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ANDREAS

 

 

 

NO TENGO NI idea de qué hora será, ni siquiera sé bien qué día es. Pero creo que es lunes. Tenemos fútbol, entrenamos dos días a la semana, los jueves y los lunes. Fuimos el jueves, pero hoy no. ¿Habrá alguien que nos eche en falta? ¿Sabrán que hemos desaparecido? ¿Nos estarán buscando?

Es el primer entrenamiento al que faltamos este otoño. No hemos faltado ningún día, aunque hayan pasado muchas cosas tristes. En realidad, me siento un poco orgulloso de ello.

Nikolai intenta hablarme, pero yo no tengo fuerzas para responder. Vale, estoy acostumbrado a estar con él a todas horas, pero, de todas formas, esto es diferente. Siempre suele haber más personas con las que podemos hablar y nunca estamos el uno encima del otro todo el rato. En el cole jugamos, en general, por separado, con diferentes compañeros, aunque los dos pasemos mucho tiempo con Olav.

He intentado hablar con papá, varias personas me han dicho que puedo hacerlo, pero no funciona, jamás me responde. Es una pena, hay tantas cosas que me gustaría preguntarle y contarle, tantas cosas que echo de menos. Para empezar, todo lo que tiene que ver con el fútbol.

Papá sabía, por ejemplo, a qué altura debían ir las espinilleras. Mamá siempre nos las pone muy bajas. He intentado decírselo, que deben ir más altas, que para eso sirven, pero ella no lo entiende. Al principio, yo me las subía después de que ella me las pusiese, cuando no miraba. Al final, le dije que me encargaría yo mismo de las medias, las zapatillas y las espinilleras. «Estupendo», dijo, y simplemente asintió, como si en realidad no hubiese entendido lo que yo había querido decir con eso. Siguió ayudando a Nikolai una temporada, pero era tan torpe que al final tuve que enseñarle también a mi hermano cómo hacerlo.

Lo de mamá es extraño, porque hay muchas cosas que se le dan bien. Cuando habla en la tele siempre está muy tranquila y es organizada, y es muy buena con todo lo que hace en la granja y en la cabaña de los pastos de verano; sabe hacer un montón de cosas que papá no sabía, como construir vallas, talar árboles, esquilar a las ovejas y esas cosas.

En cambio, es un desastre con las cosas más normales del mundo, como colocar espinilleras y medias de fútbol o preparar la cena, o asegurarse de que tenemos gomas y lápices en nuestros estuches, de que no nos dejemos todo sobre la mesa en casa, de que las fiambreras se laven de un día para otro, de que nuestras botas no estén mojadas, o de bajar los abrigos de invierno de la buhardilla y colocarlos en el perchero.

Quiero decir, antes yo nunca pensaba en esas cosas. Simplemente se hacían solas. Papá se encargaba de todo sin que nos diésemos cuenta. Papá hacía que las cosas sucediesen. Con mamá no ocurre eso. Es así. No creo que sea descuidada a propósito, solo que no hay suficiente espacio en su cabeza.

Una vez, papá dijo que la cabeza de mamá quizá era como uno de esos fantásticos telescopios que están preparados para ver todo tipo de cosas que están muy lejos. Dijo que cuando uno mira a través de un telescopio y contempla las estrellas y la luna y todo lo demás que seguramente se puede ver por ahí, entonces quizá no consigue ver al mismo tiempo todo lo que ocurre a su alrededor.

Es probable que hubiera vuelto a decir lo mismo si todavía siguiese aquí, habría intentado hacernos ver que mamá nos quiere, aunque no lo parezca.

Este otoño me he enfadado muchas veces con mamá; me he enfadado con todo el mundo, pero, sobre todo, con ella.

Ahora solo la echo de menos, más de lo que pensé que sería posible.

—Mamá —susurro—. Mamá, ven a buscarnos.