Mi madre, Vera Frankel, nació en abril de 1927 en Budapest, Hungría. Su madre, Alice, tenía siete hermanos, y su padre, Lawrence, era abogado y ejercía en Budapest. Tres de los hermanos de mi abuela murieron en campos de concentración, y mi abuelo Lawrence pasó cuatro años en un campo de trabajos forzados.
Milagrosamente, mi madre y sus padres sobrevivieron al Holocausto.
A causa de sus experiencias, mientras crecía escuché muchas historias sobre la guerra. Mi madre me contó que, en Budapest, hasta el final de la guerra los niños judíos tuvieron que llevar la habitual estrella amarilla y no se les permitía acudir al colegio. Hasta media docena de familias tenían que vivir en un apartamento y los productos más básicos como el papel higiénico eran imposibles de encontrar.
Lo peor de la guerra llegó cuando, en 1940, Alemania presionó a Hungría para que se uniera a las potencias del Eje, y durante los siguientes cuatro años, los judíos húngaros tuvieron que llevar vidas llenas de restricciones. Perdieron sus negocios y los hombres fueron enviados a campos de trabajo, aunque aún no estuvieron incluidos en la Solución Final de Hitler. A finales de 1943 y durante los primeros meses de 1944, el primer ministro húngaro, Miklós Kállay, se embarcó en negociaciones secretas con Estados Unidos y Gran Bretaña. Hitler descubrió la traición y en marzo de 1944, las tropas alemanas invadieron Hungría. Budapest fue ocupada y todos los judíos trasladados a guetos. En los siguientes doce meses, 550.000 judíos húngaros murieron en Auschwitz y otros campos de concentración.
Mi madre y su mejor amiga, Edith, escaparon del tren que las llevaba a ellas y a sus madres a Auschwitz. Desde allí, su desesperado viaje duró seis años y atravesó cuatro continentes. En algunos momentos su situación fue tan angustiosa y desgarradora que no puedo imaginar cómo encontraron las fuerzas y la voluntad para sobrevivir.
Armada con el conocimiento de atrocidades inconcebibles, comencé a hacerme preguntas. ¿Cómo fueron capaces los judíos de Hungría y de toda Europa de vivir en una época en la que la decencia humana, el respeto por los demás y la esperanza de un futuro mejor habían sido totalmente destruidos? ¿Qué clase de privaciones sufrieron y, más allá de eso, cómo pudieron dejar atrás el pasado los que sobrevivieron?
Cuando comencé a documentarme para este libro, obtuve la lista de embarque con los detalles de la llegada de mi madre y de Edith a la isla de Ellis. Encontré fotografías de mi madre cuando era joven, y averigüé todo lo que pude sobre los lugares en los que acabó. Y descubrí mucho más que datos. Aprendí el significado histórico de la empatía, y que todos dejamos algo valioso detrás.
Aprendí a apreciar la familia y a creer que el verdadero amor persevera. Y, sobre todo, aprendí cómo durante un momento de maldad incomprensible, prevaleció la fuerza del espíritu humano.
En un mundo lleno de desafíos como el de hoy, espero que la historia de mi madre ayude a los lectores a creer en sí mismos, en el amor y en la bondad de la vida y de la humanidad. Cuando la gente habla del Holocausto, la frase recurrente es «No lo olvidemos». Ese sentimiento es más importante que nunca. Al escribir la historia de mi madre confío en honrar a toda una generación de personas valientes. Ellos no tuvieron el lujo de simplemente darse la vuelta e ignorar lo que estaba pasando. Espero que las generaciones presentes y futuras muestren la misma clase de coraje no dejando que esto se repita jamás.