PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Me hice cargo de la revisión del manual que John Hale había publicado en 1971 ya que Hale era incapaz de contribuir de forma significativa al trabajo por la grave apoplejía que había sufrido en 1992. Sin embargo, su último libro, La civilización del Renacimiento en Europa, publicado en 1993, era en muchos sentidos una revisión extendida de los temas que ya había explorado en La Europa del Renacimiento. Los puntos de énfasis y los aspectos que despertaban su entusiasmo habían cambiado poco en aquellos años de intervalo: la insistencia en que el Renacimiento era esencialmente un movimiento europeo y no solo un movimiento italiano que había cruzado los Alpes y el Mediterráneo se hizo aún más evidente en el trabajo posterior, así como el énfasis en el hecho de que el medio siglo que precedió a la Reforma fue el momento final de la Europa cristiana unida. Tener La civilización… al lado me ha permitido reflexionar con mayor confianza sobre la forma como John mismo habría abordado la revisión de su obra anterior.

La intención de los editores en la preparación de estas ediciones revisadas de volúmenes de The Fontana History of Europe ha sido dejar los textos originales intactos en su mayor parte y concentrar el proceso de actualización en nuevos prefacios y bibliografías adicionales. He hecho, por lo tanto, muy pocas enmiendas al texto y me he servido de este prefacio para la discusión de algunos de los temas que han surgido en recientes investigaciones y debates. He extendido sustancialmente la bibliografía y los criterios que he utilizado para hacerlo se explican en la sección correspondiente.

En su prefacio, John Hale se refirió al término Renacimiento como «el signo taquigráfico más glamuroso del lenguaje histórico». Sin embargo, a pesar de la larga tradición de entusiasmo por la Italia renacentista y de todo lo que se ha escrito sobre ella, los historiadores profesionales ingleses siempre han tenido dificultades con la idea de un periodo histórico renacentista, algo entre la Edad Media y la Alta Edad Moderna, entre los Plantagenet y Lancaster y los Tudor. Denys Hay comentó en una ocasión la dificultad de ser historiador del Renacimiento en Gran Bretaña donde las sólidas tradiciones de historia medieval y de los Tudor y los Stuart dejaban pocas oportunidades para el especialista en el Renacimiento, sobre todo para el especialista en el Renacimiento italiano. Hale no tuvo exactamente el mismo problema, pues sus principales intereses estaban firmemente asentados en el siglo XVI; su Renacimiento siempre fue tan europeo como italiano. Sin embargo, su interés y pasión por Italia le llevó a mirar más allá de la generación de Erasmo y Tomás Moro, de Leonardo da Vinci, Rafael, Durero y Miguel Ángel para definir su concepción de la Europa renacentista. El año 1500 era el punto de transición oportuno que eligieron la mayoría de los manuales de historia británicos para marcar el paso de la Edad Media a la Alta Edad Moderna Europea. Esto coincidía convenientemente con la «Era del Descubrimiento» y el momento en el que un mundo más amplio se abría a la curiosidad y la explotación europea, aunque, como señaló Hale, el impacto inicial de los viajes de Colón y Vasco de Gama fuera casi imperceptible en términos económicos y políticos. También ofrecía un marco temporal satisfactorio para pasar a ocuparse del asunto de la Reforma. Un rápido capítulo sobre humanismo y reforma, una despectiva mirada a la corrupción y mundanería de la Roma del siglo XVI –la raíz de todo el problema– y los manuales tradicionales levantaban el vuelo hacia los temas claves del siglo XVI: las divisiones religiosas de Europa y el crecimiento de los estados-nación. La historia cultural, tanto en el sentido más reducido como en el más amplio del término, desempeñaba un papel mínimo en dichos estudios.

Hale en La Europa del Renacimiento rompió significativamente con la tradición británica de escritura de manuales de historia. Escogió una fecha inicial a mitad de la segunda parte del siglo XV y terminó con la excomunión de Lutero. Presentó una cronología que parecía separar el Renacimiento de la Reforma, lo cual entraba en conflicto con la sagrada tradición norteamericana. Pero, por supuesto, no era así. Al contrario, esta cronología le permitía a Hale estudiar más detalladamente el camino a la Reforma con todas las implicaciones del secularismo emergente, el surgimiento de la piedad laica, las confrontaciones políticas y religiosas con las autoridades seculares en el proceso de consolidación, el aumento de las tensiones internacionales y la creciente confianza y autoritarismo del renaciente papado. También le permitía concentrarse en cuestiones claves de cambio social en un entorno económico que avanzaba con rapidez desde la mitad del siglo xv, así como en la recuperación de la confianza de los gobiernos del oeste de Europa tras las secuelas de la Guerra de los Cien Años, las luchas comunales en Italia y la reconquista en España. Sobre todo le permitía desplegar un nuevo estandarte burckhardtiano sobre el Renacimiento europeo; no tanto el del renacimiento italiano como «el primogénito de los hijos de la Europa moderna», sino el de una Europa relativamente unida por un cruce de influencias y corrientes de todo tipo en un movimiento cultural que asociamos con el Alto Renacimiento. Este fue el momento, comenta Hale, en el que los mapas empezaron a ser habituales y los hombres aprendieron a visualizar el espacio en el que vivían. Fue el momento en el que las palabras «Europa» y «europeo» comenzaron a adquirir un verdadero significado. Es interesante mencionar que los manuales que abarcan este periodo han proliferado desde la década de los setenta a pesar de las continuas dudas en algunos círculos especializados sobre la validez del concepto de Renacimiento como periodo histórico (véase abajo).

Como admitió Hale en su prefacio, La Europa del Renacimiento es también una clase de manual poco común. Es lo que llamó «historia de la mayoría»: un intento de evaluar el estado de ánimo, las actitudes, las creencias, la cultura, la mentalidad en el sentido más amplio, de la época, organizado por temas más que por secciones cronológicas, con su inevitable referencia a acontecimientos, datos y hechos. Este enfoque probablemente hace que el libro sea menos accesible para los no iniciados, pero resulta estimulante y provocador para aquellos que ya se encuentran familiarizados con la época. El problema, y la ventaja para la persona encargada de la revisión de la obra, es una cierta atemporalidad. Hale insiste una y otra vez en el grado de continuidad que hay con los siglos anteriores en lo que respecta a actitudes populares e ideas, mientras que al mismo tiempo quiere señalar que, en ciertos aspectos, y especialmente en ciertos estratos de la sociedad, este fue un periodo en el que se produjo un cambio significativo. La combinación de tradición e innovación es ahora, por supuesto, una clave aceptada para la comprensión del Renacimiento. Hale no sorprende a nadie al destacar la persistencia de la fuerza de la tradición escolástica intelectual, o el contraste entre el conservadurismo de la Europa rural y, en comparación, la movilidad social y el radicalismo intelectual presente en unas ciudades que crecen con rapidez, o las tensiones entre un resurgimiento vanguardista de la cultura clásica y la continua agitación de las culturas vernáculas en las diversas partes de Europa occidental. Pero, inevitablemente, el reconocimiento de estas tensiones debilita el mensaje implicado en la periodización.

El método elegido para llevar a cabo esta investigación sobre cómo se vivía en la Europa del Renacimiento también tiene sus problemas. El extenso uso de una gama de citas brillantemente escogida de fuentes contemporáneas –la mayoría de las cuales eran, inevitablemente, palabras de miembros de grupos de la elite, hombres letrados y elocuentes, pero también, en la medida de lo posible, opiniones e ideas de la baja burguesía y de los artesanos cuando podían recuperarse–, nos permite entrar en su mundo, nos ofrece una idea de lo que era vivir, pensar y hablar en el Renacimiento. Aunque el purista podría a su vez argumentar que las opiniones, los puntos de vista individuales, son menos demostrables que los hechos, las firmas de los documentos, los resultados de las batallas etc. Como respuesta Hale habría apuntado, con cierta justificación, que las ideas frecuentemente expresadas son tan convincentes y verificables como los testamentos y los tratados, los cuales a menudo se encuentran sujetos a intenso escrutinio histórico sobre cuál fue exactamente su intención y efecto. La prueba de que Hale continuara creyendo en este enfoque la encontramos en la medida en que siguió utilizándolo en La civilización…, y esto confirma la idea de que La Europa del Renacimiento no habría sido muy distinta si la hubiera escrito hoy.

Mucho se ha escrito sobre el Renacimiento desde 1971 y estudiaremos brevemente algunos de los debates recientes en estas páginas. Sin embargo, la tarea de revisar La Europa del Renacimiento no ha sido difícil por la atemporalidad del trabajo. La reinterpretación histórica trata principalmente sobre las causas y efectos de acontecimientos y acciones humanas. El tapiz de Hale puede tener hilos que no se sigan, o puede rechazarse en su totalidad, pero ni su diseño básico ni su impacto van a cambiar. Por supuesto, se han abierto áreas de investigación y debate completamente nuevas pero, en general, Hale ya las había anticipado. Por ejemplo, a Hale ya le habían influido profundamente los escritos de la escuela francesa de los Annales a principios de los setenta, antes de que se tradujera al inglés Mediterranean de Fernand Braudel. El énfasis sobre las estructuras socioeconómicas y la importancia de la longue durée estaba muy presente en La Europa del Renacimiento. El «largo solapamiento del siglo XVI» en los siglos XV y XVII del que hablaba Braudel era ya una idea familiar, tal como lo era el interés en la historia social y en las «clases olvidadas». Vale la pena recordar que John Hale y E. P. Thompson eran compañeros en la Universidad de Warwick a finales de los sesenta y que en sus muy distintos periodos tenían muchos intereses históricos en común. Es poco probable, por lo tanto, que el aluvión de publicaciones sobre aspectos de cultura y creencias populares que llegó en las dos décadas siguientes hubiera afectado mucho al equilibrio que había alcanzado en La Europa del Renacimiento entre la fuerza impulsora de las iniciativas de la elite y la respuesta del resto de la población.

Hale también era muy consciente en 1971 de los debates que estaban surgiendo sobre la historia de las mujeres y en su exposición del tema en el libro anticipó la tesis de Joan Nelly, publicada en 1977 («Did women have a Renaissance», en el libro de Bridenthal y Koonz citado en la bibliografía), que sostenía que el Renacimiento fue en realidad un punto bajo en lo que respecta a los derechos de la mujer y a sus niveles de participación en la vida pública. Indudablemente el debate ha adquirido más matices desde la década de los setenta y este libro no aceptaría el declive del estatus de las mujeres con tanta facilidad si se hubiera escrito hoy.

Otra área en la que John Hale anticipó una corriente dominante de posteriores estudios fue la de la guerra. Ha sido uno de los líderes de un movimiento histórico que reexaminó el papel de la guerra en la historia y el énfasis de Hale sobre el impacto de la guerra que encontramos en este libro, no solo respecto a la mortalidad y los daños, sino también a los cambios en instituciones y actitudes, sigue siendo muy influyente. El rápido desarrollo de las relaciones internacionales, la diplomacia y la guerra durante el siglo XVI aportan una de las bases más fuertes para la separación en periodos y para el término «revolución militar», o «reforma militar» como prefirió llamarlo Hale en su siguiente obra, que indudablemente habría aparecido en cualquier texto revisado. El verdadero significado del crecimiento de los ejércitos y la creciente participación de grandes formaciones de infantería y armas de fuego en esta época aún tiene que explorarse del todo, pero la primordial importancia que Hale le otorgó a este sector sigue indiscutida.

En algunas otras áreas menos evidentes, Hale señaló el camino por el que fueron los intereses históricos a principios de los setenta. Su estudio de las interacciones entre la centralización política y el sentimiento nacional emergente con las estructuras e identidades regionales sigue siendo una eficiente introducción a este importante campo de investigación. Su atención a la burocracia emergente como instrumento de poder político y factor de movilidad social apareció de nuevo en La civilización… de una forma tan fresca y cáustica como en 1971: «El burócrata no ministerial apartó el tapiz medieval tras el que había transcurrido su oscura existencia y caminó con seguridad por los pasillos del poder […]». El hecho de que diera más relevancia a la música y el teatro que a la pintura, la escultura y la arquitectura en su estudio de las artes anticipó un creciente interés en estas áreas. En contraste, hay sin duda secciones de este libro que hubieran sido algo distintas de haberse escrito hoy: se habría dado más relevancia al crecimiento económico del final del siglo XV, se habría descrito el desarrollo de la diplomacia internacional en unos términos menos dependientes de La diplomacia del Renacimiento de Mattingly, se haría mayor referencia al crecimiento del consumismo y del coleccionismo en el análisis de las artes, y la ciencia renacentista tendría una presencia más destacada.

Todo esto son, sin embargo, cuestiones de matiz y énfasis; el asunto crucial tratado tiene que ver con la intención en sí del libro y la visión de Hale del significado y el papel del Renacimiento. Durante el periodo transcurrido desde su escritura, y especialmente en la década de los noventa, los historiadores norteamericanos del Renacimiento han entrado en encendidos debates sobre el uso del término «Renacimiento». Tal vez esto ha sido tanto una reacción a la gran importancia que tradicionalmente se le ha dado al periodo y a la cultura en los populares cursos de civilización occidental impartidos en las universidades norteamericanas, como una reacción a las ideas burckhardtianas que aún perduran. Como hemos visto, Hale estaba muy en sintonía con las ideas de Burckhardt, con la creencia de que la transformación de ideas y estilo en mentalidad fue lo suficientemente dramática como para justificar la vinculación del término «Renacimiento» a un periodo histórico. La Europa del Renacimiento propone un periodo muy limitado, frente a los tres siglos –del XIV al XVII– que defienden algunos, y sugiere que el momento relativamente breve en el que en Europa hubo una unanimidad cultural, si no es una expresión exagerada, se debió tanto a unas fuerzas socioeconómicas y políticas similares que actuaban en distintas partes de Europa, como al liderazgo cultural italiano. Sin embargo, los escépticos en Estados Unidos, animados por el famoso discurso presidencial de William Bouwsma a la Asociación Histórica Americana en 1978 («Renaissance and the Drama of Western History», American Historical Review 84, febrero de 1979) lanzaron un virulento ataque contra la coherencia del Renacimiento como periodo histórico y, en menor medida, contra el propio valor de su estudio. Bouwsma se lamentaba de que «la venerable etiqueta del Renacimiento se ha convertido en poco más que una conveniencia administrativa, una especie de manta bajo la que nos acurrucamos, no tanto por una atracción mutua como por el hecho de que para ciertos temas no hay otro lugar a donde ir». Este sentimiento de desorientación y pesimismo era en parte resultado de la creciente reticencia de muchos historiadores modernos a aceptar que el nacimiento del mundo moderno se encontrara en la era preindustrial, pero más aún resultado del creciente interés en la historia de las clases bajas, los desfavorecidos, los pobres, los analfabetos, frente a la atención a las elites que constituía una parte esencial de la idea del Renacimiento. Un grupo especialmente desfavorecido eran las mujeres y la publicación del ensayo de Joan Kelly en 1977 (véase arriba) en el que se señalaba un declive en el estatus de las mujeres en los siglos XV y XVI añadió otra variable a la discusión.

Hay que decir que Hale parece haber tenido poco tiempo para estas preocupaciones y críticas. Ni el discurso de Bouwsma ni el artículo de Nelly aparecen en la bibliografía de La civilización… De hecho, tal como hemos comentado, su síntesis de 1971 está llena de referencias a las funciones y actitudes de las clases poco privilegiadas, en la medida en que pueden percibirse en este periodo, y tiene una sección sobre género en la que se adelantan las ideas de Nelly. También hay que decir que desde la publicación de La civilización… en 1993 el rumbo del debate ha cambiado en cierta medida. Los académicos del Renacimiento no historiadores han cerrado filas tras el estandarte de la metodología interdisciplinar y la Historia cultural para resucitar la idea de una cultura extensamente aceptada que tuvo una auténtica influencia transformadora sobre ideas y actitudes más amplias. Un nuevo énfasis sobre el humanismo como intento de recuperar el espíritu y la cultura del pasado y utilizarlo para revitalizar y darle una nueva dirección a la cultura contemporánea, y sobre la demanda y el consumismo como factores esenciales para las innovaciones artísticas del Renacimiento, son algunos resultados positivos que han surgido de este debate (véase «The AHR. Forum», American Historical Review 103, 1998, pp. 57-124). A lo mejor sería suficiente decir que el Renacimiento sigue siendo un momento definitorio en la historia de Europa, e incluso en la historia del mundo, en lugar del principal momento definitorio que los entusiastas han pretendido a veces que fuera.

Michael Mallett

Cumbria, octubre de 1999