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En una habitación próxima a la del interrogatorio, la Marina había rentado una casa de dos plantas, lo esperaban Gris Toledo y la doctora Fierro. Su cerebro era un remolino de arena y aún trastabillaba. Sonrió al verlas, Janeth lo abrazó. ¿Qué te pasó, fue la Scarlett? Esa maldita. Ay, con cuidado. Te han dejado hecho una piltrafa, detective, pero eso lo arreglo yo, tenía un maletín de médico sobre una mesa y se veía desvelada. La ventana daba a una lámpara callejera. Gracias, Gris. Jefe, qué susto me puso, ahora entiendo por qué respeta tanto a su amiga, fíjese que como de rayo se ocupó del asunto. Mendieta afirmó. ¿Y Fierro? Está afuera, ¿quiere que lo busque? Esta playera es un asco, Edgar, la cortó con unas tijeras que extrajo del maletín, el Zurdo estaba mojado y no se le notaban los golpes. Agente Toledo, un favor. Le pasó unas llaves. En la cajuela de mi carro debe haber una playera amarilla que me queda muy holgada, tráigala por favor, si le aprieta tendremos que pedirle una a los marinos; pregunte a mi papá si trae alguna, es un Accord gris, me estacioné atrás del Jetta. Voy por ella. Mendieta se dejaba querer, sentía un enorme cansancio y todo ese dolor que no creía merecer, pero veía a esa mujer de senos ardientes ocuparse de su lamentable estado y comprendía que no debía quebrarse, no en esta circunstancia tan compleja como el país en que vivimos. A los buenos les había dicho que no y le importaba un bledo, pero a los malos les dijo que sí y aquí estaba, como una margarita deshojada, o despetalada, o como se diga. Recordó que por andar de pedo sólo leyó unas cuantas páginas de Huesos en el desierto, el libro donde Sergio González Rodríguez nos cuenta de las muertas de Juárez. Un cabrón bien hecho ese Sergio, seguro se cayó de la cama cuando era chiquito; ¿por qué lo recordaba? Quizá por el tratamiento del dolor.

Sauceda y Carrillo habían concebido un plan que con tres tragos de whisky entendió al dedillo. Cuando terminaron les manifestó: Genial, pero sólo son elementos para el efecto lechera. ¡Cómo te atreves! Carrillo se puso rojo. Mira, cabrón. Los ojos de Sauceda se incendiaron. Si te hemos buscado es porque eres el mejor, pero bájale de huevos o vamos a valer madre. Callaron el tiempo de Bolt en los cien metros. Está bien, yo lo encuentro y ustedes lo apañan, pero mientras eso ocurre me dejan seguir mis métodos y utilizar a mi gente. Sólo te hemos visto con la agente Toledo. A ella me refiero y eventualmente a uno o dos policías locales, uno de ellos el teniente Fierro. Sé quién es, la tarde en la que elegimos el hotel en el que nos hospedamos estaba allí con una chica; me estacioné, le obstruí la salida, me pidió que me quitara y como no le hice caso me gritó muy enojado y se identificó como policía. No me lo imagino de mal humor. Pues ese día echaba chispas, y hasta la muchacha se bajó, según ella disfrazada con lentes oscuros, a echarnos bronca. Qué pequeño es el mundo; entonces estamos de acuerdo, sólo faltaría agregar una cosa: detener de inmediato al Ostión y al dueto de bailarinas que lo acompaña. Breve silencio. Detective Mendieta, señaló Carrillo. No le permitiremos ningún acto de venganza mientras trabaje para nosotros, tiene que concentrarse en el operativo. Sauceda sonrió ligeramente. El Zurdo encendió otro cigarrillo. ¿Vamos a trabajar asociados o no? No pasa nada, Carrillo, ve por ese señor y dile que queremos conversar con él, que necesitamos su apoyo. Sugiero que te hagas acompañar por tres efectivos de primera, entre más bravos mejor. El interpelado iba a decir algo pero terminó afirmando con la cabeza. ¿Por qué no podemos hablar con Daniela Ka? Ya lo intentamos y no toma las llamadas ni responde el WhatsApp, como seguramente sabes salió por piernas. Qué bonito eufemismo. Sonrieron.

Janeth besó al herido que sintió un conato de erección. Ei, cálmate pinche cuerpo, no me quieras matar. No soy yo, es la naturaleza, ya sabes que cuando ésa se pone brava más vale darle por la suave. Tranquilo, detective, te voy a inyectar para que el dolor sea más leve y puedas descansar, que bien lo necesitas. Pensé que para otra cosa. Mantente quieto, y en cuanto puedas le dices a la Scarlett esa quién te quiere, ¿ok? Ay. Gris entró con una playera del América. ¿No corro peligro con ese trapo? Claro que no, pero si se ofrece, te defenderé con uñas y dientes. Veo que le vas a ese equipo. Soy la fan número uno, ¿sabes por qué? Porque usan una playera horrible. ¡No! Porque mi ex le iba a las Chivas. Órale. ¿Y tú a cuál le vas? A los Dorados. Cómo puedes irle a esos, tienen diez años esperando ascender a primera y nada. Calla, mi general Villa podría escapar de su tumba y llevarte como su doctora de cabecera.

Serían las seis de la mañana cuando abandonaron el lugar, Janeth se fue a dormir porque tenía turno en dos horas y los detectives decidieron descansar un poco, había sido una noche intensa. Desde luego, el Zurdo no quiso ir al hospital y su doctora lo consintió. Fierro se sumó para acompañarlos en lo que se ofreciera, sobre todo en la detención del Grano Biz, que no podía sacar de su cabeza. No hay que dejar que se nos pele, detectives, Pedro era un buen hombre, su única culpa fue haberse enamorado de una mujer que no lo quería. ¿Sabías que Armando Morales anduvo con ella? Por supuesto, él mismo me lo contó y también sufría por no tenerla sólo para él. ¿Estimas que tuviera alguna culpa? No creo, aunque uno nunca sabe, del que no dudo es del Grano Biz. ¿Por qué? Es un desgraciado y tiene todos los recursos. Hablas de pistoleros despiadados. Pistoleros y camionetas negras. ¿Cómo va lo de Orozco? Avanzamos, el forense nos entregará su informe hoy y ya interrogamos a la mayoría de sus amigos de farándula sin encontrar algo de interés. Además de ti, ¿quién sabía que estaba cotejando pruebas? Aparte de Robles y Mendívil, no sé, los compañeros que trabajaron en su casa no estaban enterados y no eran sus amigos. Señor Fierro, el jefe Mendieta necesita reponerse un poco, según comentó casi lo descoyuntan en el potro y su hija le ordenó reposo absoluto. Por supuesto, disculpa, detective. Oye, Pargo, para ir adelantando, ¿podrías buscar en el Registro Público de la Propiedad si el Grano Biz posee algún inmueble? Buena idea, aunque no lo imagino pagando predial y regando sus flores tranquilamente. Pues yo sí, y de una vez preguntas si el Perro Laveaga es dueño de algo.

En el hotel, Mendieta fue directo al restaurante, que a esa hora estaba ocupado sólo por meseros y cocimeros que se preparaban para el desayuno. Mientras esperaba la llamada de Sauceda que le informaría del lugar donde confinarían al Ostión. Una cortesía que tendría que agradecer. El federal debía saber dónde encontrar al Grano. La primera vez que lo toparon el Pargo había dicho que tenía más de veinte años en la plaza, suficientes para conocer a los personajes más siniestros y las guaridas más recónditas, y si todo marchaba con normalidad, el Grano sabría el destino del Perro Laveaga, puesto que era su lugarteniente, eso si no estaban juntos. El primero había ofendido a Samantha y estaba sentenciado, ¿y el segundo? Era evidente que también había caído de la gracia de la capiza y lo entregarían al gobierno para que mostrara al mundo su efectividad en el combate al crimen organizado. Así se las gastan, y él estaba allí, bailando el mono de alambre como un pendejo.

Detective, ¿qué le pasó? Aníbal se quedó boquiabierto al ver que el Zurdo tenía los ojos rojizos y el rostro ligeramente tumefacto, además de un aspecto de zombie sin cabeza. Es una larga historia y como estás trabajando no tienes tiempo de oírla. Lo creo, y no se le olvide que yo no sé nada de nada, ¿quiere café? También un whisky, por favor. ¿Tan temprano? El whisky es como el amor, no tiene horario ni fecha en el calendario cuando las ganas se juntan. Suena bien, le prometo que lo pensaré, ¿y la detective? Al rato baja. Bueno, también le voy a traer machaca con huevo, que es lo que ella siempre le sirve. Llamó a la mesera guapa para que le llenara su taza de café. Mendieta reflexionó sobre el punto en el que se encontraban, le gustaba la posibilidad de detener al Grano Biz pero había algo que no entendía. Tres balazos a Pedro, uno a Larissa, ¿era posible? Sería el primer narco que a su parecer mataba con delicadeza, y el Perro Laveaga, ¿dónde se encontraba?, ¿se detendría en Los Mochis?, ¿podría escabullirse en una ciudad de trescientos cincuenta mil habitantes?, ¿estaban juntos él y el Grano? Un pinche caso para el Araña. Así que el Pargo es mujeriego y Janeth ni en cuenta; bueno, debe ser normal, es viudo y se ve entero. Los que se parecen un poco son Pedro y Montaño, inmersos en amores imposibles, ojalá y el doc controle esa onda.

Durante una hora meditó en cuatro asesinos que podrían ser uno, aunque Sánchez fue victimado con dos armas.

Miguel Castro lo sacó de su ensimismamiento. Buenos días, detective. Hola, señor Castro, estaba pensando en usted. Dígame para qué soy bueno. Me han dicho que usted es un hombre muy influyente. Favor que me hace, aunque sin duda es un testimonio exagerado, pero si en algo puedo ayudar estoy a sus órdenes. También me dijeron que era usted muy servicial. Mendieta bajó la voz. ¿Conoce el nombre del Grano Biz? Creo que sí. Sabía que no me iba a fallar, ¿podría averiguar con sus amigos o en el registro público de la propiedad cuántas casas tiene en Los Mochis y sus alrededores? Castro se sentó, la chica le sonrió con coquetería y le sirvió café de inmediato. Tiene un yate en Topolobampo. Excelente, ¿y se llama? No tiene nombre, lo de las casas se lo investigo hoy mismo. Ese yate, ¿tiene alguna característica? No que yo recuerde, todos me parecen iguales, el Zurdo le pasó su celular y le agradeció. Y ya que está en ese escabroso asunto, ¿podría averiguar si el Perro Laveaga posee algo? Será un honor colaborar; dígame una cosa: uno de esos señores sería el hombre poderoso? Créame que nos matamos por saberlo.

Los marinos decidieron esperar que fuera hora laboral para detener al Ostión. Se situaron a cien metros del edificio donde la corporación tenía sus oficinas, una mole gris custodiada por dos agentes que se estaban durmiendo. Se apostaron en un punto que no era visible desde la puerta. A las ocho de la mañana apareció el torturador que reparó el potro, los marinos le hicieron señas para que se detuviera, Carrillo le pidió que bajara, le requisó el arma y el celular, le informó que estaba detenido, lo esposó y lo metió en una camioneta oscura que esperaba al lado. Un subalterno estacionó un Mazda del año en otra calle. ¿Por qué? Sólo hago mi trabajo. Cierra el pico, ya tendrás oportunidad de abrirlo, el hombre se recargó en el asiento. El interior estaba en penumbras. Olía a sudor. Un marino al volante y otro junto al detenido permanecían impertérritos, con sus armas preparadas. Veinte minutos después se presentó el fortachón, que siguió el mismo camino. No hizo preguntas, se dejó esposar sin protestar; lo consideraba gajes del oficio y no era la primera vez que le ocurría.

Cuarenta y cinco minutos después llegaron el Ostión y el Almeja, conversaban tranquilamente. Carrillo les hizo la parada igual que a los otros. El Ostión conducía, fue despacio hasta estar frente al marino, al que reconoció, y luego aceleró a fondo. El colmillo retorcido adquirido a lo largo de veinticinco años de servicio le indicaba que aquello no era normal, desde que diez horas antes le quitaran al prisionero vislumbraba arenas movedizas; había llamado a los torturadores y le extrañaba que no estuvieran en su puesto. Buscó al Pargo Fierro y tampoco respondió, y aunque no tenía la certeza del final del detective, sospechaba que no podría ser nada bueno para él, sobre todo por la manera en que se lo habían arrebatado y las relaciones que según el Grano Biz mantenía con la jefa mayor del cártel del Pacífico. Fuera lo que fuera no se dejaría atrapar.

Para cuando Carrillo se trepó a la camioneta, el Ostión había doblado la esquina y pronto los dejó atrás. La Marina carecía de un vehículo para correr en la ciudad, en cambio la camioneta del Federal, con motor revolucionado, era una gacela. Diez minutos bastaron para perderlos. Jefe, ¿en qué chingados estamos metidos? Tranquilo, Almeja, no pasa nada, la verdad es que los marinos nunca nos han querido, ya viste, anoche nos quitaron al detenido sin mayor explicación y ahora nos quieren a nosotros. Pues que vayan y chinguen a su madre.

En efecto, el Ostión conocía la ciudad y no se dejaría atrapar por la Marina; sin embargo, minutos después, frente a la plazuela 27 de Septiembre, los emboscaron. De una X-trail salitrosa salieron a relucir una bazuca, que perforó el blindaje de la camioneta que huía, y tres cuernos de chivo que masacraron a sus ocupantes. Uno de los sicarios puso pie a tierra, se acercó a la camioneta, que se incrustó en una barda de poca altura y dejó caer un pedazo de cartulina con un letrero: Mi compa Cali rifa culeros.