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« Juguetes en charcos de barro»

En lugar de caer en lo que creían que era un golpe de Estado perpetrado por las fuerzas del pasado comunista, en realidad la Familia Yeltsin había sucumbido a una lenta intentona de los hombres de la seguridad. Asediados por todas partes, no les quedaba más remedio que llegar a algún tipo de componenda con el KGB.

«Tenían que encontrar una figura de compromiso —comentó un ex alto cargo del KGB próximo a Putin—. Existía un inmenso ejército de exagentes y agentes de las fuerzas de seguridad que seguían en sus puestos. Necesitaban a alguien capaz de suavizar las relaciones con esas fuerzas tras la partida de Yeltsin. Su régimen estaba siendo atacado desde todos los flancos. No tenían alternativa. Se trataba de una decisión nacida de su profundo temor a que el abandono del poder por parte de Yeltsin condujera a una verdadera contrarrevolución y a la pérdida de todo lo que con tanto esfuerzo habían conseguido. Era una cuestión de seguridad y de acuerdos. Creían que Putin era una figura temporal a la que podrían controlar. La única persona que se oponía con fuerza era Chubáis. Él temía que el origen de Putin —su hoja de servicios en el KGB— implicara que no iba a ser un títere manipulable en manos de la Familia. Y su intuición no le falló.» 1

Durante mucho tiempo, a Putin se lo ha pintado como el «presidente accidental» de Rusia. Pero ni su ascenso dentro del Kremlin ni su asalto a la presidencia parecen haber tenido mucho que ver con el azar. «Cuando lo trasladaron a Moscú ya empezaron a comprobar su idoneidad», dijo ese estrecho aliado de Putin en el KGB. 2 Si, para el mundo exterior, la Rusia de Yeltsin era un país de cambios drásticos donde el poder de los servicios de seguridad había sido erradicado hacía tiempo, en el interior del país, por debajo de la superficie, los hombres de la seguridad seguían siendo una fuerza a tener en cuenta. En el Kremlin de Yeltsin, y en un segundo peldaño de puestos de las instituciones y empresas del país, había representantes del KGB, que en algunos casos, diez años atrás, habían apoyado el empeño de llevar la economía de mercado a Rusia, pues comprendían muy bien que la Unión Soviética no podía competir contra Occidente con una economía planificada. Aquellos hombres contemplaban desde las sombras que las reformas que ellos mismos habían propiciado empezaban a descontrolarse bajo el Gobierno de Yeltsin. Habían quedado en gran medida en los márgenes mientras las libertades de la era Yeltsin llevaban a un ascenso mucho más rápido de los oligarcas, que a mediados de la década de 1990 ya habían dejado atrás a los que habían sido sus patrones en el KGB. Aquellas libertades habían creado un capitalismo de ladrones bajo el que, al final, los hombres de la seguridad habían conseguido comprometer a Yeltsin y a su familia. Su momento llegó con el desplome de los mercados. Yeltsin y su familia eran vulnerables a causa de las cuentas de Mabetex y de sus estrechos vínculos empresariales con Berezovski, mientras que, en el Kremlin, los hombres que estaban entre bastidores llevaban mucho tiempo planificando una revancha estatalista.

«Las instituciones en las que trabajaban los hombres de la seguridad no se desintegraron —explicó Thomas Graham, el exdirector para Rusia del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos—. Las redes personales no desaparecieron. Lo que necesitaban, simplemente, era una persona que pudiera reunificar de nuevo esas redes. Eso era el futuro. De no haber sido Putin, habría sido otro como él.» 3

La casta más amplia de hombres de la seguridad que se movía entre bastidores en el Kremlin solo buscaba asegurar los bienes y las ganancias económicas que había obtenido en aquella transición hacia la economía de mercado. En el interior del Kremlin, la convicción dominante era que después del caos de los años de Yeltsin, el nuevo presidente, fuera quien fuese, tenía que representar una revancha estatalista, una revancha de los perdedores de los años de Yeltsin, en que los funcionarios del Estado —maestros, médicos, fuerzas del orden— eran los que más habían sufrido. «Estábamos buscando el pegamento para la coalición pro-Kremlin», comentó Gleb Pavlovski, asesor del Kremlin y agente de prensa de la época. 4 «Tenía que acceder al poder un político con otro estilo y completar la transición postsoviética.»

«En todo caso, iba a ser el KGB el que iba a hacerse con el régimen», dijo Andréi Illarionov, exasesor económico presidencial. 5

Si Primakov, como Plan A, representaba una amenaza de una revancha de estilo comunista y un riesgo muy real de que un tándem entre este y Luzhkov llevara a Yeltsin y su familia a la cárcel por el resto de su vida, Putin era el silovik que se suponía que iba a salvarlos, el encantador de serpientes que había pasado mucho tiempo asegurando a la Familia que era un progresista, que era uno de ellos. «Putin es un político sobresaliente, y puso en marcha una operación muy exitosa para ganarse la confianza de la Familia —dijo Illarionov—. Primakov era visto como el principal enemigo de Yeltsin. Los hombres de la seguridad calcularon acertadamente que Yeltsin no podía entregarle el poder a él sin más.» 6

Pero en sus prisas por asegurar su posición, la Familia Yeltsin le estaba entregando las riendas a una facción de los hombres más jóvenes del KGB que iban a revelarse mucho más despiadados en su apuesta por llegar al poder que cualquiera de los miembros de la generación de Primakov, de más edad y con más visión de Estado.

En el río revuelto de las intrigas y los clanes enfrentados del Kremlin —incluso dentro de los servicios de seguridad— le estaban entregando el poder a un clan de hombres de la seguridad que habían forjado sus alianzas en las violentas batallas de San Petersburgo, unos hombres más sedientos de poder y que no iban a detenerse ante nada para demostrar su lealtad.

Los agentes de prensa del Kremlin trabajaban sin cesar para mostrar que Putin actuaba con decisión contra las incursiones chechenas en Daguestán. Pero en el primer mes de su mandato como primer ministro, los índices de aprobación por su gestión apenas aumentaron. Aún seguía describiéndoselo a menudo como «gris». Seguía siendo un burócrata anodino y oscuro, al tiempo que la recientemente anunciada alianza entre Primakov y Luzhkov cobraba impulso: uno tras otro, los poderosos gobernadores regionales se alineaban con ellos y les brindaban su apoyo. Mientras ello sucedía, las noticias sobre las investigaciones llevadas a cabo en el extranjero hacían sonar las alarmas. Las revelaciones sobre las pesquisas del Banco de Nueva York, que potencialmente podían conducir hasta la Familia Yeltsin, eran una bomba de relojería, y la última hora sobre el vínculo entre la investigación de Mabetex y las tarjetas de crédito de la Familia Yeltsin hizo que aumentara aún más la presión. En alguna parte, protegidas en la caja fuerte del despacho del fiscal adjunto, en aquel edificio señorial de la calle Petrovka, aguardaban, ya firmadas, las órdenes de detención.

Y aún quedaba por producirse una metamorfosis más crucial.

Pugachev me contó que fue por esas fechas cuando propuso el paso más audaz que habría de darse. Empezó a convencer a Tatiana y a Yumashev de que Yeltsin debía renunciar pronto, para que Putin pudiera sucederlo antes de las siguientes elecciones. Se trataba de la única manera de asegurar su asalto a la presidencia. «No conseguiremos mantenernos en el poder hasta las elecciones presidenciales del verano próximo —les dijo—. El hecho de que Yeltsin haya dicho que quiere que él sea su sucesor no va a ayudar. Aún tenemos que llevarlo hasta allí.» Las conversaciones se alargaron durante horas. Yumashev, entre otras cosas, estaba convencido de que Yeltsin no estaría de acuerdo. «Yo le dije: es una cuestión de su seguridad personal, de la seguridad de su familia, la suya y la de todos nosotros. Es una cuestión que afecta al futuro del país. Pero él me dijo: “Tú sabes que él no dejará nunca el poder”.»

Finalmente, según Pugachev, Yumashev dijo que iría a ver a Yeltsin. Salieron a última hora de la tarde y al día siguiente, cuando Pugachev ya estaba de regreso en el Kremlin, recibió una llamada de Yumashev, según contó: «Me dijo que la cuestión estaba decidida». 7 Aun así, Yumashev insistía en que aquella decisión no se tomó entonces. La versión oficial del Kremlin siempre ha sido que Yeltsin solo decidió mucho más tarde renunciar antes de tiempo, hacia finales de año.

Pero otros dos ex altos cargos del Kremlin también indicaron que la decisión se tomó antes, 8 y uno de los más próximos aliados de Putin en el KGB se percató de que se estaba cociendo algo muy serio. Hacia finales de agosto, Putin se retiró unos días con uno de sus camaradas más cercanos a su vieja dacha del complejo de Ozero. Se desplazó hasta allí para estar solo, según dijo ese aliado. 9 Se mostraba muy meditabundo, y estaba claro que algo le tenía preocupado.

Solo después de las tres semanas de tragedia y terror vividas ese mes de septiembre, la percepción de la opinión pública en relación con Putin empezó a cambiar. Los titulares que hacían referencia a Mabetex desaparecieron del mapa, mientras Putin daba un paso al frente para tomar el mando y Yeltsin se esfumaba.

*

A última hora de la tarde del 4 de septiembre de 1999, un coche bomba destrozó un bloque de pisos de la ciudad daguestaní de Buinaksk y acabó con la vida de 64 personas, la mayoría familiares de militares rusos. La explosión se veía como una respuesta a la escalada en la lucha armada con los rebeldes chechenos, que habían lanzado una nueva incursión en Daguestán ese mismo fin de semana, apoderándose de varias localidades apenas un día después de que Putin, el recién nombrado primer ministro, hubiera declarado la victoria de las fuerzas federales en Daguestán. Aquello parecía otro giro trágico de los acontecimientos en la serie de escaramuzas esporádicas en las que Rusia se había visto obligada a participar desde que Yeltsin había iniciado una guerra con los separatistas chechenos en 1994. Cuando, solo cuatro días después, otro atentado con bomba destruyó la sección central de otro bloque de pisos en un soñoliento suburbio de clase obrera del sureste de Moscú, causando la muerte a 94 personas mientras dormían en sus camas, la lucha militar de Rusia en el Cáucaso pareció alcanzar nuevas y mortíferas cotas. En un principio, los investigadores dijeron que la deflagración podía deberse a una explosión de gas natural. 10 Algunas de las familias que vivían en el edificio tenían algo que ver con la república separatista de Chechenia. ¿Cómo podía tener algo que ver aquella explosión con la lejana lucha militar? Pero uno tras otro, sin aportar ninguna prueba, varios funcionarios empezaron a denunciar la deflagración como un atentado con bomba perpetrado por terroristas chechenos. Los agentes de los servicios de emergencias apenas habían terminado de sacar los últimos cuerpos calcinados de entre los escombros de lo que había sido el número 19 de la calle Gurianova cuando, cuatro noches después, otra explosión desintegró por completo un edificio residencial de nueve plantas de la Kashirskoye Shosse, al sur de Moscú. Murieron 119 personas. Al parecer, los únicos rastros de vida humana encontrados fueron unos juguetes flotando en charcos de barro. 11

El pánico se extendió por Moscú. Desde que, hacía aproximadamente un decenio, se había iniciado la guerra intermitente contra los separatistas rebeldes del sur, no había precedentes de que estos hubieran actuado en el corazón de la capital. Mientras crecía el miedo y la sensación de emergencia nacional, los escándalos financieros que rodeaban a la Familia Yeltsin se alejaban de las portadas de los periódicos, y Vladímir Putin pasaba a un primer plano. Ese fue el momento decisivo en el que Putin tomó las riendas de Yeltsin. De pronto, él era el comandante en jefe del país y dirigía una campaña estridente de ataques aéreos contra Chechenia para vengar los atentados.

Lo que ocurrió ese otoño, con una cifra total de fallecidos que superaba los trescientos, al tiempo que el Kremlin desplegaba una calculada campaña de imagen, se ha convertido en el enigma más mortífero y central del ascenso al poder de Putin. ¿Es posible que los hombres de la seguridad de Putin hubieran atacado con bombas a su propio pueblo en el cínico intento de generar una crisis que asegurase su llegada a la presidencia? Se trata de una pregunta que se ha planteado a menudo, pero las respuestas han sido escasas. Todas las personas que se implicaron seriamente en la investigación del caso han muerto o fueron detenidas inesperadamente. 12 Pero lo cierto es que sin las explosiones y la campaña militar concertada que siguió resulta imposible imaginar que Putin hubiera congregado los apoyos para desafiar seriamente a Primakov y Luzhkov. La Familia Yeltsin habría seguido atrapada en las investigaciones de Mabetex y el Banco de Nueva York, y Putin, por asociación, en tanto que sucesor escogido por Yeltsin, se habría hundido con ellos.

Ahora, en cambio, oportunamente, aparecía de pronto como alguien seguro de sí mismo y preparado. Era el héroe de acción que el 23 de septiembre había lanzado ataques aéreos contra la capital chechena, Grozni, mientras Yeltsin había desaparecido del mapa por completo. Putin se dirigía al pueblo ruso en el lenguaje de la calle, prometiendo «aniquilar» a los terroristas y echarlos «al retrete», 13 definiendo a la república separatista como Estado criminal en el que los «bandidos» y los «terroristas internacionales» campaban a sus anchas, esclavizando, violando y asesinando a rusos inocentes. 14 Para los rusos, aquello era una bocanada de aire puro. Comparado con un Yeltsin enfermo y achacoso, de pronto tenían un líder que se ponía al mando de la situación.

En una serie de atractivos encuentros televisados con la cúpula militar en Daguestán, Putin aparecía descendiendo de un helicóptero, vestido para la acción con pantalones de campaña color caqui y una chaqueta ligera. Se lo mostraba brindando solemnemente junto a los mandos militares en el interior de una tienda de campaña. «No tenemos derecho a demostrar un segundo de debilidad, porque si lo hacemos, eso significa que todos los que han muerto han muerto en vano», declaró con firme convicción. 15 Lo presentaban como el salvador del país, un James Bond ruso que restauraría el orden y la esperanza.

Aquella campaña fue un revulsivo para el sentido de la identidad nacional de una Rusia humillada. Al momento, elevó a Putin por encima del caos y el hundimiento de los años de Yeltsin. El ataque aéreo planteado con todos los medios disponibles dio salida a una década de frustración nacionalista reprimida que había aumentado ese mismo año cuando las fuerzas de la OTAN iniciaron una incursión en una zona de interés tradicionalmente ruso en la Europa del Este, bombardeando Kosovo, en la antigua Yugoslavia. Los ataques aéreos se alargaron hasta el otoño, destruyendo cada vez más partes de Chechenia y causando la muerte indiscriminada de civiles, al tiempo que los índices de aprobación de Putin pasaban del 31 % en agosto al 75 % a finales de noviembre. 16 Si había sido un plan, la Operación Sucesor, como más tarde llegó a conocerse, funcionaba: se había formado una inmensa mayoría pro-Putin.

Pero casi desde el principio surgieron dudas persistentes sobre las explosiones de Moscú. El diputado comunista Víktor Iliujin fue uno de los primeros en dar la voz de alarma, afirmando que el Kremlin podía estar detrás de los atentados en un intento de crear histeria y desacreditar a Luzhkov. 17 Durante meses, en Moscú habían abundado rumores según los cuales el Kremlin podía provocar algún tipo de crisis como pretexto para anular las elecciones. El portavoz de la Duma, Guennadi Selezniov, había informado a los legisladores de que se había producido otro atentado con bomba en Volgodonsk, ciudad situada al sur de Rusia, tres días antes de que realmente se produjera. 18 La mayor señal de alarma tuvo lugar a última hora de la tarde del 22 de septiembre en la ciudad de Riazán, no lejos de Moscú, cuando un residente denunció a la policía local que había visto a tres individuos sospechosos metiendo unos sacos en el sótano de su edificio. Cuando llegó la policía, los sospechosos habían abandonado el lugar en un coche con las matrículas parcialmente tapadas. 19 Los agentes desplazados registaron el sótano del edificio y salieron de allí pálidos, impactados: habían encontrado tres sacos conectados a un detonador y a un temporizador. 20 Al momento se evacuó todo el edificio, y a sus aterrorizados vecinos no se les permitió regresar a sus hogares hasta la noche del día siguiente. En un primer momento, la policía informó de que las pruebas realizadas habían revelado que los sacos contenían trazas de hexógeno, 21 un potente explosivo que se había usado en otros atentados en bloques de pisos. El jefe local del FSB declaró que el temporizador estaba programado para activarse a las 5:30 de la mañana, y felicitó a los residentes por haberse salvado por apenas unas horas. 22

El FSB y la policía de Riazán montaron una gran operación para encontrar a los supuestos terroristas y acordonaron toda la ciudad. Un día después, el 24 de septiembre, el ministro del Interior ruso Vladímir Rushailo informó a los mandos de las fuerzas de seguridad de que se había abortado otro atentado en un bloque de viviendas. Pero apenas media hora más tarde, Nikolái Pátrushev, el curtido y deslenguado jefe del FSB que había trabajado en estrecha colaboración con Putin en el KGB de Leningrado, reveló a un periodista televisivo que los sacos solo contenían azúcar, y que todo aquel episodio no había sido más que un ejercicio, un examen para evaluar el grado de vigilancia pública. 23

Pátrushev era tan despiadado como infatigable en sus maniobras entre bastidores, 24 y sus nuevas explicaciones no solo contradecían las de Rushailo, sino que parecieron sorprender al FSB de Riazán, que todo indicaba que estaba a punto de detener a los hombres que habían puesto allí los sacos. 25 El residente local que había alertado a la policía declaró que la sustancia que vio en los sacos era amarilla, con una textura más semejante al arroz que al azúcar, descripción que, según los expertos, se correspondía con el hexógeno. 26

Cuatro meses después, los residentes del bloque de pisos de la calle Novoselieva n.º 14 estaban molestos, confundidos y traumatizados con aquellos relatos contradictorios. Varios de ellos insistían en que no creían que aquello hubiera sido un mero ejercicio. 27 Posteriormente apareció un informe según el cual las fuerzas del orden locales habían interceptado una llamada telefónica que según ellos habían realizado los supuestos terroristas a un número de Moscú vinculado al FSB. 28 Si eso era cierto, empezaba a parecer como si Pátrushev hubiera declarado que el incidente era solo un ejercicio a fin de asegurarse de que la investigación no siguiera avanzando. Las autoridades locales involucradas en las pesquisas se negaron a hacer declaraciones a la prensa salvo para confirmar la versión oficial según la cual todo había sido un ejercicio. El experto policial en explosivos que practicó las pruebas iniciales fue trasladado a una unidad especial a cuyos empleados les estaba prohibido comunicarse con la prensa. 29 Los documentos del caso fueron inmediatamente clasificados. 30

Unos años después, en 2003, un valiente excoronel del FSB, Mijaíl Trepashkin, que asumió el riesgo de investigar los atentados con bomba de Moscú, fue juzgado y condenado a cuatro años en una prisión militar. Lo detuvieron apenas unos días después de que declarara a un periodista que el retrato robot de uno de los sospechosos de la primera explosión, la del n.º 19 de la calle Gurianova de Moscú, se parecía a un hombre que reconocía como agente del FSB. 31 (El dibujo, que se basaba en una descripción de uno de los testigos presenciales, un encargado del edificio, fue cambiado posteriormente por otro de un sujeto más adecuado, un checheno que aseguraba que le habían tendido una trampa. El retrato robot original había desaparecido de los archivos policiales.) 32

Si de verdad ese es el secreto mortífero que hay detrás del ascenso al poder de Putin, se trataría del primer y espeluznante indicio de hasta dónde estaban dispuestos a llegar los hombres del KGB. A lo largo de los años se han sucedido las preguntas sobre esos atentados, al tiempo que los periodistas de investigación redactaban exhaustivos relatos de todo lo que ocurrió, para toparse solo con un muro de desmentidos del Kremlin de Putin. Pero una de las primeras rendijas en la versión del Kremlin ha aparecido recientemente. Un ex alto cargo del Kremlin ha asegurado haber oído a Pátrushev hablando abiertamente sobre lo que ocurrió realmente en Riazán. Pátrushev, un día, se había mostrado furioso con la manera en que el ministro del interior Vladímir Rushailo, un vestigio de los años de Yeltsin con lazos estrechos con Berezovski, había estado a punto de exponer la implicación del FSB en los atentados: sus agentes habían estado muy cerca de atrapar a los agentes que trabajaban para el FSB y que habían colocado los explosivos. Rushailo casi dio al traste con toda la operación en su intento de revelar información en contra del FSB y Pátrushev. El FSB se había visto obligado a rectificar y declarar que los sacos no contenían más que azúcar a fin de evitar que la investigación siguiera adelante. 33

Al parecer, Pátrushev no había experimentado remordimientos, solo enfado ante la amenaza de que el FSB quedara en evidencia. El ex alto cargo del Kremlin dijo que todavía no era capaz de concebir lo que recordaba haber oído: «No había necesidad de esos atentados. De todos modos teníamos las elecciones bien atadas». La maquinaria de propaganda del Kremlin era lo bastante poderosa como para asegurar la victoria de Putin en cualquier caso. Pero, según él, Pátrushev «quería que Putin quedara atado a él y cubrirlo de sangre». 34

El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, ha rechazado esa afirmación por considerarla una «absoluta patraña». Y, hasta hoy, Valentin Yumashev insiste en que jamás podría haber existido una conspiración del FSB en el caso de los atentados a bloques de pisos: «Estoy absolutamente seguro de que eso no es así. El país, categóricamente, no quería una segunda guerra en Chechenia». 35 La primera guerra había resultado tan humillante, el otrora gran ejército ruso había perdido tantas vidas en una república tan diminuta que apenas se veía en los mapas, que «ser el iniciador de una guerra en Chechenia era suicida». «Organizar atentados en edificios de viviendas para iniciar una segunda guerra —declaró Yumashev— sería destruir por completo el futuro político de la persona a la que intentaras apoyar.» Pero la campaña que lideró Putin fue en gran medida diferente a la guerra declarada por Yeltsin y que tantas vidas había costado. Se basó sobre todo en ataques aéreos y no en el envío de tropas terrestres, y Putin había dejado clara esa diferencia desde el principio: «Esta vez no vamos a exponer a nuestros muchachos al combate directo», declaró. 36 Pavlovski, el agente de prensa del Kremlin, también negó que pudiera haber habido una trama: «Los atentados en los edificios de viviendas... nos parecían a nosotros electoralmente beneficiosos para Luzhkov. Pero de pronto él desapareció de escena... Ese septiembre del hexógeno, el alcalde de Moscú perdió la ocasión de liderar Rusia». 37

Pero Luzhkov, en tanto que alcalde de Moscú, no tenía poder para ordenar ataques aéreos sobre Chechenia como venganza por los atentados. Aunque contaba con el apoyo del canal NTV del magnate Vladímir Gusinski, nunca iba a poder poner en marcha una maquinaria de propaganda como la del canal televisivo estatal, la RTR, ni la del ORT de Berezovski para promocionar a bombo y platillo todas y cada una de sus acciones, como sí podía hacer Putin. Todos los contraargumentos del Kremlin parecían flojos. Si los atentados eran una trama del FSB, podrían haberse organizado sin el conocimiento ni la implicación de la Familia Yeltsin. Los hombres del KGB de Putin podrían haber tomado la despiadada iniciativa por su cuenta. «Todos creíamos que se trataba de una acción terrorista. No tenía ni idea de que pudiera ser otra cosa», comentó una persona próxima a la familia Yeltsin. 38 Pero si se trataba de una trama del FSB, iba mucho más allá incluso del manual de estrategias del KGB que desde la década de 1960 había apoyado a grupos terroristas en Oriente Próximo y Alemania como un medio de desestabilizar y dividir a Occidente. Los grupos terroristas alemanes utilizados por la Stasi y el KGB habían atentado contra militares estadounidenses en clubes nocturnos de Berlín y contra banqueros alemanes que acudían al trabajo, 39 y Vladímir Putin —si hay que dar crédito al relato de un exmiembro de la alemana Facción del Ejército Rojo— había manejado a miembros de esos grupos cuando estuvo destinado en Dresde. 40 Pero otra cosa muy distinta, claro está, era aplicar esas tácticas a los propios ciudadanos de Rusia. «Yo no podía creerme en ese momento que ningún ciudadano ruso estuviera dispuesto a matar a esa cantidad de civiles para alcanzar sus propios fines políticos —comentó un magnate ruso próximo, en su día, a Berezovski—. Pero ahora, aunque no sé si participaron o no, solo sé una cosa: que realmente son capaces de eso y de más.» 41 «Lo mires como lo mires, inició la campaña electoral con los atentados a los edificios», dijo un importante banquero ruso con vínculos con la inteligencia exterior. 42

Putin se había revelado como un líder contundente de una nueva generación. «La campaña adquirió la apariencia estilística de una revolución de liberación nacional —dijo Pav­lovs­ki—. Ahí estaba un tipo sencillo, nacido en un apartamento comunitario en Leningrado, que en nombre del pueblo aspiraba a llegar al Kremlin.... La decisión de Putin de ir a la guerra para vengar los atentados era espontánea, pero no destruía nuestro modelo. Encajaba con la idea de un nuevo régimen fuerte.» 43

*

Durante mucho tiempo, en los años que siguieron, a Borís Berezovski, el persuasivo matemático que había sido oligarca privilegiado de la era Yeltsin, le atormentaron aquellos atentados en edificios. Después, en desacuerdo con el Kremlin de Putin y obligado a exiliarse a Londres, había declarado en repetidas ocasiones que el FSB estaba involucrado en ellos. 44

Pero en aquellos días siguientes a lo ocurrido, Berezovski todavía iba en el mismo barco, y a medida que se acercaban las elecciones parlamentarias de diciembre de 1999, aparcó sus dudas sobre el pasado de Putin en el KGB 45 y apoyó con decisión su campaña.

A pesar de encontrarse hospitalizado a causa de una hepatitis, lanzó una devastadora campaña mediática a través de su canal de televisión federal ORT con la intención de destruir la reputación de Primakov y Luzhkov. Los dos hombres habían formado una poderosa alianza parlamentaria llamada Patria-
Toda Rusia, y las elecciones a la Duma iban a ser una primera prueba crucial de su potencial. Desde su cama de hospital, Berezovski llamaba a la ORT a altas horas de la noche para dar instrucciones a Serguéi Dorenko, 46 un popular presentador, de voz grave, que se dedicaba a destrozar a Primakov y a Luzhkov en unas emisiones que cruzaban todas las líneas rojas incluso para lo que era habitual en las luchas de barro mediáticas de los medios de comunicación rusos. En una de ellas, Dorenko acusó a Luzhkov de llevarse 1,5 millones de dólares en sobornos del alcalde corrupto de una localidad costera española, y a su esposa, Yelena Batúrina, la mayor magnate de la construcción de la capital, de haber desviado supuestamente centenares de millones al extranjero a través de una cadena de bancos de varios países. 47 En otro programa, Dorenko afirmaba que Primakov, a sus sesenta y nueve años, no estaba capacitado para convertirse en presidente porque acababa de someterse a una operación de cadera en Suiza. Se mostraban imágenes de huesos ensangrentados de una operación similar practicada a otro paciente en Moscú para reforzar el argumento. Metiendo más el dedo en la llaga, Dorenko aseguraba que mientras Primakov era director de la inteligencia exterior de Rusia, pudo haber estado involucrado en dos intentos de asesinato contra el presidente georgiano Eduard Shevardnadze. El programa también mostraba las imágenes de Skurátov con las prostitutas casi en bucle, en un intento de desacreditar a los gobernadores regionales que se habían sumado a Patria-Toda Rusia y apoyaban a Skurátov. 48

Berezovski, siempre tan intenso, dijo que estaba decidido a destruir a Primakov y a Luzhkov. Salió del hospital una noche de principios de otoño para ir a visitar a un colaborador con el que organizar la logística de la campaña. «Estaba totalmente entregado. Parecía un loco —comentó el colaborador—. Llevaba tres teléfonos móviles, como de costumbre, y hablaba sin parar. No dejaba de repetir: “Voy a romperlos en pedacitos. No quedará nada de ellos”.» 49 Aunque los índices de popularidad de Putin crecían mucho y a buen ritmo, la apuesta era fuerte. Las investigaciones judiciales iniciadas a instancias de Primakov sobre los acuerdos comerciales de Berezovski todavía estaban pendientes de resolución. Seguía enfrentándose a la amenaza de una detención. 50

Dorenko era un perro de ataque mediático extremadamente eficaz y, lentamente, el apoyo a Patria-Toda Rusia empezó a descender. Pero las alegaciones contra Primakov y Luzhkov podían parecer poca cosa comparadas con los escándalos a los que se enfrentaba la Familia Yeltsin, y que se hacían públicos en la cadena rival, la NTV, que apoyaba a Primakov y a Luzhkov. Y aunque Berezovski ayudaba a conformar un nuevo partido parlamentario pro-Kremlin llamado Unidad, en respuesta a Patria-Toda Rusia, este no parecía ser más que una masa amorfa de grises burócratas. A mediados de noviembre, los índices de aceptación del partido Unidad eran solo del 7 %, muy lejos del casi 20 % de Patria-Toda Rusia. 51

Solo cuando Putin declaró públicamente su apoyo a Unidad, a finales de noviembre, los índices de aceptación del partido empezaron a subir. Para entonces, la máxima cobertura televisiva de la decidida acción de Putin contra Chechenia lo había convertido en un Midas político, y en cuestión de una semana los índices de aprobación de Unidad pasaron del 8 al 15 %. 52 Los de Patria-Toda Rusia habían quedado en torno al 10 %, a pesar del apoyo decidido y continuado de Primakov en persona, mientras que los comunistas iban a la cabeza con una popularidad del 21 %. La aceptación de la figura de Putin era altísima, del 75 %. 53 Aun con el inmenso empeño de Berezovski y Dorenko, el Kremlin podría haber perdido el Parlamento sin el apoyo de Putin a Unidad.

El día de los comicios, 18 de diciembre, el voto a Unidad fue inesperadamente alto, del 23 %, solo un punto porcentual por detrás de los comunistas. Más importante aún, Patria-Toda Rusia, de Primakov y Luzhkov había sido ampliamente derrotado al conseguir solo el 12,6 % de los votos. 54 Yumashev aseguraba que solo entonces Yeltsin se convenció del todo del poder de Putin como fuerza política ascendente y tomó la decisión de renunciar pronto para dejarle la vía libre. Insistía en que Yeltsin había tomado la decisión solo, y que el papel de Pugachev había sido mínimo. 55

En las memorias que Yumashev le escribió como negro a Yeltsin, el presidente ruso contaba que había convocado a Putin para transmitirle su decisión de renunciar el 14 de diciembre, cuatro días antes de aquellas elecciones. Según Yeltsin, Putin se había mostrado reacio a asumir el poder. Yeltsin escribió que ese día, cuando se vieron, él le dijo: «Quiero dejarlo este año, Vladímir Vladimírovich. Este año. Es muy importante. El nuevo siglo debe empezar con una nueva era política, la era de Putin. ¿Lo entiendes?». Yeltsin contaba que Putin permaneció en silencio largo rato antes de responder: «No estoy preparado para esa decisión, Borís Nikoláevich. Me espera un destino muy difícil». 56

Pero ni la historia de la aparente reticencia de Putin, ni la de Yeltsin decidiendo renunciar a su cargo solo en el último momento, encajaban con el relato que ya se había ido desplegando. Ni encajaba con el de Pugachev ni con el de otros cargos del Kremlin, según el cual la decisión se había tomado mucho antes. En los meses anteriores a las elecciones legislativas, Putin, básicamente, ya se había hecho con el control del ejército y del sistema de fuerzas del orden, incluidos los servicios de seguridad, al tiempo que Yeltsin desaparecía de escena. Putin no habría podido actuar tan decisivamente, ni tan presidencialmente como lo hizo en la campaña militar contra Chechenia, si no hubiera recibido cierta confirmación de que estaba a punto de convertirse en presidente.

Incluso si Putin se hubiera mostrado reacio a aceptar la presidencia, en aquella época era solo un miembro del cuerpo de seguridad que llegaba al poder. Cuando se dirigió al FSB en los últimos días de 1999, durante la celebración anual de los «chekistas», como eran conocidos los miembros de la policía secreta, dejó muy claro su ascendiente: «El grupo de los agentes del FSB asignados a misiones secretas en el Gobierno han cumplido con éxito la primera etapa de su tarea», dijo. 57 Ese comentario lo pronunció con gesto impertérrito, pero se le escapó una sonrisa al llegar al final de la frase. Si se suponía que aquello era una broma, las profundas ojeras y el gesto pálido y demacrado decían lo contrario. Básicamente, Putin les estaba contando a los cuerpos de seguridad que el país, finalmente, era suyo. Los comentarios de Putin pasaron inadvertidos en aquel contexto. Pero los hombres de la seguridad del Kremlin que lo apoyaban llevaban tiempo preparándose discretamente. Tres días antes de que terminara el año, Putin publicó un artículo en un nuevo portal del Gobierno que parecía un manifiesto destinado a las fuerzas de seguridad. Titulado «Rusia en el cambio de milenio», 58 era la primera vez que exponía su visión del país. El artículo indicaba que Putin planeaba asumir el papel de heredero actual de Andrópov. Trazaba un programa para una nueva era de capitalismo de Estado, en que Rusia combinaría la mano fuerte del Estado con elementos de la economía de mercado. La finalidad era modernizar y potenciar la eficacia alentando el crecimiento económico y una mayor integración en la economía mundial, pero también perseguir la estabilidad y un poder estatal fuerte. Se trataba, por una parte, de un sonoro rechazo del dogma del comunismo, que Putin consideraba «un callejón sin salida» por el que el país había debido pagar un «precio escandaloso» y que lo condenaba a quedar rezagado con respecto a países económicamente avanzados. Pero también suponía un rechazo al camino que Yeltsin había buscado emprender para alcanzar una Rusia liberal, de estilo occidental. El país debía buscar una tercera vía que se basara en su tradición de un Estado fuerte. «No ocurrirá pronto, si es que llega a ocurrir algún día, que Rusia se convierta en una segunda edición de, pongamos por caso, Estados Unidos o Gran Bretaña, en que los valores liberales vienen de una tradición histórica muy honda —escribió Putin—. Para los rusos, un Estado fuerte no es una anomalía de la que librarse. Todo lo contrario, lo ven como fuente y garante del orden y como origen y principal fuerza motriz de todo cambio.» 59

Con las prisas y los preparativos de las celebraciones de Año Nuevo, en vísperas del nuevo milenio, casi nadie se fijó en ese artículo. Solo un periódico de alcance nacional se hizo eco de él publicando una reseña. 60 Más allá de eso, no tuvo repercusión. Por toda Rusia, las familias se apresuraban a comprar los regalos de última hora. Se vendían abetos en las plazas cubiertas de nieve. Como siempre, las calles estaban atascadas de tráfico. En casi todos los hogares, las familias se reunirían en torno al televisor para ver el discurso anual de Año Nuevo que pronunciaba el presidente. Pero ese año, al llegar la medianoche, el cambio de milenio trajo una sorpresa. Dando muestras de un equilibrio precario, con la cara hinchada y aun así expresándose con dignidad, Yeltsin anunció al país que dejaba el cargo anticipadamente y nombraba a Putin presidente en funciones. Pronunció el discurso con el empaque y el dramatismo que habían definido su tumultuoso mandato. Su decisión se había mantenido en secreto hasta el último momento. «He oído a la gente decir más de una vez que Yeltsin se aferraría al poder lo máximo posible, que nunca lo soltaría —dijo—. Eso es mentira. Rusia debe entrar en el nuevo milenio con políticos nuevos, nuevos rostros, nuevas personas que sean inteligentes, fuertes y llenas de energía, al tiempo que nosotros, los que llevamos muchos años en el poder, debemos irnos.»

Pero Yeltsin también se despedía con un gesto extraordinario de humildad, y con una disculpa por casi una década de caos que se había generado en su empeño por desmantelar el régimen soviético, y por su fracaso a la hora de llevar la libertad plena a su país: «Quiero pediros perdón, por los sueños que no se han hecho realidad y por las cosas que parecían fáciles pero resultaron ser dolorosamente difíciles. Os pido perdón por no estar a la altura de las esperanzas de quienes me creyeron cuando dije que pasaríamos del pasado estancado, totalitario y gris a un futuro próspero y civilizado. Yo creía en ese sueño. Creía que recorreríamos esa distancia de un salto. Y no lo hemos hecho». 61

Aquello estaba muy lejos de lo que podría haber sido, seguramente premonitorio de lo que estaba por venir. Entregaba un país arrasado por una crisis tras otra. Pero se lo entregaba a un hombre que había llegado al poder con la ayuda de un grupo de miembros de los cuerpos de seguridad que creían que el mayor logro de la era Yeltsin —el establecimiento de unos valores democráticos básicos— había llevado al país al borde de la destrucción. Cuando Yeltsin le cedió la presidencia a Putin, los valores de la democracia parecían fuertes. Se elegían gobernadores. Los medios de comunicación, en gran medida, operaban sin interferencias del Estado. Las cámaras alta y baja del Parlamento eran foros de crítica a las políticas del Gobierno. Pero los que apoyaban la llegada de Putin al poder creían que Yeltsin había llevado demasiado lejos las libertades del país, obtenidas con tanto esfuerzo, y que bajo la influencia de Occidente había engendrado un régimen sin ley que había llevado al poder a una oligarquía corrupta y había puesto a la venta el Estado mismo. En lugar de perseguir el fortalecimiento de las instituciones democráticas para dominar los excesos frenéticos de los años de Yeltsin, pretendían desmantelar la democracia... simplemente para consolidar su propio poder en beneficio de sus intereses. Si Yeltsin tenía la menor idea de que Putin estaba influido por esa corriente de pensamiento, de que estaba a punto de retroceder en el tiempo, de ir en pos del reflejo lúgubre de un pasado totalitario y gris, se esforzaba mucho en que no se le notara. Pero básicamente le estaba entregando el poder al komitetchik que se había convertido en el rostro visible elegido por los mandos de la inteligencia exterior, aquellos que, en un principio, habían iniciado el tránsito de la Unión Soviética hacia una economía de mercado tras reconocer la necesidad de cambiar para poder sobrevivir. Para aquellos hombres, que Putin se convirtiera en el sucesor de Yeltsin significaba que la revolución en la que se habían embarcado para llevar a Rusia a la economía de mercado podía culminarse. Los fragmentos de las redes del KGB que habían conservado tras el hundimiento soviético, mientras seguían las instrucciones de los memorandos del Politburó para crear una economía oculta, ya estaban en disposición de resucitarse y recuperarse. El derrumbe financiero durante el mandato de Yeltsin los había dejado en una posición de fuerza para recuperar el liderazgo. El programa de Putin, en el que abogaba por un Estado más fuerte, fue bien recibido por una población profundamente decepcionada con los excesos de la era Yeltsin en la que, para unos pocos, todo parecía ser gratis. La gente estaba agotada tras una década en la que habían vivido de crisis en crisis al tiempo que un puñado de empresarios próximos al poder amasaban fortunas inimaginables. Siempre y cuando bailaban al son que convenía, estos tenían la vía libre. «El ascenso de Putin fue una consecuencia natural de los noventa», comentó un alto cargo del Gobierno muy vinculado a los servicios de seguridad. 62

Primakov y Luzhkov se retiraron a un segundo plano para cederle el paso a Putin en cuanto Yeltsin anunció que renunciaba y lo nombraba presidente en funciones. Tras la derrota de Patria-Toda Rusia en las elecciones parlamentarias, ninguno de los dos se presentó como candidato a la presidencia. Lo que hicieron fue aparcar su aparente rivalidad pasada y apoyar a Putin. Primakov, el exdirector del servicio de inteligencia exterior ruso, el que había ocupado una posición central en el empeño de la Unión Soviética por promover la perestroika y poner fin al enfrentamiento ideológico con Occidente, había dado un paso al lado en favor de la generación más joven del KGB. Al hacerlo, le dejaba sitio a un grupo más preparado para completar la transición de Rusia hacia el capitalismo de Estado, que llegaría muy lejos en los mercados internacionales. Los hombres de Putin no estaban manchados, como sí lo habría estado Primakov por su pasado comunista, que seguía influyendo profundamente en sus opiniones y sus actos a pesar de su papel en la transición inicial de Rusia. Ellos, en cambio, formaban parte de una generación mucho más comercial, y al menos al principio les gustaba definirse como progresistas. Eran más jóvenes, y los generales de más edad situados en la cúpula del servicio de inteligencia exterior de Rusia seguían pensando que podrían controlarlos. Pero Primakov le estaba pasando el testigo a un grupo que era mucho más despiadado que el suyo propio, que no se detendría ante nada para asegurar su propio ascenso al poder.

Aunque sin duda Primakov también habría querido recuperar el poder del Estado ruso y del KGB, él no había tenido que abrirse paso entre los escombros del San Petersburgo de los noventa, infestado de delincuencia. No había formado parte de la fusión entre el KGB y el crimen organizado que, despiadadamente, se había apoderado del puerto de la ciudad y de las redes de distribución del petróleo, compartiendo el expolio por la privatización del patrimonio municipal con el grupo criminal de Tambov, y posteriormente blanqueando el dinero. No había formado parte de la generación más joven del KGB que se había abierto paso en la década de 1980 desviando dinero y tecnología a través de los sistemas occidentales, combinando redes del KGB con una concepción capitalista feroz. Él era un estadista de la Guerra Fría con más principios, muy por encima del afán de apropiación de los noventa. No había sido como los hombres de Putin, excluidos del reparto de esa década e impacientes por llevarse ellos también un pedazo de la riqueza de país.

Las consecuencias de la decisión de la Familia Yeltsin de apoyar a Putin, de salvarse a sí misma de los ataques de Primakov y los fiscales, se dejarían sentir durante las décadas siguientes en Rusia y por todo el mundo. Nunca sabremos qué habría ocurrido si Primakov hubiera asumido la presidencia. Pero no es arriesgado afirmar que su versión de la revancha del KGB nunca habría durado tanto como la de Putin, ni él, en último extremo, habría actuado tan despiadadamente en el escenario internacional. Su vínculo con la era comunista lo habría convertido en blanco de una reacción en su contra. Habría parecido un dinosaurio del pasado, 63 mientras que una presidencia de Stepashin habría sido mucho más blanda, y habría sido menos probable que se diera el retroceso en las libertades que trajo consigo el régimen de Putin.

*

Al aceptar dejar la presidencia anticipadamente, Yeltsin despejó el camino para revertir de manera inmediata algunos de los logros democráticos de su mandato. Había convertido la elección de Putin como presidente casi en un hecho consumado. Al ejercer de presidente en funciones, Putin tenía detrás todo el poder de la administración, y prácticamente podía gastar a su antojo el presupuesto del país. La víspera de las elecciones, que iban a celebrarse el mes de marzo, firmó un decreto por el que se aumentaban los salarios de maestros, médicos y otros funcionarios del Estado en un 20 %. 64 Nadie dudaba de que ganaría.

Ni siquiera tuvo que hacer mucha campaña, y mostró cierto desprecio por todo el proceso electoral. «Ni en mis peores pesadillas pude imaginar que participaría en unas elecciones —explicó a los periodistas la noche de los comicios—. Me parecen un asunto absolutamente vergonzoso... Siempre tienes que prometer más que tu rival para parecer exitoso. Nunca imaginé que tendría que hacer promesas sabiendo de antemano que esas cosas no podían cumplirse. Por suerte, esta campaña se ha llevado a cabo de una manera que me lo ha evitado. No he tenido que engañar a una gran parte de la población.» 65

Se negó a participar en debates televisivos con los demás candidatos —el fornido líder comunista Guennadi Ziugánov y el vehemente nacionalista Vladímir Zhirinovski, del Partido Liberal Democrático—, que ya habían perdido contra Yeltsin en 1996 y, frente a Putin, tenían aún menos posibilidades de ganar. Esquivó las falcas de propaganda televisiva de estilo occidental y los actos estridentes que habían marcado la campaña de Yeltsin. «Esos vídeos son publicidad —dijo a los periodistas—. Yo no voy a intentar averiguar, en el transcurso de mi campaña electoral, qué es más importante, si Tampax o Snickers», añadió, burlón. 66

El hecho es que, en aquella época, es poco probable que Putin hubiera podido sobrevivir a cualquier debate televisivo. Nunca había desempeñado ningún papel como político público. Pero le ofrecieron una salida fácil. En lugar de hacer campaña, su papel de presidente en funciones le permitía gozar de una cobertura televisiva total en la que se lo presentaba como el líder decidido del país. Aparecía atravesando Rusia de un extremo al otro en visitas a fábricas, y después desplazándose a Chechenia en un caza Sujói. El personal de campaña insistía en que todas aquellas actividades formaban parte de su programa de trabajo y no tenían nada que ver con la campaña electoral. Eran tácticas del agrado de un electorado desilusionado con el espectáculo y el dramatismo político de Yeltsin. La gente quería a alguien que mandase. Los rivales de Putin quedaban muy atrás, figuras marginales en unas elecciones cuyo resultado, cada vez más, resultaba previsible. Dos días antes de los comicios, Putin y Luzhkov aparecieron juntos en una zona en construcción, escenificando una tregua a ojos de todo el mundo. 67

A Putin le habían entregado el Kremlin en bandeja. «Era como un regalo de Navidad. Te levantas por la mañana y de pronto está ahí —comentó Pugachev—. No fueron unas verdaderas elecciones, se encontró con todo el sistema ya montado.» 68

Pero con las prisas por aupar a Putin al poder, un preocupante presagio había pasado prácticamente desapercibido. Putin abrió su campaña electoral con una despedida al hombre que había sido su mentor, que lo había definido, a ojos de la Familia Yeltsin, como un progresista y un demócrata. Anatoli Sobchak, exalcalde de San Petersburgo, había muerto repentinamente cuando debía iniciarse la campaña electoral. Había regresado a Rusia de su exilio obligado en París poco antes de que Putin fuera nombrado primer ministro el verano anterior. La causa judicial contra él, acusado de soborno durante su mandato como alcalde, no había prosperado, tal vez a instancias de Putin. Y ahora que su exprotegido iba camino de convertirse en el líder del país, no debía preocuparse por que pudiera reabrirse. A juzgar por las apariencias externas, Sobchak apoyaba la campaña de Putin. Pero según Pugachev, el exalcalde de San Petersburgo le había advertido que cometía un error al plantear la candidatura de Putin, y en noviembre de 1999 pronunció una diatriba muy poco común en él contra el FSB de San Petersburgo y otros cuerpos de seguridad por su agresiva toma de la Flota del Mar Báltico, afirmando que los que estaban detrás de su quiebra deberían ser encarcelados. 69 Era la primera vez que criticaba públicamente las fuerzas del orden de la ciudad en la etapa postsoviética, y nunca más volvió a hacerlo.

El día de su muerte, el 20 de febrero de 2000, estaba acompañado de una figura de los bajos fondos de Rusia, uno de aquellos nexos sombríos entre los servicios de seguridad y el crimen organizado. Se trataba de Shabtai Kalmanovich, un agente del KGB que había sido condenado a cinco años de cárcel en Israel en 1998 por espiar para los soviéticos y que, tras su puesta en libertad, había establecido estrechos lazos con los líderes del grupo ruso más poderoso del crimen organizado, la Solntsevskaya. Kalmanovich había sido un socio muy próximo a un empresario que realizaba importaciones sudamericanas de frutas a través del puerto de San Petersburgo, y según un excargo de la ciudad, también se dedicaba al contrabando con Sudamérica. Para la viuda de Sobchak, Kalmanovich era un amigo de la familia. 70 Pero para el FBI, se trataba de un «poderoso colaborador de la organización Solntsevskaya... Es un expatriado ruso, millonario, con vínculos con exagentes del KGB y otros altos funcionarios de, entre otros, los Gobiernos ruso y israelí». 71

El puerto marítimo de San Petersburgo aún parecía perseguir a Sobchak allá donde iba. Cuando vivía en París, un vecino suyo muy cercano era Ilia Traber, 72 el líder del grupo criminal de Tambov que había controlado el puerto y trabado amistad con los Sobchak a principios de la década de 1990, cuando se dedicaba a las antigüedades. Y cuando murió, parecía que Kalmanovich había vuelto a acercarlo al puerto de mar. Tras quejarse de unos dolores en el pecho, Sobchak se había retirado temprano ese día a su habitación de hotel de Kaliningrado, adonde se había desplazado para pronunciar una serie de conferencias en la universidad local. Media hora más tarde, «la persona que ocupaba la habitación contigua» lo encontró inconsciente. 73 Su puerta había sido abierta. No se sabe por qué, tardaron otros treinta minutos en llamar a la ambulancia y, cuando esta llegó, transcurridos otros diez minutos, Sobchak estaba muerto. 74 Según explicó posteriormente la viuda de Sobchak, fue Kalmanovich quien lo encontró. 75

En un primer momento, las autoridades locales abrieron una investigación por sospechas de envenenamiento, pero posteriormente dictaminaron que Sobchak había fallecido por causas naturales. Antes había sufrido un infarto. Pero algunos colaboradores siguen preguntándose si no sabría demasiado para la tranquilidad de los hombres de Putin. Sobchak era conocedor de algunos de los tratos más turbios de Putin en San Petersburgo: el plan del petróleo por alimentos, el blanqueo de dinero para el grupo de Tambov a través de la inmobiliaria SPAG, las privatizaciones y el despiece de la Flota del Mar Báltico que permitió a Traber hacerse con el puerto y la terminal petrolera. Nadie supo explicar por qué no se avisó a una ambulancia inmediatamente después de encontrarlo inconsciente. «Yo no creo que falleciera de muerte natural —dijo un excolaborador de Traber—. Sabía demasiado sobre todo eso. Por supuesto que se libraron de él, pero son tan listos que no dejan rastros.» 76

Putin consoló a la viuda de Sobchak, Liúdmila Narusova, cuando lloraba en el Palacio Tavricheski de San Petersburgo, donde se instaló su capilla ardiente. Criticó públicamente a aquellos que habían perseguido a Sobchak acusándolo de corrupción, y aseguró que, en su muerte, era una víctima de persecución. 77 Narusova, una rubia glamurosa que más tarde se convertiría en política por derecho propio y llegaría a ser senadora del Consejo de la Federación, la cámara alta del Parlamento, parecía aferrarse a la creencia de que Putin se había mantenido leal a su marido en todo momento. Pero solo una vez, años después, se permitió expresar en voz alta dudas sobre su muerte. Fue en noviembre de 2012, poco después de que su carrera como senadora llegara bruscamente a su fin cuando fue excluida de pronto como candidata a la reelección. A medida que en el mandato de Putin se iban erradicando todos los vestigios de la libertad parlamentaria, ella se volvía cada vez más directa en sus críticas. El proceso por el que fue apartada, y las restricciones que según ella se imponían en la política del país, habían «destruido ciertas ilusiones», le comentó a un periodista. 78 Insistió en que sabía que Putin era una «persona absolutamente honrada, decente y entregada», pero dijo sentirse «asqueada» por quienes lo rodeaban. Cuando su marido murió, ella solicitó que se le practicara una autopsia independiente. Determinaron que había muerto porque se le había parado el corazón, dijo. Pero no dijeron cómo había ocurrido exactamente, solo que los exámenes habían hallado que el paro cardíaco no se había debido a un infarto. «Las cicatrices encontradas en el corazón eran antiguas, del infarto que había sufrido en 1997. Por qué se le paró el corazón, eso ya es otra cuestión», informó al periodista. Aseguraba conocer la respuesta, pero dijo que no podía revelarla porque temía por la vida de su hija: «Soy consciente de lo que esa gente es capaz, esa gente no quiere oír ni una palabra de la verdad. Todos los documentos están guardados en una caja fuerte en el extranjero. Aunque a mí me ocurriera algo, seguirán estando allí». Cuando se le preguntó de quién hablaba al decir «esa gente», ella respondió: «Algunos de ellos están en el poder». No repitió nunca aquella acusación. 79

*

Tras su proclamación como presidente, Putin, lentamente, empezó a arrancarse la piel de su pasado en San Petersburgo y a adaptarse a su nueva vida. Durante un tiempo, Yeltsin y su familia permanecieron en el inmenso complejo presidencial de Gorki-9, situado en un bosque, a las afueras de Moscú, y Putin, que aún vivía en la dacha estatal del primer ministro, necesitaba una residencia presidencial. Pugachev lo llevó a ver tres residencias del Estado de la época soviética que se hallaban disponibles. 80 Una se encontraba demasiado cerca de la carretera, otra no era en absoluto adecuada. Pero la tercera, una inmensa finca construida antes de la revolución, en el siglo XIX , parecía cumplir con los requisitos. Para Pugachev, la residencia, llamada Novo-Ogarevo, poseía una significación histórica y espiritual. En el tránsito hacia el siglo XX , había sido la residencia del gran duque Sergio Aleksándrovich, uno de los hijos del zar Alejandro II, y de su esposa Elizaveta Fiódorovna. En los convulsos años anteriores a la Revolución, un atentado con bomba había acabado con la vida del ultraconservador gran duque, que ostentaba el cargo de gobernador de Moscú. Su mujer, en silencio, reunió las extremidades y otras partes del cuerpo esparcidos por la calle y dedicó el resto de su vida a cuidar de los necesitados, hasta acabar convertida en monja. Cuando los bolcheviques tomaron el poder la asesinaron enterrándola viva en una mina, y en 1981 fue canonizada como santa de la Iglesia ortodoxa rusa. A ojos de los creyentes ortodoxos, Novo-Ogarevo tenía la importancia de una reliquia religiosa del pasado zarista. Sin embargo, para Putin, la casa, construida al estilo de un castillo escocés neogótico, con un gran jardín que se extendía hasta orillas del río Moscova, presentaba un atractivo bien distinto: estaba dotado de una piscina de cincuenta metros. Según Pugachev, cuando la vio «abrió los ojos como platos. Entendí que no le haría falta nada más en la vida. Pensé que ese sería el límite de sus sueños».

Pugachev, que al parecer seguía creyendo que Putin estaba bajo su control, pensó que sería fácil impresionarlo con los oropeles de la vida presidencial. «Antes del hundimiento de la Unión Soviética, había pasado casi toda su vida en pisos comunitarios. Hasta que tenía cuarenta años no empezó a trabajar en el ayuntamiento.» Había nacido y se había criado en un piso comunitario de Leningrado, atestado de gente, y antes de que el KGB lo enviara a Dresde, él y su mujer, Liúdmila, siguieron viviendo en un piso comunitario. «A Liuda le decían que solo podía usar la cocina de 3 a 5 de la tarde —comentó Pugachev—. ¿Se imagina llegar allí después de vivir de esa manera?» 81

La finca de Novo-Ogarevo había sido restaurada en la época soviética para convertirla en residencia de delegaciones extranjeras invitadas al país. Una segunda casa, copia de la primera, se construyó a escasa distancia, al otro lado de un invernadero, para albergar las recepciones del Comité Central. Los jefes de las repúblicas soviéticas se habían reunido allí para trabajar en el nuevo e histórico acuerdo de Unión de Gorbachov, la trascendental reforma de las relaciones entre las repúblicas soviéticas que fue una de las causas del golpe de Estado de agosto de 1991. Pugachev veía que, más allá de algunas reformas menores, lo único que hacía falta allí para que Putin pudiera trasladarse era construir una verja lo bastante alta.

Pugachev parecía seguir creyendo que Putin era líder a su pesar. Este se refería a menudo a sí mismo como «gestor contratado» y parecía convencido que su paso por el poder se limitaría a unos pocos años. Desde el inicio de su carrera política en San Petersburgo, desde el momento de su primera entrevista con Ígor Shadjan, siempre se había presentado a sí mismo como un «servidor del Estado».

Cuando los resultados de las elecciones presidenciales empezaron a aparecer la noche del 26 de marzo de 2000, y a serle muy favorables, Putin aún parecía visiblemente asombrado ante su ascenso. Incluso cuando el recuento superó el 50 % requerido para obtener una victoria en primera vuelta, parecía abrumado por la misión que tenía por delante. «Todo el mundo tiene derecho a soñar —manifestó en una sala de la sede de campaña llena hasta los topes de periodistas—. Pero nadie debería esperar milagros. El nivel de las expectativas es altísimo... la gente está cansada, la vida es dura y espera un cambio a mejor... Pero yo no tengo derecho a decir que a partir de ahora van a ocurrir milagros.» 82

Pero, lejos de los focos, en la dacha de Yeltsin a las afueras de Moscú, Tatiana, su hija, ya lo estaba celebrando. En unas imágenes grabadas para un documental de Vitali Manski se ve a la familia Yeltsin congregada en torno a una elegante mesa de madera de roble. 83 Cuando los votos a Putin superan el 50 % se inician las celebraciones. Se sirve champán. Tatiana encabeza las muestras de satisfacción, y casi da saltos de alegría. «Podemos empezar a beber champán... ¡pequeños sorbos! —Sonríe—. ¡Hemos ganado!» Pero a Yeltsin parece costarle la pérdida del poder, y la posible pérdida de su legado. Con la cara hinchada y mermado por la enfermedad, parece tener problemas para comprender qué está ocurriendo. «Papá, ¿por qué esa cara tan larga? —le pregunta su hija en un momento dado—. Papá, ¿estás contento? Ha sido todo cosa tuya. Tú te fijaste en la persona y viste que era adecuado.»

Pero cuando Yeltsin telefoneó a su sucesor para felicitarlo esa misma noche, recibió el insulto definitivo. El hombre a quien había entregado la presidencia estaba demasiado ocupado para atender su llamada. Él ya no era nadie, un viejo al que le costaba hablar y que manipulaba torpemente el teléfono. En cambio, el alivio de Tatiana era claro. Horas más tarde sonreía y se abrazaba con Yumashev en la sede de campaña de Putin, donde los restos de la era Yeltsin —Voloshin, Pavlovski, Chubáis— lo celebraban con algunos de los hombres de la seguridad de Putin. La victoria también era suya.

La Familia Yeltsin se sentía segura en la creencia de que Putin protegería su seguridad y sus fortunas de un posible ataque. Cuando Yeltsin había acordado despedirse antes de tiempo, entre bastidores habían llegado a un pacto con su sucesor, según un aliado próximo a Putin y un ex alto cargo gubernamental. 84 Uno de los primeros actos de Putin como presidente en funciones había sido aprobar un decreto que otorgaba inmunidad a Yeltsin. Pero es que por debajo de la mesa también se había llegado a un acuerdo mucho más general. «Las negociaciones que tuvieron lugar para la llegada de Putin al poder y la renuncia de Yeltsin tenían que ver con el patrimonio —explicó Andréi Vavílov, viceministro primero de Finanzas de la época—. El tema de aquellas negociaciones tenía que ver con el patrimonio, y no con la estructura de la sociedad... Todos se olvidaron. Todos creían que la democracia seguiría donde estaba, sin más. Todo el mundo pensaba solamente en sus intereses personales.»

El pacto consistía en garantizar a la Familia Yeltsin inmunidad ante la persecución y preservar los imperios financieros de sus acólitos, el más importante de los cuales era la gran red de negocios propiedad de Román Abramóvich, el colaborador de Berezovski, a quien desde hacía tiempo los medios de comunicación consideraban próximo a la Familia Yeltsin. Entre los negocios implicados estaban la gran compañía petrolera Sibneft y el gigante del aluminio Rusal, creada inmediatamente antes de que Putin llegara a la presidencia y a la que se había permitido hacerse con el control de más del 60 % de la industria del aluminio ruso, un poderoso símbolo de la continuidad de la Familia en el poder. 85 El acuerdo también garantizaba a los designados por la Familia Yeltsin el derecho a seguir dirigiendo la economía durante el primer mandato de Putin en el poder, según contó un aliado cercano a este. 86

Yumashev, sin embargo, niega que se llegara nunca a ese pacto. El decreto que firmó Putin para garantizar la inmunidad de Yeltsin no mencionaba para nada a su Familia, según él, y la Familia no tenía negocios que preservar. En cuanto a la composición del Gobierno, «Putin tendría libertad total para escoger a quien quisiera. Podría haber echado a todo el mundo». Según dijo, la única razón de la llegada al poder de Putin era que Yeltsin creía en su adhesión a la democracia. 87

También Pugachev relató un momento curioso. Él insiste en que acordó con Yumashev y Tatiana que estos abandonarían el país y darían a Putin libertad total para dirigir las cosas como quisiera. Lo único que aún les quedaba por asegurar era una garantía de inmunidad, creía él. Pero según Pugachev Putin se presentó en el último momento, cuando se reunieron en su dacha poco después de las elecciones para celebrar el traspaso de poderes formal, e insistió en que la Familia Yeltsin y su gente en el Gobierno debían quedarse. «Yo no lo entendía. No había parado de hablar de la necesidad de hacer borrón y cuenta nueva. Pero entonces les dijo: “Deberíamos hacerlo juntos. Somos un equipo”.» 88

A pesar del aparente cambio radical, Pugachev, en todo caso, entendía que se avecinaba un cambio de régimen. La gente de Putin, los hombres del KGB, accedían al poder, y él trabajó para congraciarse con ellos. «Fuera como fuese, estaba claro que los hombres de las fuerzas del orden, los agentes de seguridad y los espías conocidos como los silovikí , llegaban al poder», comentó. 89

Para muchos, entre ellos Leonid Nevzlin, colaborador de Jodorkovski, después de todo lo que siguió aún es motivo de desconcierto que la Familia Yeltsin pudiera llegar a un pacto con alguien como Putin. «Cuando controlaban todas las fuentes de información, ¿cómo pudieron llevarlo hasta el Kremlin? Ya era de la mafia en San Petersburgo. ¿Cómo pudieron nombrarlo su sucesor?» 90