Una hora más tarde
Callan sonrió al ver a la joven Amelia abandonar la casa y acercarse al banquete preparado en los grandes jardines con cauteloso caminar. Debía admitir que admiraba su coraje. Cualquier otra dama en su situación hubiese justificado su ausencia alegando sufrir de un dolor de cabeza o alguna otra absurda bobería femenina. Pero no su Meli, tal como había percibido luego de que lo pusiera en su lugar la noche anterior, poseía un fuego interior que mantenía disfrazado bajo la fachada de aburrida florero… no, casi florero. Lo cual no era nada difícil de lograr si a eso se le sumaba los horrendos vestidos que sus parientes le hacían vestir, o el hecho de que ella no conversaba con nadie que no fuese una persona allegada a ella. Tal como estaba ocurriendo en aquellos momentos en los que lady y lord Kensington se acababan de aproximar y acaparaban toda la atención de la joven.
Masculló por lo bajo mientras se preguntaba cómo podría apartarla sin ser demasiado obvio al respecto. Lo último que deseaba, luego del encuentro dentro de la casa, era asustarla. Aunque intuía que la joven no tendría ningún problema en darle un buen golpe, si eso se requería, para ponerlo en su lugar.
Sonrió con satisfacción ante esa idea.
—Padre, debo decir que esa expresión en tu rostro me asusta. —La voz de su hijo Rori interrumpió sus maquinaciones y le dio una idea—. Tienes la misma expresión que nuestro perro de caza, Rochester, el día que se comió todo el jamón del viejo Fargus.
—Mequetrefe, hazle un favor a tu viejo padre… Ve y róbate a la muchachita de cabellos rojos —le indicó al muchacho ante la mirada divertida de este.
—Que conste… me la robo, pero eso no significa que vaya a entregártela. Al fin y al cabo, de alguien heredé mis encantos —bromeó el muchacho, y se apresuró a alejarse en dirección al trío.
—¡Robert Maximilian Thadeus Douglas! —exclamó entre dientes. Rori no solo había heredado su apostura, sino también su personalidad. En ese entonces, que sabía de su interés en Meli, de seguro que el muy truhan se pasaría el día entreteniéndola, siempre asegurándose de mantenerla cerca de donde él pudiera verlos, pero lo suficientemente lejos de su alcance como para que pudiese arrebatársela.
Y sus sospechas se confirmaron cuando, unas horas más tarde, los vio caminando por los jardines, Meli protegida del sol por una sombrilla blanca mientras reía de algo que Rori acababa de decirle. De haber sido otras las circunstancias, se hubiese sentido más que satisfecho de verlo a su hijo interesado en una dama como ella, pero no era así. Los celos lo carcomían por dentro, simplemente no había manera de ignorarlos porque le bastaba tan solo escuchar la risa de la joven, traída por la brisa, y todo en él se tensaba al saber que no era él el responsable de la misma. De hecho, Callan comenzaba a sospechar que el interés de su hijo por Meli, aunque bien había iniciado como un divertido intento por fastidiarlo a él, a medida que fue transcurriendo la mañana, comenzaba a transformarse en genuino interés por la muchacha. En especial porque ella parecía verse cómoda con él y, aunque tan pronto alguien se les acercaba ella se llamaba a silencio, tan pronto volvían a estar a solas, ella recuperaba toda su vibrante personalidad.
Sin embargo, eso no quitaba que tanto lord Alexander como lord Byron los vigilasen de cerca. Callan no dudaba de que ambos hombres gustosamente lanzaran a su hijo por arriba de un seto si consideraban que había intentado sobrepasarse con la joven. No era que Rori fuese a cometer semejante canallada, pero comprendía el deseo de proteger a alguien a quien se quiere. Lo que, de ninguna manera, explicaba por qué él también vigilaba con tanta atención a la joven pareja.