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Me dijeron que no me bajara y me bajé, así soy yo, no puedo evitarlo, más terco que una pinche mula.

Usted es el único jefe al que le gusta convivir con su gente, de ellos nunca hemos sabido que lo hagan.

Ei, pinche Grano, cállate el hocico, cabrón, a esos señores se les respeta, ellos conviven con quien les da su rechingada gana.

Perdón, jefe.

Se encontraban en la sala de una casa de dos plantas bebiendo Buchanan’s, cerveza y escuchando corridos con una intensidad que traspasaba las paredes. Restos de cigarrillos, comida y bebida por todas partes, en una esquina ocho AK-47 y varios cargadores llenos por si se requerían. Sillones y sofás de piel, negros. Si Ya Saben Cómo Soy Para Qué Me Atrapan sabía el color y qué personajes debían estar en los billetes que aceitaban los sentimientos de los cabecillas del lugar de donde se había evadido, Franklin y McKinley eran los más populares, y si París bien valía una misa, el Triángulo Dorado valía tres.

Sin embargo, tanta vegetación, aire fresco y atardeces con lluvia lo hartaron y optó por una ciudad tranquila con mujeres hermosas y buena cocina, ubicada en su territorio donde mandaba el Grano Biz, uno de sus principales lugartenientes. Sabía que los marinos mantenían retenes en carreteras y ciudades, así que se trasladó con mucha cautela por caminos vecinales y de noche. Tenía poco más de un mes en el lugar y sus alrededores, tiempo suficiente para tener y dejar a una mujer hermosa y beber whisky como si se fuera a acabar.

Soy como soy.

Y como dijo Pedro Infante: No se parece a nadie.

Hay que mandar por unas viejas.

Sonó un celular de los dos que descansaban en la mesa de centro de cristal. A una señal del capo contestó el Grano Biz. Bueno. Luego se volvió a su jefe. Es Platino, Laveaga tomó el aparato. Casa cerrada, la luz entraba por la ventana del patio por la que se veía un jardín descuidado. Ei, Plat. ¿Qué onda, viejón? Oye, ¿que te estuviste cogiendo a Daniela Ka? ¿Y esa pregunta? Es que está bien buena, flaquita, nalgoncita, no roba nada. Se ve que eres un conocedor pero más respeto. No digas más, sólo espero que no te claves, ya ves lo que siempre te pasa. ¿Me estás dando clases de algo? No te estoy dando clases de nada, al contrario, la envidia me corroe. No es para tanto, viejón, a ti no te faltan las viejas. Ni me sobran, gracias a Dios, con los hijos que tendré este año superaré a mi padre. ¿Cuántos es la meta? Setenta y tres, a la que, con el favor de Dios, espero llegar este año. Son un chingo. Y todos comen. ¿En cuántas viejas? En treinta y una. Caray, Plat, no dejas una para comadre. ¿Para qué?, alcanzan para todos; oye, pero aquí el pesado eres tú, esa Daniela es un forro, ¿por qué no la llevas a tomar aire fresco?, en la sierrita pueden pasar los días cálidamente empiernados, viendo los pinos, o en una barranca si su amor a la naturaleza es grande y estarías más seguro. Estaré bien, no te preocupes. ¿Confías en los plebes que te cuidan? Cien por ciento, es gente del Grano y tienen toda mi confianza. Pues si necesitas un aliviane, cualquier cosa, me llamas, tengo raza en Culiacán que estaría encantada de hacerte un paro, y bueno, allí está también el Ostión, que es de los míos. Gracias, mi Plat, lo tendré presente. Y cuídate, Perro, no vayas a quedar como el caguamo. Le voy a hacer la lucha. No tienes remedio; ah, quizá te llame Titanio. Sería un honor. Lo que te pida será una orden, así que ponte buzo. No te preocupes y cuídate también. 10-4.

El capo tuvo claro que se preocupaban por él, que no se atrevían a ordenarle que volviera a la sierra pero que esperaban que lo hiciera. Ya lo vería, por lo pronto seguiría aquí porque estaba muy a gusto, o en Topolobampo donde el Grano Biz tenía un yate anclado; observó a sus hombres, eran cinco jóvenes dispuestos a morir por él, más el Minero y Valente que habían salido por la cena, el primero un poco platicador y según el Grano muy efectivo, gente de su completa confianza. Por razones de seguridad, todos estaban confinados desde el domingo anterior.

Plebes, salud.

Todos alzaron sus cervezas y sus whiskies.

Y que chingue a su madre el mundo.

Afuera empezó a llover suavemente. Entraron el Minero y Valente con cajas de unicel llenas de tacos.

Llegó la papa.