Epílogo

Mansión de los Douglas, Londres

Un mes y medio más tarde

—Cali me envió hacia aquí porque me mencionó algo de una sorpresa —le susurró Callan al oído mientras la abrazaba por detrás y ambos observaban, a través de la ventana y desde el interior del salón de estar, el bello jardín iluminado por la luna llena.

—Sí. Preferí dártelo a solas, aunque estoy segura de que mis amigas han organizado algo… —Rio divertida consciente de que, de seguro, todos los estaban oyendo detrás de las puertas dobles.

—En especial porque quieren atrapar al misterioso enamorado de Bianca de la noche de la fiesta de disfraces —le comentó mientras le depositaba un beso en el cuello—. Aunque ni siquiera Ciarán ha logrado averiguar algo al respecto…, por lo que no estamos seguro de que sea bueno o malo. —Y volvió a besarla en el cuello.

—¡Callan! Los niños pueden entrar. No te olvides de que están Sammy y las gemelas correteando por todas partes…

—Pero, en unas horas, se irán y estaremos solos, mi pequeña Meli —le susurró seductor mientras la giraba para robarle un beso apasionado.

—No exactamente, mi amor… —De repente, la timidez la invadió. Meli se liberó de su agarre y se acercó a la pequeña mesa de té, donde había dejado apoyado su cuaderno de dibujo. Con delicadeza, arrancó la hoja superior y, manteniéndola escondida contra su pecho, esperó a que él se le acercara para mostrársela.

En la misma, se lo veía a Callan sosteniendo a un bebé envuelto en una manta, pero, por debajo de la misma, un par de rechonchos piececitos asomaban, lo que indicaba que su sorpresa llegaría con la primavera.

Callan tuvo un instante de pánico, pero pronto el amor que sentía por Amelia lo acalló. Esta era la vida que le daba una segunda oportunidad y pensaba disfrutarla al máximo junto a Meli.

—Eso… Tú… Nosotros… Rori siempre quiso tener más hermanos. —Conmovido, la envolvió en un abrazo, y luego la sujetó de la cintura y la hizo girar en círculos.

—Y preferiría que no saliera mareado, padre. —El joven abrió las puertas dobles que conectaban con el salón principal, se les acercó y los abrazó con afecto—. Sé que eres mi nueva madre, Meli, pero… suena algo raro.

—Por favor, Rori, somos amigos… hasta que intentes meter a tus hermanos y/o hermanas en problemas —bromeó Meli, y le pellizcó una mejilla.

El resto de los presentes no tardó en ingresar al salón y felicitarlos. Cali, radiante con su propio embarazo, no pudo más que llorar a lágrima viva al saber que podría compartir esa bella experiencia con una de sus amigas.

El sonido de una copa que se derramó atrajo la atención de todos y vieron cómo Selene sujetaba entre sus manos el cuaderno de dibujo de Amelia.

—¿Ciarán? Pero… él…

—Yo… Lo siento tanto, lady Selene… —Callan conocía algo de la antigua historia de la pareja y era consciente de que, para aquella mujer, enterarse de esa manera del regreso de quien había sido su mejor amor no era lo mejor—. Él…

Pero ella no lo escuchaba, sus dedos recorrieron el rostro dibujado en el papel y que, a pesar de los años, hacía que su corazón latiera enloquecido. Pero lo que verdaderamente la afectaba era ver la tristeza y el dolor en ojos que sabían eran brillantes como las verdes praderas de Escocia. ¿Acaso él había sufrido tanto como ella?

—El dibujo es tuyo si lo deseas, Selene —le susurró Meli, y se lo entregó, pero cuando vio cómo la dama lo escondía entre los pliegues de su vestido y luego se apresuró a recuperar su compostura, supo que no todo estaba dicho. Por unos instantes, se compadeció del pobre hombre cuando Selene lo hallara, porque se las iba a ver negras.

—No deseo saber nada sobre él, Callan. Lo hecho, hecho está. Hoy hay que celebrar. Un nuevo miembro se une a nuestra floreciente familia y las únicas lágrimas que tienen que derramarse son de felicidad.

Horas después, Callan y Rori compartían un poco de tiempo de calidad.

—Jamás creí verte nuevamente casado, padre.

—Yo tampoco. Pero todos los truhanes caemos si encontramos a la mujer correcta.

—O sea que ahora te has convertido en un truhan a sus pies —bromeó el joven. Y, tal como cuando había sido un niño, su padre le revolvió los cabellos.

—Volvamos adentro antes de que Meli piense que estamos por meternos en algún problema.

—Como si eso nos costase mucho.

—Un día, hijo, tendremos una conversación muy similar, pero en honor a la mujer que robe tu corazón…