34

 

ANDREAS

 

 

 

CUANDO ARRESTARON A Sabiya, empezamos a leer el periódico Aftenposten todos los días para ver si había alguna novedad sobre el caso. Un día leímos una breve nota que decía que habían soltado a una mujer. Tenía que ser ella.

—Tenemos que darle la carta —dijo Nikolai—. Piensa en lo contenta que se pondría.

—¿Y por qué íbamos a querer que se pusiese contenta? —pregunté—. Además, seguramente se pondrá más triste que contenta. Solo nos meteríamos en un lío. Mamá ya está de bastante mal humor.

No nos parecía que a mamá le gustase su nuevo trabajo, aunque nos había dicho que era una oportunidad a la que no podía decir que no. La traían a casa en un coche superbonito, pero siempre tenía mala cara cuando entraba por la puerta. Yo pensé que no debería haberse hecho ministra si tanto le disgustaba, pero no se lo dije. Era inútil discutir con mamá.

Un día Nikolai dijo que él sí iba a ponerse en contacto con Sabiya sin importarle lo que me pareciese a mí. Me dijo que quería reunirse con ella.

Entonces me rendí. Yo también quería que pasase algo, y tenía la sensación de que Sabiya guardaba dentro de ella algo de papá, ya que era posiblemente la persona que mejor lo había conocido y más lo había querido, a excepción de nosotros.

No conseguimos encontrar su número de teléfono en internet, pero todavía conservaba su perfil de Instagram y le enviamos un mensaje privado. Daba la impresión de que ya no lo usaba, así que no pensábamos que nos fuese a responder, pero nos escribió casi de inmediato.

«Me encantaría veros —contestó—. ¿Dónde? ¿Y cuándo?»

Quedamos en verla al día siguiente.