10. Los Putrefactos contra Alemania


EL DOMINGO, padre e hijo se levantaron muy temprano para ir al Estadio Atlántida. Al llegar ahí vieron un enorme cerdo de plástico. Era un anuncio de Chocolates Jabalí.

En las afueras del estadio se vendían camisetas, banderines y banderolas. La gente soplaba trompetas, flautas, flautines, cornetas y silbatos. Algunos exagerados hacían sonar sirenas de ambulancia. No había duda de que se trataba de un público ruidoso. El escándalo era para ellos una obra de arte.

Unos llevaban pelucas de colores, otros tenían las mejillas pintadas, otros más se habían disfrazado de toreros, vikingos o héroes de la patria.

Antes de que empezara el partido contra Alemania, un ballet se presentó en la cancha para anunciar la Extra Burger. Unos bailarines iban disfrazados de tocino, otros de jitomate, otros de lechuga, otros de salami, otros de salchicha, otros de pepinillo, otros de queso, otros de chorizo, y uno de aceituna sin hueso. Al final, todos se acostaron entre dos gigantescas rebanadas de pan.

Cientos de vendedores recorrieron las tribunas gritando:

—¡Compre su Extra Burger, el bocadillo del futbolista contento!

Beto Hipotenusa había reservado asientos para que el doctor Jerónimo Gómez y su hijo se sentaran muy cerca de la cancha. Así podrían activar las redes de las porterías.

—¿Es posible que los imanes capten el deseo de una sola persona? —le preguntó Arturo a su papá.

—¿Te refieres a un capricho individual?

¡Qué difícil era expresar lo que sentía! Hizo un esfuerzo y dijo:

—No sé… me refiero a un deseo mío.

—Querido hijo, mis imanes no son para eso. La ciencia tiene leyes generales, para todos los casos y para todas las personas. Personas con dos ojos, dos cejas y algunas pestañas. Gente normal. No se ocupa de caprichos.

—¿O sea que no me puede conceder un deseo especial?

—Eso lo debes resolver por tu cuenta. ¿Hay algo que te interese a ti y solo a ti?

Arturo decidió que tampoco ese era el momento de hablar de Sofía. Sintió que se ponía colorado y guardó silencio. Su padre lo vio con atención, como si fuera uno de sus imanes.

—Puedes pedir que la moneda que dejaste en la cancha te cumpla un deseo —sonrió el doctor.

—Pero eso no es científico. Eso tiene que ver con la suerte.

—Tienes razón. Si algo te interesa mucho, no puedes dejarlo en manos de la suerte.

—Es lo mismo que pensé.

—¡Con razón eres mi hijo! —el doctor se había emocionado—. Te quiero mucho —abrazó a Arturo.

Unos segundos antes de que comenzara el partido, un locutor habló por la bocina que colgaba del techo del estadio, conocida como el sonido local:

—¡Señoras y señores, niñas y niños, concéntrense en la selección! Piensen con muchas ganas qué quieren que suceda, y eso sucederá. ¡Apoyemos a nuestro país!

Cien mil bocas gritaron:

—¡Sí se puede!

—Esto va a funcionar —dijo el inventor.

Arturo se sintió orgulloso de su papá.

El partido empezó. Jerónimo Gómez activó su control remoto y las redes de las porterías se tensaron, como si vibraran de emoción. Eran blancas, se volvieron azuladas, luego se pusieron casi transparentes y finalmente cobraron un tono blanquísimo.

Los gritos de entusiasmo subían a las alturas, donde estaban los imanes. El doctor Gómez supervisó con sus binoculares que estuvieran bien colocados.

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La gente gritó con pasión. Las emociones de cien mil corazones subieron rumbo al cielo, fueron captadas por los imanes y luego bajaron como una lluvia invisible y bondadosa que fue atrapada por las redes de las porterías. El magnetismo se expandió por toda la cancha y los jugadores de la selección nacional jugaron mejor que nunca. Se barrían con limpieza, hacían pases perfectos, mataban el balón con el pecho, disparaban al ángulo.

Jacinto Pilatenco, defensa que pocas veces se lucía, subió al área contraria y se lanzó como un misil para anotar de cabeza. Al celebrar el gol, se levantó la camiseta para mostrar una frase: “Naty Crispy: soy tu piojito”. Así se supo que era el nuevo novio de la popular cantante.

Después de este gol, los seleccionados no se refugiaron con cobardía en su propia cancha, como solían hacer, sino que siguieron atacando, de modo alegre y seguro. Nada detenía a ese equipo magnetizado por los sentimientos de la afición.

Como de costumbre, Pipiolo Torreja había colocado su osito de peluche como amuleto al fondo de la portería. Pero esta vez hizo grandes atajadas y los locutores gritaron en la cabina de transmisiones:

—¡¡¡Nuestro portero ha dejado de ser Dedos de Mantequilla!!! ¡¡¡Ahora es Dedos de Pegamento!!!!

¿Era eso un espejismo o una realidad?

El terrible Néctar de Arsénico, jugador alemán cuyo verdadero nombre eran tan largo como un tren (Jürgen Kebrantahuesillo Magnus), pateó con desesperación al hermoso Batman de Mazapán.

La voz del pueblo rugió en el estadio:

—¡¡¡¡¡Buuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!!!

En la cabina de transmisiones informó un locutor:

—¡Pénalti, señoras y señores! ¡La pena máxima, el fusilamiento a once metros, la muerte veloz! ¡Pénalti!

El propio Batman decidió cobrar la falta. El doctor Gómez reforzó el magnetismo de las redes con su control remoto. El delantero lanzó un tiro imparable.

La selección había cambiado de personalidad. Incluso el temeroso Nervios de Azúcar hizo una jugada de lujo. Bombeó el balón sobre un defensa que medía dos metros, y remató de taconazo rumbo a las redes.

Alemania estaba tan desesperada que recurrió a su formación de Muro de Berlín. Todos los jugadores se pusieron en la portería para evitar una goliza.

Curiosamente, el único que no jugó bien fue Pancho. Parecía perdido entre sus veloces compañeros. ¿Qué le pasaba? Arturo se preocupó por su ídolo.

Mientras tanto, los locutores, que tan rápido cambian de ideas, gritaban en la televisión:

—¡Los Putrefactos han dejado de existir! ¡Somos una potencia mundial! ¡El entrenador es Dios y el Batman de Mazapán debería ser presidente! ¡Merecemos la Copa del Mundo! ¡Qué calidad, señoras y señores! ¡Esto es más que un equipo: es un organismo de veintidós pies geniales que nos regaló la madre naturaleza!

El primer tiempo terminó con un sorprendente 3 a 0 en favor de la selección nacional. Los alemanes se fueron al descanso con caras de espanto, como si estuvieran en un barco que se hunde y donde no hay salvavidas.

Pero en el segundo tiempo todo cambió. Alemania hizo su formación de Torpedo Letal para atacar con furia y volvió a ser una máquina de futbol. Mientras tanto, los jugadores de la selección nacional comenzaron a tropezarse.

Los locutores, que descubren verdades muy rápido, exclamaron con indignación:

—¡Este equipo es una vergüenza! ¡Qué diferencia con los genios del primer tiempo! Lo que vemos es infame. El entrenador tendría que estar en la cárcel y el Batman de Mazapán debería lavar gratis nuestros coches.

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Jerónimo Gómez revisó los imanes con sus binoculares y le pidió a su hijo, que tenía mejor vista, que hiciera lo mismo. Todo parecía en orden. Aun así, el doctor habló por teléfono celular con Perico Aguilar y le pidió que enviara a los halcones a supervisar los imanes. Las aves volaron a gran velocidad: todo estaba bajo control.

Y, sin embargo, algo había cambiado.

El Batman de Mazapán sufrió una falta. Se dejó caer al pasto, rodó varios metros, pataleó como un bebé, le pegó al suelo con las manos y luego se chupó el pulgar. El doctor Gómez aprovechó este berrinche para apagar las redes. Luego las encendió otra vez: pasaron del blanco al azul, al transparente y al blanquísimo. Todo parecía bien, pero el magnetismo no funcionaba.

¿Qué sucedía en la hierba del Estadio Atlán tida?

El doctor Gómez había creado redes e imanes magníficos, capaces de detectar la ilusión de la gente, pero no había previsto un detalle: ¡al público le encantaban los cacahuates!

Durante el descanso, los aficionados sintieron antojo de cosas ricas. Unos pidieron la enorme y muy anunciada Extra Burger, otros mascaron pistaches y cacahuates, otros sacaron sándwiches de doble jamón y triple queso, otros más mordieron largas salchichas, surimis rectangulares, papas ovaladas y churros retorcidos. La comida estaba francamente deliciosa y los aficionados se distrajeron. En vez de pensar con pasión en lo que sucedía en la cancha, la gente masticó y masticó.

—¡El magnetismo no funciona con tantos antojos! —gritó el doctor Gómez.

Pancho fue el único que mejoró en el segundo tiempo. Estuvo a punto de meter el cuarto gol, pero Peter Kaspa despejó justo en la línea.

Entonces los alemanes se reunieron al centro del campo para darse un consejo:

Kaput —dijeron a coro.

Esa breve palabra significa aniquilación, ruptura, destrucción y colapso. No hay duda de que los alemanes saben cómo reaccionar.

Atacaron con concentración y metieron tres goles terribles. Fue una suerte que el árbitro tocara su silbato. El partido terminó 3-3.

El experimento había funcionado a medias. Los imanes captaban las emociones y las redes rebotaban esa energía positiva a la cancha, pero cuando el público se distraía, todo era un desastre. En el segundo tiempo solo Pancho estuvo concentrado.

Arturo y su papá descendieron por el largo túnel que llevaba a los vestidores. La selección nacional se veía satisfecha con el resultado de 3 a 3. El aire olía a perfume. Los jugadores se habían acicalado con los jabones, las navajas de afeitar, las lociones, el talco para los pies y el gel que anunciaban en televisión. Parecían listos para salir en otro anuncio.

El único descontento era Beto Hipotenusa. Cuando vio a su amigo exclamó:

—¡Si jugamos como en el primer tiempo, seremos campeones! ¡Si jugamos como en el segundo, perderé mi empleo y tendré que vender mi colección de gorras!

—Debemos analizar el problema —dijo el doctor Gómez con calma científica.

—Falta poco para el partido contra Krupitania. Es una eliminatoria oficial para la Copa del Mundo —el entrenador se rascó la gorra y luego se rascó la calva.

Al día siguiente, el periódico Balón Informativo resumió el juego de este modo: “Genios durante el primer tiempo, tontos durante el segundo”.

—O nos volvemos más genios o nos volvemos menos tontos —comentó el papá de Arturo.

¿Podría mejorar su invento?