Según testimonios rigurosamente históricos, el 25 de junio de 1178 nuestro satélite natural fue brutalmente embestido por un fragmento espacial cuyo impacto liberó una cantidad energética similar a la generada por una explosión termonuclear masiva. Siglos más tarde, un 30 de junio de 1908 un fragmento de materia cósmica (probablemente la porción de un cometa) impactó de lleno en Tunguska, una zona deshabitada de Siberia, desintegrando todo vestigio de vida en varios kilómetros a la redonda. No deja de ser curioso que a finales del mes de junio de 1975 los astrónomos fueran testigos excepcionales de otro masivo bombardeo cósmico sobre la superficie de nuestro sufrido satélite. Los asteroides que en esta ocasión impactaron con la Luna viajaban a una velocidad superior a los cien mil kilómetros por hora.
En marzo del 1993, Eugene y Carolyn Shoemaker en compañía del «cazador de cometas» David Levy, identificaron un fragmento de hielo sucio en las profundidades del espacio exterior. Poco después, el objeto era catalogado en los archivos informáticos del observatorio californiano de Monte Palomar.
El equipo de astrónomos gozaba de gran popularidad entre sus colegas del gremio. Entre los tres, sumaban la nada despreciable suma de 82 cometas descubiertos. El nuevo objeto clasificado como D/1993 F2 acabaría siendo conocido en todo el mundo con el nombre de cometa Shoemaker-Levy 9. El siguiente paso, tras la catalogación, era calcular la trayectoria del objeto.
Huella del impacto del cometa Shoemaker-Levy 9 sobre la superficie de Júpiter.
Después de introducir los parámetros en la computadora y establecer la que podría ser la secuencia lógica de la trayectoria, los astrónomos se dieron cuenta de que el trozo de hielo (de unos diez kilómetros de diámetro) acabaría siendo atrapado por el campo gravitatorio del planeta Júpiter. La excesiva presión ejercida sobre el fragmento cometario convirtió el objeto en una veintena de pequeños pedazos de hielo. A consecuencia de ello, los fragmentos del cometa fueron nuevamente capturados por la gravedad del Sol iniciando una órbita más en torno a nuestra estrella. En marzo del año siguiente, una mortífera caravana de material cósmico se precipitaba a una velocidad superior al medio millón de kilómetros por hora, sobre la superficie del gigante gaseoso.
A los pocos días del espectacular impacto, el astrofísico David Levy mostraba su preocupación ante los medios de comunicación. Si un impacto de estas características podía acontecer en Júpiter, nada impediría que eso mismo pasara en nuestro planeta en un futuro próximo. En palabras del propio Levy «no se trata de saber si la Tierra será alcanzada, sino de cuándo». Lo que este suceso ha demostrado es que Júpiter puede capturar un objeto estelar inferior a su masa (un planeta, un asteroide, etc.), hacerlo añicos y desviar esos trozos de material hacia una órbita de colisión con nuestro planeta.
Hasta hace unas pocas décadas pensábamos que la Tierra era un lugar seguro y estable en el que podíamos sentirnos relativamente protegidos de las amenazas del cosmos. Desde marzo de 1994, nuestra perspectiva ha cambiado radicalmente. Ahora sabemos que ahí fuera nos acechan serios peligros que pueden llegar a poner en riesgo la continuidad de la vida en nuestro planeta. Décadas de observación y de estudio geológico demandan nuestra atención sobre los peligros naturales que de un plumazo nos pueden hacer desaparecer de la faz de la Tierra. Además de los fenómenos catastróficos que se generan en el interior de nuestro planeta, en los que se llevan la palma los supervolcanes57, existen otros de carácter cósmico cuya capacidad destructiva puede llegar a ser definitiva.
Luann Becker lleva estudiando los trazadores de impactos extraterrestres desde principios de los noventa. Basándose en el número de cráteres de nuestro satélite, calculó que al menos unos sesenta asteroides han llegado a colisionar con nuestro planeta en los últimos seiscientos millones de años. Incluso –comenta Becker– el menor de esos choques habría dejado una cicatriz de 95 kilómetros de anchura provocando una explosión equivalente a la detonación de diez billones de toneladas de trinitrotolueno En los últimos tiempos están registrándose nuevos trazadores de impactos cósmicos importantes. No sólo los geólogos encuentran vestigios de colisiones, los registros fósiles estudiados por los paleontólogos han confirmado la existencia de trazadores indirectos que corroboran –al menos– tres de las cinco grandes extinciones hasta ahora reconocidas. Es el caso del impacto que asoló –hace unos doscientos cincuenta millones de años– el planeta al aniquilar el 90 % de las especies de la Tierra; otros golpes meteóricos fueron los responsables de extinciones en masa algo «más livianas», con un resultado aproximado de algo más del 50 % de especies extinguidas. La extinción en masa más popular entre la opinión pública aconteció hace unos sesenta y cinco millones de años, y al parecer fue la responsable de la desaparición definitiva de los dinosaurios.
En 1980, un equipo de la Universidad de California en Berkeley halló el primer indicativo geológico ligado a esta extinción en masa. El premio Nobel de física el doctor Luis Álvarez y su hijo el geólogo Walter Álvarez dieron a conocer al mundo los resultados de sus indagaciones en una capa de arcilla ubicada en las proximidades de Gubbio en Italia.
Los científicos habían detectado una inusual concentración de iridio, elemento cuya presencia en las rocas terrestres es muy extraño; cosa que no pasa con los meteoritos, en donde el iridio es el elemento más abundante. El equipo de Berkeley calculó que la cantidad media diaria depositada de polvo cósmico no podía explicar los resultados de las mediciones de iridio. Animados por este hecho, llegaron a la conclusión de que se trataba de los restos depositados tras la explosión producida por un meteorito que impactó con la Tierra hacía exactamente el mismo tiempo que tenía la muestra de arcilla estudiada: sesenta y cinco millones de años, una muestra cretácica contemporánea de la era de los grandes saurios.
Con el tiempo se hallaron repartidos por todo el mundo más de cien yacimientos cretácicos con niveles excesivos de iridio. Se descubrieron, además, tres trazadores adicionales de impactos extraterrestres: las bruscas deformaciones que presentan las rocas terrestres, el cuarzo con huellas inequívocas de violentos choques y las elevadísimas concentraciones de hollín. A principios de la década de los años ochenta se hicieron notables descubrimientos en esta línea. Jan Smit, de la Universidad Libre de Ámsterdam, descubrió gotitas microscópicas de vidrio (microesférulas) que fueron consecuencia directa del rápido enfriamiento de la roca fundida que, tras el estallido, fue expulsada hacia la alta atmósfera en el momento del choque meteórico.
Las únicas fuerzas que pueden deformar el cuarzo son las erupciones volcánicas y los impactos de asteroides. De hecho el cuarzo es un material muy estable y altamente resistente a las presiones y temperaturas excesivas a las que por otra parte está acostumbrado; de hecho, este material lo encontramos abundantemente en las profundidades de la corteza terrestre. Los vulcanólogos han sacado a la luz muestras geológicas fracturadas por los granos de cuarzo, pero sólo –y he aquí lo más importante– en una sola dirección, no en las múltiples que aparecían en los ejemplares dañados por la explosión meteórica.
En 1980, los especialistas detectaron niveles altísimos de cenizas y hollín producidos por los miles de incendios que el impacto provocó. Finalmente, la prueba definitiva no tardaría en llegar. Tony Camargo y Glen Penfield, de la empresa nacional mexicana de petróleo PEMEX, descubrieron casualmente –mientras hacían una prospección rutinaria– una enorme estructura circular, enterrada en el golfo de México. Aquella estructura resultó ser la prueba definitiva de la extinción de los dinosaurios: un profundo cráter de 180 kilómetros de diámetro.
Como señala Luann Becker, «el hallazgo de un verosímil cráter de impacto marcó un punto crítico en la búsqueda de las causas de las perturbaciones climáticas extremas y las extinciones en masa; la apartó de las fuentes terrestres, como el vulcanismo, y la orientó hacia los episodios singulares y catastróficos». Tanto los volcanes como los impactos cósmicos expulsan hacia la atmósfera grandes cantidades de material tóxico (ceniza, dióxido de carbono, azufre...) que repercuten negativamente en el ecosistema global, desencadenando bruscos cambios en el clima y la degradación violenta del medio ambiente.
Mientras la liberación instantánea propia de un impacto puede contribuir a la eliminación paulatina de las especies biológicas en unos miles de años, el vulcanismo a gran escala continuaría expulsando los elementos nocivos a lo largo no de miles, sino millones de años, prolongando sus perniciosos efectos sobre los seres vivos tanto vegetales como animales. Aunque el cambio climático inducido por el vulcanismo contribuyó en la desaparición de ciertas especies, la vida estaba en fase de regeneración antes de que la actividad propia de un supervolcán cesara, lo que hace más factible la teoría del choque meteórico.
Una vez que se sabe que los impactos extraterrestres pueden acontecer; y de hecho sabemos que han acontecido, las historias del diluvio universal al que hacen referencia todas las culturas del planeta podrían hacer una descripción literal de una inundación a escala global absolutamente real.
Resulta muy difícil entender, desde el punto de vista geológico, una inundación a escala planetaria; sin embargo, desde que conocemos cuáles serían los efectos físicos generados por un impacto cósmico sobre la superficie de nuestro planeta, ya no resulta imposible esa apreciación tradicional.
Dado que el 71 % de la superficie terrestre está cubierta por los océanos, lo más probable, desde un punto de vista estadístico, es que cualquier objeto que se vea abocado a impactar con la Tierra lo hará en cualquiera de nuestros océanos.
Impactos cósmicos
Nuestros satélites de observación geológica nos han brindado, sin embargo, pruebas de impactos terrestres en épocas lejanas. Durante 1994, los ojos del Spaceborne Imaging Radar vieron las dramáticas huellas de dos cráteres cercanos, en Aorounga, al norte del Chad. La geóloga de la NASA Adriana Ocampo comentó al respecto: «Los cráteres de Aorounga son sólo la segunda cadena de grandes cráteres conocidos en la Tierra y, aparentemente, se formaron por la ruptura antes del impacto de un gran cometa o asteroide. Los fragmentos son de tamaño muy similar menos de un kilómetro y medio de diámetro–, al igual que los cráteres –entre once y dieciséis kilómetros de ancho–». Esta geóloga está convencida de que estos impactos extraterrestres datan de al menos unos trescientos sesenta millones de años. Un momento en el que los fósiles nos indican un retroceso biológico próximo a la extinción: «Los impactos de Chad no son lo suficientemente grandes como para ser la causa de la extinción, pero pueden haber contribuido a ella».
Las simulaciones por ordenador no dejan lugar a dudas, la consecuencia de un impacto sobre el mar liberaría una cantidad de energía tan poderosa que formaría un enorme aro de agua a modo de ola gigantesca –lo que se conoce con el nombre de tsunami– con una capacidad destructiva inimaginable. Estas olas viajarían a velocidades superiores a los seiscientos cuarenta kilómetros por hora arrasando todo lo que se encontraran a su paso, y –literalmente– inundando gran parte del planeta temporalmente58. Después, según fueran regresando las aguas al descomunal cráter provocado por el impacto, se formaría otra segunda ola gigante con –aproximadamente– un sesenta por ciento de la energía de la anterior.
Después de un impacto
La devastación inicial se dividiría en cuatro fases, a saber:
El resultado de esta convulsión planetaria es desolador y las consecuencias tardarán mucho tiempo en mitigarse.
Ha llegado el momento de considerar la posibilidad de que pueda existir algo de verdad en las antiguas historias populares sobre el diluvio. Estas leyendas se han conservado durante larguísimos períodos de tiempo, a través de la tradición oral de los pueblos antiguos, llegando hasta nosotros a través de sus mitos y leyendas.
Desde que en pleno siglo XVIII el fundador de los estudios etiópicos, el británico James Bruce (1730-1794), descubriera los primeros ejemplares del Libro de Henoc, se ha ido perfilando una inquietante relación entre los francmasones ingleses, la historia del diluvio universal y el Libro del profeta. Sorprendentemente las implicaciones de este manuscrito han superado, como veremos a continuación, las fronteras del mito para instalarse en los dominios de la historia.
Como muy bien señalan Robert Lomas y Cristopher Knight en su libro The Hiram Key, la historia de un aniquilamiento masivo próximo a la extinción forma parte de la antigua liturgia de la organización masónica; no obstante, ese rito ha sido objeto de transformación paulatina a lo largo de estos últimos trescientos años, por parte de los propios francmasones ingleses. Afortunadamente, estas alteraciones no han llegado a dañar el núcleo de estos rituales. Al parecer «antes de que fueran censurados de un modo deliberado por los propios francmasones en los siglos XVIII y XIX, los rituales superiores de la francmasonería mencionaban claramente que preservaban el arcano conocimiento del alto sacerdocio judío, que ya era antiguo en tiempos del rey David y el rey Salomón». Esos ritos masónicos de tradición oral –como casi todas las tradiciones de la antigüedad– recogen referencias del diluvio universal y la existencia en el pasado de una entidad destinada a preservar las tradiciones verbales sobre Noé.
También se evoca la existencia de una civilización –anterior a los acontecimientos catastróficos– poseedora de los conocimientos que conforman los pilares de una cultura tecnológica y científicamente avanzada. De las personalidades que se dan cita en sus listas destaca, por su relación con el tema que estamos tratando, la figura del anteriormente citado Henoc. En la tradición masónica se narra su vida y su contacto con Uriel, un ser «angelical» que le dio las pautas a seguir con objeto de salvar los secretos de la civilización de un cataclismo global. Así visto, el Libro de Henoc podría considerarse como lo más parecido a un libro de instrucciones destinado a preservar el conocimiento más sublime de nuestra especie.
Beatty XII, manuscrito griego del Libro de Henoc (s. IV). A pesar de que este libro forma parte de la Biblia de la iglesia copta, el resto de las iglesias cristianas lo consideran apócrifo. Las versiones íntegras del libro están escritas en etíope y griego. Según la tradición, el autor del libro fue el mismísimo bisabuelo de Noé.
Páginas atrás vimos que algunas partes del libro son susceptibles de controvertidas interpretaciones. En el libro se habla de un extraño grupo de seres (los vigilantes y los ángeles) que interaccionan con Henoc y los nativos de su entorno cultural. También encontramos referencias de otro tipo de gentes; los gigantes, descendientes directos de los vigilantes y poseedores de una doble naturaleza (humana y divina). Curiosamente, a esos gigantes los vemos referenciados en las mitologías de todo el planeta –incluida– claro está, la Biblia. Recordemos la famosa historia del enfrentamiento entre David y el gigante Goliat. Sin embargo, han sido los Manuscritos del Mar Muerto los que nos han ofrecido la narración más amplia que se tiene hasta ahora de estos míticos individuos. En una parte del Libro de Henoc, conocida con el nombre de Libro de los Gigantes, encontramos tres referencias notablemente significativas para con el tema desarrollado en el presente ensayo. Por un lado, se nos dice que los gigantes poseían un secreto conocimiento y que vigilaban muy de cerca a los hombres y mujeres normales. Se nos dice también que experimentaron cruces genéticos antinaturales. Finalmente, la inquietud se apodera de los corazones de los Gigantes al conocer que iba a haber un diluvio universal y que ni tan siquiera ellos podrían evitarlo.
Ciertos autores están convencidos de que estos seres son de origen alienígena. Personalmente, conforme avanzan mis investigaciones en este campo, estoy convencido de que los seres descritos en el Libro de Henoc lejos de ser extraterrestres son en realidad seres humanos, sucesores de una cultura que había heredado los conocimientos de una civilización avanzada, víctima de los caprichos destructivos de la madre naturaleza. Probablemente, los contemporáneos de Henoc supieron desde un principio que los vigilantes eran tan humanos como ellos, pero sus inusuales conocimientos y «poderes» los hacían equivalentes a los dioses. El tiempo y la tradición acabaría encuadrándolos en el ámbito de lo divino59.
Los manuscritos masónicos que hacen referencia a Henoc son los textos Íñigo Jones y Wood. Ambos conceden una gran importancia a los pueblos de antes del diluvio y describen el alto dominio que éstos tenían del trivium y el quadrivium60. En estos escritos se insinúa la existencia en tiempos antediluvianos de una civilización avanzada. Esta idea se deja entrever en los textos cuando se afirma que los egipcios encontraron unos pilares secretos después del diluvio que contenían las claves científicas de aquella civilización olvidada. Esos conocimientos antiguos sirvieron de base a la pujante civilización egipcia que siglos después asombraría al mundo con sus fabulosos monumentos. ¡Los manuscritos masónicos parecen constatar la realidad histórica de los Shensu-Hor!
Ciertos rituales francmasones –hoy en desuso– varían la historia de los pilares. Así en algunos de estos documentos se nos dice que el artífice de estos pilares fue Henoc. En otras versiones los pilares fueron descubiertos hace más de tres mil años atrás, cuando unos albañiles, que trabajaban en el Templo de Salomón, los desenterraron. Robert Lomas y Cristopher Knight afirman que «los antiguos rituales del Rito Escocés Antiguo dicen que los grandes sacerdotes de Jerusalén, que sobrevivieron a la destrucción de la ciudad en el año 70 a. C., fueron el origen de las familias europeas que mil años después formaron la orden de los Templarios». Tal vez, ese conocimiento tan detallado provenga de esas familias o de los rollos del Qumrán que los templarios desenterraron cuando excavaron debajo del monte del templo en Jerusalén entre 1118 y 1128. Paradójicamente, los templarios siempre estuvieron muy implicados con Etiopía, fundamentalmente a lo largo del siglo XIII. Cabe la posibilidad de que estos encontraran el libro e incluso que lo llegaran a utilizar en sus ceremonias. En ese caso, los ritos francmasónicos tendrían su génesis en los caballeros templarios que sirvieron en algún momento de intermediarios con el judaísmo prerabínico. De ser ese el caso, estaríamos en condiciones de afirmar que la francmasonería es un culto henoquiano.
La legitimidad del Libro de Henoc viene respaldada por una serie de pruebas arqueológicas. El descubrimiento de otras nueve copias del texto en los manuscritos del Mar Muerto garantiza su autenticidad, puesto que la información astronómica contenida en él ya era conocida mucho antes por los francmasones ingleses. Además, la historia masónica de Henoc ya existía mucho antes de que el misterioso libro fuera descubierto por James Bruce61.
La escuadra y el compás son los símbolos por excelencia de la masonería. ¿Las tradiciones orales de la francmasonería recogen la memoria de un pasado remoto marcado por acontecimientos catastróficos reales que asolaron el planeta? Dada su vinculación con el Libro de Henoc, ¿insinúa la existencia de una civilización antediluviana real?
El contenido del Libro de Henoc se estructura como sigue:
Los primeros cinco capítulos del manuscrito se hacen eco de una especie de juicio final, en donde Dios desciende al mundo rodeado de ángeles protectores. A continuación, los siguientes once capítulos se hacen eco de la «caída de los ángeles apóstatas» que copularon con las hijas de los hombres en contra de lo acordado con Dios. En esta parte del libro se nos hace una clara referencia a la labor instructiva de unos vigilantes especializados.
Del capítulo 17 al 36, se narran los viajes de Henoc por otros mundos y esferas de la bóveda celeste. Del capítulo 37 al 71 Henoc recoge una serie de parábolas para su enseñanza a las generaciones futuras. Finalmente, los capítulos 72 a 82 recogen informaciones de carácter astronómico, relativas a las órbitas de los cuerpos celestes, etc. Los últimos capítulos están dedicados a las conversaciones que Henoc tiene con su hijo Matusalén, en las que se habla de la llegada del Diluvio Universal. La parte final está dedicada a la forma en que Henoc es arrebatado a los cielos en un carro de fuego.
Como tendremos oportunidad de comprobar a continuación, el Libro de Henoc posee valiosas informaciones en sus páginas y en modo alguno parece un texto alegórico; por eso sorprende el extraño episodio de la ascensión de Henoc a los cielos en un carro de fuego.
En el Libro eslavo de Henoc se nos describe el encuentro de Henoc con los vigilantes.
Al cumplir 365 me hallé, cierto día del segundo mes, solo en mi casa […] Y se me aparecieron dos hombres de gran envergadura [se refiere a su notable estatura, razón por la que eran también identificados con sus descendientes los gigantes]. Sus rostros brillaban como el sol, y sus ojos eran como antorchas llameantes; de sus bocas salían llamas; sus ropas y voces eran magníficas, y sus brazos como alas doradas. Se acercaron a la cabecera de mi cama y me invocaron por mi nombre. Despertaba yo de mi sueño y me puse en pie ante mi lecho; luego me incliné ante ellos, con el rostro lívido de terror. Entonces, los dos hombres [nótese que nunca les llama ángeles] me hablaron, y estas fueron sus palabras: ¡Tranquilízate, Henoc, no temas! Porque el Señor nos envía a verte, y hoy mismo estarás con nosotros en los cielos. Llama a tus hijos y a tus sirvientes, e instrúyeles en las tareas de la casa. Nadie deberá salir en tu busca, hasta que el Señor te reúna de nuevo con los tuyos…62.
El Libro de Henoc nos relata que antes del Diluvio existió una avanzada civilización que pecó desde el momento en que mujeres normales quedaron embarazadas por doscientos gigantes:
Aquellos y todos los demás que iban con ellos tomaron mujeres; cada uno eligió la suya, y comenzaron […] a pecar con ellas […] Y ellas quedaron encintas, y dieron a luz a unos gigantes de trescientos codos de estatura. Tras conocer a las hijas de los hombres, cohabitaron con ellas […] Ellas parieron gigantes, y la tierra se llenó de sangre y de la justicia del Señor.
El texto se hace eco también de los vigilantes instructores que enseñaron los secretos ocultos de la naturaleza a las gentes normales:
Azazel enseñó a los hombres la fabricación de la espada, el cuchillo, los escudos, los petos, y les hizo conocer los metales de la tierra y el arte de trabajarlos, y brazaletes y ornamentos y el uso del antimonio y del embellecimiento de los párpados y todo tipo de piedras costosas, todos los tintes conocidos [...]. Semyasa enseñó los conjuros y la recolección de tubérculos, Armaros las fórmulas para combatir los conjuros, Baraquel la observación de las estrellas, Kokabeel la astrología y las constelaciones, Ezeqeel los movimientos de las nubes, Arakiel las señales de la Tierra, Shamsiel las señales del Sol y Sariel el curso de la Luna...
Henoc fue llevado a un lugar donde fue instruido por los vigilantes. Del análisis del Libro de las luminarias celestes se deduce que las enseñanzas astronómicas recibidas precisaron del apoyo de observatorios megalíticos; veámoslo con un ejemplo comentado:
Esta es la primera ley de las luminarias: la luminaria del Sol tiene su amanecer en los portales del este del cielo, y su atardecer en los portales del oeste del cielo. Y vi seis portales en los que el Sol se alza y seis portales en los que el Sol se pone y la Luna se alza y se pone en esos portales y los líderes de las estrellas y aquellas a las que lideran: seis en el este y seis en el oeste, y todos siguiéndose unos a otros en el exacto orden correspondiente; también muchas ventanas a izquierda y derecha de esos portales...
Está claro que los portales son la típica construcción megalítica de una losa horizontal descansando sobre otras dos verticales, mientras que las ventanas son los espacios existentes –por ejemplo– entre un menhir y otro. Henoc está explicándonos la forma de hacer cálculos astronómicos con megalitos. Por lo tanto, los vigilantes procedían de la cultura –probablemente– artífice de esta manifestación arqueológica.
Henoc conocerá el mensaje del cataclismo que se avecina: «... el gran juicio en el que la Era será consumada sobre los vigilantes y los sin Dios, ciertamente, todo será consumado».
Se nos relata el momento en que Henoc es llevado a un lugar por los misteriosos vigilantes:
Y me llevaron a un lugar de oscuridad y a una montaña cuya cima alcanzaba los cielos. Y vi lugares de las luminarias y tesoros de las estrellas y del trueno [...] vinieron desde el cielo seres que eran como hombres blancos y cuatro de ellos vinieron de ese lugar y tres con ellos. Esos tres [...] me agarraron por mi mano y me llevaron arriba [...] y me subieron alto a un lugar elevado y me enseñaron una torre erguida alto sobre la Tierra y todas las colinas eran más bajas. [Al parecer acompañaron a Henoc a la cima de algún monte] Y uno me dijo: «Permanece aquí hasta que veas todo lo que va a acontecer».
Posteriormente, se nos describe el impacto de un cometa y sus funestas consecuencias:
Vi en una visión cómo el cielo se colapsaba y cómo dejaba de sostenerse y caía sobre la Tierra. Y cuando cayó sobre la Tierra y cómo la Tierra era tragada por un gran abismo y las montañas quedaron sumergidas...
El Libro de Henoc recoge, sin embargo, la visión de un impacto múltiple, causante de un diluvio anterior. Se trata de la descripción inequívoca de la llegada a la superficie terrestre de los siete fragmentos de un cometa:
Vi las siete estrellas como grandes montañas ardientes y, para mí, cuando pregunté mirándolas, el ángel dijo: «Este momento es el final del cielo y la Tierra; se ha convertido en una prisión para las estrellas y los huéspedes del cielo, y las estrellas que pasan por el fuego son aquellas que han transgredido los mandamientos del Señor al comienzo de su caída, porque no fueron en el momento requerido [...] y entonces vi siete estrellas del cielo lanzadas juntas, como grandes montañas y ardiendo…».
También se nos informa del número de gigantes que perecieron en este primer diluvio del que se hace eco el Libro de Henoc:
Y sobrevino el diluvio del Señor sobre la Tierra y exterminó toda vida lo mismo a los 4.090.000 gigantes, y el nivel de las aguas subió 15 codos, más alto que la más empinada de las montañas.
Las Crónicas de Henoc aclaran varias cosas; por un lado justifican la denominación que reciben en el texto los vigilantes; al fin y al cabo aquellos eran precisamente eso, vigilantes del cielo. Astrónomos que conocían la manera de prever catástrofes cósmicas, ayudándose de los megalitos para predecirlas; razón por la que edificaban observatorios megalíticos y enseñaban a otros a construirlos y utilizarlos; uno de esos discípulos privilegiados fue Henoc. También hemos comprendido el interés que tenían al instruir a los hombres por especialidades. Si un cataclismo iba a borrar de un plumazo las culturas avanzadas del planeta, lo suyo era preservar las diferentes parcelas constitutivas de su sabiduría científica y cultural en las mentes de unos cuantos elegidos.
Vistas así las cosas, el «surgimiento espontáneo» de la civilización en Oriente Próximo tiene su explicación más inmediata en un grupo selecto de individuos instruidos en la «ciencia de los dioses». Gracias a ellos y a sus descendientes, la civilización, personificada en este caso en los sumerios, resurgiría con relativa rapidez. El espíritu de los gigantes volvería a renacer63. Ahora sólo nos resta confirmar científicamente los impactos descritos por Henoc.
A finales de los años noventa, una pareja de científicos afirmaron haber encontrado pruebas de un devastador bombardeo de asteroides sobre nuestro planeta en tiempos del Holoceno. Pero lo que más llamó la atención a sus compañeros del Instituto Geológico de la Universidad de Viena fue la relación que los Tollmann –así se apellida el matrimonio de geólogos– establecieron con la leyenda henoquiana relativa a las siete estrellas que se precipitaron sobre la Tierra como grandes montañas ardientes.
Los primeros trazados de impacto se encontraron en 1970, en el interior de madera fosilizada en Australia. A partir de entonces, los Tollmann no dejaron de encontrar evidencias del impacto múltiple en capas sedimentarias de los océanos del planeta. Los indicios encontrados por la pareja de geólogos no dejan lugar a dudas. Se han encontrado restos de cristales de cuarzo fracturados, granos de hierro-níquel-silicio metamorfoseados, rocas deformadas, microesférulas, iridio en altas concentraciones, moléculas de carbono de origen extraterrestre y cantidades significativas de vegetación transformada en ceniza y hollín. Los registros dendrocronológicos denotan irregularidades radiocarbónicas64 hace unos diez mil años atrás. Pero los geólogos han encontrado más pruebas de impactos. Como ya indiqué antes, después de la explosión generada por el choque meteórico se produce una tremenda subida en los niveles de dióxido de carbono (el conocido «efecto invernadero»), el cual es absorbido, en gran parte, por el mar. Pues bien, el estudio de los restos de polen encontrados en diversas capas sedimentarias ha demostrado que al menos en dos ocasiones recientes desde el punto de vista geológico –en 7640 a. C. y en 3150 a. C.– nuestro planeta vivió una etapa de clima cálido en el que la temperatura del mar superaba los cuatro grados centígrados con respecto a la temperatura previa a la colisión cósmica. También se han encontrado restos de conchas modernas en la cima de cadenas montañosas, al norte de Gales, en altitudes que superan los cuatrocientos metros; lo que demuestra que en un momento reciente de nuestra historia geológica esta zona estuvo temporalmente cubierta por las aguas que retiró el impacto cósmico. Las prospecciones llevadas a cabo por otros equipos geológicos en los núcleos de hielo tomadas por todo el planeta son contundentes: los registros de ácido nítrico marcan dos máximos en el 7640 a. C. y el 3150 a. C. Dos momentos críticos en la historia de la Tierra de los que se hizo eco Henoc en sus crónicas. La confirmación de que los «diluvios» universales son posibles.
En 7640 a. C. el planeta estaba sumido en una era glacial. Por lo tanto, de haber existido una civilización avanzada tuvo que estar ubicada en algún punto de las regiones ecuatoriales. Amplio espacio geográfico en el que se concentraban los mayores núcleos demográficos humanos65. En este contexto un trozo de hielo llega a las inmediaciones de nuestro sistema solar y en su viaje –como en el caso del cometa Shoemaker Levy– se quiebra en siete pedazos que acabarán precipitándose en varias zonas del planeta. El brutal bombardeo hizo temblar –literalmente– la Tierra e incluso provocó el cambio de polaridad del mismo. Todavía se desconocen los mecanismos de este fenómeno, pero se sabe que la entrada de un cuerpo meteórico en nuestra atmósfera y su posterior colisión imprime este tipo de huella geológica.
Por desgracia, las consecuencias genéticas pueden ser devastadoras. Cuando el campo magnético varía, y hasta la fecha los geólogos han registrado cuatro inversiones de polaridad, este tiende a disminuir paulatinamente hasta desaparecer temporalmente. Con actividad cero, la Tierra está a merced de las partículas de alta energía procedentes del Sol, lo que genera mutaciones en el ADN de los entes biológicos. No olvidemos que el campo magnético terrestre actúa como escudo protector de la vida al repeler esas energías nocivas; sin embargo, y por razones que los evolucionistas no logran comprender, este hecho colaboró en la vertiginosa y correcta mutación de algunas especies animales.
Es evidente que el cometa del Diluvio de Henoc impactó con la Tierra el 3150 a. C. De menor tamaño, la colisión debió de producirse en el ámbito geográfico del Mediterráneo. Resulta curioso que los mayas, a miles de kilómetros de distancia del ámbito de influencia de Henoc, determinaran el inicio de su calendario el 3113 a. C. ¿Existió alguna razón especial para ello? Esta decisión de los mayas ¿esconde alguna relación con el impacto de Henoc? Aunque existe una diferencia de treinta y siete años entre las dos fechas, tal vez se produjo alguna efeméride cósmica anterior al impacto cometario. Desde hace unos años, se sabe que los mayas eligieron esta fecha porque al parecer Venus brilló más de la cuenta en el firmamento (acontecimiento que bautizaron como «El Nacimiento de Venus»).
Como indicábamos antes, todavía se desconocen los mecanismos que inducen el cambio de polaridad de nuestro planeta; sin embargo, se sabe que en ese contexto comenzó a generarse la inversión magnética. El investigador Maurice M. Cotterell sugiere una explicación del fenómeno realmente interesante. Según él (aparte de los impactos meteóricos) existen otras fuerzas cósmicas capaces de hacer variar nuestro campo magnético: «los mayas sabían que el campo magnético del Sol se invierte cíclicamente; y en el 3113 a. C. el campo magnético de nuestra estrella hizo lo propio». A consecuencia de este cambio de polaridad del Sol, los planetas cercanos, incluida la Tierra, podrían haber sufrido las consecuencias y entre ellos Venus, que influido por el Sol se tambaleó hasta un punto de inclinación que orientó el polo del planeta hacia la Tierra. El reflejo del sol sobre el polo venusiano hizo que el planeta brillara más de lo normal, marcando el inicio de una nueva Era para los mayas («El nacimiento de Venus»).
Aunque teóricamente las fuerzas solares fueron capaces de desplazar a Venus no se puede asegurar que hicieran lo propio con la Tierra. De todos modos, pudieron influir de un modo menos dramático que se vio agravado por la colisión descrita por Henoc, treinta y siete años más tarde.
La revelación de los «dioses» en todas las culturas antiguas siempre ha sido la misma: la venida de un Juicio Final, de un Apocalipsis para el que tenemos que estar preparados. Verdaderamente ello es cierto, pero como hemos podido comprobar al seguir la pista de los eslabones de la cadena, no desde una óptica religiosa o sectaria. Esto es muy importante aclararlo. Aún recuerdo la cantidad de locos argumentos que aventuraban el fin del mundo el 21 de diciembre de 2012 y las profecías disparatadas que hablaban de conspiraciones alienígenas y de la extinción de la luz solar ese día en particular.
Los datos aportados nos han proporcionado la certeza de una tradición cósmica dirigida a salvaguardar los pilares del conocimiento técnico y científico de una desconocida civilización extinguida por causas meramente naturales. El génesis de esa entidad o entidades culturales no está –como se pensaba– en los sumerios o los egipcios, sino más atrás en el tiempo. Justo antes de que un cometa desperdigara las piezas del puzle entre doce mil y once mil años atrás.
En 560 a. C., un filósofo griego llamado Solón visitó Sais. Allí un anciano y sabio sacerdote le reveló uno de los secretos mejor guardados por la tradición del país de las Pirámides:
Oh, Solón, todos vosotros [los griegos] tenéis una mente joven que no conserva las viejas creencias basadas en una larga tradición, ni conocimientos blanqueados por las nieves del tiempo. La razón es esta. Se han producido y se producirán en el futuro muchas y diversas destrucciones del género humano, las mayores por el fuego y el agua, si bien las menores se deben a otras innumerables causas. Así, la historia, corriente también, en vuestra parte del mundo, de que Faetón, hijo del Sol, enjaezó el carro de su padre, pero no pudo guiarlo en el curso que su padre seguía, quemándolo todo a su paso por la superficie de la tierra y siendo él mismo consumido por el rayo. Esta leyenda tiene la apariencia de una fábula; pero la verdad que subyace en ella es una desviación de los cuerpos que giran en el cielo en torno a nuestro mundo y una destrucción, que acontece tras largos intervalos, de las cosas sobre la Tierra por una gran conflagración […] Cualquier logro grande o noble o suceso en algún sentido excepcional que ha llegado a acontecer, bien en vuestras regiones o aquí o en algún lugar del cual tenemos noticias, ha sido anotado en épocas pasadas en registros que se conservan en nuestros templos; mientras que en vuestro caso, y en el de otros pueblos la vida [acababa de ser] enriquecida con las letras y todas las demás necesidades de la civilización cuando, una vez más, después del usual período de años, los torrentes del cielo se abalanzaron como una pestilencia, dejando sólo entre vosotros lo grosero y lo iletrado. Y así comenzasteis de nuevo igual que niños, sin saber nada de lo que existía en los tiempos antiguos aquí o en vuestro propio país […] Para empezar, tu gente sólo recordaba un diluvio, pese a que hubo antes otros muchos; y además no sabéis que la raza más noble y arrojada del mundo vivió una vez en tu país. Tú y todos tus compatriotas procedéis de un pequeño remanente de su semilla; pero nada sabes de ello porque durante muchas generaciones los supervivientes murieron sin dejar ninguna palabra por escrito.
Nadie pone en duda la seriedad del que pasa por ser uno de los mayores filósofos de todos los tiempos. Parece, por tanto, que existen buenas razones para dar por sentado que el anciano sacerdote egipcio fue un informante fidedigno; y que la historia que narró al letrado Solón fue tan real como lo que describe en ella. Este extracto, proveniente de los diálogos de Platón Timeo y Critias –en donde por cierto aparece la historia de la mítica Atlántida–, recoge la evocación del recuerdo de unos acontecimientos que Henoc ya recoge en sus crónicas. ¿Quién hizo brotar la semilla de la civilización en Grecia? ¿Fueron los vigilantes o los gigantes de las viejas tradiciones?
En nuestro viaje por el tiempo y el espacio hemos dado a conocer las huellas de aquella civilización antediluviana que, hace miles de años, pereció bajo la convulsión apocalíptica provocada por los pedazos de un cometa. Estos testimonios son materiales (objetos insólitos, yacimientos megalíticos...); mitológico-documentales (Libro de Henoc, leyendas de tradición oral...); y lingüísticos. Sobre este último particular, los filólogos han demostrado que todas las lenguas del planeta provienen de un lenguaje raíz al que llaman nostraico66. Pues bien, la lengua matriz tiene unos quince mil años de antigüedad, situándose por lo tanto en el contexto temporal en el que –presumiblemente– aquella misteriosa civilización antediluviana existió.
Se considera que la característica principal que define a todo grupo social civilizado es la escritura. Del período glacial europeo tenemos testimonios de un arte rupestre abstracto en el que algunos investigadores creemos ver vestigios de una especie de protoescritura. No sabemos si los habitantes de esta parte del mundo realmente inventaron la escritura miles de años antes que los sumerios. Lo que sí parece bastante probable es que utilizaron estos signos con esa intención. Se hace necesaria, de una vez por todas, una investigación de campo exhaustiva, en aquellos territorios en los que existen miles de yacimientos con sus mensajes rupestres acariciados por el viento. Los arqueólogos deberían ponerse de acuerdo en la elaboración de un corpus lo suficientemente amplio de simbología paleolítica como para constatar y concluir definitivamente si se trata o no de una auténtica escritura. Independientemente de esto, lo que sí resulta evidente es que los petroglifos representan un medio de comunicación simbólico, profusamente utilizado por los pobladores prehistóricos desde el Paleolítico hasta el Neolítico. En cuanto a fenómeno global, los petroglifos gallegos –por ejemplo– guardan una estrecha relación con el arte rupestre de la región franco-cantábrica. Estos signos son análogos o, en su defecto, notablemente similares a los lenguajes escritos de la antigüedad que se extienden desde el Mediterráneo hasta el continente chino. Estas coincidencias no se deben, en modo alguno, a la casualidad, aunque en honor a la verdad sólo un reducido número de signos básicos (háblese de círculos, cruces o círculos concéntricos) podría tener su explicación en la psicología67. Probablemente, los sistemas de escritura que surgieron en Mesopotamia, hace unos cinco mil años, deban su desarrollo a una serie de innovaciones que pueden remontarse hasta el neolítico y, aún más atrás, hasta una época tan antigua como el Paleolítico superior. Ahora bien, ¿y si este código prehistórico tuviera su génesis en los tiempos del nostraico?
Aunque ninguna de las evidencias que hemos examinado en este libro es definitiva al cien por cien, los antiguos alineamientos astronómicos de Nabta, la supuesta nueva datación de la Esfinge, las antiguas metrópolis de Çatal-Huyuk y Jericó, la presencia del ser humano en el continente americano mucho antes de lo que se estimaba, los conocimientos astronómicos avanzados que aparecen en todo el mundo, como la precesión, o los mapas cósmicos de Lascaux, parecen señalar que el origen de la civilización se remonta muchísimo más atrás en el tiempo de lo que creemos hoy en día.
Para acabar sólo una reflexión. El carácter destructivo de los asteroides ha puesto en evidencia nuestra debilidad ante los impactos cósmicos. Tal vez sea la primera vez en la historia en la que nuestra especie está capacitada para hacer frente a esta amenaza. Poseemos la tecnología necesaria para garantizar, en parte, nuestra seguridad frente a manifestaciones naturales tan devastadoras. Creo que los gobiernos más ricos de nuestra arrogante civilización deberían comenzar a tomarse más en serio este desafío, rescatando la figura de los vigilantes del cielo e invirtiendo los mejores medios humanos y técnicos en un programa científico de defensa a escala mundial encaminada a evitar un nuevo cataclismo cósmico que nos sumiría en la ignorancia y la barbarie. Sé que desde hace un tiempo existen equipos que vigilan el cielo, pero se deben desarrollar tecnologías destinadas a evitar colisiones cósmicas.
Que nadie se equivoque, esta reflexión no es la propia de un catastrofista de moda, sino que surge de una apreciación realista de la naturaleza. Ya lo intuían nuestros ancestros más remotos: en el conocimiento del cosmos está la llave de nuestra salvación.
57 Sus efectos destructivos son de una magnitud que supera con creces la imaginación más destructiva. Según los geólogos en la actualidad existe al menos un supervolcán en el parque Yellowstone de EE. UU. cuya actividad presenta indicios de una futura erupción relativamente próxima en el tiempo. Las consecuencias de una explosión de tales características pondría en serio peligro nuestra permanencia sobre el planeta. Provocaría una convulsión que se haría sentir a nivel planetario. A los pocos días de la erupción miles de toneladas de material volcánico serían lanzadas a la atmósfera, garantizando un colapso climático que nos llevaría en pocas semanas a una nueva glaciación.
58 Dependiendo de la envergadura del impacto, las inundaciones por tsunamis serían de mayor o menor calado. En el caso de un impacto múltiple, se podría en efecto inundar todo el planeta durante varios días.
59 De todos los temas tratados en el manuscrito, son de nuestro interés sobre todo los datos astronómicos que un «ángel» enseñó a Henoc y la descripción de un grupo de entidades a los que él llama vigilantes, cuya concupiscencia les llevó a copular con mujeres locales que a su vez engendraron a unos gigantes.
60 Las siete ciencias para comprender el cosmos: la gramática, la retórica, la lógica, la aritmética, la geometría, la música y la astronomía.
61 Nadie fuera de Etiopía supo de la existencia real del Libro de Henoc durante más de mil años, a pesar de lo cual los francmasones ya conocían muchas de las historias descritas en el manuscrito.
62 Traducción Thübingen, 1900.
63 Recientemente, un equipo arqueológico descubrió los restos de una momia de 1,95 metros de altitud, en plena China Central. Los restos de este humano «gigante» han sido analizados por los especialistas y sorprendentemente se ha descubierto que sus rasgos son plenamente occidentales, europeos. Sus vestimentas coinciden, además, con las elaboradas en la Escocia megalítica.
64 Cuando un meteorito impacta contra la superficie terrestre se pierde una significativa cantidad de capa de ozono, lo que permite la entrada de una mayor cantidad de radiación ultravioleta, lo cual repercute directamente en el incremento productivo de carbono 14. Como se sabe este elemento es utilizado por los arqueólogos y geólogos para datar muestras antiguas, por lo que se hace imprescindible conocer estos incrementos en las curvas de calibración si queremos saber la datación correcta de las muestras analizadas.
65 En ese momento de la historia geológica de la Tierra, el norte de África, el Sahara argelino (recordemos los murales rupestres de Tassili) o Egipto presentaban un aspecto muy diferente al actual. Lo que hoy es desierto entonces era un inmenso territorio fértil con una gran riqueza de flora y fauna.
66 Robert Lomas dice al respecto: «Hace más de doscientos años, sir William Jones descubrió que el sánscrito está relacionado con el griego y el latín, lo que llevó a la identificación de un grupo de lenguas conocido hoy como indoeuropeo». En este grupo encontramos todos los idiomas hablados hoy en día en Europa y América.
67 Cada vez estoy más convencido que las analogías rupestres existentes entre diferentes culturas prehistóricas del planeta tiene su explicación en las prácticas chamánicas.