71

 

CLARA

 

 

 

UN SONIDO ATRONADOR empieza a aullar en mi cabeza.

—¿Hemos sido nosotros? ¿Qué quieres decir con eso? —pregunto.

—Teníamos miedo —dice Nikolai—. Queríamos huir de ti. Por eso nos escapamos.

Siento que estoy a punto de perder el conocimiento. Escucho que Andreas dice algo desde muy lejos, pero no soy capaz de captar sus palabras. Ahora no temo tan solo a mi propia madre, sino también a mis hijos. Sin pensarlo, retrocedo y salgo de la choza, atranco la puerta, permanezco fuera, apoyada contra esta, respirando.

Una multitud de destellos blancos bailan y parpadean ante mis ojos.

Antes de que yo retrocediese, mi madre se ha puesto de pie sin dejar de sonreír de un modo extraño. A pesar de que es una mujer mayor y de que mis hijos son solo unos niños, son tres, y yo estoy sola. Son tres contra uno. Mis hijos son altos, grandes, fuertes. Ni siquiera estando en mi forma física habitual habría sido capaz de manejar a los tres yo sola, y ahora encima estoy dolorida, cubierta de contusiones y agotada.

Mis hijos se han aliado con mi madre, en mi contra. Es increíble.

Me siento, todavía con la espalda apoyada contra la puerta, doblo las rodillas, las rodeo con los brazos y oculto la cabeza entre las manos.

¿Han organizado todo esto por su cuenta? ¿Son ellos los que han escrito la carta? Y ¿me han dado un ultimátum acerca de mi padre?

Mis hijos, sangre de mi sangre y carne de mi carne, a los que he llevado dentro de mí, a los que he parido, amamantado y acunado, han hecho esto. Son solo niños, es cierto, pero eso lo empeora todo. ¿Qué clase de niños harían algo así?

La respuesta me golpea como un fuerte puñetazo en la cabeza. Niños, como lo fui yo. Lo han hecho porque son mis hijos.

Jamás debería haber subido hasta aquí sin Stian. ¿En qué estaba pensando?

Qué imbécil soy; me abofeteo a mí misma, primero en una mejilla, luego en la otra, como para obligarme a pensar con claridad, a buscar una solución, a soportar lo insoportable. No sirve de nada.

¿Qué voy a hacer? Y ¿qué fue lo que dijo Andreas justo cuando retrocedí hasta la puerta, lo que en ese momento no escuché porque no quise, porque todo era ya demasiado insoportable?

No puedo seguir evitándolo por más tiempo.

Dentro de la choza de piedra hay silencio. Sin embargo, las mismas palabras retumban en mis oídos una y otra vez.

«Sabemos lo que le hiciste a papá.»