6

Durante la semana siguiente, Alec y yo nos acostumbramos a nuestra rutina. Fotos, comer, sexo. Pintar, comer, sexo. No habíamos salido del edificio y llovía todos los días. Añoraba mi soleada Malibú y ser libre para ir a nadar, a pasear o a surfear. Aunque lo que más extrañaba, aparte de a mi familia, era a Wes. Que nadie se confunda, Alec era fantástico en más de un sentido. Pese a que nos llevábamos bien y nos la pasábamos bomba en la cama, en nuestra relación no había más que trabajo y sexo. Hacer el amor, lo llamaba él. Yo lo llamaba coger y me encantaba hacerlo, pero eso a él no se lo decía. Podría haber sido peor, digo yo. Podría haberme lucido por museos aburridísimos para ir a ver las obras de otros.

Ese día no tenía que ir al loft hasta la tarde. Eso era nuevo. Normalmente quería tenerme allí en cuanto me despertaba. El problema era que, cuando me quedaba a solas, me ponía a pensar en todo lo que me faltaba en la vida. Mi padre, que no había despertado del coma pero que había sido trasladado a un centro para convalecientes del gobierno en el que cuidarían de él. Gin había dicho que el sitio no estaba mal, que tampoco era nada especial. Había dicho que Maddy y ella iban a visitarlo con frecuencia, le leían e intentaban hacerle compañía. Me había enviado una foto de mi padre acostado en la cama. Los moretones de la cara se le habían curado, aunque casi todo su cuerpo seguía vendado o enyesado.

Bajé la vista al celular para ver a mi padre. Parecía estar dormido, y no luchando por su vida. Los médicos no sabían cómo estaría cuando despertara. Si es que despertaba, debía recordarme a mí misma. No hacía falta que lanzara vibraciones negativas al universo. Aunque ni siquiera creía en esas tonterías, si resultaban ser verdad, no iba a ser yo quien se conflictuara con el poder superior.

Busqué en la lista de contactos para llamar a Maddy por marcación rápida. Hacía por lo menos una semana que no hablaba con ella, y extrañaba a mi hermana pequeña.

—Hola, hermanita. —La voz cantarina de Maddy llegó a través del teléfono. Al instante, la opresión que sentía en el corazón se disipó al oír su tono alegre.

—Hola, Mads, ¿cómo te va? —le pregunté.

Al otro lado se oían revolotear papeles y cierres que se abrían y se cerraban.

—Pues ya me conoces: arreglándome para ir a clase.

—¿A cuál?

—Patología forense —contestó.

Me pasé la mano por el pelo y me acurruqué entre las mantas.

—¿Eso no es para estudiar a los muertos?

Más revuelo de papeles y un suspiro.

—Sí, técnicamente trata de determinar la causa de la muerte tras examinar el cadáver. La autopsia la realiza un patólogo, casi siempre durante la investigación de casos criminales, en algunos civiles y en ciertas jurisdicciones... —Siguió hablando, pero yo había dejado de escucharla en cuanto había dicho lo de examinar el cadáver.

—¿Vas a abrir a un muerto? —inquirí sin poder contener la sorpresa en mi voz.

¿Quién iba a querer hacer una cosa así por gusto? Vamos, que conozco a gente que lo hace y forma parte de resolver asesinatos y todo eso pero, en serio, ¿mi hermanita querida abriendo cadáveres? La sola idea hizo que se me pusieran los pelos de punta.

—Se llaman cadáveres, y es parte del curso que estoy haciendo. Todo el mundo tiene que escoger una serie de asignaturas y yo elegí ésta. Es muy interesante. No creerías las cosas que hacen algunos que están de atar.

Si ella supiera...

—Sé lo que hacen los psicópatas y no quiero ver a mi hermana pequeña con esa mierda. Eres de oro, pequeña. No quiero que te manches con las cosas que hace la escoria de este mundo.

—Mamá Mia, no puedes protegerme toda la vida. Tengo diecinueve años. Además, tú sólo eres cinco años mayor que yo.

—¡Eso no ha impedido que cuidara de ti! —le contesté.

Soltó un largo suspiro y casi pude sentir la opresión volviendo a mi pecho.

—Mia, no sé qué clase de científica voy a ser aún...

—¡La clase de científica que cura el cáncer o inventa una pastilla que me mantenga delgada para siempre! ¡La clase de científica que no trata con muertos! —Me senté con el vello de punta.

No la quería rodeada de las cosas feas de la vida. Ya habíamos visto demasiadas durante nuestra infancia, y yo llevaba desde que ella tenía cinco años sacrificándome para asegurarme de que sólo viera luz, todo lo brillante que yo pudiera dársela.

—Sabes que te quiero —me dijo con cariño, con ese tono de voz con el que se me metía en el bolsillo—. Sé que deseas que lo tenga todo, y yo... —Hizo una pausa, lo que me atenazó aún más el pecho y me aplastó el corazón—. Mia, tengo que encontrar mi camino yo sola, ¿está bien? Prométeme que me dejarás descubrir lo que quiero sin interferir.

¿Ella sola? Mi hermanita haciendo algo sola. Sin mí para guiarla, protegerla y salvarla de toda la podredumbre. Me sentí como un robot. «No funciona. No funciona...» Hice callar mi absurda voz interior e intenté mostrarle mi apoyo.

—Quiero que seas feliz, Mads —contuve la emoción—. Sólo prométeme que valorarás todas las opciones.

Noté el momento exacto en que volvió a ser la Maddy feliz y alegre de siempre.

—¡Eso hago! ¡También tomé una materia de botánica que es fascinante!

—¿Qué es botánica? —Dios, qué tonta me sentí preguntándole a mi hermana pequeña por el significado de una palabra. La había oído antes, pero no sabía dónde.

—Es la ciencia que estudia las plantas —dijo entre risitas.

¿Acababa de decir «la ciencia que estudia las plantas»? ¿De los muertos a las plantas?

—¿Plantas?

—Eso es. Me gusta mucho. Estamos estudiando la relación de distintas plantas y flores con su entorno. A continuación pasaremos a horticultura, que trata sobre el cultivo de plantas y flores para el consumo humano, como comida u ornamentales.

Sonaba raro con avaricia, pero también bonito y seguro. A todo el mundo le agradan las plantas y las flores, y no hay asesinatos en eso.

—Me gusta cómo suena esa materia —confesé.

—Lo sabía. Oye, me ha tocado trabajar en pareja con un chico, y ¡madre mía, está para comérselo! —Volvió a reírse como la colegiala que era.

La opresión desapareció de mi pecho, directa hacia la estratosfera.

Ése, ése era un tema de conversación que podría interesarme.

—¿Ah, sí? —repuse—. Cuéntamelo con pelos y señales.

Y eso hizo. Compartió conmigo cómo habían estado flirteando un par de semanas pero que él aún no se había atrevido a pedirle una cita. Era un año mayor que ella e iba a graduarse en botánica. Eso me gustó mucho. Significaba que era estudioso. Le sugerí que le pidiera ella la cita a él. Casi le da algo. Imposible que la inocente de mi hermana pequeña le pidiera una cita a un chico. Me sentía orgullosa de eso. Y más aún de que, con diecinueve años, todavía fuera virgen. Había estado a punto de dejar de serlo en un par de ocasiones, pero decidió que los chicos no lo valían. Yo quería que fuera una experiencia especial, y se lo dije. No como la mía. Borracha perdida, en el asiento de atrás de la camioneta de mi novio de la prepa. Poco después, me dejó por una animadora que tenía los senos más grandes y el cociente intelectual más bajo que yo.

Había sido sincera con mi hermana y le había contado mi experiencia. Se quedó horrorizada de que un tipo me hiciera algo así y me prometió que nunca cometería los mismos errores. Pensé que compartir aquel momento asqueroso de mi vida con ella iba a valer la pena. Si le servía para aprender y para protegerse, habría cumplido mi parte y me habría tomado el deber de criarla en serio. Ella era lo mejor a lo que había contribuido en mi vida y estaba decidida, incluso ahora, a asegurarme de que iba a tener éxito. Por las dos.

Tras llamar a Maddy me sentí mucho mejor. Saber que le iba bien en los estudios, que había encontrado a un estudioso guapo con el que flirtear y que las facturas se estaban pagando en casa me dejó tranquila. Supe entonces, con total seguridad, que aceptar ese trabajo con el servicio de escorts de tía Millie había sido la decisión correcta. Maddy tenía un colchoncito en el banco, comida en el refrigerador y yo llevaba al día los pagos con Blaine. Terminé de bañarme de muy buen humor y oí que llegaba un mensaje al celular mientras me secaba el pelo. Me apresuré hacia la tapa del excusado, senté mi vagina tapada con una toalla sobre ella, tomé el celular y miré la pantalla:

De: Wes Channing

Para: Mia Saunders

¿Qué tal es Seattle?

Ver el nombre de Wes hizo que el corazón me diera un vuelco y que se me llenara el estómago de mariposas. No sabía cómo iba a acabar la cosa con él. Había dicho que seríamos amigos durante todo el año, e imaginé que era su manera de intentar cumplirlo. Me tomé unos minutos para pensar cómo quería responderle. El sentimiento de culpa por haberme acostado con Alec rascaba la superficie de mi subconsciente, pero lo aparté de mí. Quería tratar a Wes como a un amigo y que él me tratara del mismo modo. Sí, me habría encantado estar con él en ese instante, pero mi vida no era así. No iba a ser así al menos durante diez meses y medio.

De: Mia Saunders

Para: Wes Channing

Húmedo. ¿Sabías que aquí llueve casi todos los días?

Bueno, con eso debería bastar. Platónico total. De amigos. Leí y releí la sencilla respuesta y la envié. Mientras me secaba el pelo, llegó otro mensaje.

De: Wes Channing

Para: Mia Saunders

Eso lo sabe todo el mundo. De media, llueve aproximadamente el mismo número de días que hace sol. Bueno, he consultado Weather Underground. Vas a tener sol dentro de unos días. Aunque siempre podrías venir a Malibú. Hace sol y la piscina está tibia.

Wes debía intentar que volviera. Me pregunté si iba a ser siempre así entre nosotros. Bromas y risas con un potente deseo latente bajo la superficie.

De: Mia Saunders

Para: Wes Channing

Perdone usted, hombre del tiempo. Y gracias por la predicción meteorológica. Malibú en enero estuvo bien. Tal vez vuelva a viajar allí en enero del año que viene J

Añadí la carita sonriente con el guiño para suavizar la respuesta. Habíamos quedado en eso, pero no fui capaz de prometérselo. Teníamos por delante la mayor parte del año y a saber dónde íbamos a acabar.

De: Wes Channing

Para: Mia Saunders

Espero tu visita con ilusión. No te mojes, nena.

No contesté. No podía. Wes tenía todo lo que siempre había querido en un hombre y más, pero no era mío. Tal vez lo fuera algún día, pero ahora no. Los mensajes me hicieron sentir bien. Me recordaron que tenía algo esperándome cuando acabara el año. No acostumbro esperar nada con ilusión. Pero por ahora, tenía a un artista muy sexi que colmaba mi presente de regalos, buenos ratos y algo que recordar. Aunque, por supuesto, lo de Wes no lo olvidaría jamás.

A las seis en punto bajé al loft siguiendo instrucciones de Alec. Llevaba todo el día sin verlo, una novedad. Había estado bien tener tiempo para mí. Había pasado dos semanas encima de él, en sentido figurativo y literal. Eso último me hizo sonreír. Cuando llegué al loft, vi su silueta en el rincón opuesto de la habitación en el que habíamos estado trabajando. Se encontraba detrás de la cámara, moviendo algo en forma de media luna y fotografiando a un hombre que estaba a tres metros delante de un fondo blanco. Un hombre muy desnudo y muy bien dotado. Madre de Dios. A ver, no era la primera vez que veía a un hombre desnudo, pero ése era joven, parecía de mi edad, muy musculoso y con la verga en alto.

Intenté acercarme lo más sigilosamente que pude con las muletas. De vez en cuando, el chico cerraba los ojos, se agarraba la erección con la mano y le daba un par de sacudidas. Se relamía y se arqueaba. El clic-clic de la cámara sonaba sin parar, y Alec lo animaba en voz baja.

Oui, así.

»Más arqueado, como si quisieras impresionar a tu chica.

»Eso es, suéltala y colócate ambas manos detrás de la cabeza —fue la última orden.

Me sentía como una mirona viendo cómo el modelo se complacía mientras Alec lo fotografiaba. Noté que estaba cachonda y que el sexo flotaba en el ambiente. Dos cosas que me provocaron un calor tremendo y que hicieron que se me humedecieran los calzones.

Fini —proclamó Alec tras la última foto.

Tomó una bata que había cerca de uno de los focos y se la dio al modelo. El chico se puso la bata y miró las imágenes que Alec le mostraba en la pantalla de la cámara.

—No van a salir en la fotografía porque las voy a pintar, oui? ¿Estás de acuerdo?

El modelo asintió.

—Tu trabajo es muy bueno —señaló—. Al principio pensé que iba a ser rollo porno, pero no se le parece en nada.

—No, no lo es —convino Alec en voz baja dándole una palmadita en la espalda al modelo—. ¿Listo para la mujer? —preguntó, y miré a mi alrededor.

Mi zapato arañó el cemento y los dos hombres me miraron fijamente.

Levanté la mano y saludé.

—Hola —ofrecí como una sosa. Menos mal que ese rincón estaba oscuro o me habrían visto el rubor que asomaba a mis mejillas.

—Mia, ven aquí. Te presento a Aiden. Va a posar contigo, ma jolie.

Las palabras de Alec me sentaron como un jarro de agua fría.

—¿Qué?

Alec se acercó y me llevó hacia el chico. Nos estrechamos la mano.

—Encantado de conocerte, Mia. Tengo ganas de trabajar contigo esta tarde —dijo con dulzura.

«Estupendo», me dije. ¿Dulce, musculoso y más bueno que el pan? El universo es una perra perversa. Ahora entendía por qué lo representaban como una mujer vengativa. Cualquier dios capaz de crear a Aiden, a Alec y a Wes (tres encarnaciones perfectas del hombre que habían aparecido en mi vida en pocas semanas) era un experto en castigos crueles y poco convencionales.

Mascullé un saludo y me volví hacia Alec.

—¿Qué quieres decir? ¿Tengo que posar con él?

Amor prohibido, chérie. Voy a tomarles fotos mientras hacen el amor sobre el lienzo.

Las palabras hacer el amor cayeron sobre mí como una losa y eché la cabeza atrás.

—Explícate... rápido —le advertí entre dientes.

—Ah, non. No van a faire l’amour —se apresuró a decir—. No van a hacerlo de verdad, non. Sólo a fingir para la cámara. —Me tomó la cara entre las manos—. Maintenant, tu comprends? ¿Lo entiendes ahora?

—No, ni por asomo. Haz el favor de darme más detalles antes de que me largue de aquí, franchute —repliqué empleando el tono que tan familiar le resultaba tras casi dos semanas juntos.

Alec se mordió los labios y se llevó las manos a las caderas. Aiden se acercó a una silla y se sentó lejos de nosotros. Aprecié el hecho de que intentara darnos un poco de es­pacio.

Mon amour, los necesito a los dos, desnudos, abrazados como si fueran amantes. Cuando tenga suficiente, lo pintaré. —Se acercó más—. Por supuesto, eso será después de que yo te haga el amor. —Su nariz se deslizó junto a la mía y me envió cosquillas de excitación que torturaron todos mis sentidos—. Será mi obra más inspiradora hasta la fecha. Ese hombre, que es muy hombre, y tú en pleno arrebato de la pasión.

Me besó brevemente y me lamió el labio inferior antes de apartarse. El franchute besaba y hablaba para convencerme de algo sin que le hiciera falta tener que convencerme. El franchute era un cabrón.

Resoplé y me aparté el pelo de la cara.

—Has dicho desnudos, es decir, sin ropa; ¿o lo he entendido mal?

Oui, sabes que necesito ver el cuerpo para poder pintarlo. Además, el de ninguna otra mujer es tan bello como el tuyo.

Examinó mis jeans con la mirada y el blusón ceñido. No me había molestado en ponerme brasier porque sabía que iba a estar desnuda y encima de él y, por cómo me recorría el cuerpo, los pezones se me estaban poniendo duros como piedras, claramente visibles. Sus manos acariciaron mi costado y sus dedos rozaron las puntas erectas.

—Veo que la idea te gusta mucho —señaló.

Me apreté contra su cuerpo, dando gracias por estar de espaldas a Aiden.

—Me gusta la idea de estar contigo..., pero con ése... No lo sé —dije con franqueza.

Ya me resultaba bastante difícil exponer mi cuerpo a Alec para su arte, pero ¿estar desnuda y retozar con otro hombre desnudo y fingir que le estaba haciendo el amor? Me parecía muy forzado, nada que ver con las fotos que habíamos hecho solos Alec y yo.

Me estudió y esperó a que considerara su propuesta. Sus ojos oscuros eran dulces, sin presión. Y tampoco era como si tuviera que echarme al chico. Sólo aparentarlo. Miré hacia Aiden. Movía las rodillas arriba y abajo y nos lanzaba miradas rápidas y furtivas.

—Está bien, lo intentaré —dije—. Por ti.

Quería que supiera que no era algo que llevara toda mi vida esperando hacer. Me resultaba muy incómodo, mucho más que estar desnuda ante él. Lo hacía porque creía en su intuición artística.

—Muy bien, Mia. Ve allí y quítate la ropa. —Alec había vuelto al trabajo.

Aiden se levantó y se quitó la bata. Su espectacular cuerpo desnudo quedó completamente a la vista. Era impresionante incluso flácido. Con lo que tenía entre las piernas iba a hacer a alguna muy muy feliz. Me dio una risa nerviosa de mirarlo sin verlo.

Aiden frunció el ceño.

—¿Hay algún problema? —Se miró el cuerpo desnudo y se llevó una mano dubitativa a la verga.

Abrí unos ojos como platos al comprender de qué creía que me estaba riendo.

—¡Madre mía, qué va!... Tienes un pito increíble... Quiero decir... Eh... No me reía del tamaño. Aaahhhh... —exclamé, y alcé la vista al cielo. «Carajo, Mia. Has conseguido que Adonis se cuestione su virilidad»—. ¿Por qué no puedo ser normal? —Resoplé como un potro y puse boca de pez.

Aiden soltó una carcajada.

—Está bien, lo entiendo. —Sus labios se curvaron y echó a andar hacia la sábana blanca que cubría la superficie acolchada. Se sentó en el centro.

—La verdad, Aiden, es que estaba pensando en lo bueno que estás y en lo feliz que harás a alguna mujer. —Me desabroché los jeans y me los bajé por las piernas.

Sonrió.

—Mi novia no tiene queja. —Entonces me guiñó el ojo y de repente me relajé.

Tenía pareja. El saber que había ido allí sólo a posar y que su novia lo esperaba en casa me hizo sentir mucho mejor. No debería, porque iba a retozar desnuda con él, pero el caso es que así era.

—Totalmente desnuda, ma jolie —dijo Alec subiendo por la escalera que había encima del espacio. Me quité el blusón y mis senos se bambolearon al viento, con los pezones duros como piedras de nuevo, esta vez a causa del frío—. Hay un radiador allí; cuando estés con Aiden entrarás en calor.

Respiré profundamente, me bajé los calzones y subí al colchón de un salto. Tenía el tobillo casi curado, pero me dolió al apoyar demasiado peso en él. Quería tener cuidado, asegurarme de que lo tenía bien del todo antes de hacerle soportar todo mi peso. Cuando toqué el colchón, gateé con timidez hacia Aiden.

—No te preocupes —me dijo—. Tú también tienes un cuerpo de infarto. ¿Preparada para que te toque?

Me mordí los labios y miré fijamente los focos del techo. Apenas lograba distinguir la silueta de Alec. El miedo se apoderó de mí y se me puso la carne de gallina.

—Supongo —repuse, en absoluto convencida.

—Acúestate, Mia. Aiden, pásale el brazo por debajo del cuello para que apoye en él la cabeza. Estréchala con la mano derecha, rodeándole el cuerpo.

Aiden se acercó y se colocó de costado. Bajé la vista y vi que se le había puesto dura. Tragué saliva y me mordí un poco el labio intentando librarme de la sensación de repulsa que me produjo ver su excitación. Sabía que era natural que a un hombre se le parara al ver a una mujer desnuda pero, aun así, no me gustaba.

Alec seguía dando órdenes:

—Levántale las caderas y tápate la hombría con ellas.

Aiden obedeció, jaló mi rodilla y cubrió con mi pierna la suya. Fue entonces cuando su verga se apoyó en mi pelvis y fruncí el ceño.

—Mia —saltó Alec—, finge que estás abrazando al hombre al que amas. Míralo a los ojos.

Apreté los dientes y alcé la mirada. Aiden tenía los ojos de color chocolate, dulces pero llenos precisamente de lo que yo no quería ver: deseo. Me mordí el labio y coloqué las manos en su cintura sin mucho entusiasmo. Él deslizó una mano por mis nalgas. Me tensé. La cámara no estaba quieta. La respiración de Aiden parecía retumbar en la escasa distancia que separaba nuestras caras.

—Mia, no estás actuando —me recriminó Alec—. Estira el cuello. Aiden, bésale la columna despacio mientras yo tomo fotos. Clávale los dedos en la carne.

Lo hizo y yo intenté obedecer. Cuando Aiden apretó la verga aún más contra mí, noté algo húmedo en la piel. Tragué saliva y me puse a contar mentalmente, deseando que Alec terminara cuanto antes con las fotos y pusiera fin a todo eso.

Entonces, bajó la escalera.

—Esto no funciona. Pas bon. No va bien. —Se llevó una mano a las sienes y empezó a andar de un lado a otro—. Dos cuerpos entrelazados deberían ser magnifiques, oui? —Estaba hablando solo.

Me aparté de Aiden y me cubrí el pecho con una mano, a la espera. Alec me miró a los ojos. Aquél me tocó el hombro y, cuando lo hizo, fruncí el ceño. Alec se dio cuenta. Lo había visto todo.

—Puedes irte, Aiden —dijo. Se acercó y le entregó su bata.

—Y ¿qué pasa con la sesión? Necesito el dinero —replicó él mordisqueándose el labio inferior.

—Se te pagará. Lo hiciste muy bien. Tengo algo concreto en mente y pintaré la primera parte.

A Aiden se le iluminó la cara.

—¿Seguro?

Alec le sonrió y le dio una palmada en el hombro.

—Seguro. Ahora vete. Tengo que trabajar con mi musa.

Aiden fue al baño a cambiarse. Alec me dio su bata, cosa que me hizo sonreír de oreja a oreja. Me la puse y me senté en el colchón con las piernas cruzadas. Se acercó y se sentó a mi lado.

—No te ha gustado la sesión.

«No se te escapa nada, Sherlock.»

Permanecí sentada en silencio esperando que soltara las conclusiones a las que había llegado.

—Necesito las fotos, así que tengo una idea.

—Bueno —dije con voz débil y tímida, preocupada de que mi comportamiento lo hubiera hecho enojar.

Me acarició la cara con la mano y me miró fijamente a los ojos.

—Seré tu musa durante la sesión —declaró.