Capítulo X
Una nueva incorporación
Ya en casa, Marta comprobó la lista de teléfonos y, como había previsto, había un número que se repetía, de lunes a viernes, durante los últimos dos meses. Sin duda, era el de la lagarta que le quería quitar a su novio. Ideó un plan, iba a llamarla con cualquier pretexto. Tuvo una idea que le pareció genial y al momento la puso en práctica. Ya eran casi las tres de la tarde, seguramente, la encontraría en casa.
Lucía estaba preparando la comida, hacía poco rato que había vuelto de la guardería, sus compañeras no tardarían en llegar. El sonido del teléfono interrumpió su tarea.
—¿Diga?
—Muy buenas, ¿es la pensión Miraflores? —preguntó Marta, con fingido interés.
—No, lo siento, se ha equivocado —respondió Lucía, con educación.
—Perdone, es que necesitaba alojarme en algún sitio hasta que encuentre un piso para alquilar, y me dieron este número, debí anotarlo mal.
—Tal vez pueda ayudarla, a fin de cuentas; vivo en un piso alquilado, con unas amigas, y nos sobra una habitación, pero tendría que hablarlo primero con ellas.
—Se lo agradecería infinitamente. —Marta no podía creer en su suerte.
—Llame dentro de una hora, ya podré darle una respuesta.
—Muchísimas gracias. Hasta luego.
—Hasta luego.
Lucía continuó con los preparativos del almuerzo. Pensaba en la llamada que había recibido. Una casualidad había hecho que la chica llamase, «tal vez es una buena señal» —se dijo—. La idea de alquilar la habitación que sobraba la habían tenido desde hacía meses, pero entre unas cosas y otras no habían buscado a nadie y ya se habían acostumbrado a vivir las tres solas. Pero una persona más contribuiría a los gastos, y todas saldrían ganando.
Se lo comentó a Esther y Cintia cuando llegaron a casa y a las dos les pareció muy bien. La admitirían durante una semana, gratis, y si la chica encajaba bien en el grupo, continuaría viviendo con ellas y pagando los gastos correspondientes del alquiler, como hacían todas.
Marta llamó a la hora acordada y Lucía la puso al corriente de lo que habían decidido. Y concertaron una cita para el día siguiente, así la conocerían y ella podría ver la habitación. Lucía y Esther deseaban conocerla; Cintia sentía algún recelo, pero si no les gustaba la chica, siempre podrían decir que, un imprevisto, les privaba de ofrecer la habitación.
Y al día siguiente, una feliz Marta se acercó al edificio donde vivía esa zorra. Aún no sabía su nombre, no se le había ocurrido preguntarle y ella tampoco se lo había dicho. El portal estaba abierto, iba a subir en el ascensor, pero comprobó, con evidente desagrado, que no funcionaba. Esperaba que fuese ese el único obstáculo que se encontrase en su camino. Deseaba volver a ver la cara de esa furcia, pero debía controlarse, las chicas no debían sospechar nada: al menos, durante la semana de prueba haría un buen papel, de eso estaba segura, se le daba muy bien fingir lo que no era.
Al pulsar el timbre de la puerta, tres caras sonrientes la recibieron en el vestíbulo y la invitaron a pasar al interior.
Marta entró en la casa con una sonrisa radiante, iba preparada para desempeñar su mejor papel. Cautivó a Esther, con sus gestos amables, y tanto Cintia como Lucía sucumbieron también a sus atenciones. Marta era encantadora, todo cuanto las compañeras le decían lo acogía con una sonrisa. Al poco de entrar, ya se había ganado la simpatía y confianza de sus futuras compañeras.
Estas no tuvieron ninguna duda, la chica merecía un lugar entre ellas, le alquilarían la habitación, tal como habían acordado; aunque intuían que la semana de prueba tal vez no sería necesaria. Sin embargo, estaban completamente equivocadas, y no tardarían mucho tiempo en darse cuenta de su error.
Dos días después, durante el fin de semana, Marta se trasladó a la vivienda y tomó posesión del dormitorio. Lo había conseguido. Ahora solo «debía hacerle la vida imposible a Lucía», ya pensaría cómo realizarlo, eso se le daba muy bien.
Cintia sentía las miradas acariciadoras de Marta sobre ella. No quería pensar mal de la chica, pero sus miradas eran bastante reveladoras y no podía dudar del desasosiego e incomodidad que le producían. Llevaba casi un mes en el piso y había cambiado un poco el ambiente de armonía que siempre envolvió a las tres compañeras.
No solo eran las miradas lascivas que le dirigía a Cintia, también había adquirido la costumbre de poner de vuelta y media a Lucía por cualquier tontería. Incluso malmetía contra Esther: esto lo sabían porque la misma Lucía se lo había contado, y ellas confiaban plenamente en su amiga.
Un día estaban las tres solas y se lamentaban de haberla dejado entrar a formar parte de sus vidas. En apenas un mes, Marta había volcado su resentimiento sobre ellas, especialmente hacía a Lucía víctima de sus desmanes.
—Creo que hemos cometido un error —se quejaba Cintia.
—Parecía una buena chica, y tan agradable… —añadió Esther.
—Nos engañó a las tres —confirmó Lucía.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Esther, afligida.
—Dejaremos que pase el mes y hablaremos con ella —resolvió Lucía, y sus compañeras estuvieron de acuerdo.
—Así no podemos continuar. A mí solo me habla de lo mal que Lucía lo hace todo, de lo mal que se arregla, que no sabe cocinar, que es una guarra… —enumeraba Cintia.
—Y a mí me cuenta lo desagradable que es Esther, y que es una cateta incorregible, que incluso registra su habitación, cada dos por tres, para robarle sus cosméticos… —intervino Lucía.
—Pues a mí me pone nerviosa ver cómo mira a Cintia, da la impresión de que quiere algo con ella, siempre se sienta entre nosotras dos, como si quisiera separarnos —comentó, con tristeza, Esther.
—Lo peor fue cuando se presentó en la guardería para decir que yo no trataba bien a los niños. Menos mal que iba bastante bebida y la directora la echó a la calle, y no le dio ningún crédito a lo que esa bruja le decía —recordó Lucía.
—Entonces, dejamos pasar el mes y le decimos que se vaya a una pensión, ¿no? —propuso Cintia.
—Sí —contestaron las otras.
Las tres estaban deseando perder de vista a la chica que había roto la armonía de su hogar. Esperaban no tener dificultades, pero no las tenían todas consigo, intuían que no les iba a resultar fácil echarla a la calle.
Esa misma noche, Lucía había convenido ir a cenar con Rodrigo; al buscar los pendientes que este le había regalado por su cumpleaños, para ponérselos, observó estupefacta que la cajita estaba vacía. No lo dudó, se trataba de Marta. Se vistió y se lo comentó a las compañeras, Cintia también había echado en falta la pulsera tobillera que le regalara Esther, pensaba que se habría caído detrás de la mesita de noche. Comenzó a buscarla, pero había desaparecido también.
—¡Es el colmo! —exclamó Cintia, indignada—, además de arpía, ladrona. Esto hay que atajarlo ya. No esperaremos a terminar el mes, en cuanto vuelva de su viaje, hablaremos con ella seriamente.
—Yo la oí muy temprano en la cocina, pero no noté que entrase en mi habitación —comentó Lucía, con un hilo de voz.
—Aprovechó que estábamos dormidas para llevarse lo que quiso, estoy segura —argumentó Cintia—. Y es posible que echemos en falta algo más —añadió.
Las tres estaban abatidas, no imaginaban que las cosas llegasen a tal extremo. Se habían equivocado por completo con la chica.
En la cena, Lucía no pudo evitar contarle a Rodrigo todo lo relacionado con la nueva inquilina. Él la había notado algo desanimada esa noche y quiso conocer el motivo.
—Es la nueva compañera, la que te comenté que había entrado a formar parte de nuestro hogar —explicó, cabizbaja.
—¿Y qué ha ocurrido para que estés tan decaída? —inquirió, preocupado.
—Nos equivocamos con ella. No es la persona que parecía ser cuando llegó a casa.
—Cuéntame, cariño, por favor.
—Verás, ella al principio nos pareció amable y simpática. Estaba de acuerdo con nuestra forma de llevar a cabo las cosas y parecía haberse adaptado a la perfección.
—¿Y luego cambió?
—Sí, comenzó a malmeter e intentar enfrentarnos a unas contra otras. Hasta esta noche, en la que nos dimos cuenta de que nos había robado algunas joyas.
—¡Eso es denunciable!
—Sí, pero ella puede negarse a reconocer el robo, no tenemos ninguna prueba de que haya sido ella, aunque estamos seguras de que solo Marta ha podido hacerlo.
—¿Marta? —El nombre produjo una gran conmoción en Rodrigo. Ahora tenía una sospecha, estaba casi seguro, posiblemente se trataba de su anterior novia que, despechada, intentaba amargar la existencia de Lucía.
—Sí. ¿La conoces? Cielo, te ha cambiado la cara al oír su nombre.
—Creo que sé de quién se trata.
Lucía hizo una breve descripción de la muchacha y Rodrigo estuvo completamente seguro: era ella.
A continuación, él le contó su última aparición en la finca, un mes atrás. Y entonces todo estuvo claro para ellos, aunque no tenían ni idea de cómo Marta se había puesto en contacto con Lucía a través del teléfono. Rodrigo, muy preocupado, comentó a su novia la posibilidad de denunciar a la chica, era evidente que padecía algún tipo de trastorno y podía llegar a hacer daño.
Como Marta estaría aún un par de días de viaje, tendrían tiempo de reflexionar sobre la mejor solución. Por supuesto, nadie dudaba de que la primera acción debería ser expulsarla del piso.
Cuando Lucía llegó a casa, comentó a las amigas lo que había hablado con Rodrigo y, al momento, tomaron una decisión. Entrarían en el dormitorio de Marta y buscarían algún indicio sospechoso. No tardaron en encontrar la carta de la compañía telefónica, a nombre de Rodrigo, doblada y en el fondo del cajón donde guardaba la ropa interior. Había rodeado con bolígrafo rojo todos los números del teléfono de Lucía. Ahora ya sabían de qué manera había accedido al piso.
Las tres estaban consternadas. Era evidente que Marta era una desequilibrada. Había planeado con meticulosidad su entrada en la casa. Su objetivo estaba claro, quitar de en medio a Lucía e intentar recuperar el amor de Rodrigo. Ya sabían cómo enfrentarse a ella, Cintia había llamado a Octavio, para que secundara su idea y él había estado de acuerdo en la forma que debían proceder.
El día anunciado para la vuelta a casa estaban preparadas para acorralarla y pedirle que se fuera. Pero pasaron las horas y Marta no se presentó.
Al día siguiente las llamó alguien de la policía. No sabían muy bien cómo había ocurrido. Seguramente, la chica se durmió al volante y no pudo reaccionar; había invadido el carril contrario y un camión que venía de frente, a bastante velocidad, no había podido evitar la colisión, de frente, mortal para ambos conductores.
En la carretera, y debido a la fuerza del impacto, el bolso de Marta, que había salido despedido por la ventanilla del coche, estaba abierto sobre el asfalto, y junto a él se hallaban esparcidos los pendientes de Lucía y la pulsera tobillera de Cintia.