JUSTO ACABO DE servirme un café. Estoy a punto de llegar hasta el sillón donde estoy leyendo sin derramar nada cuando un movimiento al otro lado de la ventana hace que me sobresalte. El platillo se mancha de café y la taza se balancea tanto que tengo que dejarlo todo en el suelo.
Halvor Haugo atraviesa el patio con un cuaderno en la mano, tomando notas, mientras la gata, Bella, se le restriega. Salgo corriendo al pasillo, me pongo las primeras botas que encuentro y abro la puerta bruscamente.
—¿Qué estás haciendo? —le grito.
Se detiene, me mira sorprendido, como si no hubiese caído en la cuenta de que yo, en efecto, vivo en esta casa. Menudo puto descarado. Además, es la segunda vez en pocas semanas que lo veo por aquí.
Este es mi lugar. Mi fortaleza. Aquí mando yo. Aquí nunca viene nadie. Así ha sido hasta ahora, aunque al parecer ya no.
Permanecemos a tan solo un par de metros el uno del otro, nos miramos fijamente.
—No puedes estar aquí —le digo—. Es una propiedad privada.
—Estoy escribiendo un artículo sobre Clara y su infancia —dice—. ¿No te parece bien?
Se está burlando de mí; se está burlando de mí, joder.
—¿Has estado en casa de Geir para echar un vistazo a los restos del coche?
Niego con la cabeza, dudando de si lo pregunta en serio.
—Deberías hacerlo —continúa—. Es una preciosidad. Con muchos detalles reveladores…
Sonríe, pero su sonrisa me asusta. No se le refleja en los ojos, que irradian otra cosa: rabia, despecho, quizá incluso odio.
—Vete —digo, notando con fastidio que mi voz se quiebra—. Si no, llamaré a la policía.
Me mira durante un momento con una sonrisa repulsiva. A continuación, se encoje de hombros y echa a andar hacia el coche.
Un anciano desesperado, furioso, eso es en lo que me convierte.
Camino hasta el arce y me siento a su sombra, coloco las manos sobre las rodillas, me apoyo contra el tronco, cierro los ojos. Hace demasiado frío para permanecer aquí mucho rato. Tampoco tengo la calma suficiente para mantener los ojos cerrados. Mi buen humor se ha desvanecido, no creo que sea capaz de recuperarlo.
En casa de Geir, o sea, que han dejado los restos de aquel cacharro en casa de su suegro; debe de llevar más de un mes allí, entonces. ¿A qué detalles reveladores se refiere? ¿Se lo habrá inventado solo para molestarme o realmente hay algo que pueda causarle problemas a Clara?
Apenas soporto la idea de que ese vehículo desvencijado haya vuelto a aparecer, es como si el mismísimo demonio de Magne hubiese regresado en carne y hueso a través de su coche.
En el taller debe de haber bastante material inflamable. Aceites, gasolina y cosas por el estilo. Dudo que resulte necesario hacer mucho más que encender una cerilla para que el taller mecánico con los restos del coche rescatado del fiordo se convierta en historia. Geir Vassenden está a punto de quedarse incapacitado a causa de la artritis. El taller apenas daba beneficios en sus mejores tiempos, y esos pasaron hace mucho. Si prendo fuego a toda esa mierda, el seguro compensará a Geir; es probable que hasta le salga a cuenta. Un incendio no perjudicaría a nadie y podría ahorrarle muchos problemas a Clara.
Me dirijo al coche para irme hacia allí, pero entonces cambio de idea. Al menos debería esperar a que se haga completamente de noche.
Cuando entro en casa, paso por delante de Bella. Me detengo e intento acariciarla, pero está igual de nerviosa y extraña que yo tras la visita. Una vez dentro, me acerco a la mesa del salón, donde tengo esparcidos todos los papeles que había en la caja, pero el espíritu combativo que sentí cuando fui a buscarlos ha desaparecido. Todos esos viejos recuerdos de lo que debería haber impedido ahora solo me producen malestar.
Ya es hora de que advierta a Clara sobre Halvor y Agnes. Jamás suelo llamarla, más bien dejo que ella lo haga cuando le venga bien. Voy a buscar el teléfono. Llamo un largo rato. No hay respuesta.