Capítulo 16

Casa de campo de los Kensington

Tres días después

—Lo siento mucho, Meli-san, pero esto es imperativo.

No supo cómo el samurái lo logró, pero cayó desmayada en sus brazos justo cuando estaba por abandonar la habitación para ir a unirse al resto de los invitados en la fiesta de disfraces. Lo único que sintió fue una ligera presión cerca de la unión entre su cuello y su hombro.

Cuando volvió a abrir los ojos, vio el rostro preocupado de su tío que la observaba con detenimiento.

—¡Meli! ¡Mi niña!

—¿Tío? —Confundida, se sentó con lentitud mientras miraba a su alrededor. Reconocía el hermoso invernadero, todo cultivado por la hábil mano de Desdémona. Y no se le pasó por alto que la decoración se parecía sospechosamente a la de una organizada para una boda.

Una delicada pérgola de hierro, con jazmines chinos que colgaban del mismo, así como velas encendidas dentro de pequeños faroles que formaban un camino… De hecho, pensó que así se vería su boda soñada… Algo sencillo y con la gente que amaba. Algo muy distinto a lo que pronto viviría con Merriweather.

—Arzobispo, no tenemos mucho tiempo. Las otras Marías Antonietas han tomado sus posiciones. —Un desconocido apareció de la nada, y Meli se sobresaltó cuando este le dirigió la palabra—. Lo siento, pero tus amigas nos están ayudando y la idea no es arriesgarlas.

—¿Qué? —Preocupada, se puso en pie, pero, por lo visto, se había movido con demasiada rapidez porque se tambaleó y un fuerte par de brazos la atraparon—. Gracias.

—Nunca tienes que agradecerme, Meli. Siempre quiero ser quien te proteja de todo. —La voz de Callan la sobresaltó aún más y, de inmediato, se apartó de su lado.

—No puedes estar aquí. Rori, él…

—Está con Alexander vigilando a Cali mientras Byron vigila a Urania y a Birdie que se fueron en dirección a las caballerizas y al aljibe. Solo para estar seguros, Bianca se fue en dirección a la biblioteca…

—¿Pusieron en peligro a mis amigas?

—Tranquila. Tengo a varios de mis hombres cuidándolas. Merriweather no se va a salir con la suya —masculló el desconocido. La ira era más que obvia en su mirada—. Ese maldito bastardo…

—¿Y usted es…?

—Ciarán Ruah, señorita Thompson. Su tío me conoce y gozo de su confianza. Disculpe lo ocurrido con Hiroichi, pero fue necesario.

—Les agradezco a todos lo que quieren hacer, pero Merriweather no se va a detener hasta obtener lo que quiere.

—Tiene razón, pero sí podemos asegurarnos de mantenerlo alejado de usted.

—¿Y cómo lo van a hacer?

—Eso depende ahora de lord Douglas. Veamos si sus palabras son solo eso o realmente está dispuesto a respaldarlas con acciones —masculló Archivald observando con detenimiento y actitud desafiante al hombre que aún sostenía a su sobrina en sus brazos.

—¡Tío!

—Calla, pequeña. Lord Douglas… —Su tío enarcó una ceja de esa manera tan característica que las cosas iban a llegar a mayores y rápido si no obtenía una respuesta como la que esperaba.

Para su absoluta sorpresa, en tres pasos, Meli se encontró de pie bajo la pérgola; Callan, hincado frente a ella. Y, mientras con una de sus manos sostenía la izquierda de Amelia, la suya derecha hizo aparecer una sortija con un diamante violeta… comparable al color de sus ojos.

—Sé que preferirías tener a tus amigas aquí contigo en un momento así, pero no estoy dispuesto a perderte, Meli.

—¿Callan?

—Te amo, Amelia Thompson. Juro amarte y protegerte de todo y todos. Mataré dragones por ti, cargaré tus compras y ayudaré a cambiar los pañales de nuestros niños. Puedes llenar la casa entera de tus maravillosos dibujos y convenceré a tu tío de visitarnos más seguido. Pero, por sobre todas las cosas, ¿aceptas ser mi familia?

Meli sonrió entre lágrimas y asintió. El instante en que Callen le colocó el anillo, se lanzó a sus brazos y le cubrió el rostro de besos.

—Sé que no fue una ceremonia como las que se espera, señor, pero…

—Ve y haz de mi niña una mujer honrada, muchacho. Ya después habrá tiempo de ocuparse de las formalidades. Pero antes, firmen aquí… que de Merriweather me ocupo yo.

—Nosotros —acotó Ciarán. Y así sería, pues, aquella noche, el hombre desapareció de la ciudad, aunque tampoco se sabría el paradero de aquel monstruo que nadie, jamás, extrañaría.

Y apenas el acta estuvo firmada, ambos hombres se marcharon en dirección al salón de baile principal. Así las Marías Antonietas podrían deshacerse de sus disfraces.

—Y ahora, mi duquesa, permíteme llevarte a nuestro nuevo hogar…

—Oh, Callan…

Esa tan solo sería la primera de muchas noches repletas de romance y amor para la feliz pareja.