a los villistas y dio oportunidad al joven jiquilpense de mostrar sus dotes de explorador y reconocedor del campo. Si bien participó en varios enfrentamientos, sus notas se concentraron sobre todo en observaciones del panorama general después de las batallas, confirmando lo “duro que se castigó al enemigo” o refiriéndose al armamento encontrado. De pronto, tras describir un intenso bombardeo o una prolongada batalla, Cárdenas anotaba, no sin cierta inocencia, que había encontrado “la caballada en mal estado y lugares llenos de vendas ensangrentadas donde curaban a los heridos”.48

El 6 de noviembre se le presentó un encuentro importante. El general Obregón, preocupado por la situación en su estado natal y con la decidida intención de seguir golpeando al ejército villista, llegó hasta Agua Prieta, cruzando la frontera. Cárdenas anotaría un día antes en su diario: “Hoy a las diez de la noche comunicó la comandancia militar en orden extraordinaria la llegada a esta plaza de mi general Obregón mañana a las 7:45 a.m”.49 El recibimiento al prestigioso militar invicto en aquella plaza fue muy entusiasta y festivo, dado que venía a fortalecer una posición que ya llevaba varios días sitiada. El general Calles le presentó a sus principales subalternos, entre los que se encontraba el flamante coronel de caballería Lázaro Cárdenas, con quien el Manco de Celaya mantendría una relación muy desigual y poco recíproca, por decir lo menos.

Desde una posición distante el joven coronel admiró al general sonorense, y aunque en los años por venir contravendría algunas de sus terminantes órdenes, siempre lo contempló como su superior. Obregón en cambio pareció tratar al joven jiquilpense con particular desprecio, tal vez causado por la deferencia que el general Plutarco Elías Calles le dispensaba. Si bien la alianza entre Obregón y Calles era incuestionable, parecía que una manera de mantener cierta horizontalidad en el mando se lograba fomentando pugnas entre los subordinados de uno con el otro. Independientemente de esos tejemanejes Obregón no apreció a Cárdenas de la misma forma como Calles lo hacía, y esto a la larga tuvo serias consecuencias para el joven michoacano. De cualquiera manera el arribo del general Obregón a Agua Prieta dio un espaldarazo al gobernador constitucionalista de Sonora para hacer frente de manera definitiva a maytorenistas y villistas.

Al avanzar sobre Sonora, las fuerzas comandadas por Pancho Villa se habían dividido en dos columnas. Una se dirigió hacia el centro del estado con objetivo Hermosillo, y la otra pretendió tomar la fortaleza de Agua Prieta. A las 11 de la mañana del mismo día en que Cárdenas conoció al general Obregón se recibió la noticia de que las fuerzas villistas atacarían dicha localidad con un contingente de 20 000 hombres. Según la declaración que el capitán David Mejía haría a la Revista Ilustrada de la Ciudad de México un mes después, Calles y Obregón dirigieron la defensa. El coronel Cárdenas se ocupó de cuidar la línea internacional y el oriente de esa población. Según el reportaje: “El ataque fue general y rudo. Los villistas llegaron en ocasiones hasta las cercas alambradas, siendo rechazados. Al tercer día de lucha los villistas fueron derrotados completamente, huyendo a la desvandada [sic]”. El capitán Mejía, que por cierto pertenecía al 22º regimiento que comandaba Cárdenas, declaró también a la prensa que después de vencer a las fuerzas de Villa, “la caballería al mando del coronel Cárdenas persiguió eficazmente al enemigo hasta Cananea, donde recogió 385 heridos villistas, que en la huida fueron llevados por sus compañeros”. Ahí mismo los enemigos volaron 12 cañones de grueso calibre con el fin de que no cayeran en poder de los constitucionalistas. El resultado de tal batalla parecía haber mermado considerablemente las fuerzas del Centauro del Norte y en el reportaje que se publicó a finales de 1915 sobre “la admirable defensa de Agua Prieta” al lado de Obregón y Calles se hacía una clara mención de la eficacia y valentía del michoacano. La prensa de la capital dio a conocer quizá por primera vez la participación destacada del coronel Lázaro Cárdenas en el ejército que defendía la causa de Venustiano Carranza. Su foto apareció en el reportaje junto a la de Obregón y Calles, como si se tratara de los tres responsables de la derrota villista en Agua Prieta y Cananea. Aunque justo es decir que también compartía la plana un recorte con la imagen del informante capitán Mejía.50

En ambos frentes, tanto el de Hermosillo como el de Agua Prieta, la resistencia constitucionalista terminó venciendo de manera definitiva al enemigo. Para mediados de noviembre la balanza se movió a favor de los ejércitos leales a Carranza, comandados por Plutarco Elías Calles, Ángel Flores, Manuel M. Diéguez y Álvaro Obregón. Estos últimos diezmaron nuevamente a las fuerzas villistas en la última gran batalla de El Alamito, cerca de Hermosillo, y avanzaron rumbo a Nogales. En la toma de esa plaza las fuerzas bajo el mando obregonista fueron apoyadas por aquellas que envió el general Calles desde Agua Prieta, entre las que estaban el coronel Cárdenas y su regimiento. Y el 26 de noviembre cayó Nogales, con lo que el villismo y el maytorenismo en Sonora quedaron prácticamente derrotados.51

Con este fracaso las mermadas fuerzas de Pancho Villa no tuvieron otra opción más que regresar a Chihuahua. Para entonces los estadounidenses no parecían tan dispuestos a apoyarlo. Sus informantes del otro lado de la frontera le notificaban frecuentemente sobre los éxitos que el cabildeo carrancista lograba con los vecinos del norte. Al verse tan golpeado e intuyendo que sus huestes no se podrían reponer rápidamente del duro tropiezo experimentado en Sonora, todo parecía indicar que la briosa actitud bélica del Centauro del Norte empezaba a declinar. Incluso se llegó a decir que no tardaría en entregarse a las autoridades estadounidenses y firmar la paz.52 En cambio las fuerzas constitucionalistas triunfantes celebrarían las navidades de 1915 en Hermosillo. Para entonces Francisco Villa ya se había retirado hacia su consabido refugio en Chihuahua y Maytorena tuvo que guarecerse al otro lado de la frontera.

El joven coronel Cárdenas logró impresionar a sus superiores durante la reciente ocupación de Nogales en vista de su disciplinado y eficiente manejo de la caballería. Su prestigio crecía poco a poco y el general Calles lo mantenía como uno de sus subalternos más apreciados. Aquel antiguo maestro de primaria y “náufrago de todos los oficios”, como lo llamaría uno de los estudiosos sobre la Revolución en Sonora,53 y ahora gobernador interino y tal vez la figura más relevante de ese estado que arrogantemente declaraba su triunfo sobre el villismo, tenía entonces 38 años de edad. Le llevaba casi 20 años al jefe del 22º Regimiento, a quien consideraba como “un chamaco” valiente y arrojado.

Para entonces el mundo militar no era la principal preocupación del general Calles. “Emergiendo triunfal y como iluminado de la lucha: como si su vida anterior no fuese más que estopa quemada en la hoguera de la Revolución”,54 el recién designado gobernador echó a andar en Sonora una serie de reformas radicales que se convertirían en un parteaguas de la historia regional de la contienda revolucionaria. Los famosos 20 preceptos callistas decretados a través de sendas disposiciones gubernamentales trastocaron múltiples aspectos de la sociedad sonorense en aquel momento. Calles se mostró particularmente intolerante con el alcohol, la prostitución y el juego, y además de tratar de moralizar a todos los estratos sociales, se mostró sobre todo interesado en impulsar la educación. Decretó que en cualquier comunidad que tuviera más de 20 niños se fundara una escuela. Obligó a los dueños de las empresas mineras e industriales a crear instituciones escolares nocturnas para sus trabajadores y obreros. Fundó el hospicio, la escuela de arte y la normal del estado. Además, promovió la eliminación de las hipotecas que ahorcaban a los pequeños propietarios y fomentó la creación de cooperativas de producción y explotación agraria y marítima.55

Su afán por reestructurar y reorientar el papel del ejecutivo como rector en las relaciones económicas, políticas y sociales en el estado de Sonora debió impresionar bastante al joven jiquilpense. Si bien su carrera se encontraba cimentándose en el medio militar y la caballería, sin duda lo que vivió en el extremo noroeste del país hacia finales de 1915 fue registrado por su despierta inteligencia que todavía parecía oscilar entre el pragmatismo y el idealismo. Las medidas revolucionarias de Calles en Sonora dejarían una honda huella en su conciencia y darían un sentido muy particular a su razón de ser como partícipe de dicho proceso. Aun así sus querencias lo llamaban de vez cuando, por lo que a principios del año siguiente emprendió un viaje de regreso a Jiquilpan. Probablemente quería alejarse en ese momento de la guerra y visitar a su madre y a su familia, a las que no había visto desde hacía más de medio año.

El 18 de enero de 1916 Lázaro Cárdenas salió de Hermosillo y un par de semanas después se embarcó en Mazatlán rumbo a Manzanillo. De ahí siguió a Colima, luego a Guadalajara y finalmente llegó a Jiquilpan el 9 de febrero. Ahí se encontró con que doña Felícitas había enfermado y que las cosas en Michoacán no eran las ideales. Las luchas revolucionarias habían generado una sensible escasez y un gran aumento en los precios de los productos básicos. Una familia extensa como la del coronel Cárdenas no podía costear los dos pesos que necesitaban para los cinco kilos de maíz que requerían cada semana.56 Lo peor no era la inflación ni la carencia de víveres. A principios de 1916 Michoacán vivía una agitación social sin precedentes debido al aumento del bandolerismo.

Si bien la gente se refería a los delincuentes con nombres y apodos pícaros como el Tejón o el Chivo encantando, alias de Luis V. Gutiérrez o de Inés Chávez García, los robos y felonías tenían a gran parte de los michoacanos aterrorizados. El gobernador Alfredo Elizondo no había logrado pacificar su entidad y las cosas no pintaban bien. El joven Lázaro visitó Guadalajara en distintas ocasiones para que su madre se estableciera con algunos parientes, cosa que logró parcialmente hasta finales de febrero. Al presenciar la precariedad en la que vivía su familia se convenció de que debía tomar las riendas de la misma. Según su propia madre, como primogénito le correspondía tal responsabilidad. Y muy probablemente su propia conciencia le impuso que su primer deber era velar por su prole. Como no podía darse el lujo de ser un desertor mientras conservaba la venia de una poderosa figura norteña, tenía la obligación de avisarle a sus superiores y solicitar su baja del ejército. Para ello era necesario volver al noroeste y entrevistarse con su comandante, el general Plutarco Elías Calles.

A principios de marzo se embarcó en Manzanillo para regresar a Sonora. Al arribar a Mazatlán se enteró de que Francisco Villa al mando de una columna de más de 500 hombres se había internado en el territorio estadounidense de Nuevo México y atacado la población de Columbus. Las razones para hacerlo eran varias. En primer lugar consideraba que los norteamericanos lo habían traicionado y pactado con Carranza una serie de medidas que haría de México, según el propio Villa, una especie de protectorado estadounidense.57 En segundo, al prohibirse la venta de armas provenientes de Estados Unidos a cualquier facción revolucionaria que no fuera constitucionalista, las fuerzas villistas perdieron su principal fuente de resarcimiento de pertrechos. Y en tercer lugar, el propio Villa pensó que al fomentar una confrontación entre México y Estados Unidos el partido ganador sería aquel que diera el primer golpe. Había pues tanto razones militares como políticas, y tal vez hasta personales, para proceder a un ataque al vecino del norte.58

En el plano particular, el revolucionario vencido quería capturar a un comerciante de armas que lo había defraudado y de paso poner en claro, ante el gobierno de Woodrow Wilson, que el reconocimiento de facto al constitucionalismo de Venustiano Carranza publicitado a finales de 1915 le parecía una acto de alta traición. Como las autoridades estadounidenses habían prohibido la venta de armas a los enemigos del régimen carrancista, Villa se vio obligado a hacer negocios con vendedores clandestinos de pertrechos militares. Y fue uno de ellos, Samuel Ravel, quien le vendió municiones en mal estado, por lo que el revolucionario aprovechó el ataque a Columbus para ir en su búsqueda y someterlo a su justicia. Las huestes de Villa tomaron la plaza de dicha población e incendiaron y hostilizaron a sus habitantes. Durante la refriega murieron algunos civiles y varios militares estadounidenses. Una vez que avasallaron los principales edificios y que se dieron cuenta de que el comerciante al que buscaban no estaba en el poblado, la columna villista regreso a territorio mexicano y se internó en la sierra de Chihuahua.59

Lázaro Cárdenas no conoció estos detalles cuando se enteró de tal noticia. Lo que sí comprendió fue que el ataque de Villa a Columbus pondría al constitucionalismo en una situación delicada frente a la Casa Blanca. El 20 de marzo arribó a Hermosillo para encontrarse con que la división comandada por Plutarco Elías Calles, a la que él pertenecía, había sido transferida a la plaza de Agua Prieta. Antes de salir hacia esa locación fronteriza, el joven coronel supo que el mismo jefe del gobierno constitucionalista, Venustiano Carranza, autorizó la entrada a territorio mexicano de un destacamento militar estadounidense al mando del general John J. Pershing con el fin de batir y capturar a Francisco Villa. Tal autorización contravenía los principios que estipulaban la defensa a ultranza de la soberanía nacional. El joven Cárdenas había sido educado bajo esa impronta nacionalista y es probable que tuviera en mente la imagen de su abuelo luchando en contra de la invasión francesa. La posibilidad de que un ejército extranjero se internara en tierras mexicanas le causaba gran inquietud. En sus Apuntes Cárdenas anotó una frase que entre líneas mostraba sus dudas al respecto de la actitud carrancista a pesar de su inocente retórica patriotera. El 20 de marzo la última entrada de su diario decía: “Todos los buenos mexicanos que han sabido sostener la causa constitucionalista, representada por el señor Venustiano Carranza, deben tener fe en este hombre que nos enseñará a sostener sin mancha nuestra bandera mexicana”.60

Al día siguiente se despidió de sus amigos sonorenses y tal vez convencido de que su renuncia al ejército constitucionalista sería aceptada, pero quizá temiendo que así fuera, en aquellos momentos en que la situación entre Estados Unidos y México era tensa, plasmó en sus Apuntes la siguiente declaración: “Si el gobierno constitucionalista llega a necesitar de nuestros servicios contra el extranjero, gustoso volveré a estos campos a luchar contra el invasor”.61

Aunque tal frase parece escrita para la posteridad, lo cierto es que un día después ya estaba sobre el camino de Hermosillo a Nogales con la infantería de su antigua división, la 22º. Ni en sus Apuntes ni en su foja de servicios hay evidencia de que Cárdenas presentara formalmente su renuncia al ejército constitucionalista. Lo que sí consta es que a partir del 18 de enero de 1916 hasta el 1º de febrero de 1917, el coronel Cárdenas fue integrado a la campaña del yaqui.62 Tal constatación tampoco parece del todo cierta, pues en abril de 1916 su división se incorporó a las fuerzas que operaban en el norte de Sonora bajo el mando del general Arnulfo R. Gómez. Dichas fuerzas debían avanzar sobre Chihuahua para contribuir al aniquilamiento de las huestes villistas. Al parecer, el 22º Regimiento comandado por el coronel Cárdenas jamás pasó de Ciudad Juárez. Durante esos días tampoco se internó en territorio chihuahuense. En cambio se movilizó con la 1ª Brigada de Sonora protegiendo la frontera entre Agua Prieta y la propia Ciudad Juárez, avanzando de vez en cuando hacia el sur hasta Cuchuta y Nacozari, atento a recibir órdenes tanto del general Plutarco Elías Calles como del general Arnulfo R. Gómez.

Mientras esto sucedía, la expedición punitiva del general Pershing pretendía perseguir al mermado y pequeño ejército de Pancho Villa en territorio mexicano causando malestar entre la población, pero sobre todo entre los mandos militares mexicanos. En una ocasión se lanzó el rumor de que Villa había sido capturado y muerto, lo cual se desmintió al poco tiempo, cuando sus fuerzas reaparecieron en otros rumbos de la sierra chihuahuense. La musa popular reivindicó aquella persecución con los siguientes versos:

Cuando supieron que Villa ya era muerto

todos gritaban henchidos de furor:

“Ahora sí, queridos compañeros,

vamos a Texas cubiertos con honor”.

Más no sabían que Villa estaba vivo

y con él nunca iban a poder;

si quieren hacerle una visita

hasta la sierra lo podían ir a ver.63

Lo que sí parecía cierto era que el Centauro estaba herido. Una bala le había roto la tibia derecha durante un enfrentamiento cerca de Ciudad Guerrero. El propio Villa dio órdenes a sus subalternos para que se dispersaran mientras él se reponía en la Cueva del Coscomate en plena sierra, cerca de Santa Ana.64

A mediados de junio en Carrizal, Chihuahua, un enfrentamiento entre el ejército constitucionalista al mando del general Félix Flores y la expedición punitiva generó una peligrosa tensión entre el gobierno carrancista y el de Wilson. Las negociaciones diplomáticas fracasaron y ambos países estuvieron a punto del estallido bélico. El coronel Cárdenas anotó en sus Apuntes:

La contestación de Wilson a la última nota del primer jefe fue que la punitiva no saldría de México, sino hasta que probara el gobierno mexicano que podía asegurar toda la frontera. No se ha sabido aún qué determinación tome nuestro gobierno ante esta negativa. Todos creemos que la lucha diplomática debe haberse agotado ya y que el único paso que debe dar nuestro Gobierno es obligar a la punitiva, por medio de las armas, a abandonar al país.65

Las circunstancias internacionales abogaron por la interrupción de los impulsos guerreros entre México y Estados Unidos. La situación en Europa se complicaba y los acontecimientos que habían desatado la primera Guerra Mundial desde 1914 empezaron a solicitar cada vez mayor atención de parte de los estadounidenses. Aun así entre julio y agosto de 1916 las fuerzas constitucionalistas apostadas en la frontera norte del país se mantuvieron en pie de combate. En caso de que las negociaciones entre ambos países no lograran disipar el espectro de la guerra había que estar preparados.

Para septiembre, sin embargo, la tensión ya había disminuido y el gobierno de Venustiano Carranza lanzó la convocatoria para integrar un Congreso Constituyente que debía establecer los nuevos parámetros que regirían las relaciones económicas, políticas y sociales entre los mexicanos. Según lo planteado desde el triunfo de la insurrección contra Victoriano Huerta en las adiciones al Plan de Guadalupe era necesario reformar la constitución de 1857, y para ello debían convocarse a elecciones en todos los estados con el fin de elegir a los diputados que asistirían al constituyente. En octubre y noviembre se llevaron a cabo dichas elecciones y el 1º de diciembre de 1916 la ciudad de Querétaro se convirtió en la sede de los poderes de la nación. En esa misma fecha entró en funciones aquel congreso. Unos meses antes, en octubre, la tensión entre Estados Unidos y México había bajado de intensidad y la Casa Blanca dispuso que la expedición punitiva saldría del país a más tardar a principios de 1917.

En el estado de Sonora, mientras tanto, Cárdenas y su 22º Regimiento de Caballería fueron requeridos para incorporarse a la llamada campaña del yaqui. La animadversión entre los indígenas yaquis y los yoris, es decir: los españoles o los mexicanos blancos, se hundía en el tiempo pasado hasta épocas coloniales. El dominio de la tierra que regaban los ríos Sonora, Mayo y Yaqui había sido la principal causa de esa rebelión indígena que tal vez era la más larga de la historia mexicana. Durante el siglo XIX una gran cantidad de alzamientos yaquis se suscitó debido al incumplimiento de promesas gubernamentales de respeto a sus territorios y al afán colonizador de los considerados invasores. Los indígenas sonorenses sufrieron una severa persecución por el simple hecho de defender sus tierras. La lucha incluso deportó a los prisioneros indígenas a Quintana Roo y Yucatán durante el Porfiriato. A lo largo de la Revolución los yaquis y los mayos se incorporaron tanto a las huestes obregonistas como a las villistas y maytorenistas, quedando varios de sus representantes en lados opuestos. Los constitucionalistas optaron por perseguir a los indígenas que habían formado parte de las fuerzas enemigas y convirtieron a sus comunidades en presas de hostigamiento constante. A finales de 1915 el general Obregón ordenó una nueva campaña contra los yaquis, después de un frustrado ataque a Guaymas. Durante ese año una buena cantidad de indígenas mayos y yaquis se había aliado con los villistas, quienes los atrajeron a su bando prometiéndoles la devolución de sus tierras. El famoso general Francisco Urbalejo comandaba un ejército en su mayoría yaqui, cuando a nombre de villistas y maytorenistas tomó la ciudad de Hermosillo en noviembre de 1915.66 Sin embargo, poco tiempo después dicha capital quedó en manos de los constitucionalistas y Urbalejo fue encarcelado y enviado a Guadalajara.

Tanto Calles como Obregón consideraban a los yaquis una población indígenas de “carácter retrógrada”. El recién nombrado gobernador incluso los trató de registrar con “un pasaporte de policía” que todo indígena debía portar para no ser perseguido o encarcelado. La política de esos yoris fue invariablemente agresiva hacia los yaquis y los mayos, que no tuvieron más opción que ingresar al ejército, esconderse en los bosques y las montañas o de plano rebelarse. Al convertirse en soldados se les impedía aprovisionarse para que no escaparan y tanto Obregón como Calles consideraban que lo mejor era sacarlos de su hábitat y mandarlos a los cuarteles en la Ciudad de México o donde fuera con tal de tenerlos lejos de Sonora.67

Fue en aquella zona al sur de Agua Prieta y al oriente de Hermosillo, por rumbos que tocaban las orillas del río Sonora y se extendían hasta Ures desde Arizpe y más al norte hasta Cananea, que el coronel Cárdenas llevó a cabo su primera contribución a la campaña del yaqui. Persiguió a las partidas de indígenas rebeldes en sus campamentos donde comían carne de burro y fabricaban huaraches. Pero también logró recorrer sus territorios y conocer su lucha por la tierra. Sus testimonios sobre esa campaña son muy escuetos y poco se sabe de sus andanzas en primera persona. En sus Apuntes de 1916 mencionó un acontecimiento que le produjo fuerte impresión. Sucedió en los alrededores de Tecoripa, al oriente de Hermosillo. Una partida de yaquis capitaneada por “un hombre blanco, bigotón, ojos azules” había asaltado y matado al profesor de la escuela de dicha localidad. Los indios atacaron el carro donde iba con su familia:

los bajaron del carro y desnudaron a la mamá del profesor, esposa y dos hermanas de esta y varios niños: les preguntaron quiénes venían atrás y les contestó la esposa del profesor que su esposo y los arrieros. Que entonces les ordenaron que los esperaran a varios metros en un arroyo que hay sobre el camino, que a los pocos movimientos oyeron varios disparos y que asustadas huyeron por el monte.68

Esto sucedió el 24 de noviembre, justo el día en que el general Calles suspendió al joven coronel el permiso dado para hacer un viaje de 15 días a Guadalajara y Jiquilpan con el fin visitar a su familia. Es probable que Cárdenas pospusiera su ida unos días más, o quizá no deseara dejar Sonora, porque no se tienen noticias de él después del 30 de noviembre y en sus Apuntes no hay información sobre sus andanzas durante 1917.

En efecto, se tiene poca claridad sobre las actividades del joven militar durante 1917. Una constancia que aparece en su foja de servicios indica que entre el 1º de febrero de ese año y el 1º de enero de 1918 estuvo bajo las órdenes del general sonorense Guillermo Chávez, en una columna que se trasladó a Chihuahua para combatir al villismo en su propio territorio.69 La mayor parte de las acciones de guerra de las que se tiene registro se concentró entre los meses de septiembre de 1917 a febrero de 1918. Los combates de Agua Escondida el 7 de septiembre, del Rancho de Cuba el 15 de octubre, de San Fermín, en Durango, el 18 de octubre y el de Rancho Blanco el 20 de noviembre destacaron en su haber. Si se toma en cuenta que su columna provenía de la frontera sonorense, su avanzada desde el noroccidente hacia el sureste implicó cruzar el estado de Chihuahua hasta los límites con Durango, cerca de Hidalgo del Parral, corazón del territorio villista.

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Mapa del noroeste con Sonora y Chihuahua que muestra las andanzas de Cárdenas entre 1915 y 1917 y la ubicación de yaquis y mayos.

Después de la derrota villista en Sonora y de la fallida expedición punitiva del general Pershing, las fuerzas del Centauro del Norte se dispersaron en el inmenso territorio chihuahuense en una lucha sin cuartel contra las columnas constitucionalistas. Una “guerra civil” se instaló en ese territorio que fue puesto en manos del general Francisco Murguía, nombrado por Venustiano Carranza como jefe militar de Chihuahua. Tras reponerse de sus heridas, Villa empezó a recuperar terreno y entre 1917 y 1918 sus fuerzas avasallaron el campo chihuahuense, tanto en su región desértica y montañosa como en sus bosques y fértiles llanos. Las ciudades más importantes del estado, desde la misma capital, Chihuahua, hasta Ciudad Juárez, pasando por Parral, Delicias o Camargo, fueron contenidas por el constitucionalismo, pero la mayor parte de la provincia chihuahuense se vinculó al villismo.70 Fue también durante este periodo que comenzó una especie de “declinación moral” dentro de las fuerzas norteñas, tanto del lado villista como del constitucionalista. La brutalidad fue la nota cotidiana en ambos lados. El avasallamiento de las poblaciones, sus habitantes colgados y vejados, las mujeres violadas y muertas a mansalva, fueron el pan de cada día.71 Los enfrentamientos entre rebeldes y constitucionalistas fueron especialmente crueles por el ensañamiento con que ambos bandos celebraban sus triunfos sobre el enemigo. El rencor villista se había exacerbado en contra de los sonorenses no sólo porque aquéllos habían sido derrotados en su territorio, sino porque Villa también consideraba a los maytorenistas como traidores, dado que el mismo Maytorena había sido el culpable del distanciamiento entre él y Carranza.72

A principios de 1917 las huestes de Villa se fortalecieron después de la toma de Torreón, ocurrida el 22 de diciembre de 1916. Ahí el villismo se reabasteció y emprendió contra los hacendados y los comerciantes ricos, especialmente estadounidenses o ingleses. En enero, sin embargo, el ejército constitucionalista comandado por Francisco Murguía venció a las fuerzas villastas en Estación Reforma y estas se replegaron hasta Parral. Nuevamente Pancho Villa dividió a sus huestes en pequeños destacamentos que asolaban el sur de Chihuahua, internándose tanto en Durango como en Zacatecas. En marzo un nuevo enfrentamiento entre villistas y carrancistas en Rosario dejó al ejército de Murguía maltrecho. En abril los soldados de Pancho Villa se lanzaron sobre la ciudad de Chihuahua pero fueron repelidos y replegados hasta la hacienda de Bavícora, donde Villa estuvo a punto de ser capturado. Para colmo sus reservas de pertrechos fueron descubiertas e incautadas por sus enemigos, dejándolo una vez más sin capacidad de resarcimiento. Los embates del villismo se convirtieron en una guerra de guerrillas, y paulatinamente perdieron el apoyo de la población. A lo largo de ese violento par de años, tanto los carrancistas como los villistas pasaron por los pueblos robando, violando y vejando a quienes menos la debían.73

Volviendo a la segunda mitad de 1917, después del fracaso de un supuesto plan para capturar a Venustiano Carranza en la Ciudad de México, Villa se comunicó con Murguía y le ofreció dejar las armas y retirarse a la vida privada. Sin embargo, Carranza no aceptó y le requirió su rendición incondicional, por lo que no le quedó más que continuar con su guerra dispersa.74

Fue entonces cuando la columna que comandaba el general Guillermo Chávez, a la que pertenecía el joven coronel Lázaro Cárdenas, emprendió la persecución de villistas en su propio territorio. Al combatir a los rebeldes, ahora concebidos más como bandidos o forajidos, y de participar en por lo menos cuatro enfrentamientos de consideración, las tropas constitucionalistas dieron razones para que la población local elevara sus protestas en contra de su proceder como supuestos restauradores del orden. En varias localidades de Chihuahua se organizaron algunas defensas sociales que no tomaban partido ni con villistas ni con constitucionalistas, y que trataban de velar por la seguridad de los civiles a los que tanto afectaban los avances de las fuerzas contendientes. Estas defensas se habían aliado con el gobernador Ignacio Enríquez, quien tenía una relación muy tensa con el general Murguía. Las protestas en contra de los militares “carranclanes” por parte de las defensas sociales se concentraron a finales de 1917, acusando a las tropas del general Chávez de robo de ganado y de emplear a la hora de entrar en las poblaciones “puertas, ventanas y techos como combustible”.75

Es muy probable que el coronel Cárdenas tuviera algo que ver con dichas acciones, ya que su consabida disciplina militar lo ponía bastante cerca del mando de dicha columna. El despojo a los pobladores generaba con mucha razón una animadversión que poco favorecía a la causa constitucionalista. No se tiene noticia de qué tanto participó el joven coronel en aquellas redadas. Pero lo que sí le parecía afectar era lo incontrolables que se habían vuelto los constantes ataques de los pequeños destacamentos rebeldes, tanto a su propio regimiento como a las poblaciones que patrullaban.

A finales de 1917, en una emboscada que los villistas planearon cerca de Estación Ojo Laguna, al norte de la ciudad de Chihuahua, el propio general Chávez fue muerto durante el ataque. El joven coronel asumió el mando y logró salvar al resto de la columna. El general Murguía procedió entonces a nombrar a Lázaro Cárdenas jefe interino de la columna expedicionaria de Sonora. Y el 31 de diciembre lo ratificó como jefe de la Primera Brigada de Sonora.76 Como tal siguió hasta el 5 de febrero de 1918, fecha en que fue llamado a cumplir sus servicios bajo el mando del general Plutarco Elías Calles, quien se desempeñaba ya como gobernador constitucional de ese estado.

Mientras Cárdenas combatía al villismo en Chihuahua, la guerra del yaqui se había recrudecido en las montañas, los desiertos y los fértiles valles del sur-centro del estado de Sonora. Si bien desde mayo de 1916 el general Calles había encabezado la campaña contra yaquis, dejando la gubernatura del estado provisionalmente en manos de Adolfo de la Huerta, este último había intentado llegar a un acuerdo un tanto efímero con los indígenas rebeldes que jamás llegaría a buenos términos. A principios de 1917 se dio por terminada esta primera etapa de campaña, pero la rebeldía yaqui continuó pese a las buenas intenciones del gobernador provisional. Para enero de 1918 los ataques de estos indígenas armados por los adversarios al constitucionalismo y los terratenientes conservadores aliados con los grandes propietarios estadounidenses se recrudecieron. En La Esperanza, cerca de Ures, el enfrentamiento fue particularmente sangriento. Todavía estaban muy frescos los recuerdos de una masacre suscitada a mediados del año anterior. Desde hacía varios meses un numeroso grupo armado de yaquis se ubicó al sur en la Sierra de Bacatete después de que el general Fausto Topete conminó a los principales jefes y a sus familias a reunirse en Estación Lencho, cerca de Guaymas en mayo de 1917. Una vez ahí los soldados abrieron fuego contra los yaquis, causándoles muchas muertes y una gran cantidad de prisioneros. Algunos pudieron huir hacia la sierra y trataron de reunir sus fuerzas nuevamente. Aquella acción fue conocida como la “masacre de Lencho” y quedó como una mancha en el recuerdo de la resistencia yaqui. Un testimonio de la época planteó la situación de ese grupo indígena tan severamente perseguido por los yoris:

Nosotros no tenemos confianza en el gobierno porque el año de 1916 nos ofreció paz y entregarnos nuestras tierras y nosotros con buen corazón bajamos a la Estación Lencho […] y estábamos esperando se realizara la promesa antes dicha y el gobierno estando nosotros dormidos asaltó nuestro campamento matando niños, mujeres y ancianos, traición que ni en tiempos de Porfirio Díaz habíamos experimentado con tanta crueldad […] Ahora estamos convencidos que el gobierno no tiene palabra.77

La campaña contra los yaquis se intensificó en la segunda mitad del año de 1917, justo cuando el coronel Cárdenas formaba parte de la columna sonorense que perseguía villistas en Chihuahua. La guerra contra el yaqui no le resultaba para nada ajena, ya que en 1916 había participado con su regimiento en algunos combates como los de Bacatete y La Gloria bajo el mando de los generales Francisco R. Serrano y Enrique Estrada, quienes a su vez rendían cuentas el general Calles. Menos de un mes después de reincorporarse a las milicias callistas, en marzo de 1918, al regimiento de Cárdenas le fue encomendado el establecimiento de un campamento en plena sierra de Bacatete. Persiguiendo grupos dispersos de yaquis, pasó buena parte de ese mes entre cañones secos y cerros áridos, sin agua y alimentándose con “raíz de palo dulce y biznaga”.78 En sus Apuntes reconocía a los “indios” como el enemigo que huía cada vez que avistaba a la tropa. De vez en cuando atacaban a sus vanguardias y lograban aniquilar a uno o dos de sus miembros. Sin embargo, la ofensiva militar constitucionalista contra el yaqui era claramente desproporcionada. Los batallones y las columnas de yoris tenían ametralladoras, cañones y caballería, mientras que los yaquis sólo tenían sus fusiles y su conocimiento conocimiento del terreno. Tal parecía que el afán callista y obregonista de exterminar a los yaquis daba, en efecto, una continuidad al genocidio emprendido durante el Porfiriato. Sin embargo, el coronel Cárdenas nada podía decir al respecto, pues sometido a la jerarquía militar, cumplía las órdenes que le mandaban e incluso, quizás influido por el discurso del momento, también identificaba a los indios como una “rémora de la civilización”, tal como lo hacían sus superiores sonorenses.

Sin embargo, a diferencia de estos últimos, el joven coronel probablemente percibió que estos grupos indígenas eran víctimas del despojo de sus tierras por parte de los terratenientes blancos y mestizos, tal como había sucedido en muchas otras partes del país. No sería aventurado plantear que tal vez esta guerra contra el yaqui influiría en sus ideas futuras sobre el compromiso que la Revolución debía asumir con las comunidades más explotadas del territorio mexicano, y que entre ellas las indígenas eran las que mayores agravios recibieron desde épocas coloniales. Pero quizá también es probable que todavía esa conciencia sobre la miseria y la expoliación que sufrían las comunidades indígenas no había madurado del todo. Como en los Apuntes de esos años prácticamente no se mencionan sus reflexiones al respecto, es difícil saber cuál era su posición en cuanto a la guerra que durante tales años se desató contra yaquis, mayos, pimas, kikapoos, cucapás, guarijíos y demás grupos indígenas del noroeste mexicano.

A combatir bandoleros y contrarrevolucionarios en Michoacán y las Huastecas

Como a las once del día

descargaron sus cañones.

“¡Que viva Chávez García!”,

gritaban como unos leones.

El volteadero se veía

de caballos y pelones.

Corrido de Chávez García, 191879

Mientras el coronel Lázaro Cárdenas la emprendía contra villistas en Chihuahua y contra yaquis rebeldes en Sonora, la salud de doña Felícitas del Río siguió deteriorándose. Establecida en Guadalajara, al parecer padecía de un cáncer en el útero que le afectó a una edad todavía bastante temprana. Apenas pasaba los 45 años cuando entró en agonía y pidió ver a su primogénito. Éste a su vez le solicitó al general Calles que intercediera con el primer jefe de la Revolución y recién electo presidente constitucional Venustiano Carranza para que le otorgara la comisión de ir a su tierra michoacana y ahí cumplir la tarea de combatir a los bandoleros que asolaban la región. De paso podía estar cerca de su madre y velar por ella. La solicitud fue aceptada.80

A principios de abril de 1918 el joven coronel dejó su puesto para visitar a doña Felícitas en la capital de Jalisco y la encontró con la salud muy malograda. Un par de días después regresó a Hermosillo para organizar la Primera Brigada de Sonora que emprendería la campaña contra los rebeldes michoacanos, bajo las órdenes del comandante general Manuel M. Diéguez que fungía como jefe del Ejército de Operaciones de Occidente. Sin embargo, poco antes de embarcarse en Mazatlán con rumbo a Manzanillo recibió la orden de esperar al general Calles, quien arribaría al puerto sinaloense con otra columna armada.

Al parecer, desde la Ciudad de México se le había encargado la tarea de asistir al gobierno del territorio de Nayarit que acababa de incorporarse como un estado más a la Federación y que vivía una situación complicada. Un par de años atrás un incipiente intento de reparto de tierras que provocó la resistencia de los hacendados que las detentaban, además de la entrada y salida de fuerzas revolucionarias por su territorio, generó una escalada de violencia que todavía asolaba gran parte de las comarcas nayaritas. Tales circunstancias hicieron que la población local empezara a padecer una hambruna que se vio agravada por una arrolladora plaga de chapulín. En una zona cercana a Tepic, en Santa María del Oro, la situación adquirió visos de tragedia que la crónica popular comentó así:

El mero siete de agosto

teniendo las ocho del día

llegaron lo chapulines

a Santa María.

La bola de animales

con el viento se paseaba

y los pobres labradores

lágrimas derramaban

Con sonajas y tambores

rogativas y chirimías

las mujeres en el campo

allá pasaban el día.

Madre mía de Guadalupe,

que mal tienes tu nación

te encargo que nos ayudes

échanos tu bendición.81

La incertidumbre local se agravó cuando el presidente Venustiano Carranza dio la orden de dar marcha atrás a las dotaciones en tierras nayaritas. La rebeldía en las poblaciones afectadas no tardó en manifestarse y la agitación se adueñó de prácticamente todo aquel pequeño estado del occidente mexicano.

Así las cosas, cuando el 30 de mayo de 1918 el coronel Lázaro Cárdenas se encontró con el general Plutarco Elías Calles en Mazatlán. Ahí decidieron enviar las impedimentas de sus brigadas por barco a Manzanillo, junto con parte de la tropa, para continuar hacia Guadalajara, donde se reunirían con las fuerzas del general Diéguez. Una fracción importante de caballería e infantería así como varios miembros de la oficialía tomaron el tren hacia Acaponeta, ingresando al estado de Nayarit. Las autoridades los recibieron con serenatas y fiestas, pero al día siguiente ya tenían encomendada la persecución de partidas de rebeldes por El Venadillo y continuar sus avances sobre Soyamota. En seguida acamparon en la población de Rosa Morada. Ahí el general Calles se encontró con el general Francisco de Santiago, a quien se le había encargado la incursión y batida de rebeldes en la Sierra de Álica. El general De Santiago tenía fama de sanguinario y cruel. Combatir al villismo en Zacatecas y el norte de Jalisco se había convertido en un factor importante en el control constitucionalista de la región. Su fama lo precedía. En Nayarit y especialmente en Acaponeta, al querer escarmentar el pillaje y el bandolerismo, colgó 40 individuos en un solo árbol de mezquite “semejando racimos de uvas”.82 Al parecer la campaña nayarita suscitó en la conciencia del general Calles una especie de culpa, dadas las condiciones de miseria que mostraban quienes se batían en contra del ejército que comandaba. En una carta que le escribió a Adolfo de la Huerta comentándole sus experiencias recientes atribuyó los problemas locales a una situación económica un tanto desesperada por parte de la población que ingresaba a las filas anticarrancistas. Describió la situación diciendo: “En Nayarit no hay más que cuatro amos, cuatro hacendados que son dueños de todo el territorio y el resto de la población son los sirvientes, pobre gente que gana un miserable salario, que no le alcanza ni siquiera para comer y que no cuenta ni con un solo pedazo de tierra”.83 Estas impresiones tal vez también fueron comentadas con el joven coronel Cárdenas, quien seguro compartía esa preocupación por la acendrada precariedad en la que vivía la gran mayoría de los mexicanos. No debió ser fácil arrasar con aquellas poblaciones que se resistían a afiliarse al carrancismo pero que sobre todo eran pequeñas y miserables comunidades abandonadas en los lejanos parajes serranos nayaritas.

La sierra de Alica era célebre porque ahí se encaramó Manuel Lozada, el renombrado bandolero del siglo XIX. Conocido también como el Tigre de Alica, las hazañas de Lozada seguían en boca de los lugareños y parecían servir de ejemplo para los alzados durante los años revolucionarios que no tardarían en ser batidos por los generales Francisco de Santiago y Plutarco Elías Calles. Durante las primeras semanas de junio de 1918 ambos generales asumieron la tarea de mermar a los enemigos del constitucionalismo nayarita en la sierra de Alica y en los rumbos cercanos a Tepic.

El coronel Cárdenas por su parte continuó con su regimiento hacia la capital de Jalisco donde arribó justo antes de que doña Felícitas expirara. En sus Apuntes anotó aquel día:

El 21 de junio de 1918, a las 11 horas, llegué con las fuerzas a la ciudad de Guadalajara. Inmediatamente me trasladé a ver a mi madre, que me reconoció y me hizo algunas recomendaciones, entre ellas: “Cuida de tu chiquita Alicia”. Falleció a la cuatro de la tarde del propio 21 de junio. Tuvo aliento para esperar mi llegada.84

Fiel a su condición de madre protectora, doña Felícitas mencionó en sus últimos momentos a la hija primogénita de Lázaro, Alicia, a la que había procreado con una mujer sonorense que, se llamó Carmelita, de apellido Del Valle Rizzo.85 Alicia tendría entonces unos meses de edad, puesto que, según algunas fuentes un tanto imprecisas, nació en 1918 en Nacozari, Sonora. El año anterior Cárdenas había estado en campaña en Chihuahua y a principios de 1918 se había reincorporado a las milicias que actuaban en territorio sonorense, por lo cual, si Alicia era originaria de dicho estado, apenas estaría cumpliendo unos cuatro o cinco meses de haber arribado a este mundo. Al parecer el propio Cárdenas le había informado personalmente a doña Felícitas sobre el nacimiento de su hija, aunque mantuvo mucha discreción sobre la madre de la misma, desde entonces y hasta el fin de sus días. Aquella primogénita de Lázaro Cárdenas sería una mujer especialmente importante en su vida, pero con quien, por su condición de militar revolucionario, mantuvo una intermitente relación durante sus primeros 15 años. Posteriormente, su primera hija se incorporaría mucho más a la cotidianidad de aquel militar en ascenso, y logró cumplir así medianamente la solicitud de doña Felícitas. En 1918 Alicia apenas era una bebé y como tal fue una de las preocupaciones que, después de saberse abuela, esa madre en su lecho de muerte pudo comunicarle a su hijo.

El 24 de junio Lázaro Cárdenas abandonó Guadalajara y se internó con su columna en territorio michoacano. Se presentó en Morelia un día después para recibir las órdenes de batir las partidas de bandoleros y rebeldes, en compañía de las fuerzas del general Rentería Luviano, a quien ya conocía desde que éste había tomado la hacienda de Guaracha en 1913, durante esos momentos en que el propio Cárdenas todavía no se decidía del todo a entrarle a la Revolución. El general Rentería Luviano fue gobernador interino del estado de Michoacán en 1917, mientras se llevaban a cabo unas muy desaseadas elecciones para nombrar al próximo jefe de gobierno del estado. El ingeniero y coronel Pascual Ortiz Rubio resultó electo, pero se encontró con una entidad asolada por el bandidaje, el hambre, las sequías y la desorganización general, tal como estaban muchas otras regiones en el resto del país. El historiador Ramón Alonso Pérez Escutia definiría aquel momento así: “Las cosas no fueron diferentes en Michoacán durante ese entonces, y como nunca antes salieron a relucir inconformidades, resentimientos, envidias y demás actitudes negativas entre los principales grupos políticos y sociales”.86

Además de las pugnas por el poder, en Michoacán sobrevivían algunas fuerzas rebeldes que se autonombraban “villistas” o “felicistas”. Estas huestes enarbolaban fehacientemente su anticarrancismo, aunque en el fondo no eran más que partidas de bandoleros con poca definición ideológica y política. Las tres bandas de forajidos más importantes en esos momentos eran la de Jesús Cíntora,87 en el sur del estado, quien se decía capitanear el Ejército Reorganizador Nacional que reconocía al contrarrevolucionario Félix Díaz como su principal líder; la de Fernando Altamirano que operaba sobre todo en el centro y el oriente de Michoacán y que se reconocía como villista; y la de José Inés Chávez García que asolaba el norte y también el centro y el occidente del estado. Tal vez el más temido hacia finales de 1917 y principios de 1918 era Chávez García, a quien se le habían colgado toda clase de epítetos: Terror de Michoacán, el Gengis Kahn mexicano o el Ave Negra. A partir de septiembre de 1917 se había construido “el fulgor y la fama” de aquel “trigueño, muy charro, muy de a caballo”88 cuyas fuerzas no alcanzaban más de 100 individuos, lo que le daba una enorme movilidad. Siguiendo la táctica de “pega y corre” se había anotado golpes realmente espectaculares robando y quemando poblaciones enteras. Desde Taretán hasta Tigüindín, de Paracho a Tacámbaro, de Zamora a Yurécuaro, con ocasionales incursiones en Jalisco y Guanajuato, este rebelde llegó a negociar en abril de 1918 el rescate de cerca de 60 secuestrados.89

Haciendo del bandidaje y del rapto su modus vivendi se decía que esa partida de forajidos comandada por Chávez García, conocidos también como los leopardos pintados, combinaba la crueldad con sus sentimientos religiosos, su salvajismo con su repentina piedad. Para los letrados michoacanos no se trataba más que de una “chusma infernal” que hacía de las oficinas públicas sus cuarteles y a las escuelas las convertía en caballerizas, dejando una estela de sangre, terror y rabia a su paso. Incluso la musa popular lo recordaba como un personaje por demás malvado y violento:

Cuando salió de Sahuayo

salieron por el arenal

les gritaban los chavistas:

¡ahí les dejamos el lodazal!90

Pero en ese entonces la población michoacana también resentía los desmanes de ejército federal en su campaña por la pacificación de sus localidades. La ofensiva en contra de los bandidos también les presentaba a los constitucionalistas la oportunidad de abusar y robar los pueblos que recorrían.

Y a ese territorio arribó el coronel Cárdenas con su regimiento para emprender la campaña contra el bandolerismo y tratar de imponer orden. Su llegada fue recibida con cierto beneplácito por parte de la prensa local. El periódico Alma Nacional publicó el 29 de junio de 1918 un reportaje que lo presentó como el “valiente y joven” coronel michoacano que regresaba a su estado natal “a emprender la obra de pacificación”. La nota describía su trayectoria militar en Tierra Caliente y en Sonora, y remataba diciendo:

Ha estado en muchos combates de importancia, sobre todo contra Maytorena, Villa y los yaquis alzados, peleando con el valiente 22 Regimiento de Michoacán que tan bien se ha portado en aquel estado fronterizo. Esta vez podemos creer que el bandolerismo en Michoacán debe ir cabando [sic] su tumba.91

El gobierno del ingeniero Ortiz Rubio en combinación con las autoridades carrancistas no sólo requirieron el apoyo del cuerpo militar comandado por el general Manuel M. Diéguez y al que pertenecía el regimiento que comandaba Cárdenas, sino que también solicitaron los servicios del exgobernador interino y general José Rentería Luviano. Éste tuvo que salir del estado después de las elecciones de 1917 y a principios de 1918 se encontraba bastante descontento en Ciudad de Maíz, San Luis Potosí, porque como buen constitucionalista no encontraba nada ahí que carrancearse. Por ello él mismo pidió a las autoridades militares que lo trasladaran a cualquier lugar que tuviera mayor acción.92 Pronto fue llamado para que apoyara las batidas contra el bandidaje en Michoacán y fue así que se reencontró con el joven Cárdenas, quien comandaba la Columna Expedicionaria de Sonora y su reconocido regimiento. Ambos avanzaron rumbo a Acutzio y Acatén, siguiendo por el lado oriental de la sierra de Tacámbaro, para llegar a las cañadas y valles de Carácuaro. De ahí continuaron hasta la región terracalentana de Huetamo. Avanzaron tales columnas sobre Pungarabato y en los primeros días de julio se acercaron a Tlapehuala, ya en el estado de Guerrero. Ahí, combinándose con las fuerzas del general Cipriano Jaimes se enfrentaron con las huestes del rebelde José Cabrera. Las persiguieron por la sierra guerrerense entre Arcelia, San Miguel Totolapan y Pungarabato, hoy Ciudad Altamirano, hasta dispersarlas cerca de Santa Rosa a mediados de la segunda semana de julio de 1918.93

Tanto Rentería como Jaimes contaban con una probada experiencia en lides militares, y le llevaban poco más de 10 años al joven coronel, cuya experiencia no era para nada desdeñable, aunque su jerarquía militar resultaba menor. Los dos generales se sentían con mayor capacidad de mando y la tensión entre ambos se manifestó en seguida, sobre todo cuando los rebeldes de Cabrera fueron definitivamente derrotados. Cárdenas logró mediar la situación, pero para el 22 de julio ya estaba de regreso en Morelia, poniéndose a las órdenes del gobernador Pascual Ortiz Rubio. Inmediatamente lo enviaron a combatir a las fuerzas de Cíntora y de Altamirano que habían tomado la plaza de Los Naranjos, en las cercanías de Indaparepeo, no muy lejos de Morelia. Con un regimiento de unos 80 hombres tuvo que luchar contra cerca de 300 individuos apostados entre casas, edificaciones y lomeríos. Al parecer en ese enfrentamiento estuvo a punto de caer prisionero.94

Sin embargo durante el resto del mes de julio y hasta los primeros días de enero de 1919 el coronel Cárdenas siguió en campaña contra los rebeldes, hasta que Jesús Cíntora cayó en Nuevo Urecho, huyendo rumbo a Tierra Caliente. Inés Chávez García y Fernando Altamirano murieron infectados de influenza española en noviembre,95 aunque ya desde septiembre de 1918 se desplazaban a salto de mata, perseguidos por las fuerzas federales. En octubre, Chávez García tuvo un último acto de salvajismo al pasar por cuchillo a 20 soldados de las fuerzas de Benigno Serrato capturados en San Juan Tumbio.96 Para entonces la barbarie demostrada por los chavistas había hecho que tanto Cíntora como Altamirano se deslindaran de su posible reconocimiento como pares anticonstitucionalistas. Los duros golpes que le propinó el ejército federal hicieron que Chávez García emprendiera acciones desesperadas. Su fama de violador y matón creció gracias a las notas amarillistas que aparecieron en los periódicos capitalinos y de Guadalajara, que lo presentaban como un indio rabioso, sediento de sangre y venganza.97

En diciembre Cárdenas concentró a su regimiento en Morelia para que el general Manuel M. Diéguez pasara revista a las tropas que combatían a los rebeldes. Como queriendo dar fin a sus actividades militares de ese año, el 24 anotó en sus Apuntes: “J. Inés Chávez García, el bandolero que más asoló Michoacán, murió en un rancho cercano a Purépero, Mich. el 11 de noviembre de 1918. Lo mató la llamada influenza española, fiebre que azotó al estado”.98

A principios de 1919 el coronel todavía participaría en un par de acciones contra Cíntora, pero en febrero recibió la orden de reincorporarse a las fuerzas comandadas por el general Arnulfo R. Gómez que debían partir hacia la Huasteca a combatir las guardias blancas de las empresas petroleras estadounidenses que estaban bajo el mando del auto-nombrado general Manuel Peláez. Pero antes de embarcarse rumbo a Tuxpan, Veracruz, Cárdenasfue llamado a la Ciudad de México. El general Juan Barragán, jefe del Estado Mayor Presidencial, le pidió que mantuviera a sus tropas en un campamento en Tepexpan, Estado de México, para que el 15 de febrero el propio presidente Venustiano Carranza pasara revista a las mismas en la estación de trenes El Mexicano antes de partir a la Huasteca. En aquella ocasión Carranza “felicitó a la columna por la campaña hecha en Michoacán” lo cual fue anotado por el propio Cárdenas con bastante orgullo en sus Apuntes correspondientes.99

Además de reconocer la eficacia con que el cuerpo militar logró combatir al bandolerismo en el occidente mexicano, Carranza probablemente quería ganarse la voluntad de quienes representaban cierta institucionalidad en dicha columna. El presidente dio órdenes para que la todavía llamada “Columna Expedicionaria de Sonora” y su 22º Regimiento de Caballería salieran de territorio michoacano, quizá porque percibía que el ingeniero y coronel Pascual Ortiz Rubio, gobernador del estado, mostraba una especial afinidad con el general Álvaro Obregón y los sonorenses bajo su mando. A Carranza no parecía convenirle que la estrella obregonista brillara demasiado. Desde que se consumó la derrota de Maytorena y dado el continuo debilitamiento de las huestes villistas en Chihuahua, el fortalecimiento político de los sonorenses se hacía cada día más patente.

Plutarco Elías Calles, Arnulfo R. Gómez, Francisco Serrano, Abelardo L. Rodríguez, Adolfo de la Huerta y desde luego el propio Álvaro Obregón no ocultaban sus intenciones de ascender a los primeros puestos de la administración pública, adelantándose al relevo que debía producirse en 1920. Y aunque todavía no lo habían declarado públicamente, tales intenciones contravenían los planes del propio Carranza, quien pretendía influir en dicho relevo, pero en una dirección menos pretoriana y más civilista. De cualquier manera, las relaciones entre Ortiz Rubio y el primer jefe empezaron a enfriarse a principios de 1919 y tal vez por ello Carranza quería ganarse a esa columna compuesta de oficiales medios sonorenses, jalisquillos y michoacanos que fortalecían con sus triunfos al grupo de Obregón y Calles. Por lo pronto la sacaba de la región donde había tenido tan buen desempeño para ponerla a prueba en el nororiente del país, que todavía daba muestras de inquietud y poco control de parte de los constitucionalistas en el poder.

Al igual que una parte de Morelos que seguía siendo zapatista, ciertas regiones de Oaxaca declaradas soberanistas y algunos puntos en Chihuahua y Durango que todavía mostraban resistencias villistas, Tamaulipas, la Huasteca y ciertas regiones del centro y sur de Veracruz se mantenían en estado de efervescencia. Pequeñas huestes contrarrevolucionarias que se decían seguidoras de Félix Díaz, de Gaudencio de la Llave y de Higinio Aguilar seguían merodeando aquellos rumbos, pero tal vez el más poderoso de esa facción anticonstitucionalista era el general Manuel Peláez.100 Vinculado a los intereses de las compañías petroleras estadounidenses, mantenía una hegemonía en la Huasteca veracruzana y tamaulipeca que había garantizado la paz en la región con el fin de no perturbar la producción de hidrocarburos, contraviniendo las disposiciones carrancistas que empezaban a exigir su participación en los dividendos. El gobierno federal no veía con buenos ojos que dicha producción no pagara impuestos y se mantuviera al margen de las nuevas disposiciones de la Constitución de 1917. Los constitucionalistas los constitucionalistas no habían hostilizado a Peláez tanto como a los zapatistas o a los villistas, tal vez para no importunar la producción de las compañías petroleras, en vista de su posición estratégica dada la demanda que la primera Guerra Mundial estableció como prioritaria para el gobierno estadounidense. Sin embargo, a principios de 1919 las cosas empezaron a cambiar. El régimen carrancista era consciente de que Peláez había roto con las fuerzas contrarrevolucionarias felicistas, pero también sabía que estaba en pláticas para aliarse con los zapatistas y de esa manera podía fortalecer la resistencia contra el constitucionalismo. A diferencia del ejército de Zapata, que a principios de 1919 se encontraba diezmado y maltrecho, las huestes pelaecistas contaban con dinero y pertrechos proporcionados por las compañías petroleras, a las cuales les garantizaba la tranquilidad de la región y las mantenía lejos de la injerencia carrancista.101 Por eso era necesario someterlo cuanto antes.

A finales de febrero aquella “Columna Expedicionaria de Sonora” y su 22º Regimiento de Caballería llegaron a Tuxpan en medio de una tormenta que asolaba las costas del Golfo de México. El día 25 el coronel Cárdenas fue nombrado jefe de Sector de Operaciones de Tuxpan, que todavía estaba bajo el mando del general César López de Lara, encomendado para controlar la región y contener las fuerzas rebeldes de Peláez. Los constitucionalistas ocupaban las plazas de Tuxpan, Potrero del Llano y Tanhuijo, pero los pelaecistas prácticamente gobernaban en las zonas rurales. Al norte del estado de Veracruz, entre Temapache, Tierra Amarilla, Cerro Azul y Balcázar, el regimiento del coronel Cárdenas estuvo activo hasta agosto de 1919. En la última acción de la que se tiene registro y que sucedió el 25 de agosto en el Campamento de la Potranca, el joven jefe de sector logró recoger “importante documentación” antes de desalojar al enemigo.102 Es muy probable que los documentos recuperados en esa incautación estuvieran relacionados con los posibles vínculos entre Peláez y quienes se disputaban la jefatura del Ejército Libertador del Sur, cuando éste pasaba por una de sus más severas crisis a raíz del asesinato de Emiliano Zapata, suscitado cuatro meses antes.

Aquel fatídico 10 de abril, poco antes de que el general Arnulfo R. Gómez sustituyera al general López de Lara en la jefatura de operaciones militares de la Huasteca, Cárdenas anotó en sus Apuntes señalando esa fecha en que había “muerto a traición” Emiliano Zapata en Chinameca, Morelos. Ese mismo día también hizo referencia del asesinato y la decapitación de uno de los responsables de la traición huertista al gobierno de Madero en 1913, el general Aurelio Blanquet, que fue capturado en una barranca en Veracruz.103 En un mismo día dos figuras de la Revolución mexicana diametralmente opuestas aparecían por la misma razón, su muerte, en el diario del joven coronel. La suerte que ambos correrían en la historiografía no pudo ser mayor. Blanquet fue identificado como un gran traidor, mientras que Zapata pronto se convertiría en mártir, máximo símbolo popular de la lucha revolucionaria.

Volviendo a los últimos días de abril, el nombramiento del general Arnulfo R. Gómez como jefe militar de las huastecas resultó una buena noticia para el coronel Cárdenas. Su regimiento volvía a estar bajo el mando de un jefe conocido que lo vinculaba nuevamente con su tutor, el general Plutarco Elías Calles, quien entonces se desempeñaba como secretario de Industria, Comercio y Trabajo del gobierno carrancista. Aunque pronto Calles pediría licencia para atender asuntos políticos en su estado natal, no tardaría el sonorense en regresar a la secretaría pocos meses después, ya con un plan bastante más concreto para satisfacer sus ambiciones y las del grupo de militares paisanos, ansiosos de hacerse del poder federal. Consciente de que ese grupo se fortalecía rápidamente, Carranza intentó distanciar a los aliados del general Obregón que no ocultaban sus intenciones políticas y entre los que se contaban tanto Arnulfo R. Gómez como Plutarco Elías Calles. A Gómez, Carranza lo mandó a las Huastecas y a Calles a Sonora para entregar la oficina del gobernador electo debido a que su propio periodo concluiría a finales de agosto. Pero al hacerlo, Carranza pensó que apoyando a Adolfo de la Huerta en su candidatura al gobierno de Sonora era posible que entre ambos surgiera alguna rivalidad, lo que no sucedió. Calles regresó a su puesto en la administración federal en octubre con la novedad de que su paisano no sólo continuaría las reformas iniciadas por él, sino que el gobernador entrante mostraba ya cierta reticencia a seguir los mandatos de quien popularmente era conocido como Vespaciano Garbanza, oponente del general Ombligón.104

El distanciamiento entre De la Huerta y Carranza tuvo como pretexto un decreto que este último emitió en junio de 1919, el cual establecía que las aguas del río Sonora eran propiedad federal. Si bien el general Calles, que entonces seguía siendo gobernador, no hizo muchos aspavientos al respecto, una vez en el poder De la Huerta interpretó tal decreto como una intromisión del ejecutivo federal en asuntos que sólo competían a la entidad. Carranza había lanzado esa disposición con el fin de mostrar su mano dura contra las rebeliones yaquis pretendiendo enviar tropas para someterlos. El gobernador entrante argumentó que los yaquis estaban tranquilos y que más bien se trataba de un ataque a la soberanía del estado. La disputa creció a lo largo de la segunda mitad de 1919 y principios de 1920. Carranza incluso mandó a un incondicional suyo, el general Juan José Ríos, a ocupar la jefatura militar de Sonora, lo que fue interpretado como una provocación.105

Mientras tanto, en junio de 1919, el general Álvaro Obregón anunció su candidatura para contender en la justa por la presidencia de la república en 1920. Con ello los sonorenses asumían una posición de fuerza frente a las intenciones de Carranza, quien finalmente admitió que no veía con buenos ojos la ambición de los norteños. Como es sabido, el Barón de Cuatro Ciénegas apoyaría la candidatura del ingeniero Ignacio Bonillas y tal postura le valdría la animadversión de buena parte del ejército y, desde luego, del grupo sonorense. Mientras que la campaña de Bonillas, que por cierto también era sonorense pero especialmente reticente frente al militarismo que representaban Obregón y sus seguidores, tardó en arrancar y cuando lo hizo sus propuestas pasaron sin pena ni gloria, las giras del general Álvaro Obregón se fueron haciendo cada vez más intensas y agresivas. En octubre de 1919 “el General Invicto” recorrió Sonora, Sinaloa, Nayarit, Jalisco y llegó a la Ciudad de México donde fue recibido con bombo y platillo. En diciembre estuvo en Hidalgo, el Estado de México, Michoacán y Guanajuato. En febrero de 1920 tomó rumbo al norte desde Aguascalientes y recorrió Zacatecas, San Luis Potosí, Coahuila, Chihuahua, Nuevo León y Tamaulipas.106

El 2 de abril Obregón tomaría un barco en Tampico para emprender su gira en la península yucateca, cuando fue llamado a comparecer en un juicio al general coahuilense Roberto Cejudo por traición, y del cual el Manco de Celaya sabía algo. A su llegada a la Ciudad de México, Obregón aprovechó para reunirse con su contendiente más poderoso, el general Pablo González, quien también lanzó su candidatura a la presidencia desde enero de 1920. Al parecer ambos estuvieron de acuerdo en que la ruptura con Carranza era inminente.107

Para entonces la hostilización de parte del gobierno federal hacia la campaña obregonista y hacia las autoridades locales no afectas al poder central de Venustiano Carranza se dejaba sentir con sensible intensidad.108 El presidente constitucional contaba con la avenencia de sólo cuatro gobernadores: Cándido Aguilar en Veracruz, Alfonso Cabrera en Puebla, José Santos Godínez en Nayarit y Agustín Alcocer en Guanajuato. El apoyo que el ejecutivo federal le daba a Ignacio Bonillas no generaba consenso alguno y los gobiernos de por lo menos 10 estados mostraron animadversión a su candidatura. Tanto en Sinaloa como en Chihuahua, pasando por Colima, Tamaulipas, Zacatecas, Michoacán, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, y desde luego Sonora, los militares y civiles que representaban a las autoridades locales manifestaron que no apoyarían al candidato de Carranza a quien ya se le había adjudicado el mote de “Flor de thé” debido a las estrofas de un cuplé español de moda que decía:

¡Flor de thé! ¡Flor de thé!

Nadie sabe de dónde ha venido

ni cuál es su nombre

ni dónde nació […]

En Sonora, sin embargo, la tensión crecía a grandes pasos y, para los primeros días de abril, el conflicto con el poder federal llegaría a su apogeo.

Durante la segunda mitad de 1919 y los primeros meses de 1920 no se tienen datos muy precisos sobre la vida y los hechos que el joven coronel Lázaro Cárdenas del Río se empeñó en sobrellevar. Quedaba claro que había velado por él y por sus hermanos, puesto que había incorporado a Dámaso a su regimiento desde sus correrías contra villistas y bandoleros michoacanos dos años antes, y también lo había llevado consigo a la Huasteca. A finales de 1919 lo destacó en San Rafael, Veracruz, después de una breve estancia en Puebla.109 A su hermano Alberto lo incorporó como telegrafista del 95, Regimiento, que también tenía su sede por los rumbos de Tuxpan, Veracruz.110

Es muy probable que Lázaro estuviera destacado en la Huasteca veracruzana cuando en octubre de 1919 se suscitó el secuestro del agente consular estadounidense William O. Jenkins, supuestamente perpetrado por fuerzas al mando de Manuel Peláez. El caso Jenkins, como se le llamó entonces, suscitó una gran cantidad de suspicacias que pusieron las relaciones entre Estados Unidos y México nuevamente en un alto grado de tensión. En la prensa se trataría de difundir la especie de que dicho secuestro había sido un autoplagio para comprometer al régimen de Carranza y así tratar de forzar una intervención estadounidense en territorio nacional.111 El asunto de Jenkins trajo la declinación del poder pelaecista en la Huasteca y las empresas petroleras lo empezaron a ver con cierta suspicacia. Sin encontrar una alianza sólida con los zapatistas el general Peláez buscaría pactar con los sonorenses avanzado el año 1920, y sería nada menos que con el general Arnulfo R. Gómez con quien establecería un acuerdo.112 Tales sucesos llamaron la atención del joven coronel, quien mantuvo durante los acontecimientos un extraño silencio. Sus Apuntes del año de 1919 terminan el 11 de julio, y no se vuelven a abrir sino hasta el 23 de diciembre de 1923, para luego dar un salto hasta el 10 de junio de 1928.113

Pero regresando a los hechos en Michoacán a finales de 1919 y principios de 1920, la tensión también había crecido en esa provincia debido a que el gobernador Pascual Ortiz Rubio dispendiaba abiertamente su apoyo al general Álvaro Obregón. Lázaro Cárdenas debió estar pendiente de lo que sucedía en su estado natal, sobre todo durante el último mes de 1919 cuando el Manco de Celaya emprendió su gira proselitista por sus rumbos. Entre el 17 de diciembre y el 7 de enero del año siguiente el obregonismo demostró que la división endémica de los políticos michoacanos podía paliarse si conservaban un objetivo común. A la causa del general Obregón se unieron figuras como José Rentería Luviano y Francisco J. Múgica, quienes por su parte no ocultaban su animadversión al gobierno ortizrubista. El Centro Director Obregonista lo dirigían Isaac Arriaga, Leopoldo Zincúnegui y Bibiano Ibarra, tres personajes que mantenían posiciones encontradas, puesto que ya vislumbraban la posibilidad de ocupar alguna posición en las propias elecciones de Michoacán, que también se celebrarían en 1920.114

Pero lo que atraía la mayor atención de gran parte del país, y muy probablemente del mismo joven militar michoacano apostado en la Huasteca veracruzana, eran las desavenencias entre el gobierno del estado de Sonora y el ejecutivo federal. Después de un intercambio de misivas entre agrias e irónicas, el gobernador De la Huerta rompió con Venustiano Carranza el 9 de abril de 1920. Este último había ordenado al general Diéguez que avanzara hacia el noroeste desde Guadalajara, apoyado por el general Murguía, quien prepararía otro avance sobre Sonora desde Chihuahua, con el pretexto de pacificar a los yaquis. Preocupados por esta andanada militar los gobiernos de los estados de Sinaloa, Nayarit y Jalisco retiraron su apoyo al gobierno federal. Mientras tanto el general Arnulfo R. Gómez pactaba con el general Manuel Peláez en las cercanías de Tampico. No tardaron en unirse a los desafectos el general Enrique Estrada en Zacatecas, el general Porfirio Gómez en Matamoros y Monterrey, y el coronel e ingeniero Pascual Ortiz Rubio en Michoacán. La tensión entre el gobierno de esta última entidad y el ejecutivo federal también aumentó y durante esos días el ejército carrancista avanzó sobre Morelia, obligando al poder estatal a desalojar la ciudad. Ortiz Rubio estableció su campamento cerca de Carácuaro, al sur de la capital del estado y en el camino a Huetamo en Tierra Caliente. Pero a principios de la primera semana de abril un vuelco a nivel nacional significaría el más duro golpe al régimen carrancista.

Reunidos en Agua Prieta, el general Plutarco Elías Calles, convertido en máxima autoridad militar del estado de Sonora, y los generales Ángel Flores, Francisco R. Manzo, Juan Cruz, Lino Morales, Francisco Serrano, y poco menos de una centena de individuos firmaron un manifiesto en el que desconocían a Venustiano Carranza y a los gobernadores de los estados de Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, Nuevo León y Tamaulipas. En el llamado Plan de Agua Prieta se reconoció al gobernador constitucional del estado de Sonora, Adolfo de la Huerta, como jefe supremo del Ejército Liberal Constitucionalista quien, una vez aprobada la propuesta y adoptada por la mayoría de las representaciones estatales, debía convocar al Congreso de la Unión para que se nombrara un presidente provisional. Con este plan, fechado el 23 de abril, se daba la ruptura definitiva entre los sonorenses y el todavía presidente constitucional Venustiano Carranza.

El 11 de abril el general Obregón salió de la Ciudad de México rumbo a Guerrero en una acción “peliculesca” que implicó disfrazarse de garrotero y pedir protección al general zapatista Genovevo de la O en su paso por Morelos. En Chilpancingo, 10 días después, el sonorense se puso a disposición de Adolfo de la Huerta en sus diferendos con Venustiano Carranza. El general Pablo González, por su parte, también se manifestó contra el ejecutivo constitucionalista el último día de abril. De esta manera, para principios de mayo una mayoría de mandos del ejército federal secundaba el Plan de Agua Prieta, lo que dio lugar a un impasse militar que también fue conocido como “la huelga de los generales”. Carranza sólo parecía tener consigo a los generales Diéguez y Murguía, y para colmo la rivalidad entre ellos era de sobra conocida. Diéguez debía movilizarse rumbo a Sonora, pero tal parecía que lo hacía con particular lentitud. Así que fue Murguía quien asumió el mando de protección al gobierno de Carranza. Como bien apunta el historiador Álvaro Matute: “A partir de ese momento los aguaprietistas estaban en casi todo el país excepto sobre el suelo que pisaba la comitiva presidencial”.115

En vista de los avances de sus enemigos, el 7 de mayo el gobierno constitucionalista con Venustiano Carranza a la cabeza emprendió su salida de la Ciudad de México en una caravana ferroviaria, que ha sido descrita en forma literaria por varios autores debido a su monumental caos y a su no menor dimensión épica.116 Aquel tren con los miembros del poder ejecutivo y sus familias, sus archivos y su mobiliario se debía dirigir a Veracruz, donde Venustiano Carranza pretendía repetir el periplo que realizó en 1914-1915, estableciéndose primero en el puerto principal de México para emprender la campaña contra sus enemigos desde el norte. Pero al llegar a la estación de Aljibes el tren detuvo su andar por falta de combustible y por la noticia de que el general Guadalupe Sánchez, quien los debía recibir en el estado jarocho, había defeccionado. El ataque de las fuerzas de Sánchez era inminente. Una comitiva en la que iba el presidente con sus más allegados se internó en la sierra de Puebla, rumbo a Tetela de Ocampo, con el fin de arribar a Zacatepec. Como mayo era temporada de lluvias, los aguaceros provocaron las crecidas en los ríos de San Marcos, Necaxa, El Espinal y El Higuero. El general Francisco L. Urquizo, testigo de aquella huida, declaró: “La sierra de Puebla que considerábamos refugio, resultó el lugar de nuestro total aniquilamiento”.117

Al parecer, un poco más al norte, por los rumbos de Papantla, se encontraba destacado un pequeño grupo de exploración al mando del joven Lázaro Cárdenas, quien ya se había unido al movimiento aguaprietista y tenía órdenes de interceptar a la comitiva presidencial. El general Arnulfo R. Gómez, firmante del Plan de Agua Prieta, y comandante de las fuerzas a las que pertenecía el michoacano, había dado la orden de resistir a las fuerzas carrancistas en Tuxpan, y según el mismo Gómez, Cárdenas “había estado a la altura de su deber”.118 El 10 de mayo el gobierno provisional de Adolfo de la Huerta, instaurado por los seguidores del Plan de Agua Prieta, le otorgó finalmente al joven michoacano el grado de general de brigada.119 Recién ascendido se manifestó a favor del desconocimiento del gobierno de Carranza en la región de Gutiérrez Zamora, en Veracruz. De ahí se internó en la sierra con su cuerpo de caballería siguiendo el margen izquierdo del río Tecolutla hasta el rumbo de El Espinal. El caudal del río no le permitió cruzar, por lo que su pequeño regimiento no pudo interceptar al conjunto de civiles y militares que acompañaba a Venustiano Carranza en su intento de llegar a la costa del Golfo de México. El reducido grupo presidencial continuó desde Coamachalco hacia Patla y de ahí hasta Tlaxcalantongo. Desde que llegaron a Tetela de Ocampo, un general expelaecista amnistiado bajo las órdenes del general Francisco de P. Mariel y primo de Luis Cabrera, el general Rodolfo Herrero, ofreció escoltarlos y protegerlos. Mariel, quien se encontraba entre la comitiva carrancista, lo mismo que Luis Cabrera, avaló a Herrero. El general y escritor Francisco L. Urquizo relató años después la llegada al siguiente pueblo de aquella comitiva donde tuvo escenario el magnicidio:

Serían las cinco de la tarde cuando llegamos a San Antonio Tlaxcalantongo, pequeña ranchería compuesta de quince o veinte casuchas de paja y ramas secas diseminadas en un plano de ciento cincuenta o doscientos metros. A nuestra derecha e inmediatamente pegado al pueblo continuaba el precipicio y en el fondo de él corría un tormentoso arroyo; a nuestra izquierda se destacaba la montaña sumamente escarpada […] A la entrada del pueblo me llamó la atención en las paredes de una choza ya derruida y sin techumbre un letrero mal hecho, pintado con carbón, que decía “Muera Carranza”.120

El 20 de mayo, después de asentarse en el interior de aquellos jacales de Tlaxcalantongo a pasar la noche lluviosa, y de otorgarle permiso a Herrero para ausentarse momentáneamente con el supuesto fin de buscar apoyo, un grupo de hombres armados abrió fuego sobre las chozas donde se encontraba la comitiva, asesinando a Venustiano Carranza y a algunos de sus seguidores. Los sobrevivientes fueron apresados y conducidos, junto con el cadáver del presidente, hacia Huauchinango y luego a Xico.121

La noticia de la muerte de Venustiano Carranza corrió como pólvora. El 24 de mayo, el mismo día en que arribó el cuerpo inerte del máximo jefe constitucionalista a la Ciudad de México, el Congreso eligió a Adolfo de la Huerta presidente sustituto por un periodo de seis meses. La rebelión aguaprietista había triunfado. Se daba fin al régimen carrancista e iniciaba así el primer periodo de una serie de gobiernos que hoy se identifican como pertenecientes al México posrevolucionario. El país quedaría bajo la tutela de los sonorenses durante casi un lustro en el que las reformas, los repartos, las confrontaciones y las asonadas se volverían el pan de cada día. El recién ascendido general Lázaro Cárdenas, con apenas 25 años a cuestas, formaba parte del ejército victorioso que cerraba una etapa fundamental de la historia de México en la que la Revolución parecía haberse entrampado. Sin embargo, con nuevos bríos y esperanzas se abría el futuro que prometía revitalizar los principios revolucionarios poniéndolos a prueba a partir de una nueva década, la de los años veinte.

En junio el joven general recibiría la encomienda de regresar a su estado natal con el fin de atender la efervescencia política local provocada por la preparación de unas elecciones para gobernador de dicha entidad especialmente complicadas y convulsas. La vuelta a Michoacán, ya no con la encomienda de perseguir bandoleros, sino como jefe de Operaciones Militares, coincidía con el inicio de la primera etapa de los gobiernos posrevolucionarios sonorenses, durante los cuales la formación política de Lázaro Cárdenas, sin duda, tendría lugar.

En julio de ese año que cerraba la década violenta de la Revolución, aquel joven general le envió a su madrina y a su tía Ángela Cárdenas desde Morelia una fotografía suya. En ella posaba vestido de civil con saco y corbata, luciendo sus tupidos bigotes y perdiendo la mirada en lontananza. El cabello abundante, negro, bien cortado y los grandes ojos oscuros mostraban a un hombre madurado en la guerra, pero de la cual no parecían quedar rastros en su semblante. En fotografías anteriores y recientes se le había visto montando a caballo, vestido de militar, armado con fusil, pistola y sable, pero en ésta destacaba su condición de civil y de sobrino amoroso. Tal vez se trataba más de un anhelo que de una realidad, porque finalmente el mundo militar se impondría en la vida del general veinteañero sin que olvidara por ningún motivo su condición de soldado y su deber castrense. Como miembro destacado del ejército federal revolucionario entraría en la siguiente década, misma que le depararía infinidad de sorpresas.

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El general Lázaro Cárdenas, jefe de Operaciones Militares del estado de Michoacán (colección Casa Katz).


1 Jesús Romero Flores, Historia de la…, op. cit., pp. 79-91.

2 Archivo Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), expediente del general Lázaro Cárdenas del Río, cancelados XI/III/1-4, vol. 1.

3 Lázaro Cárdenas, Obras. I. Apuntes…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 20.

4 William C. Townsend, Lázaro Cárdenas…, op. cit., pp. 21-22.

5 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 22.

6 John Womack jr., Zapata y la Revolución mexicana, Siglo XXI Editores, México, 1969, p. 82.

7 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, pp. 22-23.

8 Ibid.

9 Archivo SEDENA, Expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

10 Jesús Romero Flores, Historia…, op. cit., pp. 111-112.

11 Archivo del General Lázaro Cárdenas del Río, Centro de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana Lázaro Cárdenas A. C. (CEHRMLCAC) Jiquilpan. Hoy en día este centro es la Unidad Académica de Estudios Regionales y forma parte de la UNAM/Sección fotografías.

12 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 26.

13 Ibid., p. 29.

14 Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

15 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 45.

16 Friedrich Katz, La guerra secreta en México, Era, México, 1983.

17 Alan Knight, La Revolución mexicana, vol. II, Grijalbo, México, 1996, p. 694.

18 Martha Strauss, “Del abierto repudio a la intervención armada”, en Javier Garciadiego, Enrique Florescano et al., Así fue la Revolución mexicana, vol. 4. La lucha constitucionalista, Senado de la República/SEP/Conafe, México, 1985, pp. 730-731.

19 Alan Knight, op. cit., p. 693.

20 José Luis Melgarejo Vivanco, Breve historia de Veracruz, Gobierno de Veracruz, México, 1960, p. 199.

21 Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución mexicana, vol. 1, FCE, México, 1958, pp. 355-358.

22 John Rutherford, La sociedad mexicana durante la Revolución, El Caballito, 1978, p. 203.

23 La Semana Ilustrada, 19 de mayo de 1914.

24 Friedrich Katz, La guerra…, op. cit., p. 233.

25 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 46.

26 Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

27 Jesús Gómez Fregoso, La historia según Chuchín, Editorial Amate, México, 2003, p. 280.

28 Rafael Torres Sánchez, Revolución y vida cotidiana: Guadalajara, 1914-1934, Universidad Autónoma de Sinaloa/Editorial Galileo, México, 2001, pp. 125-163.

29 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 51.

30 Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

31 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 53.

32 Ibid., p. 56.

33 Fernando Benítez, Entrevistas con un solo tema: Lázaro Cárdenas, UNAM, México, 1979, pp. 107-108.

34 Esta fotografía no tiene fecha, pero en el Archivo de Cárdenas del CERMLC se encuentra entre las que corresponden a los años de 1913-1914.

35 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 58.

36 Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada. Sonora y la Revolución mexicana, Cal y Arena, México, 1997, pp. 502-550.

37 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 64.

38 En la foja de servicios del general Lázaro Cárdenas del Río se encuentra un documento en el que consta que fue el general Plutarco Elías Calles quien lo nombró teniente coronel de caballería y está fechado el 14 de enero de 1915. Es probable que la fecha esté equivocada o que sea sólo una ratificación. Archivo SEDENA, op. cit. En sus Apuntes el general menciona que ya es teniente coronel hasta el 23 de marzo de 1915. Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 71.

39 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 78.

40 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, pp. 81-82.

41 Plutarco Elías Calles y José María Maytorena, Informe relativo al Sitio de Naco, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1932.

42 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 84.

43 Ibid., p. 89.

44 Héctor Aguilar Camín, op. cit., p. 562. Enrique Krauze, Plutarco Elías Calles. Reformar desde el origen, Biografías del Poder, núm. 7, FCE, México, 1987, pp. 30-32.

45 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, pp. 86 y 95.

46 El Tucsonpage, Tuson, Arizona, 21 de agosto de 2015.

47 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 105.

48 Ibid., pp. 108-109.

49 Ibid.

50 Revista Ilustrada, núm. 9, México, 22 de diciembre de 1915.

51 Héctor Aguilar Camín, op. cit., p. 559.

52 Alberto Salinas Carranza, La expedición punitiva, Botas, México, 1936, p. 94.

53 Héctor Aguilar Camín, op. cit., p. 562.

54 Ibid., p. 526.

55 Ibid.

56 Álvaro Ochoa Serrano y Gerardo Sánchez, Breve historia…, op. cit., pp. 215-216.

57 Friedrich Katz, Pancho Villa y el ataque a Columbus, Nuevo México, trad. Rubén Osorio, Sociedad Chihuahuense de Estudios Históricos/Litografía Regma, México, 1979, p. 15; y José María Jaurrieta, Con Villa 1916-1920. Memorias de campaña, Conaculta, México, 1997, pp. 241-251.

58 Friedrich Katz, Pancho Villa, vol. II, Era, México, 1999, pp. 146-167.

59 Alberto Salinas Carranza, op. cit.; y José María Jaurrieta, Con Villa 1916-1920. Memorias de campaña, Conaculta, México, 1997.

60 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 119.

61 Ibid., p. 120.

62 Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

63 Vicente T. Mendoza, Lírica narrativa de México. El corrido, UNAM, México, 1964, p. 95.

64 José María Jaurrieta, op. cit., p. 238.

65 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 126.

66 Ana Luz Ramírez Zavala, La participación de los yaquis en la Revolución 1913-1920, Instituto Sonorense de Cultura, México, 2012, pp. 66-67.

67 Evelyn Hu-Dehart, “Solución final: la expulsión de los yaquis de su Sonora natal”, en Aarón Grageda (coord.), Seis expulsiones y un adiós. Despojos y exclusiones en Sonora, Universidad de Sonora/Plaza y Valdez, México, 2003, pp. 133-167.

68 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 135.

69 Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

70 Friedrich Katz, Pancho Villa…, op. cit., pp. 215-291.

71 Ibid., pp. 220-221.

72 Ibid., p. 291.

73 Ibid., pp. 225-231.

74 Ibid., p. 235.

75 Ibid., p. 237.

76 En la foja de servicios del general Lázaro Cárdenas consta que en noviembre de 1917 la Secretaría de Estado y el Despacho de Guerra y Marina le negaron el ascenso a mayor o general en vista de que apenas tenía registrados 12 combates entre 1914 y 1917. Tendría que esperar hasta mayo de 1920 para que lo ascendieran a general brigadier. Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

77 Ana Luz Ramírez Zavala, op. cit., p. 83.

78 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 141.

79 Álvaro Ochoa Serrano, Chávez García, vivo o muerto, Morevallado, México, 2005, p. 54.

80 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, pp. 144-145.

81 José Mario Contreras Valdez, Reparto de tierras en Nayarit 1916-1940. Un proceso de ruptura y continuidad, INEHRM/Universidad Autónoma de Nayarit, México, 2001, p. 116.

82 Gabriel Ramos González, Historia de Colotlán, colotlanenllamas.blogspot.mx/2012/11/general-francisco-de-santiago-villegas.

83 Carta citada en Carlos Macías Richard, Vida y temperamento. Plutarco Elías Calles 1877-1920, Instituto Sonorense de Cultura/Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca/FCE, México, 1995, p. 250.

84 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 145.

85 Debo esta información a mi querido amigo Álvaro Ochoa Serrano y a la esquela que apareció el 25 de julio de 2002 en Excélsior y La Jornada.

86 Ramón Alonso Pérez Escutia, La Revolución en el oriente de Michoacán 1900-1920, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/Morevallado, México, 2005, p. 312.

87 De vez en cuando aparece este nombre como Síntora. Cfr. Álvaro Ochoa Serrano, Chávez García…, op. cit.; Ramón Alonso Pérez Escutia, La Revolución…, op. cit.; y Eduardo Nomelí Mijangos Díaz, La Revolución y el poder político en Michoacán 1910-1920, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, 1997.

88 Álvaro Ochoa Serrano, Jiquilpan…, op. cit., p. 45.

89 Eduardo Nomelí Mijangos Díaz, op. cit., p. 213.

90 Álvaro Ochoa Serrano, Chávez García…, op. cit., p. 68.

91 Alma Nacional, Morelia, 29 de junio de 1918.

92 Eduardo Nomelí Mijangos Díaz, La Revolución…, op. cit., p. 207.

93 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, pp. 146-147.

94 Ibid., p. 149.

95 Álvaro Ochoa Serrano, Chávez…, op. cit., p. 22.

96 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 149.

97 Álvaro Ochoa Serrano, Chávez…, op. cit., pp. 123 y 143.

98 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 151.

99 Ibid., p. 155.

100 Javier Garciadiego, Ensayos de historia sociopolítica de la Revolución mexicana, El Colegio de México, México, 2011, pp. 287-351.

101 Ana María Serna, Manuel Peláez y la vida rural en la Faja de Oro. Petróleo, revolución y sociedad en el norte de Veracruz, Instituto Mora, México, 2008, pp. 242-244.

102 Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro…, op. cit.

103 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, p. 158.

104 Estos apodos provenían del teatro carpero y de revista que, como es bien sabido, tuvo un auge particular en la Ciudad de México durante los años revolucionarios. Véase Armando y Campos, El teatro de género chico durante la Revolución mexicana, Biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México 1956; y Alfonso Morales, El país de las tandas. Teatro de Revista 1900-1940, Museo Nacional de Culturas Populares, México, 1984.

105 Charles C. Cumberland, La Revolución mexicana. Los años constitucionalistas, FCE, México, 1975, pp. 367-369.

106 Álvaro Matute, La carrera del caudillo, en Historia de la Revolución Mexicana 1917-1924, vol. 8, El Colegio de México, México, 1980, p. 73.

107 Ibid., p. 104.

108 Charles C. Cumberland, op. cit., p. 370.

109 Archivo SEDENA, expediente del general Dámaso Cárdenas del Río, cancelados XI/III/1-526.

110 Archivo SEDENA, expediente del general Alberto Cárdenas del Río, cancelados XI/III/1-463.

111 Rafael Ruiz Harrell, El secuestro de William Jenkins, Planeta, México, 1992; y Andrew Paxman, En busca del señor Jenkins, Debate/CIDE, México, 2016.

112 Ana María Serna, op. cit., Instituto Mora, México, 2008, p. 254.

113 Lázaro Cárdenas, Obras. I…, op. cit., vol. I, tercera edición, pp. 159-171.

114 Ramón Alonso Pérez Escutia, La Revolución…, op. cit., p. 314.

115 Álvaro Matute, La carrera del caudillo…, op. cit., p. 119.

116 Francisco L. Urquizo, México, Tlaxcalantongo, mayo de 1920, Cultura, México, 1943; Martín Luis Guzmán, Muertes históricas, Conaculta, México, 1990; y Fernando Benítez, El rey viejo, FCE, México, 1959.

117 Francisco L. Urquizo, op. cit., p. 115.

118 Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

119 Archivo SEDENA, expediente del general Lázaro Cárdenas…, op. cit.

120 Francisco L. Urquizo, op. cit., p. 133.

121 Álvaro Matute, La carrera del caudillo…, op. cit., pp. 128-129.