Capítulo 6

En busca de la inmortalidad

Cualquiera que visite la meseta de Gizeh quedará marcado de por vida. Las inmensas pirámides y la misteriosa Esfinge reciben al viajero con solemne majestuosidad provocando en el más sereno de los espíritus la inquietud propia de los exploradores y arqueólogos que durante generaciones han intentado desentrañar sus secretos. Se trata de la construcción más sólida y compleja jamás erigida por el género humano. Sabemos que –con un inmenso esfuerzo– treinta millones de rocas fueron transportadas por el desierto para ejecutar esta grandiosa obra de ingeniería. Un colosal monumento de un tamaño y precisión prácticamente imposibles de emular hoy en día.

Cuando uno está ante la Gran Pirámide se cuestiona muchas cosas pero fundamentalmente una: ¿A qué importante objetivo obedeció su construcción? Esta ha sido la gran pregunta que ha atormentado a los egiptólogos durante generaciones. Hoy, después de décadas de investigaciones, algunos investigadores creen haber encontrado la respuesta.

Probablemente, los textos religiosos más antiguos conocidos sean los denominados «Textos Piramidales». Se trata de unos textos a los que, por lo general, nunca se les ha otorgado la importancia debida; lo cual, a la luz de la razón, resulta paradójico puesto que estos escritos jeroglíficos evocan el misterioso génesis de la cultura egipcia.

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Pirámide y Esfinge de Giza (Egipto). La Esfinge y las pirámides,

en su conjunto, están conectadas con las estrellas conformando una especie de holograma astronómico del cielo nocturno de Egipto de miles de años.


Por otro lado, dada su extraordinaria antigüedad, parece increíble que apenas sean conocidos por el público en general. De hecho, estos pueden ser considerados el «Antiguo Testamento» del Antiguo Egipto. Los Textos Piramidales se encuentran labrados en el interior de los muros de una pirámide de la V Dinastía y cuatro de la VI. Aunque están datados entre el 2300 a. C. y el 2100 a. C. no son, ni mucho menos, los textos originales. Resulta obvio que estos derivan de un arquetipo anterior del que –a día de hoy– no hay rastro alguno.

Con un alto grado de certidumbre, los Textos se refieren a una religión y una liturgia que ya existían en el IV Dinastía. Fue durante este contexto político cuando se acometieron las obras del complejo piramidal de Gizeh y Dahshur. En el interior de una deteriorada pirámide del rey Unas (V Dinastía) encontramos numerosos jeroglíficos que ascienden hasta un techo plagado de estrellas. Estas escrituras pretenden ayudar al rey fallecido en su viaje al otro lado. Uno de estos escritos es un bello y extraño poema lleno de significado; dice así:

Me elevo desde ti, ¡oh, hombre!

Yo no soy de esta tierra, pertenezco a los cielos.

He alzado el vuelo como la garza,

he besado el firmamento como un halcón.

Soy la esencia de un dios,

el hijo de un dios,

el mensajero de un dios.

Contempla cómo Osiris, temeroso y amante de dios,

ha renacido en las estrellas de Orión el Bello.

Me debo a la glorificación de Orión,

mi alma es una estrella de oro,

y con él recorreré el firmamento para siempre.

Este poema nos responde en parte a la pregunta que formulamos al principio. Las pirámides tenían una funcionalidad pragmática orientada a favorecer el viaje del alma del difunto. Ahora bien, ese pragmatismo: ¿en qué consistía? ¿Sólo se limitaba a escribir conjuros en las paredes? Responder esta cuestión nos hará entender la fuente de inspiración que llevó a los faraones de la IV Dinastía a ejecutar tan magno proyecto. No olvidemos un hecho relevante y absurdo: sus sucesores, de la V Dinastía, nunca hicieron nada igual, de hecho sus pirámides presentan un aspecto ruinoso, frente a las más antiguas de Gizeh.

El análisis de las pistas matemáticas que encontramos en las pirámides de la IV Dinastía resulta revelador y coincide plenamente con las concepciones cósmicas de las culturas anteriormente comentadas. De este modo, sabemos que el codo utilizado para construir la Gran Pirámide –de 524,1484 mm– se dividía en 28 dedos de 18,7195 mm cada uno. El resultado de la medición de las diagonales de la base, el perímetro, el lado, la apotema, la arista y las perpendiculares trazadas desde el centro de la base y la altura arrojan como resultado los siguientes valores numéricos: 49.280, 34.850, 11.720, 12.320, 9.970, 5.840, 4.840, 7.840. Lo increíble de todo esto es que estos números se convierten en cifras cósmicas. En efecto, representan en días un múltiplo preciso de varios ciclos planetarios. De este modo, cuatro mil ochocientos cuarenta días es el equivalente de los períodos sinódicos de Mercurio; a su vez, cinco mil ochocientos cuarenta días se corresponde con los períodos sinódicos de Venus. Esta vinculación cósmica se acentúa aún más en la Gran Pirámide y está estrechamente relacionada con el viaje de las almas de los faraones muertos.

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Situado a orillas del Nilo, en la baja Nubia, se encuentra el templo funerario de Abu Simbel, construido por mandato de Ramsés II. Para evitar que quedara sumergido fue trasladado piedra a piedra de su lugar a su actual ubicación en los años sesenta. El templo se erigió en el terreno de tal forma que cada dos años, el 21 de octubre y el 21 de febrero, coincidiendo con el aniversario del nacimiento y la coronación de Ramsés II, los rayos del sol naciente penetran en su interior hasta 60 metros iluminando, durante unos minutos, el rostro de la estatua del faraón para luego iluminar al dios Ra y parte del dios Amón que está a su lado. Precisamente, Ptah, el dios creador, la deidad del submundo quedaba fuera del alcance del astro solar. Una metáfora hecha realidad gracias a la asombrosa ingeniería egipcia.


En los últimos años las exploraciones en la Gran Pirámide han suscitado el interés del público. Por primera vez, el hombre ha ideado pequeños robots que se cuelan por las entrañas de la gigantesca estructura en busca de tesoros. La respuesta de la opinión pública ha sido inmediata y desde entonces el interés por el Antiguo Egipto ha ido en aumento, siendo este uno de los temas de mayor demanda en ámbitos tan dispares como el editorial o el cinematográfico. Egipto está de moda.

Gracias a estas incursiones tan poco convencionales a través de los pasadizos ocultos de la Gran Pirámide hemos descubierto el sobrecogedor significado de algunas de las infraestructuras internas de esta gigantesca masa pétrea. Es el caso de las diminutas aberturas cuadradas colocadas en perfectos ángulos a través de la mampostería de la pirámide que parten de la Cámara del Rey y de la Reina. Cuatro pasadizos de 20 centímetros parten de ambas cámaras. Desde la Cámara del Rey, un pasadizo asciende en dirección norte y otro en dirección sur hasta la cubierta de la pirámide (en la Cámara de la Reina ambos canales permanecen sellados). Ahora sabemos que estos pasadizos tuvieron una función que vinculaba la Gran Pirámide con el firmamento y en concreto con la Constelación de Orión. Robert Bauval demostró lo que muchos otros investigadores, antes que él, ya sospechaban. En efecto, el canal sur de la Cámara del Rey apunta a Orión y el pasadizo norte, mucho más antiguo, apunta hacia las constelaciones circumpolares, consideradas por los egipcios inmortales e indestructibles, puesto que nunca salen ni se ponen.

La posición estelar es cambiante a lo largo de los milenios. El punto más elevado del arco nocturno de un astro está orientado hacia el sur y se denomina culminación; es esta altura la que cambia por efecto de la precesión. Se analizó la declinación de Orión en intervalos de cien años hasta el 2500 a. C., época en la que las pirámides ya estaban construidas. Los resultados mostraron que la constelación de Orión se ha desplazado un grado por siglo; consecuentemente, Delta Orionis, la estrella más brillante del cinturón de Orión ha hecho lo propio. Pues bien, esta peculiaridad hace que esta estrella sea capaz, con su luz, de atravesar estos «canales cósmicos», en concreto el sur.

El pasadizo sur de la Cámara del la Reina está orientado hacia Sirio, que en la mitología egipcia es Isis, la esposa de Osiris, por lo que la constelación de Orión es Osiris. De hecho, Osiris y su esposa Isis gobiernan los cielos nocturnos del Antiguo Egipto. En plena correspondencia con los Textos Piramidales estos canales servían para «lanzar» con extrema precisión el alma del faraón a Orión, al reino de los muertos. La Pirámide de Gizeh era una máquina de resurrección. Al lanzar al faraón a las estrellas éste alcanzaba la inmortalidad y con él todo su pueblo. Ahora se entiende el interés y el empeño que puso aquel pueblo a la hora de construir un monumento tan preciso. Pero aquí no acaban las cosas: las tres pirámides de Gizeh se muestran correlativas como el cinturón de Orión y muestran la misma disposición que éste. Son su representación exacta en la Tierra.

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Detalle de escritura jeroglífica en el interior de la tumba de Amenhotep II, en el Valle de los Reyes, Egipto. Foto: Tomé Martínez.


Por otro lado, en los Textos Piramidales los egipcios afirman además que la civilización surgió en su país; pues bien, en el interior del gran Templo de Abidos encontramos otros escritos, denominados Tablas de Abidos, que contienen un listado de los faraones que gobernaron Egipto. Resulta muy esclarecedor el comentario que el faraón Seti hizo a su hijo Ramsés II cuando le llevó a Abidos: «Aquí están, hijo mío, todos los faraones del Antiguo Egipto desde Narmer» (el Menes griego). Señalando a la otra pared llena de jeroglíficos Seti le dice a Ramsés II: «Esto es lo que pasó mucho antes del reinado de Narmer, hace miles de años, cuando la tierra era gobernada por dioses y semidioses». Aunque parezca increíble, los egiptólogos ignoran este otro lado de la pared, deteniéndose en el 3000 antes de Cristo.

Solapada e intencionalmente los constructores de la Gran Pirámide orientaron los pasadizos antes descritos hacia el lugar del cielo en el que ellos consideraban que estaba el primer faraón divino que fue Osiris, por lo que de una forma metafórica orientaron los canales cósmicos de la Pirámide hacia el Tiempo Primero de la mitología egipcia, el momento en el que surge la civilización; y ¿cuándo fue ese momento?

Con la ayuda de las computadoras Robert Bauval observó que el ajuste preciso entre las pirámides de Gizeh y la constelación de Orión se dio cuando esta comenzó su ascenso y aquello aconteció en el año 10500 antes de Cristo.

Si las pirámides están relacionadas con el Tiempo Primero, ¿qué pasa con la Esfinge? Con 72 metros de longitud y 19,80 metros de altura la Esfinge ha resultado ser la clave del enigma. Conforme a lo narrado en numerosas fuentes antiguas, la Esfinge sería la detentora de los secretos de una antigua y avanzada civilización que hace miles de años habría sucumbido bajo una terrible catástrofe. Las tradiciones que hablan de este acontecimiento apocalíptico mencionan un fantasma arqueológico que Platón dio a conocer con el sugestivo nombre de Atlántida.

La geología parece haber demostrado que la Esfinge no es contemporánea de las pirámides. La elocuente erosión de la Esfinge está a la vista de los egiptólogos desde siempre pero por alguna razón parece que nunca la han tomado en serio, por eso nunca se menta en sus estudios. La geología indica que la Esfinge estuvo expuesta a lluvias durante siglos; precipitaciones que dejaron de caer hace miles de años. Por otro lado se observa que el cuerpo de la Esfinge es mucho más voluminoso que la cabeza, ambos elementos no guardan proporción, lo que nos lleva a sospechar con la posibilidad de que esta fuese restaurada en el 2500 a. C. retocándose la cabeza. La geología no miente y nos dice que ¡la Esfinge contemplaba el nacimiento de la constelación de Leo en el 10500 a. C.! Y dado que la Esfinge es un excelente marcador equinoccial, esta contemplaba el lugar exacto por donde salía el Sol durante el equinoccio de primavera.

Conforme a estos parámetros y por increíble que parezca, las pirámides y la Esfinge marcarían el amanecer de la civilización muchísimo tiempo antes de lo que presuponemos oficialmente; el génesis de un tiempo perdido cuyos ecos resuenan en el inconsciente colectivo de la humanidad a lo largo y ancho del planeta.