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Del primer piso llegaban risas y las voces de Los Cadetes de Linares que cantaban “Pistoleros famosos”.

Mi padre era minero, buen hombre, pero murió joven y me heredó el puesto, ¿quería ese trabajo yo? Pues no, tenía dieciséis y ya había hecho mis primeros jales. Dicen que hay muchos caminos cuando uno es joven, pero cuando naces en la sierra y eres pobre sólo hay uno: arriar chivos y sembrar calabacitas.

La casa era blanca, de construcción reciente, y vigilaban desde el segundo piso. Valente lo escuchaba lejos, como si estuviera en Choix, su tierra natal. En el bulevar el tráfico era normal. El Minero le caía bien, pero eso de que matara mujeres con tanta facilidad no le cabía en la cabeza.

Tienes el apodo.

Y me gusta, aunque no me imagino barrenando una pared o abriendo túneles, respirando gases venenosos y sudando como loco. Eso de ser minero es muy cabrón, no hay uno que no muera joven, es como una maldición de la tierra.

Los túneles me llaman la atención y pienso que esa profesión es muy parecida a la nuestra.

Es cierto, aquí también si te descuidas chupas faros; sólo he conocido un pistolero que la libró, y eso porque se retiró a los treinta, puso un rancho cerca de San Miguel Zapotitlán y allí se la pasa.

Tengo treinta y dos.

Yo treinta y ocho, fue el que me enseñó que no hay que contar los muertos, que es de mala suerte; oye, ayer me platicaste de tus broncas a la hora de darle piso a una mujer y a lo macho, me pareció muy chingón que lo confesaras, eso es de hombres, no chingaderas; me acordé del jale del viernes, la orden era que sólo yo disparara y aún así le sorrajaste un tiro en la panza al bato, ¿por qué?

Valente meditó un momento y sonrió.

Me emocioné; si bien no me gusta darle p’abajo a las viejas, tronarme a un bato es como servir a Dios, y me deleita de a madre. Te conté porque me sorprendió tu sangre fría, hasta te diste tiempo para colocar la fusca en la mano de la vieja.

No fui yo, amigo, se la dejé en la panza, alguien se la acomodó, a lo mejor para la foto del periódico o para jugar con el cadáver, ve tú a saber.

Descansaban en sillones. El Minero, con el cigarrillo que se estaba terminando, encendió otro y dejó la colilla en un cenicero hasta el tope, frente a ellos un ventanal de vidrios polarizados les ofrecía el espacio que debían vigilar.

Parece que la vieja era muy importante.

A Valente le estaba entrando un sentimiento de animadversión hacia su compañero y no quería que creciera; tenían años trabajando juntos y jamás habían tenido problemas, ¿qué le pasaba ahora?, ¿de dónde le venía ese desagrado? Bueno, era la primera vez que se enteraba de que había matado a una mujer a sangre fría y él las adoraba.

No lo dudo, pero ya está muerta y enterrada, igual que el pendejo del novio.

¿Te acuerdas cuando lo saqué de la casa de ella? El bato se puso blandito blandito, tanto que me dio lástima y nomás un madrazo le sorrajé; luego empezó a cantar una canción de niños: Naranja dulce limón partido, dame un abrazo que yo te pido… bien curado.

Qué bueno que le dimos piso, el cabrón estaba más loco que una pinche cabra.

Oye, si nos vuelven a mandar por los tacos dame chance de ir a mi casa, ¿no?, tengo ganas de ver a mi chaparrita.

Te trae de un ala, pinche Valente, nunca pensé que te fueras a clavar tan machín.

¿Porque era puta?

No, ¿cómo crees?, pasa que nunca te había visto así, tan enamorado.

¡Minero!

La voz llegó del primer piso y hacia allá se dirigió.