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Bolsa en mano, Mendieta salió del domicilio para responder el celular. Sudaba a chorros. Estaba nublado y el calor había subido. Algunos niños observaban el movimiento sin hacer demasiado escándalo. Viejo, ¿ya le llevaste las calabazas a Ger? Sánchez se sorprendió. No, aún no, pero mañana a primera hora se las llevo, ¿cómo vas, Edgar? Pronto podré darte detalles, y quien sea va a pagar por ello, te lo prometo. Disculpa, ¿no vas muy despacio? Soy lento, debes recordarlo. Es verdad, ¿seguiste la línea de la novia que te sugerí? Es lo que nos ha hecho avanzar, pero bien sabes que nunca canto victoria hasta tener los pelos de la burra en la mano. Lo sé, disculpa Edgar, pero a veces me desespero y quisiera que el culpable empezara a pagar su crimen. Estamos cerca, el Peri recibió una amenaza escrita, como lo hacían antes, encargamos a un técnico que identificara las huellas en el sobre y en la tarjeta y lo mataron de un balazo en la nuca; estamos en su casa, donde ocurrió. Alguien que tiene vela en el entierro lo supo y tomó medidas, Edgar, ve con cuidado. Esta víctima acostumbraba vestirse de mujer para salir por las noches. Mmm. Fierro va a interrogar homosexuales. Reflexiona, Edgar, eso del tiro en la cabeza no apunta para crimen pasional, esos son de profesionales. Lo tenemos contemplado, viejo, no te preocupes, y pronto te daré noticias. ¿En qué estaba metido mi hijo que le disparó un profesional? En nada que te avergüence, viejo, de veras. Gracias, Edgar, estaré esperando tu llamada, y en este caso, no vayas por la ruta del amor, sigue la del arma. Lo haremos. El Zurdo quedó pensativo. Ni el whisky me hará olvidar que hay una ojiva de buen tamaño, podría ser de 38. Gris y Fierro lo alcanzaron. Voy a ocuparme de esto, detective, expresó el Pargo. Era nuestro compañero y no debe quedar impune. No dejes que Rendón cierre este caso también. Sonrisa agria. No lo hará, le caía bien Orozco; me hubiera gustado participar en la captura del Grano Biz pero no podré, vayan con cuidado, lo que sí, por cualquier cosa pueden llamarme, estaré al pendiente. Lo haremos, suerte aquí también. Fueron en silencio escuchando a Elvis Presley: “Always on My Mind”.
Mendieta contó a Gris la propuesta de Sánchez de buscar la pistola 38. ¿Cómo ves? El orden me genera una clase de sospechas muy distintas a las que me provoca el desorden; pienso que Orozco conocía muy bien al que le disparó, por eso le dio la espalda. Si lo recibió vestido de mujer quiere decir que había confianza. O era alguien de su grupo de travestis o uno a quien conocía perfectamente y que sabe disparar. Un conocido del vecindario. Se llevó su bolsa negra con todo y laptop. ¿Quién podría hacer eso? Una persona que sabía lo que estaba buscando. Orozco le temía. Y apareció antes que nosotros. Dejó la ojiva bajo la mesa. Las cuatro vecinas que interrogué no vieron a nadie ni escucharon el disparo, incluso se sorprendieron cuando las enteré del hecho porque se llevaba muy bien con todos. ¿Algún carro estacionado? Nada que les llamara la atención. Un profesional usa silenciador y no recoje ni ojivas ni cascajos. Cierto. Si mandar amenazas escritas es cosa del pasado, se me ocurre que hay una persona de cierta edad involucrada en lo de Pedro y que contrató a los sicarios, ¿y el travesti? O un joven muy seguro de sí mismo que sabe sembrar falsas pistas. Orozco es parte de ese esquema. Entonces el Pargo tomó el camino correcto. Creo que sí.
Oscurecía. Se hallaban en el Santa Anita, una ligera llovizna enjuagaba la avenida Leyva. Llegaron allí después de enviar las botellas debidamente embaladas con un chofer de Tufesa, el transporte de pasajeros más veloz de la región, y llamar a Ortega para que las recogiera en tres horas en la central de autobuses de Culiacán. También compraron whisky y cigarrillos.
Me quedé pensando en Orozco; su asesinato puede ser un asunto de homosexuales, como apunta Fierro, pero si no fue así, me pregunto ¿qué conexión tendrá con los otros dos y con el Grano Biz? Los narcos respetan tan poco las leyes que no imagino al Grano robando pruebas, y ya sabes que las casualidades me dan hueva. Buen punto, jefe, ya entramos a la ruta del arma. No dejo de pensar en el Grano, pero, ¿cómo encaja el asesinato de Orozco en esto y ese tiro limpio en la coronilla? Supongo que no podremos saberlo hasta interrogar al Grano. Callaron, por un momento cada uno se encontró en sus pensamientos, el Zurdo emitió una sonrisa fría. ¿Cree que el comandante Pineda encare este asunto? Como ya dijiste, está lejos, tendremos que buscarlo nosotros. Gesto de preocupación en Gris, Mendieta no deseaba recordar a Samantha pero no pudo evitarlo. Jefe, nos estaremos metiendo en las patas de los caballos, ¿está consciente? No, pero es necesario ajustarlo, si se pone charrascaloso al menos cerramos el ciclo. Gris observó al detective, pensó: ¿será más obstinado que antes?, ¿será el alcohol ingerido?, prefirió no pensarlo. Sánchez no me dijo hace rato, pero lo noté bastante desanimado, aunque sigue confiando en nosotros, y en cuanto a Rendón no creo que nos conecte. Por una gran ventana, protegida con una estructura de hierro, contemplaban los autos que avanzaban y tocaban el claxon. Bebían lo mismo. Pensé que esta noche vería a la doctora, que mañana regresaríamos temprano a Culiacán y que el comandante Pineda entraría en acción. Él lo hace justamente al revés, estudia cuidadosamente el terreno para no entrar en acción; así que primero encontramos al Grano, platicamos con él, le preguntamos por los dos hombres delgados y de ahí vemos lo que resulte. Es domingo, descansemos esta noche y mañana lo buscamos, si vive aquí seguro damos con él, ¿le parece? Bebieron un poco. Ya verás que no tiene coartada aunque le sobren pelotas para lo que sea; si Rendón lo dejó tranquilo, jamás pensó que alguien le quisiera preguntar sobre Larissa y Pedro. Había poca gente en el lugar, apenas una docena de gringos que habían regresado y en ese momento el chef les cocinaba el fruto de su pesca. ¿Qué haremos? Me ha llamado dos veces Samantha Valdés, si es gente de ella quizá nos facilite el acercamiento. Genial, iríamos muy bien recomendados. O algo clásico, me pareció escuchar que te gustaban las historias clásicas. Me encantan. Llamaron a Aníbal. Dicen que en cualquier ciudad del mundo los estilistas y los meseros son los que saben todo.
¿Cómo estás, Aníbal? Bien, gracias, ¿se les ofrece algo? Queremos conocer al Grano Biz, murmuró el Zurdo ante la mirada atónita del joven mesero, que hizo un gesto de A mí no me metan en sus cosas, y permaneció en silencio los segundos de Usain Bolt en noventa y nueve metros, acomodando los sobres de Stevia y las servilletas. Pedro era un muchacho que siempre me trató con respeto, les voy a traer su cuenta. ¿Nos corres? Mira qué cabrón. No, va a salir un señor con cuarenta quesadillas y un tóper de frijol yorimuni, lo siguen. Dicho esto se alejó.
¿Qué opina de las casualidades, jefe? Son increíbles, e indicadores de que uno no debe casarse con ninguna idea, aunque sea millonaria. Luego le voy a contar algo que pudiera ser casualidad y que lo va a dejar frío. Órale, el Zurdo pensó: Voy a ser tío y se sintió feliz. Sólo fumaré cuando ella no esté.
El Minero caminaba sin prisa, sostenía una bolsa blanca en cada mano. Olía sabroso. En el estacionamiento ubicado en la parte posterior del hotel lo esperaba Valente al volante de una Tacoma negra, último modelo. Los detectives se revolucionaron. Camioneta negra, señaló Rosario, la vecina de Larissa, camioneta negra saliendo a la par que los sicarios del parque, indicó Joaquín.
El Zurdo metió un disco en el estéreo y se escuchó al argentino Lalo Schifrin: “Mission: Impossible” y se sintieron motivados. El Zurdo había visto la serie de TV de 1988 y Gris la película con Tom Cruise. Jefe, ¿esa canción tiene letra? No que yo sepa. La Tacoma abandonó el estacionamiento y tomó la calle a velocidad normal, el Jetta salió y la vieron virar a la derecha en la siguiente esquina. ¿Y si llamo a Fierro? Gris, están cagados de miedo, además él está ocupado buscando al asesino de Orozco, que maldita la hora en que me olvidé de su llamada y la mala onda que nunca tuvimos sus fotos. El detective tomó su pistola de la guantera y la colocó entre sus piernas. Mendívil tiene mucho miedo. Semáforo en verde. A algunos les aterroriza mentir. Gris vestía pantalón de mezclilla holgado y una blusa azul de manga corta. Su Beretta palpitaba en su bolso. Estaban girando en la esquina cuando la misma camioneta de la Policía Federal se les atravesó. Chirridos. No chinguen. Frenadas. Qué poca madre. Dos agentes con pasamontañas saltaron de la parte trasera apuntando con sus fusiles. Quietos, las manos donde las vea. De la cabina surgieron el Ostión y el subalterno. Los otros autos se alejaron de prisa. Sáquenlos del carro. El Zurdo colocó los seguros de las puertas de inmediato. Al no abrirse, el Ostión tomó uno de los rifles y de un culatazo rompió el cristal del lado del conductor, uno de los agentes se apresuró a bajar al detective, la Walther cayó en la calle y el mismo hombre la alejó de un puntapié. De igual manera procedió el subalterno en la otra puerta y sacó a Gris de los cabellos. Sal de ahí, pinche vieja, que tú y yo estamos entrados. Luego la llevó junto al Zurdo. Tú, pendeja, te quedas aquí, ordenó el Ostión a Gris. Jefe, esa vieja me la debe, el subalterno enseñó el brazo vendado. Deme chanza, ¿no? Ei, ¿qué les pasa, señores? El Zurdo empezó a temer lo peor. Cállate, pendejo, esta vez vas derechito al infierno, detective mis huevos, un pinche traidor es lo que eres y ahora no habrá quién te salve, el ayudante, que comprendió que no sería autorizado a levantar a la mujer, le conectó tan tremendo cachazo en la sien derecha que la tendió en el sucio pavimento. Sangraba. El siguiente fue para el hombro del detective que quedó todo turulato, intentó reaccionar pero los demás le cayeron a culatazos. Mierda de vida, mi padre era mecánico de tractores, trabajaba todo el día y generalmente llegaba a casa hecho polvo, tal vez por eso murió pronto, cuando yo era un niño de cinco o seis años, quizá por eso nunca nos pegó; en cambio mi madre tenía la mano muy pesada y nos daba con lo que encontraba; pero no me dolía tanto como con estos salvajes, malparidos. Los transeúntes paralizados. Lo lanzaron a la caja del vehículo, sangraba por nariz y boca. Gris en el pavimento, muy mareada y desconcertada por el golpazo. Al subir a la camioneta, el Ostión hizo un leve saludo a los de la Tacoma que se habían detenido a unos veinte metros del lugar, sorprendidos por la acción de los federales.