Capítulo 1

De Warenne Hall, Londres, 1870

Cumpleaños de lady Emmeline De Warenne

Lady Amelia Thompson suspiró con cierto pesar mientras observaba a la más controvertida pareja de la temporada, su buena amiga Calíope Forrester y su marido el duque de Warwick, danzar en la atestada pista de baile. Aunque había huido para contraer nupcias en Gretna Green, y Su Real Majestad aún estaba algo molesta por ello, la amistad entre la reina y la abuela del duque había ayudado a suavizar las cosas, en especial cuando se le informó que la familia estaría más que honrada si ella quería ser la madrina del primogénito. Ni siquiera la reina Victoria era capaz de mantenerse indiferente ante semejante ofrecimiento. Así que, con su beneplácito, solo ordenó que una boda, como correspondía a un par del reino, debía ser llevada a cabo a la brevedad. A la cual ella, por supuesto, asistiría.

Meli supo que las cosas no habían sido tan calmas como todos creían e hizo falta más de un encuentro entre la abuela de Alexander, que incluyó en variadas ocasiones a Desdémona, para que Su Majestad diera el brazo a torcer.

Llegado el caso, Amelia no hubiese dudado en solicitar la ayuda de su tío. Sabía que él poseía la suficiente influencia como para convencer a Su Majestad de darle su bendición a una pareja que, era más que obvio, estaban hechos el uno para el otro. Pero al final, todo pareció llegar a buen puerto, y ella no podía sentirse más que feliz por ello.

Su mente, de inmediato, viajó al dibujo en el que había estado trabajando unas horas antes. Solo esperaba lograr terminarlo para antes de la boda. Era de aquel baile, cuando Cali y Alex bailaron juntos por primera vez. Aunque, en aquel entonces, era imposible no notar la conexión entre ambos… incluso si había sido un tanto explosivo al comienzo.

Sonrió ante el recuerdo que, en cierta forma, le producía una sensación agridulce, porque se superponía con la única memoria vívida que tenía de sus propios padres. Verlos bailando en la biblioteca de la casa de campo, al ritmo de una canción que solo ellos podían oír mientras él le susurraba cosas en el oído a su madre, y ella riendo en respuesta.

La tristeza se instaló en su corazón… Ella quería eso. No le importaban los títulos ni el dinero, ella lo tenía por montones gracias a los inteligentes negocios de su tío. Solo quería amar y ser amada. Y no por las conexiones que pudiera brindarle a su futuro marido, sino por ella misma. Pero sabía que eso jamás ocurriría.

Tan perdida estaba en sus pensamientos que no notó cuando Cali y Alex se le acercaron.

—Amiga, ¿crees poder distraerlas lo suficiente como para que podamos escabullirnos del festejo? —le susurró la joven mientras su miraba se digirió de reojo hacia un rincón alejado del salón.

Confundida, Meli siguió la dirección de su mirada y, de inmediato, supo a lo que se refería. Las abuelas de ambos estaban enfrascadas en una intensa conversación y, por la expresión semiconsternada en el rostro de Selene, parecía como si estuvieran planeando un golpe a la monarquía.

—Enviaré a mi cochero para recogerlas, Meli. Tan solo acércate a la puerta y avísale. Él te ayudará a convencerlas de abandonar la celebración —le informó Alexander, y luego de darle un fugaz beso en la mejilla, envolvió un brazo en torno a la cintura de Cali y desaparecieron entre el gentío.

Lady Amelia suspiró. A diferencia de lo que todos creían, ella era muy elocuente… si estaba a solas con personas de confianza, pero en público… ese era todo un tema para ella. Sentía como que su interlocutor la miraba de manera extraña en el momento en que ella abría la boca para decir algo. Luego de años de eso, simplemente decidió que era menos mortificante no hablar y que el otro supusiera lo que se le viniera en gana sobre su silencio. De todas formas, era consciente de los rumores que circulaban sobre ella. Que la única razón por la cual la invitaban a las celebraciones importantes, como la de aquel día, se debía a quién era su tío abuelo. Nadie despreciaba abiertamente al arzobispo de Canterbury. Las pocas personas que conocían realmente su linaje solo se le acercaban para intentar comprometerla con algún hijo o sobrino. Y, en el caso de algunos aristócratas venidos a menos…, se ofrecían como pretendientes. Sin mencionar la incontable cantidad de propuestas indecentes… todo con tal de acceder a los contactos de su familia.

Y Meli los rechazaba una y otra vez. Anhelaba casarse, pero tenía la esperanza de que el hombre con quien eligiera compartir el resto de su vida al menos la quisiera… Nada de pasión, besos robados y un cortejo más veloz que un relámpago. Se conformaba con que existiera afecto por parte de ambos que quizás, con el tiempo, bien podía convertirse en amor.

Volvió a suspirar y se preguntó que podría decir para convencer a las damas de acompañarla a tomar algo de aire a la terraza… Estaban rodeadas de demasiados caballeros, y eso la ponía nerviosa. Si al menos alguna de sus amigas estuviese ahí…, pero Sophie había tenido que partir de urgencia a Escocia, según les había explicado, en una breve carta, por problemas de salud de su abuelo, el laird del clan Cameron, al cual pertenecía por su lado materno. Las hermanas Callahan ni siquiera habían sido invitadas porque no tener «el linaje correcto» y, a pesar de que Lana y Tasia se lo habían prometido, brillaban por su ausencia. Así que todo recaía en sus hombros.

—Por mucho que los observes, ellos no se van a acercar a hablarle a una florero. —La grave voz masculina susurró junto a su oído, lo que le robó un muy poco femenino improperio que la hizo voltear con tanta rapidez que olvidó que aún llevaba la tarjeta de baile prendida en torno a su muñeca… y la misma golpeó en el rostro al desconocido. Una hazaña que, de no haber estado él inclinado para poder hablarle, no hubiese ocurrido cuando ella se llevó una mano al pecho para intentar calmar los alocados latidos de su corazón.

De inmediato, el rubor trepó por sus mejillas. No supo si por lo pronunciado o por el golpe, pero deseó que el suelo bajo sus pies se abriera para tragarla. Y todo por culpa del traje negro que él lucía, de pies a cabeza, y que incluía un antifaz…, lo que el pequeño Sammy le había comentado hacía unas horas atrás. Sin mencionar los inquietantes ojos de un tono violáceo que jamás había visto en toda su vida. Afortunadamente, su mente pareció olvidar, de forma momentánea, la identidad del desconocido porque, pese a ser consciente de que poseía la información, no lograba hallar la respuesta que buscaba y, en aquel momento, eso era un alivio.

Pero no era lo mismo con lo ocurrido en la tarde. Aunque había sido breve, quedó grabado en su mente… Ella había estado dibujando en el salón de estar de la casa de Cali, pero estaba por marcharse de regreso a su hogar cuando Sammy ingresó al mismo.

—No estés triste, tía. —La voz de Sammy, quien había proclamado a las casi floreros como sus tías, no le sorprendió. El pequeño poseía un sexto sentido que parecía siempre llevarlo a donde fuese que sus palabras fuesen necesarias.

—¿Qué haces por aquí, pequeño?

—Me escapé… Mis primas no dejan de molestar a las criadas… y quieren ponerme moños. —El niño frunció la nariz en pura señal de descontento infantil, lo que logró robarle una suave risa—. Además, el tío te busca.

—¿Alexander? ¿Le ocurrió algo a Cali?

—No. El otro.

—¿El arzobispo ya llegó? —Amelia, de inmediato, se levantó de su lugar junto a los ventanales, y el dibujo quedó olvidado ante la alegría de ir a ver a su tío quien había estado muy ocupado en los últimos meses.

—Sí, pero…

—Gracias por avisarme, Sammy. —Besó la frente del niño y abrió la puerta cuando sus palabras la congelaron en su lugar.

—Él te ama…

—Claro que sí, Sammy. Somos familia.

—No… el otro… el caballero negro. El que tiene un dibujo de un dragón —le dijo el niño, y se escabulló por la puerta entreabierta, pero apenas dio unos pasos que se giró a verla con sus inquietantes ojos celestes pálidos—. Mami también tiene un caballero, pero no sé por qué el pájaro tiene dos cabezas.

—¿Un águila bicéfala?—Amelia sintió que el aire se le congelaba en los pulmones ante tantas revelaciones juntas—. ¿Un ruso?

—Sí…, pero no le cuentes. —Con lo cual se fue salpicando por el pasillo hasta que desapareció en el interior de las cocinas donde, de seguro, la cocinera y las sirvientas lo malcriarían a más no poder.

—¿Milady? —Sus pensamientos sobre el caballero negro fueron interrumpidos por la voz masculina.

Pero ella tan solo asintió y lo vio enarcar una ceja. Finalmente las palabras del desconocido se registraron en su mente y, frunciendo el ceño, se giró sobre sí misma y se alejó de él a vivo paso. No se le pasó por alto que él pareció seguirla de cerca, así como tampoco el hecho de que lady Selene se alejaba en dirección a la puerta, sospechaba que para ver si lograba lo que Cali y Alex también le habían solicitado a ella.

—Vaya que te mueves rápido para ser tan poca cosita —le escuchó mascullar por lo bajo.

Amelia sintió el impulso de abofetearlo delante de todos los presentes, pero esa no era la manera apropiada en la que una dama debía comportarse, así que apenas si se refrenó de hacerlo y continuó su avance hacia las dos damas. No supo que había estado conteniendo el aliento hasta que sintió cómo liberaba el mismo tan pronto lady Desdémona le sonrió mientras le indicaba que se sentase a su lado.

—Meli, debo decir que estás preciosa esta noche con ese vestido verde —la alabó la dama, lo que le produjo la primera verdadera sonrisa de la noche—. Sé que las muchachas no han podido venir y Cali huyó con Alex… No es que los culpe, siendo que están recién casados… Espero que no te importe tener que soportar nuestra compañía.

—Es un honor, lady Desdémona, lady Clarisse —de inmediato, respondió con voz firme y clara, a pesar de sentir cómo el rubor, de nuevo, se apoderaba de su rostro ante la obvia sorpresa de aquellos que se hallaban en las cercanías. Ella no era conocida por ser la más habladora de las casi floreros. De hecho, muchos apostaban que ni siquiera era capaz de hablar con propiedad. Pero, en compañía de las demás, ella se sentía tranquila.

—Y veo que has venido acompañada de un pretendiente. Milord… —Los ojos de Desdémona parecieron brillar con satisfacción ante ello.

—Desi, esos ojos son inconfundibles. ¿O no, milord? —La duquesa viuda de Warwick enarcó una ceja mientras le sonreía con picardía al caballero que entonces se hallaba de pie, demasiado cerca para el gusto de Amelia. Él no le simpatizaba. ¿Por qué no había podido simplemente alejarse como hacían todos cada vez que descubrían quién era ella?

—Damas, me fue imposible apartarme de su protegida. Quedé prendado de tanta belleza que decidí disfrutar de su compañía todo lo que me fuera posible —respondió el caballero, aún sin revelar su identidad, mientras realizaba una reverencia ante las tres damas.

—Te dije que nuestro plan era innecesario. Mira cómo Meli atrajo la atención de un par del reino sin nuestra ayuda —declaró de forma inesperada Desdémona, lo que alarmó a Amelia y le hizo preguntarse qué tema habrían estado tratando antes de que ella llegase.

—Pero Meli es como nuestra Cali. Una jovencita inteligente y hermosa, no necesita de nuestra ayuda, pero hay otras… ¿Cómo se llama la muchachita peculiar que vimos hace un rato? Que usa esos horrendos guantes marrones cortos… La prima de lady Emmeline…

—¿La señorita Grey? —Meli casi se arrepintió en el instante en que las palabras abandonaron su boca. Ambas damas asintieron con presteza.

—Jamás osaría cuestionar a dos damas como ustedes, pero nadie en su sano juicio desposaría a esa joven. ¿Tenerla como amante? Quizás. Si dejase de vestir de esa manera tan peculiar y se quitase los guantes y ese horrible sombrerito marrón. Parece más una mucama que la sobrina de un noble —masculló el caballero mirando con desdén en dirección a donde se hallaba la joven en cuestión, que conversaba con su prima, Emmeline.

—Y precisamente ese es el quid de la cuestión, milord. Es una joven bonita, de facciones delicadas, y sabemos que tiene todas las cualidades de una dama. No tendrá un apellido encumbrado, pero todos sabemos que el viejo De Warenne la adora y estará más que feliz de aportar a su ajuar si el hombre indicado se presenta —declaró lady Clarisse con absoluta certeza.

—Es solo cuestión de darle un pequeño… empujón hacia la dirección adecuada y estoy seguro de que, para antes de que termine el año, habremos logrado desposarla de manera más que apropiada —acotó con la misma decisión lady Desdémona.

Amelia las observó a ambas con consternación. Por un lado, agradecía no ser la víctima de sus planes y, por el otro, sabía que si ella misma no se conseguía un pretendiente, pronto bien podría ser la próxima en la lista de aquellas viudas.

Se levantó como si alguien la hubiese pinchado con un alfiler y poco le faltó para chocar con el caballero que parecía decidido a estar siempre en el medio de todo. Sin embargo, cuando él hizo un ademán por sujetarla del brazo, ella lo fulminó con la mirada y lo esquivó.

—Acabo de ver a Lana, miladies, espero que no les importe… —Cualquier excusa era validad para escabullirse de semejante situación. La oportuna llegada de Selene fue más que bienvenida porque le permitió retirarse con la misma velocidad con la que había llegado… y con el caballero aún tras ella.

Decidida a quitárselo de encima, se dirigió hacia la terraza exterior que aún se hallaba desierta y, tan pronto estuvo segura de que nadie podría oírla, se giró sobre sí misma para encararlo.

—No me interesa quién es, milord, o la propuesta que me quiera hacer. Voy a ser clara, ya que es obvio que mi actitud no lo fue: deseo estar sola.

—Nadie desea estar solo, milady.

—Yo sí —declaró con decisión Amelia.

—Pero, si hace unos instantes, parecía más que ansiosa por acercarse al grupo de caballeros que rodeaba a las damas viudas.

—Típico de un hombre: creer que son el ombligo del mundo y lo único en lo que una mujer puede pensar —masculló molesta—. Para su información, solo le estaba haciendo un favor a mi amiga Cali. Ahora que su tía se está ocupando de mi misión, puedo volver a mi tan atesorada soledad. Buenas noches.

Pero no logró dar más que unos pasos que una mano se aferró con delicadeza a su codo, pero no fue eso lo que detuvo su andar, sino el anillo con el dragón grabado en el mismo. Sintió que un escalofrío la recorría por completo, y el caballero pareció estar experimentando alguna clase de reacción propia, porque la observaba sorprendido y su mirada paseó desde donde sus pieles se rozaban hasta los ojos de ella.

—Milady…

—Buenas noches, milord. —Con aquellas palabras, Amelia se escabulló de su agarre y huyó hacia el interior del salón donde no tardó en volver a hallar a Selene y, aludiendo que le dolía la cabeza, logró que tanto las damas viudas como ella misma, se marchasen del festejo.

A lo largo del trayecto, no dejó de pensar en el misterioso caballero, pero, para evitar levantar sospechas, se negó a preguntarle a algunas de las tres damas presentes sobre su identidad. Había sido mera casualidad y nada más. Las palabras de Sammy la habían sugestionado.

Sin embargo, mientras se preparaba para dormir, al cerrar los ojos, su mente no lograba dejar de conjurar imágenes en las que un caballero vestido íntegramente de negro, y con el rostro oculto en las sombras, la tomaba en brazos y reclamaba sus labios en un apasionado beso. Lo único distinguible eran el anillo… y sus penetrantes ojos violetas.