ESTAMOS MEJOR AQUÍ donde estamos ahora, en un pequeño sótano, que dentro de ese maletero oscuro. Aquí hace menos frío y hay más espacio, podemos movernos, pero no podemos ir a ninguna parte.
Todo el rato espero que papá aparezca por la puerta. Sé que es una tontería, pero no puedo evitarlo.
Que haya desaparecido, que nadie lo haya encontrado, hace que todo este tiempo me haya imaginado que un día, de repente, entrará por la puerta de casa y entonces todo será como antes. A lo mejor resulta que solo necesitaba un descanso y ha encontrado una casa abandonada donde quedarse unos meses.
La mayoría de los días comprendo que eso no va a pasar.
El funeral fue horrible. Mamá llevaba un vestido negro y quería darnos la mano. No conseguí llorar, me sentía como si me hubiese quedado demasiado tiempo en una bañera en la que el agua se había enfriado por completo. Habría dado la mitad de mi vida por poder pasar solo un día más con papá.
Como no lo encontraron en el lago ni en la cascada ni en el fondo de la poza del río, el entierro fue sin el cuerpo. Hubo un ataúd, pero estaba vacío. En el altar colocamos cosas que nos recordaban a él: una fotografía suya y de nosotros, su camiseta del Liverpool, sus zapatillas deportivas favoritas, su taza, ese tipo de cosas.
Yo apretaba con fuerza el llavero que llevaba en el bolsillo. Era un llavero especial del Liverpool de cuando ganamos la Copa de Campeones en 1984, tras los penaltis, contra la Roma en el estadio olímpico. El LFC fue el primer equipo inglés en llevarse tres grandes trofeos en una misma temporada.
Ese llavero era el objeto favorito de papá, siempre nos decía que lo heredaríamos cuando él se fuese. Habíamos discutido sobre quién se lo quedaría. Abu había propuesto que nos podíamos turnar y quedarnos con él seis meses cada uno. Al final, tanto Nikolai como yo aceptamos. Yo lo llevaba en el bolsillo casi todo el rato, aunque tenía pánico de perderlo.
Había mucha gente: los padres de nuestros compañeros de clase, los vecinos, gente que trabajaba con papá y gente que trabajaba con mamá. El ministro, que a ella le caía mal, también vino, y fuera había un montón de periodistas.
En realidad, yo jamás había estado en una iglesia antes. No estábamos bautizados, ni mamá ni papá creían en Dios, y, en serio, casi me dio un patatús al ver a Jesucristo en la cruz y escuchar todos los disparates que el pastor dijo sobre la sangre y el cuerpo de Cristo, y las flores y los hombres con trajes negros y camisas blancas. Era casi imposible respirar allí dentro.
Era como si yo estuviese lejos, contemplándolo todo y a mí mismo desde fuera; así habían sido todos los días después de que papá desapareciese.
Tras el funeral, notamos que mamá intentaba hacer las cosas que papá ya no podía hacer. Cuando empezamos el cole, nos despertaba muy pronto cada día, y había encendido una vela y preparado chocolate caliente antes de que bajásemos. Si a Nikolai le costaba levantarse, pues puede ser muy lento por las mañanas, ella a veces se acostaba a su lado, con la frente contra la suya, le acariciaba la cabeza y le hablaba en voz baja hasta que él se despertaba y se estiraba.
Era algo bueno, en realidad, aunque siempre me parecía horrible verlo tan contento justo cuando se despertaba. Durante un instante era un gatito feliz, hasta que recordaba que papá ya no estaba y se le desencajaba el rostro.
Yo estaba muy angustiado por tener que empezar el colegio después de las vacaciones, en realidad no quería ir. Mamá y la abuela y el abuelo y todos dijeron que todo iría bien, y que sería como antes. Yo sabía que no era verdad, y, de hecho, todo fue mucho peor de lo que me había temido.
La profesora tenía lágrimas en los ojos y nos trató de forma distinta. Nos hablaba en voz baja sin mandarnos hacer nada mientras nos revolvía el pelo de forma tonta. Los otros padres se asustaron cuando fueron a recoger a sus hijos y nos vieron, como si fuésemos fantasmas. Nikolai, de hecho, era un poco como un fantasma, se pasó el día llorando y tuvo que sentarse en el regazo de la profesora durante el recreo. Yo intenté hablar con él sobre eso, le dije que tenía que parar, que daba vergüenza, pero entonces comenzó a llorar de nuevo.
Los otros niños también se comportaron de forma diferente, como si les hubiesen dicho que tuviesen cuidado con nosotros o algo. Nos dejaron cosas por las que antes nos hubiéramos peleado. Nadie se metió con nosotros o nos empujó. Nadie nos molestó o se burló de nuestra comida. Nadie hizo la broma de llamarme Nikolai a mí o de llamarle Andreas a Nikolai.
Debería haber estado bien, pero a mí solo me pareció algo falso, como los futbolistas que graban en vídeo sus lesiones, como el puré de patatas de bolsa en vez del puré de patatas de verdad, o las golosinas en spray . ¿A quién puede gustarle eso?
Un día le dije a Olav, nuestro amigo, que les dijese a los demás que era mejor si se comportaban como siempre. Que se comportaran de otra forma solo hacía que todo fuese mil veces peor, le dije. No sé si lo entendió, pero asintió, y luego todo fue un poco mejor.
Después de que papá desapareciese, Nikolai empezó a acostarse en mi cama todas las noches. Incluso se quedaba a dormir allí. Había poco espacio para los dos, pero yo le dejaba.
Nikolai es distinto a mí, es más blandito, siempre ha sido así. Creo que quizá él se parece más a papá y yo a mamá.
Mamá tomó prestados varios libros para leérnoslos, e insistió también en que nosotros le leyésemos a ella. Decía que iríamos al teatro y al cine y al mercadillo de Navidad, y que haríamos un muñeco de nieve y esquiaríamos en invierno. Incluso que prepararíamos galletas de jengibre, aunque yo sabía que ella no iba a hornear nada, que solo era algo que decía por decir.
Nosotros sabíamos lo ocupada que estaba en el trabajo. Siempre ha parecido que viva solo para su trabajo, incluso antes de convertirse en ministra.