Capítulo 6

Dos semanas más tarde

Callan maldijo por lo bajo mientras veía a Rori retirar el abrigado tapado de los hombros de Amelia, lo que dejó expuesto un bello vestido bordó que destacaba su piel de marfil y sus cabellos rojizos. Ese debió ser él y no el calavera de su hijo, quien, sin embargo, pareció haber recuperado la buena gracia de las madres de las damas casaderas presentes. Incluso, cuando bailaba con las restantes floreros, casi podía sentir los engranajes de las damas en cuestión comenzar a idear maneras de atrapar a Rori en una situación comprometida con alguna de sus hijas. Sin embargo, eso jamás ocurría, parecía que la misión de las jovencitas, en ausencia de Meli, era ahuyentar a cualquier dama que se anduviera con dudosas pretensiones para con él. Lo que se le hacía enormemente divertido y, al mismo tiempo, se ganaban su respeto incondicional.

Eso no menguaba de manera alguna la conversación que habían tenido horas antes mientras se preparaban para partir hacia el baile. Aún recordaba la elevación terca del mentón de su hijo y la manera en que lo desafió a que si realmente estaba interesado en Amelia, se jugase el todo por el todo. El problema fue que él dudó, y no por las razones que su hijo creía, lo que llevó a que Rori prácticamente no se separase de la joven en toda la noche y que, cada vez que él hiciera un ademán de acercársele, de inmediato, él apareciera como por arte de magia para alejarla con alguna excusa absurda. Eso le hacía hervir la sangre. Su único consuelo era saber que a nadie le importaba las emociones que Amelia le generaba… o eso creyó. Porque la figura que lo había estado observando desde las sombras, desde su llegada, finalmente se le acercó luego de asegurarse de que nadie les estuviese prestando atención.

—Cualquiera creería que, después de tantos años, ya sabrías cómo arrebatarle una dama a un jovencito, incluso si es tan truhan como su padre… —La voz con marcado acento escocés le hizo fruncir el ceño. No porque no la reconociera, sino porque el dueño de la misma se arriesgaba mucho si cierta persona llegaba percatarse de su presencia. Callan definitivamente no quería estar presente el día en que la dama descubriese el engaño de su amigo—. Ella no se encuentra aquí, Cal. Desdémona y Clarisse están confeccionando alguna clase de alocado plan y requirieron que Selene las asistiera con el mismo… Además, con Cali desposada, ella puede oficiar como carabina de cualquiera de sus amigas que lo necesite.

—Pero…

—Ve por tu mujer, amigo, antes de que hagas combustión espontánea —bromeó el escocés, y lo empujó en dirección a la dama en cuestión justo cuando una de las muchachas Callahan se llevaba a Rori a la rastra hacia la punta opuesta de la pista de baile.

Callan supo que esa probablemente sería su única oportunidad para conversar con Meli sin interrupciones ajenas. Si le sorprendió que las otras jóvenes no intentaran detenerlo, aunque lo observaban con sumo detenimiento, no lo sopesó mucho porque pronto se encontró de pie detrás de Amelia.

—¿Me permitirías esta pieza, sassenach? —La manera en que la piel se le erizó no pasó desapercibida para él, y cual fuese la excusa que ella estaba por ofrecerle quedó olvidada tan pronto sus miradas se encontraron. No opuso resistencia alguna mientras ella guiaba hacia la pista e incluso le pareció que se detenía un poco más cerca de lo políticamente correcto, pero de ninguna manera iba a cuestionarlo.

Apenas si logró disimular la satisfacción en su rostro cuando ella elevó la mirada y frunció el ceño en su dirección.

—Milord Douglas…

—Callan…

—Lord Callan. —Ella parecía determinada a mantener las distancias emocionales, no así las físicas porque no objetó cuando él acercó sus cuerpos un poco más.

—Meli, sabes que estoy interesado en ti —le susurró con suavidad, para evitar que algún entrometido pudiera oír su conversación.

—No. Lo que le interesa es que sea una nueva muesca en el poste de su cama, milord —le respondió mordaz, aunque perdida en su fascinación por él.

—Meli, sabes que no es así. Podría ofrecerte todo lo que me pidas. Tan solo dilo. —Daría lo que fuera con tal de que ella lo aceptase.

Ella enarcó una ceja claramente no impresionada con sus palabras. Pareció meditar lo que estaba por decirle y, al fin, le hizo una pregunta que no esperaba.

—¿Mi propia casa con un solar en el cual poder dedicarme a mis dibujos y pinturas?

—Por supuesto —le respondió. Si ella le pedía la luna, hallaría la forma de dársela.

—¿Que las brujas aristocráticas tengan que tragarse sus palabras y me envidien por tenerte cuando ninguna de sus hijas lo logró? Y sin escuchar reproche alguno por haber aceptado ser tu amante.

—Dalo por hecho.

—Y si tenemos hijos, ¿me aseguras un futuro para ellos a la par con el de Rori, incluso si no son tus herederos legales?

—Los amaría tanto como a mi hijo mayor…

—¿Tanto como me amas a mí? —Y finalmente ella hizo la pregunta que era obvio quiso hacerle desde el comienzo y la única que tenía verdadera importancia. Porque Callan era consciente de que una mujer como Amelia jamás se conformaría con nada a medias. Podía estar dispuesta a desafiar y cuestionar ciertas normas sociales, pero solo lo haría si a cambio él le entregaba todo de sí mismo.

—Meli… —Supo el momento exacto en que la perdió porque ella se liberó de su agarre para dejarlo de pie, solo y en medio de la pista de baile, mientras ella desaparecía por las puertas abiertas del balcón.

Rori no tardó en hacer aparición y, fingiendo una calma que ninguno de los dos poseía, se dirigieron a la terraza donde sabían que nadie los oiría.

—¿¡Le ofreciste ser tu amante?! ¡Deberías avergonzarte, padre! —le increpó su hijo tan pronto estuvieron a una distancia prudencial del resto de los invitados.

—No me hables de esa manera, muchacho, aún puedo darte una lección de ser necesario.

—Cuando quieras y donde quieras —lo desafío, lo que dejaba en claro su molestia.

—Sabes que te venceré.

—Y habrá valido la pena porque lo que acabas de hacerle a Meli es innombrable. Ni siquiera tú eres suficiente como para merecerla…, pero como amante…

—¿Y tú qué sabes sobre ella?

—Es obvio que mucho más que tú…, padre.

—Dilo de una vez, Rori, y así puedes correr detrás de ella…

—¡Sé que ella quiere amor! ¡Amor! ¿Acaso tú se lo puedes dar? —dicho esto, el joven se giró sobre sus talones y lo dejó abandonado con sus pensamientos.

Sabía que había cometido un error y quizás fuese demasiado tarde para remediarlo.

Pero, antes de hacer su próximo movimiento, tenía varias cosas para plantearse: ¿estaba dispuesto a dar todo de sí a Amelia? ¿Acaso aún era capaz de hacerlo?

—Tu hijo está en lo cierto, viejo amigo… Es hora de que tomes una decisión. Solo espero que sea la correcta —intervino el misterioso escocés.

—¿Y tú, Ciarán?

—Mi único consuelo es saber que ella está a salvo por mi sacrificio, pero lo daría todo por poder tenerla una vez más en mis brazos.