HACE MUCHO FRÍO aquí, donde estamos. Nikolai está acurrucado junto a mí. De hecho, lo rodeo con el brazo aunque me sienta un poco estúpido para que logremos mantener el calor.
La película que ahora da vueltas y vueltas en mi cabeza es de cuando nos fuimos de vacaciones en verano, poco tiempo después de que papá regresase.
Justo después de habernos montado en el coche, cuando papá hubo metido a presión en el maletero las últimas cosas que casi habíamos olvidado, hubo asegurado las bicicletas a la vaca del coche y finalmente nos conseguimos poner en marcha para irnos de vacaciones a la costa oeste, recuerdo haber pensado que a partir de entonces todo iría bien.
Los abuelos habían venido para despedirse, nos saludaron con la mano desde la verja del jardín. Era como si fuesen encogiendo un poco cada año a medida que nosotros íbamos creciendo; pronto quizá nos encontraríamos en el medio.
Allí parados, casi parecía que la casa fuese suya. Es cierto que lo había sido antes de que nosotros nos mudásemos. Nuestra familia de Oslo tenía por costumbre que los hijos se mudasen a la casa de sus padres cuando se hacían mayores. Esa también era la tradición en la costa oeste, salvo que en nuestro caso no nos habíamos hecho cargo de la granja. Era un poco triste que abu, que era tan mayor y vivía allí solo, tuviese que encargarse de todo, pero yo no quería mudarme a esa parte del país. Estoy seguro de que papá tampoco quería mudarse. En realidad, creo que ni siquiera mamá quería. A ver, yo sabía que ella le tenía mucho cariño a abu y a la granja, pero pensaba que amaba aún más su trabajo, o al menos eso parecía.
Papá insistió en poner a los cantautores Knutsen y Ludvigsen, porque sus padres se lo ponían cuando él era niño e iban de viaje, y porque a nosotros nos habían encantado de pequeños. Nikolai y yo intentamos protestar y mamá suspiró profundamente, pero nos tocó escuchar esa música hasta que hicimos la primera pausa para ir al baño. Luego puso Offspring.
Primero pasamos un par de días en la granja. Me gustaba estar ahí, aunque el televisor era pequeño y viejo, internet iba lento, y olía a polvo y a manzanas medio podridas por todas partes. Abu hizo albóndigas, guiso y trucha a la plancha; nosotros horneamos brownies, nos bañamos en el río y jugamos en el pajar. Por las noches, los adultos se sentaban alrededor de la mesa del jardín para beber vino de ciruela. Todo estaba bien, era casi como si nunca hubiesen arrestado a papá. Él nos había explicado que la policía había cometido un error y que se sentían mal por eso. Él había decidido no seguir pensando en el tema.
El mejor día de las vacaciones siempre era cuando subíamos a la cabaña de los pastos de verano. Cuando caminábamos junto al río hasta el lugar donde caía la cascada, antes de comenzar la subida por el sendero. Era un poco como entrar en Narnia. Estábamos rodeados del denso bosque verde, de helechos más altos que Nikolai y yo, de pájaros y cascadas.
Otra cosa que me gustaba era que mamá siempre cambiaba cuando llegábamos a la granja, y todavía más cuando subíamos a la cabaña de los pastos de verano. Se la veía más contenta y empezaba a hacer un montón de cosas.
En casa era papá el que cortaba el césped y pintaba la valla y esas cosas, si es que lo hacía alguien, vaya. En realidad, parecía que a ninguno de los dos les gustaba hacerlas. Pero cuando mamá por fin llegaba a los pastos de verano, se convertía en una vaquera o agricultora, como solía decir papá. Se pasaba el día dedicándose a la carpintería o cortando hierba con una guadaña, y se subía al tejado para reparar las tejas. Me encantaba ver a mamá así, y creo que a papá también le encantaba. Él se tumbaba sobre la hierba y leía un libro, y parecía totalmente relajado.
A veces me daba cuenta de que estaba ausente, como si no estuviese allí, y eso me asustaba un poco. ¿A lo mejor tenía miedo de que lo volviesen a meter en la cárcel? Pero la mayoría del tiempo todo estaba bien.
Ese verano me esforcé por tener contentos a mamá y papá, sobre todo a papá. Intento recordarlo cada vez que pienso en el día que volvió a casa; trato de pensar que, a pesar de todo, fui amable con él el resto del verano, y que he intentado portarme bien con Nikolai desde entonces porque sé que a papá le hubiese gustado.
A Nikolai le castañetean los dientes. Yo también estoy helado. ¿Cuánto tiempo tendremos que quedarnos aquí esperando?