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SABIYA

 

 

 

—HOLA DICE MAGNUS Due-Salomonsson, o como se llame, y extiende la mano. Me incorporo ligeramente y se la estrecho. El apretón de mano es igual de lánguido y flojo que el tipo en sí: no me inspira ninguna confianza. Un abogado de verdad no dejaría que me pudriera en una puta cárcel mientras mi vida se aleja cada vez más.

—Bueno —dice cuando se sienta en la silla que hay junto al escritorio; yo estoy sentada sobre la cama—. ¿Tienes algo nuevo para mí, Sabiya?

Odio la manera en que pronuncia mi nombre, como si lo acentuase mal a propósito. Se lo he comentado varias veces, pero ya he desistido.

—¿Si yo tengo algo nuevo? —le espeto—. Pensé que eras tú el que tendría alguna novedad para mí.

—Sabiya —dice frotándose un poco el rostro antes de continuar.

No se ha afeitado, pero el traje que lleva es caro y el corte de pelo también. Un pijo consentido, uno de esos a los que yo solía odiar cuando deambulaba por la ciudad hace veinte años.

Entrelazo las manos y froto los pulgares, uno contra el otro, a la altura de la articulación, una mala costumbre que he adquirido últimamente. La piel ya tiene llagas. Apoyo los codos en las rodillas, que suben y bajan cubiertas por un pantalón de chándal. Así es como me siento todo el rato, no puedo estarme quieta. Observo que a él le pone de los nervios y eso me proporciona en realidad una especie de alegría retorcida.

Es algo que me asombra. A pesar de todos los años que he dedicado a crear una nueva Sabiya, parece que jamás haya llegado a ser más que un fino cascarón que ahora se agrieta, de forma rápida y brutal. Con cada día que pasa es como si percibiese que el ángel negro que alguna vez fui, mi auténtico y verdadero yo, aparece cada vez con mayor nitidez.

¿Le hubiera gustado a Haavard esta versión de mí o le hubiera asustado? Jamás lo sabré.

—Escúchame —continúa el abogado—. Me facilitarías mucho el trabajo si fueses sincera conmigo. Y, como recompensa, yo también seré sincero contigo…

—¿De veras? —pregunto —. Venga, dispara. Tú primero.

—Bueno, la cantidad de pruebas es abrumadora. Van a condenarte. Nuestra mayor esperanza es evitar la prisión permanente, pero para eso tienes que colaborar. Debes poner todas las cartas sobre la mesa. ¿Entiendes?

—¿Evitar la prisión permanente? No he cometido ningún delito, joder.

—Claro que no —responde él con una mirada que dice lo contrario.

Siempre usa ese tono imperativo e irrespetuoso, como si le hablase a una adolescente y no a una médica altamente cualificada en proceso de especialización en uno de los principales hospitales de la ciudad, a una madre con tres hijos que ha ostentado todo tipo de cargos en el AMPA y en los comités de la fiesta nacional.

He trabajado muy duro para convertirme en una buena ciudadana noruega, y ahora me encuentro aquí, en prisión provisional. No es justo. Solía decirle eso a Haavard: la justicia no existe. Él siempre protestaba, decía que era igual de misántropa que su mujer. Mira por dónde, algo teníamos en común, Clara y yo, la esposa y la amante, que por lo demás éramos tan diferentes.

Clara. Toda esta red está tejida a su alrededor.

—¿Has hablado con alguien sobre Clara Lofthus? —le pregunto.

Mi abogado se reclina sobre el respaldo, mira al techo y suelta un poco de aire antes de enderezarse y mirarme a los ojos. ¿Es acaso un destello de regodeo lo que vislumbro en el fondo de esa pálida mirada suya?

—Clara Lofthus, por supuesto —dice—. Clara Lofthus…

—¿Sí? —intervengo ansiosa, parece que esté preparando el terreno para algo.

Se detiene, suelta una risita.

—¿Sí? —repito, impaciente.

—Clara Lofthus es desde hoy ministra de Justicia.

—¿Cómo? —pregunto. Las rodillas, la fricción de los pulgares, todo se detiene.

Clara tenía un puesto como asesora del ministerio antes de que ocurriese todo esto. Eso ya era bastante nefasto de por sí, pero ¿ministra?

—¿Me estás tomando el pelo? —pregunto.

—No —agrega negando con la cabeza—. Es cierto.

En el fondo, lo sé. Debería haberlo previsto.

Después me tumbo sobre la cama. Ni mi abogado ni mi familia me creen. Nadie lo hace. Oficialmente estoy disfrutando de una excedencia en el trabajo por asuntos personales; extraoficialmente, estoy fuera para siempre. No hay nada que indique que vaya a poder salir de aquí. Un triple homicidio con premeditación conlleva prisión permanente, que puede ser revisada y prolongarse a perpetuidad. Y hoy han nombrado ministra de Justicia a Clara Lofthus.