DESPUÉS DE QUE papá desapareciese, pensé que debía contarle a abu, o a la policía, lo que había visto, pero fui posponiéndolo todo el rato.
Cuando por fin fui capaz de pensar otra vez, me di cuenta de que era imposible decir algo. Porque si mamá iba a la cárcel, ¿qué pasaría con nosotros entonces? No teníamos tías ni tíos. Abu era demasiado mayor y vivía muy lejos. ¿Quién cuidaría de nosotros? ¿Nuestros abuelos de Oslo? No era una idea muy tentadora, y tampoco creí que lo hubiese soportado. ¿El tío Axel? No era nuestro tío de verdad, y ya tenía tres hijas.
Pensé que tenía que ser capaz de decirle algo a mamá, por lo menos. Que debía decirle que la había visto, que había comprendido lo que había sucedido, que lo sabía, pero tampoco fui capaz de hacerlo.
Fue como si todo formara una bola negra, viscosa y pegajosa dentro de mi pecho. Además, tenía miedo. ¿Qué haría ella con nosotros si decíamos algo? Después del día que vi desde la colina cómo la corriente arrastraba a papá hacia la cascada, es como si siempre estuviese fuera de mí mismo, observándome. Nada es real del todo.
Yo no tenía pensado contarle nada a Nikolai, pero cuando nos acostamos la noche después del funeral de papá, y lo vi allí llorando y moqueando, no pude soportarlo más y le pedí que se callase. Entonces se le fue la olla y me dijo que era un tonto al que no le importaba nada.
Me enfadé tanto que se lo conté todo. Después ya no dijo nada, a pesar de lo pesado que se pone siempre.
—¿Nikolai? —dije—. ¿Nikolai?
—Sí —dijo al final con una voz que no parecía la suya.
Entonces comprendí que él tampoco era el mismo ya, y que nunca volvería a serlo.
De hecho, fue idea suya que intentásemos asustar un poco a mamá. Un día cogimos un papel que parecía bastante secreto de un cajón y lo dejamos sobre su escritorio. Otro día le pusimos una de las camisas de papá al maniquí que había en su dormitorio. Solo unos días antes de marcharnos, escribimos una carta que decía que sabíamos lo que había hecho. No nos atrevimos a poner «a papá» o «a Haavard», pensamos que eso nos delataría.
Todo fue como un ensayo para el acto final, el de abandonarla. Mamá nos había arrebatado al mejor papá del mundo. Ahora ella comprobaría lo que era no tener hijos.
Poco a poco he ido comprendiendo que la abuela Agnes estaba enfadada tanto con abu como con mamá. Tenía algo que ver con los viejos tiempos, cuando mamá y Lars eran pequeños y abu y la abuela se divorciaron. Yo había intentado preguntar qué había pasado realmente, pero nunca recibí respuesta. Y empecé a echar mucho de menos a abu, a los abuelos de Oslo, a Axel, e incluso a mamá.
Ahora ella está fuera y nosotros aquí dentro, con la abuela. Es como estar atrapado en medio de una especie de guerra extraña en la que no tengo ni la menor idea de lo que se les puede ocurrir a ninguna de las dos.