Al este de Moscú, más allá de los Urales, donde los bosques de abedules dejan paso a una taiga de abetos y zonas pantanosas, se extienden las vastas llanuras de la cuenca petrolífera siberiana. Desde que, en la década de 1960, geólogos soviéticos descubrieron allí inmensas reservas de petróleo y gas, la región había sido el motor de las ambiciones globales del imperio soviético. Era la clave del poderío imperial del país.
Los ingenieros, perforadores y geólogos que desarrollaron aquel territorio casi desértico fueron considerados héroes soviéticos. Se habían enfrentado al hielo y a unas temperaturas extremadamente bajas del invierno para construir pozos petrolíferos y oleoductos en unos terrenos que, en los meses de verano, se convertían en humedales impenetrables y ciénagas infestadas de mosquitos. Sus trabajos contribuyeron a hacer de la Unión Soviética una central económica que, a finales de la década de 1980, ya era la mayor productora de gas de todo el mundo. La producción aumentaba sin cesar para satisfacer las exigencias del Politburó. Se inundaban pozos con agua para forzar la salida de un crudo que servía para alimentar el voraz complejo militar-industrial de la Unión Soviética. Dos tercios de toda la producción soviética de petróleo salían de allí. Era la joya del sistema soviético que, en su conjunto, contenía el 40 % de las reservas mundiales de gas y el 12 % de las de petróleo fuera de Oriente Próximo.
Casi todo el petróleo y el gas que se extraía se vendía interiormente a unos precios fijos que eran bajos, que servían para subsidiar la producción masiva de tanques y otros dispositivos bélicos con los que armar al imperio soviético contra Occidente. 1 Pero las exportaciones de petróleo eran más estratégicas: constituían el oro negro sobre el que se basaba la proyección internacional del imperio soviético. La economía de la República Democrática Alemana se cimentaba sobre todo en la venta de petróleo y el gas soviéticos a un precio mucho menor que el de mercado, y el resto del bloque del Este quedaba apuntalado gracias a acuerdos similares. 2
Las exportaciones de petróleo, en concreto, eran vigiladas celosamente por el KGB. Los beneficios del exportador estatal y monopolístico del petróleo, Soyuznefteexport, que se obtenían a partir de la diferencia entre el precio soviético y el de mercado (que era seis veces mayor), ayudaban a llenar las arcas del imperio soviético de divisas fuertes, a financiar incursiones en Oriente Próximo y África, a avivar conflictos y levantamientos armados y a apoyar económicamente medidas pensadas para desestabilizar a Occidente.
Cuando la Unión Soviética se hundió y la cadena de mando del Ministerio del Petróleo se tambaleó, la industria petrolera se dividió, inicialmente, en cuatro compañías productoras separadas, integradas verticalmente: Lukoil, Yukos, Surgutneftegaz y, durante un tiempo, Rosneft. Aunque nominalmente seguían controladas por el Estado, de ellas se apoderaron sobre todo los directores, los generales del petróleo que las habían dirigido en la época soviética, mientras que los grupos del crimen organizado, en una carrera desesperada por llegar antes a las ciudades de las distintas regiones, se abrían paso a codazos. 3
Se produjo un desplome generalizado de la producción, porque los campos petrolíferos de Siberia se encontraban mermados tras décadas de mala gestión soviética. Pero, desapercibidos, entre las sombras, durante la primera mitad de la década de 1990 miembros de la inteligencia exterior del KGB ejercían el control sobre la mayoría de las exportaciones petroleras. A los productores les habían ordenado que vendieran hasta el 80 % de su producción al precio fijo vigente para el interior del Estado, que era muy bajo, lo que a su vez permitía que un sistema de spetsexportery —exportadores específicamente designados, en estrecha alianza con el KGB o con un crimen organizado de compadreo— se llevara la diferencia con respecto al precio internacional. 4
A menudo, los fondos que generaba ese sistema se convertían en dinero negro que se desviaba al KGB y al Kremlin —para financiar campañas electorales y asegurar que las votaciones en el Parlamento favorecieran los intereses del Kremlin—, o que simplemente eran saqueados.
Cuando los sectores más estratégicos y lucrativos de la industria soviética fueron vendidos a mediados de los noventa en subastas de acciones a cambio de préstamos, muchas de esas vetas de oro para las redes del KGB pasaron a manos privadas. El control de compañías como Yukos y Sibneft, una productora cercana del oeste de Siberia, se vendieron a jóvenes banqueros próximos al Gobierno de Yeltsin, entre ellos a Jodorkovski y a Abramóvich con la asistencia de Berezovski por apenas 300 millones de dólares y 100 millones de dólares cada una. El acceso a capital que aquellos jóvenes magnates obtuvieron a través de su gestión bancaria de las cuentas del tesoro estatal les otorgó ventaja de salida en la batalla por los recursos del país. Los agentes del KGB no estarían nunca en disposición de desprenderse de aquellas cantidades de dinero.
Las consecuencias fueron enormes. El petróleo —a pesar de los bajos precios internacionales en ese momento— representaba aún una porción grande de los ingresos del país por exportaciones. 5 Los hombres de Jodorkovski, por ejemplo, establecieron sus propias redes de comercialización para Yukos en cuanto se hicieron cargo de la compañía, en 1996. Los beneficios se llevaban a cuentas privadas offshore del grupo Menatep de Jodorkovski, lejos del alcance del Estado ruso, a la vez que Menatep encontraba resquicios legales que le permitían reducir el pago de impuestos. El equilibrio de poder se decantaba de manera decisiva hacia los magnates de la era Yeltsin. Su privatización de los flujos de caja de las exportaciones de petróleo lo cambió todo. Convirtió a personajes como Jodorkovski y Berezovski en oligarcas hechos y derechos, capaces de sobornar a los hombres de Yeltsin y acumular votos parlamentarios a su favor. Según Andréi Pannikov, el exagente del KGB metido a distribuidor en petróleo, la división del comercio petrolero en empresas privadas independientes suponía una amenaza para la integridad del Estado ruso que nunca debería haberse producido: «Yo no habría destruido nunca el monopolio del Estado. Yo habría mantenido todas las exportaciones en manos del Estado». 6
Para Putin y sus hombres del KGB, se trataba de un asunto que, cómo no, llamó su atención de manera inmediata. Los precios internacionales del petróleo empezaron a subir en cuanto este fue nombrado sucesor de Yeltsin en verano de 1999. A mediados de 2002, Jodorkovski, que había iniciado su trayectoria como tímido alumno de química que organizaba bailes para el Komsomol, anunciaba al mundo que su fortuna personal ascendía a los 7.000 millones de dólares por ser dueño del 36 % de las acciones del grupo Menatep. 7
Era un salto descomunal en su riqueza desde los días en que Menatep había adquirido Yukos por 300 millones de dólares gracias a las subastas de acciones a cambio de préstamos de 1995, cuando la propia Yukos estaba endeudada hasta las cejas. 8 Aquella revelación convertía oficialmente a Jodorkovski en el hombre más rico de Rusia, en un momento en que el presupuesto general de todo el país era de 67.000 millones de dólares y el valor en bolsa de la mayor compañía controlada por el Estado, Gazprom, era de 25.000 millones de dólares.
Jodorkovski y sus socios de Menatep habían sido los primeros magnates rusos en dar a conocer públicamente sus propiedades empresariales. Los oligarcas, en su mayoría, las ocultaban tras una maraña de empresas pantalla, pues aún temían represalias del Estado tras la controversia por las privatizaciones de la década de 1990. Si Jodorkovski asomaba la cabeza por encima de la trinchera era en parte porque el acceso de Putin a la presidencia debía suponer una legalización de la caótica transición a la economía de mercado del país, una vía para asegurar los beneficios de los noventa. Esa era una de las razones por las que Putin había conseguido un apoyo tan amplio, sobre todo de la Familia Yeltsin. Aunque había expulsado sin piedad a los magnates de los medios de comunicación, Putin no había dado muestras de querer aumentar la participación del Estado en otros ámbitos. Y si bien había amenazado reiteradamente con atar corto a los oligarcas, había insistido en que no revertiría las privatizaciones de la década de 1990. Parecía que, con la revelación de Jodorkovski, Rusia avanzaba hacia una economía de mercado más madura y desarrollada. Se consideró un paso positivo en el avance hacia la transparencia, pero quizá, también, Jodorkovski estaba apostando por la fuerza del mercado para protegerlo; con su gesto defendía que había que actuar según las reglas del juego occidentales.
Pero para los silovikí que habían accedido al poder con Putin, el nuevo estatus de Jodorkovski como hombre más rico del país —actuando fuera de su control— era otra señal de alerta. Llevaban esperando entre las sombras desde el hundimiento de la Unión Soviética, alimentando la ambición de recuperar el poderío de Rusia. La llegada de Putin a la presidencia, a través de sus sutiles engaños y promesas a la Familia Yeltsin, debía constituir el primer paso para la consecución de esa meta. Los hombres del KGB siempre habían visto la industria petrolera del país como moneda para sus juegos de poder geopolítico. Para ellos, hacerse con el control de los recursos de crudo de Rusia iba a ser crucial tanto para asegurarse su propia posición de poder como para recuperar el peso de Rusia contra Occidente. Por supuesto, tampoco le haría daño a nadie si, de paso, conseguían llenarse los bolsillos.
La cuestión era cómo iban a lograrlo. A diferencia de los comunistas, la nueva generación de silovikí —salida de las filas del KGB, que era la que en un primer momento había iniciado las reformas de mercado— nunca anunciarían una campaña de renacionalización: ellos siempre se habían declarado favorables a la economía de mercado. Pero sí pretendían usar y distorsionar el mercado entendido como un arma. Querían establecer una forma de capitalismo-cuasi-estatalista que potenciara su propio poder y, según lo veían ellos, el de Rusia.
La industria del gas planteaba una ecuación mucho más sencilla que el sector petrolero. A diferencia del petróleo, el gas había seguido siendo casi en su totalidad un inmenso monopolio controlado por el Estado. Gazprom, el gigante gasístico estatal, era el activo más estratégico del país. Dominando las mayores reservas de gas del planeta, era el principal productor del mundo y representaba los mayores ingresos por impuestos. No solo proporcionaba calor y luz a los hogares rusos, sino que suministraba a Europa el 25 % de sus necesidades. Su papel de suministrador principal a gran parte de Europa Central y del Este, así como a Ucrania y Bielorrusia, significaba que podía usar el gas como instrumento de influencia política, al tiempo que sus activos financieros y sus cajas mancomunadas presentaban una gran oportunidad para los hombres de Putin. Durante la época de Yeltsin, los directivos de Gazprom se habían hecho en gran medida con el control de la empresa, transformándola en su feudo particular. Pero Putin convirtió en una de sus prioridades reemplazarlos por sus propios aliados, para lo que inició una purga general después de que unas investigaciones a accionistas revelaran que los gestores de la era Yeltsin habían desviado una serie de campos gasísticos y otros activos, sacándolos de Gazprom e incorporándolos a empresas vinculadas a ellos. Todos los hombres a los que nombró para sustituirlos habían servido en puestos ejecutivos en el puerto marítimo de San Petersburgo, el activo estratégico del que se habían apoderado los silovikí de Putin, iniciándose en su colaboración con el grupo mafioso de Tambov. Se trataba del primer indicio de que la alianza formada en aquella época se apoderaría también de activos a una escala federal. El nuevo director ejecutivo de Gazprom era Alekséi Miller, de treinta y nueve años, un hombre de baja estatura y bigote que había ejercido de delegado de Putin en el Comité de Relaciones Exteriores en el consistorio de San Petersburgo, y que posteriormente había ocupado el cargo de director del puerto. 9
La industria petrolera, en manos privadas, iba a plantear una mayor dificultad y un reto mucho mayor. En San Petersburgo, los silovikí habían conseguido doblegar a su antojo a las fuerzas del orden y expulsar a sus rivales. Pero enfrentarse a los oligarcas de Moscú era otra cosa completamente distinta. Por más poder que tuvieran a través del FSB, los seguidores de Putin aún no habían consolidado su control en todo el sistema de las fuerzas del orden, y además los magnates de Moscú eran figuras bien establecidas, muy conocidas en Occidente, que habían creado empresas con las que se comerciaba en los mercados occidentales. Estaba en juego la capacidad del país de atraer inversiones extranjeras, algo que el pragmático Putin entendía aún como fundamental para acelerar la recuperación económica rusa tras el hundimiento de los años noventa.
Los silovikí iniciaron entonces, de manera discreta, lo que acabó conociéndose como «Operación Energía». La Familia Yeltsin seguía sintiéndose segura en su creencia de que Putin era un defensor de la economía de mercado. Para ellos se trataba de un presidente en formación que aún estaba aprendiendo el manejo del Gobierno. Durante el primer año de su mandato, recibía clases intensivas de inglés, de lectura rápida de documentos y de administración e historia del Estado ruso, según un banquero vinculado al KGB que estaba familiarizado con la cuestión y que explicó: «El sistema de preparación de líderes se había venido abajo». 10
La Familia Yeltsin seguía creyendo firmemente en la lealtad de Putin y en su obediencia a ellos. Al parecer, también creía que, durante el primer mandato del nuevo presidente, podría seguir manejando la mayor parte de la economía, al tiempo que Putin, en un primer momento, parecía dar a entender que no pretendía ir más allá. La Familia se sentía tan cómoda, y era tan poco consciente de cualquier ambición que los hombres del KGB de San Petersburgo pudieran albergar en relación con la industria petrolera, que empezó a diseñar planes para privatizar la gran petrolera estatal que quedaba, Rosneft. Román Abramóvich se había fijado en ella hacía tiempo (Berezovski y él esperaban que Sibneft pudiera absorberla ya la primera vez que fue propuesta para su privatización en 1997). Según Pugachev, ahora que creían que tenían el futuro asegurado, Voloshin había redactado incluso un decreto para la privatización de Rosneft que aguardaba solo la firma de Putin. Entre bastidores, Abramóvich llevaba tiempo presionando discretamente para allanar el camino. Según Pugachev, una hilera de trajes y zapatos italianos de marca aparecieron de pronto en la residencia de Novo-Ogarevo de Putin, cortesía de Abramóvich. «Yo le dije: “Volodia, ¿para qué diablos quieres todo esto? Eres el presidente de uno de los países más grandes del mundo. ¡Seguro que te puedes comprar tus propios trajes! No te hacen falta estos sobornos. Te van a pedir algo a cambio”.» 11 Para Pugachev, las proposiciones de Abramóvich fueron la gota que colmaba el vaso. Un portavoz de Abramóvich niega incluso que ocurriera todo ello.
Pugachev creía que era fundamental mantener la última empresa petrolera del Estado fuera del alcance de la Familia. Cuando su influencia aumentó gracias a su contribución a la hora de llevar a Putin al poder, empezó a moverse hábilmente entre las alianzas con los hombres de Putin en el KGB de San Petersburgo y con la Familia Yeltsin, en función de cada exigencia política, manteniendo a menudo ocultas sus verdaderas fidelidades. Pero en esa ocasión empezó a decantarse de manera decisiva por los silovikí. «Ellos invitaron al presidente a la dacha de Voloshin. Lo propusieron ellos. Era algo totalmente indebido —recordaba—. Yo le dije: “¿Por qué vas a ir? ¿Por qué debería ser privatizada, en qué estás pensando? No hay dinero en el presupuesto. Sin Rosneft, ¿cómo pretendes vivir, de dónde vas a sacar los salarios?”» 12
En segundo plano, los silovikí de San Petersburgo ya habían empezado a crear sus defensas para mantener Rosneft fuera del alcance de las manos privadas. A espaldas de la Familia Yeltsin, llevaban un tiempo organizando un sistema de gobierno paralelo, según un banquero próximo a los servicios de seguridad. 13 Dirigiendo el proceso estaba Ígor Sechin, el leal colega de Putin en el KGB de San Petersburgo, que había sido nombrado vicejefe de la administración del Kremlin, y desde una posición aún más discreta (siempre según el banquero) Guennadi Timchenko, el supuesto exagente del KGB y estrecho aliado de Putin en la terminal petrolera de San Petersburgo. En palabras del banquero, en aquella época Timchenko era uno de los actores más influyentes del entorno de Putin: «En cuanto Putin fue nombrado presidente, pasó al momento a ser muy poderoso». Pero Putin lo mantenía escondido. «Era como el hombre invisible. No aparecía nunca», comentó otra persona próxima a Putin. 14 (Timchenko, a través de sus abogados, dijo que cualquier insinuación de una implicación suya en cualquier proyecto para crear un sistema paralelo de gobierno era «absolutamente falsa hasta el punto de resultar absurda». Timchenko «no se ha involucrado nunca en cuestiones políticas ni ha abordado cuestiones políticas con el señor Putin ni con ninguno de sus ministros ni miembros de su gobierno».)
Una de las primeras misiones de ese grupo era asegurar que Putin resultara elegido para un segundo mandato, independientemente de que él mismo estuviera convencido ya de que eso era lo que quería. Para conseguirlo, debían apuntalar su posición en el poder. «Su tarea era conseguir más dinero —comentó el banquero—. Les preocupaba que la Familia, Abramóvich, controlaran ciertos sectores de la economía.» 15
Entretanto, en segundo plano, una casta más amplia formada por hombres del KGB llevaba mucho tiempo elaborando listas de objetivos en el sector petrolero. 16 Inicialmente, la lista la encabezaba Surgutneftegaz, la petrolera del oeste de Siberia dirigida por Vladímir Bogdanov, que había ejercido el cargo de director desde la época soviética. Pero Bogdanov y Surgutneftegaz ya habían establecido una relación estrecha con los hombres de Putin en el KGB a través de Timchenko, cuya distribuidora de petróleo tenía casi el monopolio de las exportaciones de la refinería de Surgut en Kirishi. «Timchenko llevó a Bogdanov al Kremlin para que tomara el té con Putin —contó el banquero con vínculos con los servicios de seguridad—. Allí, Bogdanov le dijo a Putin: “La compañía es tuya. Yo estoy contigo en cualquier caso. Solo dime cómo gastar el dinero”.»
Los silovikí , después, volvieron la mirada hacia Lukoil, que en ese momento era la mayor petrolera de Rusia, creada a partir de tres empresas siberianas de extracción de crudo por el ex viceministro soviético para el Petróleo y el Gas Vaguit Alekpérov cuando la Unión Soviética se desmoronó. Alekpérov era un astuto azerbaiyano que había sido uno de los padres fundadores de la fragmentación de la industria petrolera rusa. Siempre había estado próximo a las redes de la inteligencia rusa —en un primer momento, Lukoil había vendido petróleo a través de Urals Trading, la comercializadora de petróleo creada por Andréi Pannikov, exagente del KGB y socio de Timchenko—, y al poco tiempo los hombres de Putin ya habían puesto Lukoil bajo su control.
La primera andanada contra Lukoil se lanzó en el verano de 2000, entre la primera serie de investigaciones del Kremlin a los oligarcas. La policía fiscal comunicó que había abierto una investigación judicial por supuesto fraude fiscal a Alekpérov que, según afirmaba, formaba parte de otra investigación más amplia a la industria con la que, según se expuso más tarde, se descubrió un total de 9.000 millones de dólares evadidos a través de zonas especiales offshore creadas en el interior de Rusia. 17 Pero no fue hasta septiembre de 2002 cuando la presión sobre Lukoil empezó a aumentar de manera clara. A primera hora de la mañana de un día de ese mismo mes, el primer vicepresidente de la compañía, Serguéi Kukura, fue secuestrado por unos hombres vestidos con uniformes policiales y con los rostros cubiertos, que al parecer los incapacitaron a él y a su chófer inyectándoles heroína y tapándoles la cabeza con bolsas de plástico. 18 Kukura no apareció hasta transcurridos trece días, y al parecer no tenía la menor idea de quién había tras el ataque. Cuatro meses después, la policía rusa archivó misteriosamente el caso del secuestro. 19 Una semana antes, el Gobierno había anunciado que Lukoil había aceptado pagar 103 millones de dólares en impuestos atrasados, cantidad que coincidía con la que el Gobierno aseguraba haber perdido con las operaciones de Lukoil en las zonas offshore internas. 20
Si Alekpérov y Lukoil habían llegado a algún tipo de acuerdo con el nuevo Gobierno de Putin, entonces, como en el caso de Surgut, no había necesidad de que el Estado se hiciera formalmente con su control. Más tarde, un alto ejecutivo petrolero me contó que Alekpérov había acordado reservar parte de sus acciones en representación de Putin, en lo que constituía uno de los aspectos de un sistema de tapaderas del Kremlin que acabaría incorporando a las industrias más estratégicas de Rusia. 21 (Lukoil niega que ese sistema esté vigente.)
Pero mientras Lukoil parecía plegarse rápidamente a la voluntad de los nuevos señores, un gran pedazo de la producción de petróleo seguía estando más allá del alcance del Kremlin. Decididos a solucionarlo, los silovikí se encaminaban a un enfrentamiento que se convertiría en el momento definitorio del mandato de Putin, que cambiaría el aspecto de la industria petrolera rusa y haría virar al país, definitivamente, hacia una forma de capitalismo estatalista clientelar en el que flujos de caja estratégicos se desviaban e iban a parar a manos de aliados próximos. Se afianzaría el poder de los hombres del KGB de Putin y se contribuiría a propiciar su retorno como una de las fuerzas del tablero internacional. Se trataba de un conflicto que, además, derrotaría a los empresarios más ricos de Rusia y subvertiría todo el sistema legal del país.
De todos los oligarcas moscovitas, Mijaíl Jodorkovski era el que buscaba de manera más activa integrar su empresa en Occidente, el que más abiertamente cortejaba a inversores y a líderes occidentales en busca de apoyo. Era el que abría camino a la hora de instaurar métodos occidentales de gobernanza empresarial y corporativa en su empresa, tras años siendo el chico malo del darwiniano panorama empresarial de su país. El conflicto que se vivió durante el periodo en que los silovikí de Putin luchaban por arrebatar a Jodorkovski el control de los campos petrolíferos que Yukos tenía en el oeste de Siberia era, a la vez, un choque de dos visiones sobre el futuro de Rusia y una batalla por el dominio del imperio. Un conflicto que definiría el resurgir imperial de Rusia y el empeño de Putin por logar que su país volviera a ser una fuerza independiente contra Occidente. Pero también se trataba de una confrontación profundamente personal. Hundía sus raíces en otro conflicto originado a finales de la década de 1990, cuando Jodorkovski se había quedado con uno de los últimos canales de dinero negro que le quedaban a los aliados más próximos a Putin, que anteriormente habían participado del núcleo de las operaciones del KGB para transferir fondos del Partido Comunista a Occidente.
La adquisición, por parte de Jodorkovski, de la VNK o Empresa de Petróleos del Este, constituyó una de las mayores privatizaciones de la industria petrolera de aquella década, y para los hombres de Putin, ver que se la quitaban delante de sus propias narices fue la gota que colmó el vaso. «Fue el primer conflicto entre el grupo de Putin y Yukos, y el más grave —comentó Vladímir Mílov, ex viceministro de Energía ruso—. Ahí empezó todo.» 22
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Ahora que todo eso queda lejos, desde la sala de conferencias de su oficina londinense, revestida de madera de arriba abajo, con vistas a las copas de los árboles de Hanover Square, tras una condena a diez años de cárcel y un exilio forzoso, Mijaíl Jodorkovski asegura que, en aquel momento, él no conocía los vínculos entre la VNK y los hombres de Putin. «De haber sabido hasta qué punto la VNK era una estructura en la que el FSB tenía intereses, seguramente no me habría arriesgado a meterme», me confió, 23 vestido con una sencilla camisa acolchada, no muy distinta a las chaquetas forradas que estaba obligado a usar en la cárcel de Siberia, como si la prenda se hubiera convertido en una costumbre de la que no podía librarse.
Fue a finales de los noventa cuando Jodorkovski llegó a lo más alto de la convulsa transición hacia la economía de mercado de su país; y la VNK era uno de los últimos premios de la industria petrolera rusa. Cuando se ofreció para su privatización, en 1997, la venta se anunció como un cambio absoluto respecto a los polémicos acuerdos sobre préstamos a cambio de acciones que se conseguían a precio de saldo. La empresa, creada a partir de los campos petrolíferos que Tomskneft poseía en los alrededores de la agradable ciudad universitaria de Tomsk, situada en la Siberia central, y de la refinería de Achinsk, salió a la venta por mil millones de dólares, un precio casi diez veces más alto que el alcanzado por Yukos y Sibneft en las operaciones de acciones a cambio de préstamos cerradas apenas un año antes. 24 Anatoli Chubáis, el duro zar de las privatizaciones, estaba decidido a mostrar al mundo entero que Rusia se estaba convirtiendo en una economía de mercado basada en verdaderas reglas. Él quería que la VNK se vendiera por su auténtico valor de mercado. 25
El único problema era que los hombres que dirigían la empresa parecían pensar que Chubáis se la había prometido a ellos. La VNK debía ser el premio de consolación para los hombres del KGB que la gestionaban, después de que hubieran presenciado cómo los magnates independientes se iban quedando con casi todo el resto de la industria petrolera. Había servido de fuente de dinero —de obschak — para ellos desde que se creó en 1994. Gran parte de sus exportaciones de petróleo se habían canalizado a través de compañías vinculadas a una empresa austríaca poco conocida llamada IMAG, dirigida por Andréi Akimov, alto cargo de la inteligencia exterior que había estado al frente del brazo bancario exterior de la URSS en Austria, el Donau Bank, hasta el momento mismo del hundimiento soviético. 26 Akimov llegó a ser el director de banco más joven de la Unión Soviética cuando pasó a ocupar el cargo en el Donau Bank a la edad de treinta y cuatro años, nombramiento que se produjo justo cuando el KGB empezaba a urdir planes para desviar la riqueza del Partido Comunista a través de cuentas bancarias extranjeras, en un momento en que Viena ya era desde hacía tiempo una puerta de salida estratégica de fondos soviéticos hacia Occidente. 27
Los contactos de Akimov en las redes de la inteligencia exterior rusa eran muchos y profundos. 28 Como delegado suyo en IMAG trabajaba un economista que había ayudado a desarrollar las primeras reformas de la perestroika a instancias del propio Primakov en el Instituto para la Economía Mundial, centro neurálgico de los agentes de la inteligencia exterior. Se trataba de Aleksánder Medvédev, que se convertiría en el confidente más próximo a Akimov, 29 mientras que, por su parte, IMAG llegaría a ser una de las fuentes más tempranas de financiación de las operaciones comerciales de Timchenko. Akimov estaba tan convencido de la victoria en la venta de NNK que consiguió que Medvédev fuera nombrado vicepresidente de VNK a cargo del Departamento de Finanzas ya antes de la venta. 30 Para IMAG, estaban en juego centenares de millones de dólares en contratos petroleros. Casi desde su creación, VNK había vendido casi todo su petróleo a través de una comercializadora llamada East Petroleum Ltd. registrada cerca de las oficinas de IMAG y dirigida por otro estrecho colaborador de Akimov, Yevgueni Ribin.
Cuando el 84 % de las acciones de VNK en poder del Estado salieron a subasta y Jodorkovski decidió pujar por ellas, se estaba metiendo en un avispero. Con ayuda de un banquero estadounidense llamado Charlie Ryan, relacionado con Putin desde que había trabajado temporalmente en el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo en San Petersburgo a principios de la década de 1990, Akimov estaba decidido a ganar, fuera cual fuera el precio. Los dos hombres eran conscientes desde el principio que Jodorkovski iba a pujar contra ellos. «Decidimos que íbamos a comprar VNK —explicó Ryan—. Sasha [Medvédev], Andréi y yo íbamos a organizar la puja con fondos adecuados.» 31
Pero la venta se convirtió en una violenta lucha entre Jodorkovski y los hombres de Akimov, y el resultado fue casi tan turbio como el de los préstamos a cambio de acciones. La participación del 84 % del Estado en VNK acabaría vendiéndose en dos partes: un paquete del 50 % menos una acción a través de una subasta en efectivo, y el resto a través de una oferta de inversión. Pero la primera parte de la venta se celebró a puerta cerrada, exenta de todo escrutinio, mientras que la segunda terminó por cancelarse porque solo se presentó un postor, una empresa pantalla que representaba a la Yukos de Jodorkovski. 32
En lugar de establecer unos nuevos parámetros de transparencia, la venta acabó pareciendo tan amañada como las privatizaciones que se habían realizado hasta entonces. El Gobierno anunció que Yukos, de Jodorkovski, había ganado la subasta en efectivo con una puja de 775 millones de dólares por un 45 % de las acciones. Ya había adquirido otro 9 % en el mercado abierto, con lo que se convertía en el accionista mayoritario. 33
Yukos había aceptado pagar más de lo que nadie había ofrecido en ninguna de las privatizaciones que se habían producido hasta ese momento, pero según Ryan, aun así Jodorkovski había conseguido inclinar el resultado a su favor, dejando al equipo de Akimov sin posibilidades. Ryan explicó que los hombres de Jodorkovski amenazaron a Akimov y a su equipo y después, entre la primera y la segunda subastas, pagaron a una división de los servicios de seguridad rusos para que llevaran a cabo un registro en el Fondo de la Propiedad Federal, que era el que organizaba la venta. 34 Durante el mismo, se apoderaron de documentos relacionados con la puja de Akimov y a continuación amañaron el resultado según Ryan. «Tuvieron acceso a nuestra información y supieron que habíamos pujado más. Después intentaron pedir más dinero prestado, avalándolo con sus propias exportaciones de petróleo, entre ellas las exportaciones de VNK antes incluso de haberse hecho con el control de la compañía.» Jodorkovski y su equipo lograron conseguir más dinero que Akimov y su puja fue la ganadora. En ningún momento tuvieron la intención de participar en la segunda subasta.
Jodorkovski negó estar involucrado en modo alguno en esa clase de acciones. Pero lo que siguió fue una prolongada batalla por las exportaciones de VNK, que el equipo de Akimov se había comprometido a vender a través de East Petroleum, de Yevgueni Ribin, durante los siguientes veinte años, a modo de defensa adicional para evitar que el flujo de caja de la empresa cayera en manos externas. 35 Jodorkovski se negó a mantener ese contrato, y el conflicto sobrepasó los límites del consejo de administración y llegó a los tribunales primero, y después a la calle. Ribin fue víctima de dos intentos de asesinato. El primero se produjo una noche de nieve de noviembre de 1998, cuando un pistolero le disparó en una calle de Moscú. El segundo tuvo lugar en marzo del año siguiente, con la explosión de una bomba que acabó con la vida del chófer de Ribin. Profundamente afectado, este abandonó el país y vivió oculto durante los siguientes cinco años.
Akimov y sus hombres quedaron magullados y profundamente humillados por la adquisición de VNK por parte de Jodorkovski. La historia de aquella batalla por la compañía pasó bastante desapercibida durante el caos que siguió a la crisis financiera de agosto de 1998, pero iba a definir la futura guerra por el sector petrolero de Rusia. A partir de ese momento, Akimov se fijó la venganza como objetivo. Y aunque se había refugiado en Viena, Ribin empezó a recabar información comprometedora sobre el grupo Menatep de Jodorkovski y a hacerla llegar a las fuerzas del orden rusas, sobre todo a agentes del FSB con los que mantenía buenas relaciones. 36 En un primer momento, el empeño de Ribin no pareció conducir a ninguna parte. Pero tras la llegada de Putin al poder, el ambiente cambió. Sechin y uno de los socios de Akimov iniciaron una campaña para convencer al presidente de que Jodorkovski planteaba un peligro para su mantenimiento en el poder, según un banquero que sabía del tema. Ribin también había reclutado a Yegor Ligachev, destacado miembro de la vieja guardia del Politburó, que ejercía de legislador en la región siberiana de Tomsk en la que se encontraban los campos petrolíferos de VNK. 37 Ligachev le hizo llegar a Putin un mensaje muy claro: Jodorkovski ponía en peligro la existencia misma de su régimen; sus hombres controlaban todos los flujos financieros del país, y pronto tendrían más dinero que el propio Estado (ya había comprado a más de la mitad de los funcionarios del Estado en el poder). 38
El mensaje caló muy hondo en Putin, que buscaba afianzar su poder contra grupos rivales. Pero a pesar de las maniobras, en un principio se mostró reacio a seguir las recomendaciones de hacerse cargo de Yukos. La compañía era excesivamente grande y estaba demasiado imbricada en los mercados occidentales; parecía una tarea demasiado complicada, según un banquero próximo a los servicios de seguridad. 39 Era la empresa más reconocible del país, aquella con la que más transacciones comerciales se realizaban. Se había convertido en un símbolo del avance de Rusia en los mercados.
La toma de Yukos podría no haberse producido nunca de no haber sido por el propio comportamiento de Jodorkovski. En lugar de plegarse a la voluntad del Kremlin, como antes habían hecho Lukoil y Surgutneftegaz, Jodorkovski siguió elevando la apuesta, hasta que la cosa se convirtió en una batalla para dirimir quién gobernaría Rusia y qué dirección tomaría el país. Él estaba dispuesto a apostar con los hombres de Putin que estos no se atreverían a detenerlo: creía que no eran lo bastante fuertes, y que no pondrían en peligro la precaria transición de Rusia hacia la economía de mercado. En muchos aspectos, aquello era típico de él. «Emprendió la tarea de construir un imperio, obsesivamente —recordaba su asesor Christian Michel—. Solo una bala habría podido pararlo.» 40
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El propio Jodorkovski admite ahora que es un adrenalinschik , un adicto a la adrenalina, con una percepción limitada del riesgo. La primera vez que fue consciente de ello sucedió muchos años antes de la batalla de Yukos, cuando estudiaba Química en el Instituto Mendeléyev de Moscú y se especializaba en materiales explosivos. «Soy una persona que, no sé por qué, carece de la sensación de miedo —me contó, esbozando una sonrisa irónica en un bar de Zúrich poco después de salir de la cárcel tras diez años de condena—. Nunca tuve sensación de peligro cuando fabricaba bombas, cuando sostenía alguna en la mano. Mi pasatiempo favorito siempre era escalar montañas sin equipo de seguridad. Y no era porque de algún modo hubiera vencido el miedo, es que no lo tenía. Durante todos estos años en la cárcel he dormido como un tronco. Aunque hubo situaciones en las que me atacaron con navaja, regresaba a la litera en la que estaba tendido y seguía durmiendo tan tranquilamente. Incluso a mí me parecía raro y me costaba entenderlo, cuando la gente me preguntaba si sabía que, a mis espaldas, podía haber un cuchillo. Simplemente, no tenía miedo.» 41
La primera vez que Jodorkovski oyó que podía estar en peligro fue hacia mediados de 2002. Lukoil ya estaba en la línea de fuego, y los exagentes del KGB que tenía empleados como miembros de su servicio de seguridad le advirtieron de que el FSB había iniciado una operación, conocida como Operación Energía, para recabar información comprometedora sobre los gigantes energéticos del país. En el caso de Yukos, le dijeron, el objetivo eran las operaciones de la empresa con las acciones de VNK. Pero Jodorkovski dio por sentado que no sería más que una operación rutinaria en busca de información con la que controlar a los barones del petróleo. «Aquella no era la primera operación de ese tipo, y no pensamos que fuera a ser tan radical», me contó cuando nos vimos, a salvo en su despacho de Hanover Square. 42
En 2002, Jodorkovski hizo pública su fortuna de 7.600 millones de dólares en tanto que dueño del 36 % de las acciones de Menatep. Se había convertido, hasta cierto punto, en un faro de la transparencia en medio de las enrevesadas reglas que aún dominaban el clima empresarial ruso de la época. Él fiaba su empresa y su futuro a la integración de Rusia con Occidente. Hacía apenas tres años, representaba el paradigma del capitalismo ruso, un capitalismo de ladrones del «salvaje Este» al que se acusaba de violar los derechos de los accionistas minoritarios occidentales. Pero ahora buscaba legitimarse y protegerse ante un futuro en los mercados occidentales, y marcar con Yukos un camino de mejores estándares empresariales, de estilo occidental.
Seguía siendo tan intenso y decidido como cuando se inició en el mundo de la empresa en Komsomol. Pero se había cambiado las gafas de cristales gruesos de mediados de los noventa por otras de diseño más ligero que, con su claridad, parecían representar su nueva apuesta por la transparencia. Aunque seguía vistiendo con sencillez, con vaqueros y polos oscuros, el pelo negro, abundante, que lucía en la década de 1990 aparecía ahora muy corto y canoso, y ya no había rastro del bigote desde hacía tiempo. Había contratado a una serie de ejecutivos occidentales para que supervisaran las finanzas y la producción de Yukos, encabezando un cambio industrial de alcance general que finalmente contribuyó a devolver la producción de los campos petrolíferos siberianos a sus niveles anteriores al hundimiento soviético. Todas las grandes petroleras en manos privadas contrataban a fabricantes occidentales de maquinaria de extracción, mejoraban sus técnicas, invertían en equipos y fichaban a contables occidentales. Para entonces, Yukos producía más petróleo que Kuwait.
Cuando Yukos se ganaba los elogios occidentales por su transformación, mientras el precio de sus acciones seguía subiendo como la espuma, él ahondaba más y más en su compromiso con Occidente. Agasajaba a la élite de Washington y creó una organización benéfica, Open Russia, de cuya junta directiva eran miembros Henry Kissinger y el exembajador de Rusia. Envió un carguero de crudo a Texas, en lo que constituía el primer envío de petróleo ruso que llegaba directamente a las costas estadounidenses, y empezó a presionar para que se construyera un oleoducto, independiente del Estado ruso, que uniera la lejana localidad septentrional rusa de Múrmansk con Estados Unidos.
Con todas esas acciones no hacía sino enemistarse más aún con los hombres de Putin en el KGB. El flirteo de Jodorkovski con Occidente constituía un desafío directo a su autoridad, al tiempo que su intento que unir a los barones privados del petróleo para ejercer presión conjunta y construir oleoductos privados planteaba una amenaza aún mayor. 43 El sistema de oleoductos siempre había sido patrimonio exclusivo del Estado ruso, y garantizar el acceso a él se veía como uno de los pocos contrapesos estratégicos con los que aún contaba el Gobierno para mantener a raya a los barones del petróleo. A principios de 2003, cuando los hombres de la seguridad de Putin empezaban a urdir sus planes de venganza, Jodorkovski ya admitía en privado que podía enfrentarse a problemas. Una mañana gris de ese febrero, él y yo estábamos sentados a la luz tenue de una lámpara, en su oficina en penumbra de aquella mole de cemento que parecía una fortaleza, en una de las principales avenidas de Moscú en la que se alzaba la sede central de Menatep. Bajó aún más la voz para añadir que cada vez estaba más claro que había «un grupo de personas en el Kremlin que quieren apoderarse de mi empresa». Esos hombres querían probar una vez más si empresas propiedad del Estado podían ser más eficaces que las privadas, dijo. Pero insistió —de hecho, estaba seguro— en que Putin nunca consentiría en que eso sucediera, que cuando prometió no revertir las privatizaciones de los noventa, lo decía en serio. «Putin mantiene su palabra —dijo—. No me preocupa nada.» 44
El ambiente de aquella mañana plomiza de febrero camuflaba la tensión y los preparativos de fondo para la batalla que se avecinaba. Era evidente que Jodorkovski seguía manteniendo la esperanza de que Putin, a pesar de su pasado en el KGB, albergara otro aspecto de su personalidad, un aspecto alimentado por su labor en San Petersburgo con el liberal y demócrata Sobchak. Y, apenas unas semanas después, fue como si Jodorkovski se preparase para apelar a esos ángeles buenos de Putin, pues decidió apelar directamente a él. Ya le había advertido hacía un mes que Rusia se encontraba en una encrucijada, que o bien el país emprendía el camino de la burocracia de Estado, como Arabia Saudí, donde la mitad del presupuesto se iba en pagar los salarios de los burócratas del Estado, o seguiría la senda de las economías occidentales, del aumento de la productividad y las sociedades postindustriales, con un incremento del sector servicios. 45 Cuando los oligarcas rusos se reunieron días después, también en febrero, en uno de aquellos encuentros con Putin que ya se habían convertido en fijos, en torno a la gran mesa oval del Salón Ekaterinski del Kremlin, Jodorkovski decidió plantear de manera más directa aún la cuestión de la creciente participación estatal en la economía. Tenía pensado hacer hincapié en la corrupción del Estado, y empezó realizando una presentación con PowerPoint con un título inequívoco: «Corrupción en Rusia: un obstáculo para el crecimiento económico». Expuso que el nivel de corrupción en el país había llegado al 10 % del PIB, es decir, 30.000 millones de dólares anuales, mientras que se calculaba que la recaudación de impuestos anual constituía el 30 % del PIB. 46 ¿Cómo era posible, preguntó, que los estudiantes del país hicieran cola para obtener plaza en el servicio de Hacienda ruso, donde los salarios oficiales eran de apenas 150-170 dólares mensuales, y en cambio muchos menos mostrasen interés por convertirse en ingenieros en hidrocarburos, cuyos sueldos eran cuatro veces superiores? 47 «Ello podría llevarnos a ciertas ideas», añadió, dedicando una mirada al presidente, que presidía la gran mesa. A continuación, abordó una cuestión aún más delicada y se centró en un acuerdo por el que el gigante estatal del petróleo Rosneft había realizado su primera gran adquisición de los últimos años, pagando 600 millones de dólares para hacerse con una empresa petrolera, Severnaya Neft, que poseía inmensas reservas en el extremo septentrional de Rusia. Las compañías petroleras privadas llevaban meses tras ella, pero Rosneft se había adelantado pagando el doble de su valor establecido. Según apuntaba Jodorkovski, la cuestión era: ¿a dónde habían ido a parar los 300 millones de sobrecoste? Le sugirió al presidente que convenía abrir una investigación para determinar las razones de dicho sobrepago. 48 Circulaban rumores desde hacía semanas de que la diferencia era un soborno que se habían embolsado algunos altos cargos.
A Jodorkovski le salió el tiro por la culata. Y de qué manera. Había pinchado donde más le dolía a Putin. La conversación se televisaba en directo, y aunque Putin sonreía, no había duda de que estaba afectado. «Rosneft es una empresa estatal que debe incrementar sus reservas —dijo Putin—. Algunas otras compañías, por ejemplo Yukos, cuentan con un exceso de reservas, y saber cómo las ha adquirido será uno de los temas que abordaremos hoy, incluidas preguntas sobre el impago de impuestos... ¡Le devuelvo el golpe!» 49
«Cuando vi eso por la tele me di cuenta de que aquello era nuestro fin —explicó el director de análisis de Jodorkovski, el exgeneral del KGB Alekséi Kondaurov—. Eso no se había hablado antes. Cuando salió de la reunión, le dije: “Mijaíl Borisovich, ¿por qué no le diste la presentación sobre corrupción a otro?”. Y él me dijo: “¿Cómo se lo iba a dar a otro? Hay muy pocos luchadores entre nosotros”. Y así empezamos a tener problemas. Yo sabía que él [Putin] nunca le perdonaría por ello. Los hombres de Putin se habían llevado 300 millones de dólares para ellos mismos.» 50
Si los hombres de Putin en el KGB se habían embolsado un soborno de 300 millones de dólares, se trataba del primer gran trato desde que este había asumido la presidencia en el que habían podido enriquecerse. El acuerdo se había estructurado a través de uno de los dueños iniciales de Severnaya Neft, Andréi Vavílov, ex viceministro de Finanzas, que admitía que él no era propietario en su totalidad. (Sobre el papel, Severnaya Neft era propiedad de seis oscuras compañías.) Según una persona conocedora del trato, Vavílov había devuelto el dinero a Putin a través del presidente de Rosneft, Serguéi Bogdanchikov. 51 Cuando hablamos, Vavílov negó estar implicado en ningún soborno, 52 y el Kremlin también negó categóricamente toda irregularidad. Pero a juzgar por la reacción de Putin, Jodorkovski había tocado una fibra sensible. Para el presidente, resultaba inimaginable que Jodorkovski lo desafiara abiertamente en relación con ese acuerdo. Le ofendió hasta lo más hondo la insinuación de corrupción cuando, según él, Jodorkovski había adquirido su fortuna, en concreto Yukos, de una manera corrupta.
Jodorkovski había abierto la puerta de par en par para que el Kremlin atacara su riqueza. Pero él, en parte, había lanzado el guante porque no tenía alternativa. El acuerdo de Severnaya Neft, que disparó el peso de Rosneft, marcaba que las reglas del juego empezaban a cambiar de manera significativa a favor del Estado, desafiando por completo el modelo empresarial de Jodorkovski. «Entendió que era imposible actuar de cualquier otro modo —dijo Kondaurov—. Él no podía desarrollar su negocio de ninguna otra manera. Así que fue a por todas. Apostó a todo o nada. Era consciente de que, en cualquier caso que se presentara a partir de entonces, solo encontraría un callejón sin salida.» 53
A partir de ese momento, fue Jodorkovski el que puso todas sus fichas sobre la mesa y aceleró la expansión de su imperio, llegando a un acuerdo por valor de 3.600 millones de dólares para la fusión de Yukos con la Sibneft de Abramóvich, con lo que se creaba la cuarta mayor productora de petróleo del mundo y la segunda en cuanto a reservas. 54 El acuerdo se anunció sin previo aviso a finales de abril, entre los flashes de una multitud de cámaras, en el elegante vestíbulo del Hotel Hyatt, el más moderno y tecnológico establecimiento de Moscú, que quedaba al lado de la sede del KGB en Lubianka. Era como si Jodorkovski creyera que la fusión le proporcionaría una capa adicional de protección por estar uniendo su empresa a la Familia Yeltsin. Pero, aún hoy, su socio empresarial Leonid Nevzlin cree que Abramóvich le estaba tendiendo una trampa y buscaba apoderarse de Yukos a través de aquella fusión y expulsar a Jodorkovski.
En todo caso, este siguió adelante. Aceleró el ritmo de su integración a Occidente iniciando unas conversaciones históricas, entre bastidores, sobre la venta de una participación en la fusionada YukosSibneft a una petrolera estadounidense, o bien ExxonMobil o bien Chevron. 55 Ello le proporcionaría otra capa más de protección para Yukos, manteniéndola fuera del alcance del Estado ruso. Apenas tres meses antes, otro grupo de oligarcas encabezados por Mijaíl Fridman, del Grupo Alfa (también exmiembro de Komsomol), había acordado crear una inédita sociedad por valor de 6.750 millones de dólares con British Petroleum, en la que la empresa británica se quedaba con una participación del 50 % en su Tyumen Oil Company, conocida como TNK. Así pues, parecía de lo más normal que YukosSibneft fuera la siguiente. En un principio Putin pareció aceptar bien las negociaciones y, según comentó una persona familiarizada con el asunto, albergaba grandiosas ambiciones de que, con la ayuda de préstamos de los bancos estatales rusos, fuera YukosSibneft la que llegara a apoderarse de gigantes energéticos estadounidenses. 56
Pero mientras que Fridman y su socio empresarial Piotr Aven, que había trabajado estrechamente en los acuerdos de petróleo por alimentos en San Petersburgo, mantenían un perfil bajo y hacían cuanto podían por expresar lealtad al régimen de Putin, Jodorkovski empezó a reforzar su fundación filantrópica Open Rusia, con la idea de enseñar a los adolescentes rusos los principios de la democracia en unos campamentos anuales y en una escuela que había creado a las afueras de Moscú para hijos de soldados rusos muertos en acto de servicio. Poco antes de que se anunciara la fusión entre Yukos y Sibneft, había dejado claras sus aspiraciones políticas contando al mundo que quería soltar el timón de Yukos cuando cumpliera cuarenta y cinco años. 57 Eso sería en 2007, justo antes de las elecciones presidenciales previstas para 2008. Parecía estar señalando su intención de presentarse.
Desde hacía tiempo, Jodorkovski también había iniciado conversaciones con líderes parlamentarios sobre la conveniencia de convertir Rusia en una república parlamentaria, movimiento con el que se solucionaría lo que muchos críticos veían como el defecto fatal del sistema político del país: la superconcentración de poder en manos del presidente. Dicho sistema, que prácticamente permitía a quien detentara la presidencia gobernar el país a golpe de decreto, se había decantado a favor del presidente tras el violento conflicto de Yeltsin con el Parlamento en 1993. Un cambio hacia una república parlamentaria supondría retirar al presidente una serie de poderes ejecutivos clave y traspasar parte de su autoridad al primer ministro, escogido por el Parlamento. Jodorkovski insiste hoy en que aquellas conversaciones se desarrollaron con el conocimiento pleno de Putin y con su consentimiento. 58 Asegura que no pretendían reducir el poder de Putin, sino crear un sistema más equilibrado una vez que este dejara el cargo en 2008, tras dos mandatos, tiempo que en aquella época estaba estipulado como límite constitucional. Pero muchos consideraban que a Jodorkovski lo movía una megalomanía creciente, y que quería ocupar él mismo el puesto de primer ministro.
Como muchos de los magnates de la empresa rusa, Jodorkovski financiaba partidos políticos en la Duma. Se trataba de algo que promovía activamente Aleksánder Voloshin, el jefe de la administración del Kremlin, y su delegado Vladislav Surkov, 59 con la esperanza de que de ese modo se contribuyera a convertir a los comunistas en un partido más próximo a la izquierda burguesa. Pero cada vez preocupaba más que Jodorkovski estuviera llevando esa práctica demasiado lejos. Entregaba decenas de millones de dólares para financiar a los comunistas y a dos partidos liberales, Yabloko y Unión de Fuerzas de la Derecha. Dos de los ejecutivos con más altos cargos en el grupo Yukos encabezaban la candidatura del Partido Comunista, mientras que uno de sus colaboradores empresariales más próximos a él, Vladímir Dubov, socio fundador del grupo Menatep, ya había ganado las elecciones en diciembre de 1999 y presidía el poderoso comité parlamentario sobre impuestos. 60
La influencia que Jodorkovski ejercía en el Parlamento empezaba a plantear un desafío al poder del Kremlin. La situación se puso de manifiesto en mayo de 2003, cuando el magnate consiguió asegurarse suficientes votos parlamentarios para frenar la iniciativa del Kremlin de implantar unas reformas fiscales de amplio alcance en el sector del petróleo que por primera vez pretendían reestructurar la economía rusa alejándola de su dependencia excesiva del crudo. 61
El rápido aumento de los precios internacionales del petróleo —de 12 dólares el barril en 1998 se llegó a 28 dólares en 2003— había contribuido a llenar velozmente las arcas del Gobierno y a pagar la deuda exterior. Pero ese mismo aumento del precio del crudo también potenciaba la dependencia de Rusia de los ingresos por petróleo y gas en sus presupuestos y en el crecimiento económico. En 2003, la producción de petróleo y gas suponía el 20 % del PIB del país, el 55 % de sus ingresos totales por exportaciones y el 40 % de sus ingresos totales en concepto de impuestos. 62 El Fondo Monetario Internacional había redactado un informe que indicaba que Rusia había quintuplicado su dependencia de los precios internacionales del petróleo en 2003 con respecto a la suspensión de pagos de agosto de 1998, momento en que la precariedad por la dependencia de los precios internacionales del petróleo se había puesto en evidencia con resultados desastrosos. 63 Si los precios del petróleo volvieran a los 12 dólares que se habían conocido por última vez en 1998, Rusia perdería 13.000 millones de dólares, el equivalente al 3 % de su PIB, en ingresos presupuestados, según el FMI.
La dependencia generalizada de Rusia de unos precios de la energía que quedaban más allá de su control había hecho que, desde hacía tiempo, el ala más liberal del Gobierno de Putin buscara posibles soluciones. Durante los años de Yeltsin, el Gobierno estaba demasiado ocupado pasando de crisis en crisis como para reducir la dependencia rusa de los ingresos por petróleo y gas; necesitaba todas las fuentes de ingresos que pudiera obtener al tiempo que se esforzaba por recaudar impuestos. Pero ahora que los precios crecían de esa manera, la facción liberal del Gobierno —dirigida por Alekséi Kudrin, ministro de Finanzas que había trabajado con Putin en el Gobierno municipal de Sobchak, en San Petersburgo, y con German Gref, el ministro de Economía, que también había ejercido de director de Patrimonio Federal en San Petersburgo— podía finalmente intentar aprovechar la mayor estabilidad de la situación, así como los crecientes ingresos, para estructurar la economía. Ya en febrero de 2003, Gref había anunciado medidas para incrementar la recaudación de impuestos de las ganancias imprevistas de la industria petrolera, a fin de diversificar las inversiones del Estado en los sectores de la alta tecnología y la defensa. 64
El Gobierno buscaba aumentar la fiscalidad a la industria petrolera tanto mediante un incremento de los impuestos a las exportaciones como con la imposición de una tasa de extracción. Pero Jodorkovski se resistía rotundamente a pagar impuestos de extracción. Cuando, en mayo, sus hombres en el Parlamento consiguieron derrotar uno de los primeros intentos del Gobierno de implantarlos, los liberales del Gobierno de Putin —Gref y Kudrin— se lo tomaron como algo personal. Hasta ese momento, según un banquero próximo a Kudrin, habían intentado defender a Jodorkovski de las ganas cada vez mayores de los estatalistas hombres de la seguridad de atacarlo. Pero él no solo había socavado sus planes, sino que, para defenderse, había erosionado sus argumentos. «Se había convertido en un importante inversor en la Duma —comentó el banquero—. Financiaba la mitad de la Duma. Ya estaba claro que decir que no suponía una amenaza era una patraña absoluta. El acuerdo que consiguió para impedir la votación sobre el aumento de la carga fiscal fue apoyado no solo por una coalición de diputados favorables al mundo empresarial, sino también por comunistas recalcitrantes, furibundos nacionalistas antisemitas, liberales y conservadores. Aquella amalgama de gente votando en contra de un aumento de impuestos era de lo más peculiar. Kudrin lo llamó y le dijo: “Misha, la estás cagando. En teoría no tienes por qué dedicarte a comprar los órganos del Estado. Hay gente que quiere aumentar los impuestos un 90 %. Deberías haber aceptado el pacto”. Pero ¿sabe lo que le dijo a Kudrin? Le dijo: “¿Quién te crees que eres? Vete a tomar por culo. Haré que te destituyan”.»
Gref y Kudrin creían que la situación se estaba volviendo insostenible. Jodorkovski, en palabras del banquero, no hizo sino empeorar las cosas cuando, exultante tras la votación, empezó a llamar a futuros candidatos al puesto de primer ministro y a decirles que tendrían que pactar su programa con él. «Les decía que aquella votación era una demostración objetiva de su control sobre la Duma. Explicaba que ahora tenía el derecho a escoger al siguiente primer ministro.» 65
Jodorkovski niega haber hecho esas llamadas. Pero pocas semanas después, en los medios de comunicación se publicó un reportaje en el que se aseguraba que era el líder de un «peligroso» grupo de oligarcas prooccidentales que buscaban socavar el mandato presidencial. Su meta, según el texto, era comprar una mayoría de poder en el Parlamento y convertir el país en una república parlamentaria en la que el presidente no desempeñara más que un papel honorario. El reportaje, que describía casi con total exactitud los recientes movimientos de Jodorkovski, tenía como intención manifiesta justificar la paranoia reinante entre los hombres de Putin. Definía de «antinacionales» las acciones del grupo de oligarcas. Sus propiedades estaban registradas en paraísos fiscales para protegerlas del Estado ruso. «Puede decirse que los oligarcas... apelan a los recursos de otros Estados como garantía de sus intereses políticos y económicos en Rusia. Habiendo conseguido la privatización de los principales activos de la economía nacional, ahora maniobran para privatizar el poder político en Rusia.» 66
Ese reportaje reflejaba con exactitud el pensamiento de los hombres de Putin y, según su autor y un exbanquero próximo a los servicios de seguridad, también reflejaba lo que habían oído al pinchar los teléfonos y los despachos de Jodorkovski y sus colaboradores. «Muchos de los que hoy están en la cárcel lo están porque los hombres de la seguridad escucharon exactamente lo que pensaban de ellos. Oyeron los insultos proferidos hacia ellos», comentó Stanislav Belkovski, un analista político muy conocido que era coautor del reportaje. 67
Al poco tiempo, el propio Putin empezó a dejar claros sus sentimientos. Ese mes de mayo, convocó a Jodorkovski, a Abramóvich y a varios de sus tenientes más destacados a una cena privada en la sala de recepciones de su residencia de Novo-Ogarevo, revestida de madera de roble. Según uno de los presentes, mientras comían abordaron la cuestión del acuerdo entre Exxon y Chevron, pero al llegar al momento de los licores, Putin ordenó a Jodorkovski que dejara de financiar a los comunistas. Este discrepó y dijo que había acordado esa financiación con Voloshin y Surkov, jefe y vicejefe de la administración del Kremlin, pero Putin le dijo: «Déjelo. Es dueño de una gran empresa, tiene muchos negocios que hacer. No tiene tiempo para esto». Jodorkovski siguió en sus trece y dijo que no impediría que los otros accionistas de Yukos financiaran a quien quisieran, incluso si él dejaba de financiar al Partido Comunista. «Dijo: “Si somos una compañía abierta y transparente, no puedo impedir a accionistas y empleados que sigan una determinada línea política”. Intentó explicarle a Putin que los proyectos sociales y el apoyo a la democracia en Rusia eran tan importantes para él como sus negocios.» 68
La conversación terminó abruptamente y los invitados se marcharon. Pero Putin no pensaba dejar así las cosas. Mientras se preparaba para ausentarse del país ese mes de junio para realizar una visita de Estado al Reino Unido, trufada de honores, pompa y ceremonia (su primera visita oficial como presidente, donde sería recibido por el primer ministro Tony Blair y por la reina), ofreció una primera pista de los problemas que se avecinaban. Durante una rueda de prensa anual, atacó a los barones del mundo empresarial por bloquear unas reformas parlamentarias concebidas para aumentar la recaudación de impuestos de la industria energética. Aunque no mencionaba a Jodorkovski por su nombre, la alusión a él era inequívoca. «No debemos permitir que ciertos intereses empresariales influyan en la vida política del país en sus intereses de grupo», dijo. 69 Por primera vez, Putin también hablaba públicamente en contra de la reforma del sistema político para convertir el país en una república parlamentaria. Estaba fuera de toda cuestión dijo, y era incluso «peligroso».
A todo el mundo le quedó claro a quién iban dirigidos aquellos comentarios. Y mientras se encontraba fuera del país, asistiendo a un banquete de gala en el resplandeciente palacio de Buckingham y firmando un acuerdo entre BP y TNK, que Blair definió como una muestra de la «confianza a largo plazo del Reino Unido en Rusia», la maquinaria del Estado se ponía en marcha. Orquestándolo para que pareciera que no tenía nada que ver con Putin, los fiscales rusos daban sigilosamente el primer paso decisivo en el ataque a Yukos. Detenían al jefe de seguridad de la empresa, Alekséi Pichuguin y poco después, el día que su jefe, Jodorkovski, cumplía cuarenta años, era acusado del asesinato de un matrimonio que, según ellos, había intentado chantajearlo por haber dado la orden de asesinar a otro empleado de Menatep. 70 La amenaza del Kremlin no podía ser más potente. Pero la detención de Pichuguin podría haber pasado desapercibida de no haber sido por otra, de mucha mayor relevancia, que tuvo lugar una semana después. Platón Lébedev, hombre ocurrente y mano derecha de Jodorkovski desde hacía mucho tiempo, presidente del grupo Menatep que estaba detrás de muchos de sus negocios, fue detenido. De pronto, el mundo de Jodorkovski estaba en llamas.
A Lébedev lo sacaron esposado de la cama de hospital en la que se encontraba, acusado de malversar su participación del 20 % en Apatit, el gigante de los fertilizantes que fue la primera gran empresa en ser privatizada por Menatep. 71 La noticia de la detención estaba en todos los periódicos, por todas partes, y en el transcurso de un día Yukos perdió 2.000 millones de valor de mercado. 72
En segundo plano, se abrieron otras diligencias judiciales relacionadas con la privatización de VNK, y se llamó a declarar a otro alto cargo de Yukos. La embestida contra la compañía había empezado. Sus acciones se desplomaban a medida que los fiscales avanzaban en sus investigaciones. A finales de julio, cuatro días después de que Jodorkovski regresara de un viaje a Estados Unidos, donde había acudido a recabar el apoyo de inversores, la fiscalía anunció la apertura de diligencias en otros cuatro casos sobre asesinato e intento de asesinato a Pichuguin. 73 El anuncio resucitó las peores pesadillas de Jodorkovski. Ya no solo se sometían a escrutinio los ataques a Yevgueni Ribin por las acciones de VNK, sino también el asesinato, en junio de 1998, del alcalde de Nefteyugansk, la localidad petrolera del oeste de Siberia en la que Yukos tenía su sede. El alcalde, con el que Jodorkovski había mantenido un conflicto desde que Menatep se hizo con el control de Yukos, había sido abatido a tiros camino del trabajo la mañana del cumpleaños de Jodorkovski, y pronto empezaron a circular rumores según los cuales lo había matado uno de sus fervientes secuaces, que de ese modo quería ofrecerle un regalo de aniversario. 74 Yukos llevaba un tiempo preparándose para llevar a cabo un spin-off o segregación de empresas de servicios que daban empleo a casi 30.000 trabajadores de Nefteyugansk en su principal planta de producción, en un intento de mejorar sus flujos de caja, y el alcalde había protestado personalmente en una carta enviada a Yeltsin sobre la brusca caída en la recaudación de impuestos tras la toma de poder de Yukos. Miles de ciudadanos de la localidad salieron a la calle a protestar y acusaron abiertamente a Jodorkovski de ordenar aquella muerte. Pero este, según una periodista del Financial Times que habló con él poco después, parecía sinceramente afectado por el asesinato. 75
Jodorkovski negó categóricamente cualquier implicación suya o de ninguno de sus colaboradores en los asesinatos e intentos de asesinato. En el caso del alcalde de Nefteyugansk, sus abogados apuntaron a peligrosos grupos criminales chechenos que habían controlado algunas exportaciones de Yukos hasta que Jodorkovski los expulsó. 76 Y, posteriormente, cuando salió a la luz que Jodorkovski se había enfrentado a los hombres del KGB por el control de VNK, una persona próxima a él sugirió que los asesinatos los habían organizado, de hecho, personas de VNK partidarias del KGB, en un intento de manchar el nombre de Jodorkovski. 77
Jodorkovski buscó refugio y protección de Estados Unidos. Inmediatamente después de la detención de su lugarteniente Lébedev, tan importante para él, se dirigió a la embajada estadounidense donde, entre banderas de barras y estrellas expuestas para la celebración del Día de la Independencia, insistió a los periodistas que no creía que el conflicto entre el Gobierno y él pudiera durar. 78 Poco después asistió a una conferencia en Sun Valley, Idaho, donde se codeó ostensiblemente con personas como Bill Gates y Warren Buffet. 79 A su regreso a Moscú, intentó de nuevo elevar la apuesta y declaró en una televisión de alcance nacional que seguir atacando a su organización llevaría a una huida masiva de capitales de Rusia que destruiría el clima de inversiones y haría que el país retrocediera hasta su pasado totalitario. 80
Pero las tentativas de acercamiento de Jodorkovski a Estados Unidos no habían hecho sino enemistarlo aún más con el Kremlin. En septiembre, cuando Putin se preparaba para una importante visita a Estados Unidos durante la que mantendría conversaciones en Camp David con el presidente George W. Bush, envió un mensaje claro a todo el que pensara que podía controlar a la fiscalía. Según expresó con contundencia a los periodistas estadounidenses, se trataba de casos de asesinatos. «Ante algo así, ¿cómo puedo yo involucrarme en la labor de los fiscales?», se preguntaba. 81
Si Jodorkovski tuvo alguna vez alguna posibilidad de salir indemne de una campaña del Kremlin desplegada con toda su fuerza, la gota que colmó el vaso para Putin llegó durante su visita a Estados Unidos. Lo habían invitado a la Bolsa de Nueva York, donde se dirigió a decenas de destacados ejecutivos estadounidenses, y les aseguró que no se revertiría el compromiso de Rusia con una economía de mercado en la que no iban a revertirse las privatizaciones. Más discretamente, también se reunió en privado con el director ejecutivo de ExxonMobil, Lee Raymond, el imponente empresario del Medio Oeste que había llevado la fusión de Exxon con Mobil, convirtiendo a la compañía resultante en la mayor del mundo, con un valor de 375.000 millones de dólares. Conocido por su estilo agresivo, Raymond no se mordió la lengua y le expresó a Putin que su intención última era hacerse con el control, mediante compra, de YukosSibneft, tras una primera etapa de un acuerdo en el que Exxon adquiriría una participación accionarial minoritaria. 82
Putin quedó totalmente conmocionado. Él no había abordado nunca ni con Jodorkovski ni con Abramóvich un escenario en el que el gigante de la energía estadounidense pudiera hacerse con el control de las reservas rusas. Su impresión había sido en todo momento que la idea era que Exxon o Chevron adquirieran una participación accionarial minoritaria, y que YukosSibneft, por su parte, se hiciera con una participación en alguno de los gigantes energéticos estadounidenses. «Para Putin, el intercambio de acciones era importante —comentó una persona conocedora de las negociaciones—. Habría constituido un puente energético entre Rusia y Estados Unidos.» 83 Pero a medida que la presión sobre Yukos había ido creciendo ese verano, los accionistas habían presionado para acelerar la venta. Querían proceder a un cash out completo, en vez de llevar a cabo un intercambio de acciones.
Para Putin, la venta de una participación mayoritaria en YukosSibneft a ExxonMobil era algo absolutamente impensable. No podía aprobar de ninguna manera la venta del control de las reservas estratégicas rusas a Estados Unidos. Aquello era algo que iba en contra de todo lo que los hombres del KGB defendían en su apuesta por recuperar el poderío imperial ruso. Fridman y Aven podían haber sido autorizados a obtener una sociedad al 50-50 con BP, pero ellos, a diferencia de Jodorkovski, se habían mantenido totalmente leales al Kremlin y hacían todo lo que podían por mantenerse al timón de la empresa mixta que era TNK-BP.
Lee Raymond llegó a Moscú apenas una semana después, al parecer con la esperanza de sellar el acuerdo. Ese día, el Fincancial Times publicaba en portada la noticia de que Exxon tenía muy avanzadas las conversaciones para adquirir el 40 % de las acciones de YukosSibneft por 25.000 millones de dólares, participación que más adelante podría superar el 50 %. 84 Pero en lugar de apretones de manos y brindis, fue recibido con la noticia de que más de cincuenta inspectores con ametralladoras y chalecos antibalas estaban registrando locales relacionados con Yukos por todo Moscú, incluidos los domicilios de algunos de los colaboradores más próximos a Jodorkovski, los otros principales accionistas de Menatep —que vivían juntos en un complejo residencial custodiado tras una alta verja de metal a las afueras de Moscú, en la elitista localidad de Zhukovska—, entre ellos el de Lébedev, que ya se encontraba en prisión. 85 Cuando Jodorkovski recibió una llamada de su esposa en la que le decía que la policía se arremolinaba al otro lado de su puerta, se excusó precipitadamente con Raymond y se ausentó.
La señal del Kremlin no podía ser más clara. ExxonMobil nunca conseguiría cerrar el trato. En el momento en que Jodorkovski había recibido la llamada de su mujer, Raymond y él asistían a una conferencia organizada por el Foro Económico Mundial, en la que teóricamente Putin debía pronunciar el discurso principal. Pero mientras Jodorkovski se dirigía a toda prisa hasta su domicilio para protegerlo de los registros, Raymond no podía hacer más que advertir en la conferencia que Rusia no debía restringir «arbitrariamente» a ningún inversor que quisiera participar en los mercados mundiales. 86 Putin, como si se mantuviera beatíficamente ignorante de los registros, seguía insistiendo ante los inversores que hacía todo lo posible por eliminar las cargas a la inversión. 87 Se trataba de algo típico del doble lenguaje que había empleado desde que había iniciado su ascenso al poder. Hablaba en favor del mercado al tiempo que, entre bastidores, sus hombres de la seguridad hacían cuanto podían por hacerse con el control.
Aun entonces Jodorkovski se negaba a renunciar, y anunció al mundo que estaba dispuesto a ir a la cárcel si ese era el precio que debía pagar para defender su empresa. 88 No saldría del país ni se rendiría en la lucha. Pero, en privado, buscaba desesperadamente una salida, y llegó a visitar a Pugachev, su antiguo rival de los noventa que para entonces se hallaba próximo a los hombres de la seguridad de San Petersburgo, para preguntarle por las motivaciones del Kremlin. Este, tras realizar ciertas averiguaciones, le transmitió un mensaje ambiguo. Si quería seguir en libertad debía abandonar el país. Si no, añadió, sería encarcelado. 89 Jodorkovski le dijo que no se lo creía. El Kremlin no se atrevería a detenerlo, y si lo hacía Estados Unidos daría un paso al frente para defenderlo.
Se trataba de una muestra de su soberbia, de que había sobreestimado lo que Estados Unidos estaba dispuesto a hacer para proteger a un oligarca que buscaba tender puentes con el país.
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Jodorkovski, desafiante, se encontraba recorriendo Siberia en un viaje de negocios cuando ocurrió. Los fiscales lo habían citado a declarar el día anterior, pero él estaba lejos de Moscú. Poco antes del amanecer, la mañana del sábado 25 de octubre de 2003, su jet privado había aterrizado en una pista de Novosibirsk cuando un comando armado del FSB subió a bordo por la fuerza. Jodorkovski estaba en su lujoso compartimento cuando irrumpieron al grito de «¡FSB! ¡Dejen las armas en el suelo! ¡No se muevan o dispararemos!». 90 Lo detuvieron acusado de fraude a gran escala y evasión fiscal, y esa misma noche ya durmió en la célebre cárcel moscovita de Matroskaya Tishina.
Ese fue el momento a partir del cual el rumbo político y económico de Rusia se alejó irrevocablemente de una integración internacional liderada por Occidente y emprendió un camino propio que se encaminaba a la colisión con ese Occidente. Fue el punto de no retorno para el grupo de hombres de la seguridad, partidario del estatalismo, que había presionado y maquinado, y que había acabado por convencer a Putin de que no había ninguna otra manera de garantizar el resurgimiento del Estado ruso... y su propio peso en las finanzas. Pero se trataba de un territorio sin cartografiar tanto para ellos como para el país. Si bien eran pocos los que esperaban que las cosas llegaran tan lejos, muchos en el mundo empresarial confiaban en que hubiera manera de volver atrás, en que Jodorkovski fuera puesto en libertad y los dos bandos llegaran a entenderse. Incluso Pugachev dijo que desde hacía mucho tiempo lo que se esperaba, incluso entre parte de los silovikí , era que Jodorkovski y sus colaboradores aceptaran pagar a Putin y a sus hombres una suma importante de dinero para que se retirasen los cargos contra él. «Todos esperaban la “mordida” —añadió—. Nadie estaba realmente preparado. Nadie sabía qué hacer con la compañía. En ese momento no tenían experiencia sobre cómo llevar las cosas.»
La detención de Jodorkovski dejó a toda la comunidad empresarial en estado de shock . Era el hombre más rico del país, el defensor más destacado de la economía de mercado, la persona que había estado a punto de conseguir el trato del siglo: la venta de su empresa por 25.000 millones de dólares apenas siete años después de haberla adquirido por 300 millones. Si podían abatirlo a él, podían acabar con cualquiera de ellos. El día en que detuvieron a Jodorkovski, miembros destacados de la Unión Rusa de Industriales y Emprendedores, que se había convertido en el órgano representativo oficial de los oligarcas, convocó una reunión de urgencia en el Hotel Baltschug de Moscú. Muchos temían hacer declaraciones directas a la prensa, pero redactaron una carta colectiva dirigida a Putin, vacilante y reprimida, en la que condenaban la detención y le pedían audiencia. «Solo la posición clara y sin ambigüedades del presidente ruso Vladímir Putin puede mejorar la situación. Su ausencia hará irreversible el empeoramiento del clima de inversiones y hará de Rusia un país poco favorable para los que desarrollan sus negocios.» 91 Anatoli Chubáis, el zar de las privatizaciones y artífice de las reformas liberales de Rusia, llevó el mensaje un paso más allá. En una entrevista televisiva emitida ese fin de semana, advirtió de que la detención de Jodorkovski, así como la falta de claridad sobre si otros líderes empresariales podían ser los siguientes, podían llevar a una división «incontrolable» de la élite que podía arrastrar a la sociedad en su conjunto. 92
Pero a aquellas alturas Putin ya no iba a dar marcha atrás. A pesar de negar sistemáticamente que tuviera nada que ver con la detención de Jodorkovski, aquellas cosas no ocurrían sin el visto bueno de las alturas. Sobre todo, ese arresto mostraba que el empresario no había terminado de comprender uno de los principios básicos del mandato de Putin que más tarde otros oligarcas —a partir de su experiencia— sí llegarían a captar muy bien. «Cuando adquieres en Rusia una gran empresa petrolera por 150 millones de dólares con la ayuda de depósitos del ministro de Finanzas, entonces tienes que jugar según las reglas rusas —explicó Dmitri Gololobov, abogado que en un tiempo trabajó con Jodorkovski pero que acabó oponiéndose a él—. No puedes decir que eres el dueño legítimo. La privatización no generó una propiedad legítima. Eso lo entendieron bien los demás oligarcas. Ninguno de ellos aseguraba que en realidad era dueño de las empresas. Entendían que eran simplemente sus titulares.» 93
Esa manera de pensar iba en contra de todo lo que Putin había afirmado defender cuando se presentó a la presidencia. Era un engaño anclado en la creencia del KGB de que eran ellos los que habían creado a los magnates cuando Rusia había iniciado la transición a la economía de mercado, que todo lo que aquellos multimillonarios habían ganado se lo debían a ellos. Lo que le ocurría a Jodorkovski era una venganza por la década de 1990, cuando el KGB se había visto obligado a esperar en los márgenes, bandeado por el alcance cada vez mayor de los magnates prooccidentales de Moscú. «Lo que ahora está ocurriendo con Putin es la revancha del KGB —comentó un ex alto mando de la inteligencia militar de la época—. El KGB creó la oligarquía, y después tuvieron que servirla a ella. Ahora se están vengando.» 94
La batalla había llegado a un punto en que al KGB le parecía que podía justificar su toma de activos diciéndose a sí mismo que estaban impidiendo la entrega de los mayores recursos petrolíferos a Occidente. «Yukos tenía la intención de entregar la mayor parte de sus activos a Occidente —expresó uno de ellos—. La capitalización que [Jodorkovski] creó como un rayo, todos esos activos se habrían ido volando al extranjero a través de empresas offshore falsas. Si no lo hubiéramos impedido, no habríamos mantenido el control de nuestras industrias petrolera y gasística. Nos habríamos convertido en sirvientes de los industriales occidentales por mucho tiempo. 95
Y así, en los días que siguieron a la detención de Jodorkovski, el resto de los multimillonarios del país asistieron horrorizados a la confiscación, por parte de la fiscalía, de su participación de 15.000 millones en YukosSibneft. Putin les expuso con firmeza que no dialogaría sobre el arresto, y el mercado de valores inició una caída libre. El lunes inmediatamente posterior a la detención, Putin hizo pública una respuesta brusca e inequívoca a la petición de claridad solicitada por los oligarcas: «No habrá más reuniones ni negociaciones sobre las actividades de las fuerzas del orden siempre y cuando estas se mantengan dentro de la legalidad. Todo el mundo ha de ser igual ante la ley, independientemente de los miles de millones de dólares que alguien pueda tener en su cuenta personal o corporativa. Si no, nunca enseñaremos ni podremos obligar a nadie a pagar impuestos ni derrotaremos al crimen organizado y la corrupción». 96
Era una nueva era. Putin se había desprendido de gran parte de las dudas que habían marcado los dos primeros años de su presidencia. Los nuevos señores del Kremlin estaban listos para repartirse los recursos estratégicos del país. Ya no había marcha atrás, ni para Putin ni para sus hombres.