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AXEL

 

 

 

LA ERA DIGITAL intensifica cualquier mal de amores. Estoy tumbado en el sofá haciendo el vago, no soy capaz de hacer otra cosa que mirar la puta app. De vez en cuando, Clara aparece como un punto verde. Se ilumina durante un breve instante antes de desaparecer de nuevo.

Los últimos días he ocultado nuestro chat para no tener que ver que no respondió a mi último mensaje, ni a los anteriores cinco o seis. Puesto que Clara es la persona con la que más he chateado, no sirve de mucho. Su rostro, con aquel puntito verde, aparece de todas formas cada vez que está conectada y «activa». Para evitar verla con su punto verde cada vez que me conecto, tendría que haberla borrado o bloqueado, y no quiero hacer eso. No quiero acabar nada; en realidad, quiero más.

Sé que debería desinstalar el Messenger, no exponerme a esto. Además, es una cosa tremendamente anticuada, un foro para jubilados, aunque la gente lo use. Los niños, los vecinos, los compañeros, y eso hace que sea difícil dejar de utilizarlo. He desactivado las notificaciones, por lo que tengo que entrar para comprobar si he recibido nuevos mensajes de Clara, pero nunca hay novedades. He empezado a pensar que quizá tampoco las vaya a haber nunca.

¿No es una cuestión de simple educación responder a los mensajes, aunque sea evidente que ya no me necesita como canguro? De hecho, después de aquella noche de pizza y vino, no la he visto ni he tenido noticias suyas. Hemos sido amigos durante más de una década. Este otoño he estado ahí para ella y para los niños. ¿Acaso eso no vale nada?

Mis sentimientos cambian sin cesar. Por un segundo añoro conversar con ella, por muy reservada y escueta que sea. Al siguiente solo me enfado, me siento estúpido, humillado, pienso que se ha aprovechado de mí. Tramo mil maneras de vengarme, sin que se me ocurra otra cosa que pasar por delante de ella con una nueva novia, si es que eso llega a ocurrir alguna vez. ¿Le importaría? Lo dudo mucho.

Tal vez incluso se sentiría aliviada de librarse del cansino, pesado y viejo Axel.

Todo resulta tan increíblemente destructivo, tan frustrante al más puro estilo adolescente. Debería olvidarme de Clara, pero es imposible. El hecho de que se encuentre a tan solo unos cientos de metros de distancia no facilita las cosas.

Además, echo de menos a los niños. He estado en su casa varias veces por semana durante meses y, ahora, de repente, soy persona non grata; no tiene ningún sentido. Los niños me necesitan como un elemento estabilizador. Haavard solía decir que la capacidad de proporcionar cuidados de Clara era limitada. Supongo que exageraba un poco, y ella ha hecho un gran esfuerzo desde que Haavard murió. Pero desde que tomó posesión del cargo de ministra, he estado preocupado. Sin Åsa y sin mí, Clara y los niños jamás saldrían adelante, aunque es evidente que intenta demostrar que puede arreglárselas sola.

Me levanto, salgo al pasillo y me pongo la chaqueta, un gorro, guantes y zapatos.

Lo más probable es que sea Åsa y no Clara la que esté en casa. Puedo ir a saludar a los niños antes de que se acuesten. Si resulta que Clara, contra todo pronóstico, está allí, es posible que se alegre de verme. Quizá incluso recuerde los buenos momentos que hemos compartido y que soy parte de la familia. Quedarme en casa refunfuñando no aporta nada.

Con la sensación de apremio que a menudo sigue a la estela de una decisión, me dirijo hacia allí. Debo tener paciencia y confiar, y así, con el tiempo, las cosas acabarán evolucionando a mi favor. Al desánimo de hace unos instantes lo ha sustituido algo parecido a la soberbia.

A unos cien metros de la verja, todavía al otro lado de la calle, me detengo en seco. Clara está sentada en el banco del jardín, justo donde yo me he sentado tantas veces, y no está sola. Está con el chófer ese. ¿Cómo se llamaba? ¿André? ¿Stig? Stian. Es Stian, ahora lo recuerdo. El tal Stian, con la pinta de vikingo y las facciones tan marcadas y vehementes, los ojos intensos, como una Clara en versión masculina. Alfa Bravo. Stian, el mismo que me dijo que debería acostumbrarme a los nuevos tiempos. ¿Es posible que él le haya prohibido tener contacto conmigo?

Están sentados muy juntos, Clara con las manos sobre el regazo, la cabeza gacha. ¿Por qué están sentados así, como si fuesen pareja? No puede ser, claro. ¿O sí? En ese caso, todo habría ido muy rápido, pero Clara es imprevisible, eso decía siempre Haavard. Además, le da mucha importancia a haberse criado en una granja y todas esas cosas. ¿A lo mejor le gusta el tema de la autoproletarización y por eso mantiene una relación con su chófer?

En cualquier caso, esto explicaría su silencio tan repentino. He estado atormentándome y fustigándome por ello, he pasado horas estudiando nuestras conversaciones por chat, comprobando lo unidireccional que es nuestra relación, sintiéndome pequeño. Todo esto mientras ella, que tanto se ha quejado de lo claustrofóbico que le resultaba el servicio de conductores, ha iniciado una relación con su chófer, y quizá incluso haya mantenido relaciones sexuales con él.

¿Debería acercarme y dejarme ver para comprobar su reacción, por lo menos? Estoy a punto de hacerlo cuando descubro la manera en que se miran. Se me forma un gran nudo en la garganta que empieza a crecer sin parar sin que sea capaz de detenerlo.

Joder, no puedo acercarme a esos dos estando así.

Me doy media vuelta y estoy a punto de resbalarme sobre las hojas podridas y escurridizas, pero consigo evitarlo; regreso a casa mientras lucho por contener las lágrimas.

En los pocos minutos que dura el trayecto, el enorme y pesado sol otoñal se oculta tras los árboles por el este, como una especie de muerte roja.