Capítulo 1

Era una Underwood de carro ancho, con los detalles en cromo brillo. En su momento fue una de las mejores máquinas de escribir que existía. Ahora era monocromática, color óxido sucio y no quedaba ningún detalle de la grandeza que otrora había tenido. De todas formas podría ser una pieza extraordinaria de coleccionista, si estuviera medianamente conservada, así que pensé hablar con mi padre para ver si me la podría quedar. Ahí fue donde nació mi amor por la escritura y eso se lo tengo que agradecer a la chica que me abrió los ojos para ver el mundo que me rodeaba y que hasta entonces no había sabido ver.

El silencio del momento quedó roto de repente por el sonido de la sirena que anunciaba la hora del almuerzo. Era insistente y ensordecedor, así que cuando terminó de sonar, mi cabeza quedó como sacudida por una granada y con un pitido intermitente que me molestó durante un buen rato.

Así fue como se rompió el hechizo de la maravillosa mañana que estaba pasando. Ese chirrido me hizo volver a la realidad y tomar consciencia de la hora que era. Mi padre me estará buscando ―dije― debo irme.

Isabel asintió con la cabeza, y con un salto felino se puso en pie y me dijo:

―Dejemos todo como estaba, a mi padre no le gusta que ande metiéndome en líos y si se entera puedo tener problemas; Para ella era un lio, para mí una magnifica experiencia, pero tenía una razón de peso para decir eso, así que asentí con la cabeza y le ayudé a dejar aquella habitación, como si nunca hubiéramos estado allí, aunque yo sabía bien lo que había significado para mí, y que nunca olvidaría ni la habitación, ni la persona que me la mostró.

Tuve que mentirle a mi padre (lógicamente) para no desvelar el secreto que con tanta solemnidad habíamos hecho Isabel y yo, aparte de pedir las consiguientes disculpas por haberme perdido nada más llegar, y no haber ayudado a mi padre en la tarea que esa mañana nos llevó allí, mi padre lejos de enfadarse, y con la sabiduría que te dan los años, me sonrió y me dijo; ¡Veo que has hecho una amiga! De pronto noté como mi cara se encendía, y explotaba en mi rostro un tomate que esparcía su color por todo el contorno, como si me acabara de tragar una docena de jalapeños.

El, para quitarle hierro al asunto, y así ayudar a que mi rostro volviera a tener su palidez habitual, me sonrió y me dijo, no te preocupes que no diré nada a nadie, yo también pasé por eso y sé cómo estas en este momento, sus palabras hicieron bien su trabajo, y ese toque de complicidad hizo que mis pulmones se llenaran de aire fresco y la sangre comenzara su tortuoso y ajetreado movimiento a través de toda mi cara.

Todo volvió a la normalidad, y sin saber cómo, me armé de valor para presentarle a mi padre a Isabel, este es mi padre Isabel, ella esbozó una sonrisa capaz de encandilar aún más si cabe a mi desprotegido corazón, le tendió la mano y mi padre hizo lo propio con la suya.

Quizás quieras venir a casa alguna vez para merendar, mi chico no sale mucho y le vendría bien tener una amiga en quien confiar y con quien poder hacer alguna cosa, mi cara volvió a experimentar cierta rojez, pero en el fondo estaba agradecido a mi padre, sin pedírselo, me estaba echando una mano, yo jamás me hubiera atrevido a hacerlo, y él lo estaba haciendo por mí, así que esperé intranquilo la respuesta de Isabel.

Lo que tiene que hacer es centrarse en los estudios, y dejarse de tantas zarandajas, dijo una voz a nuestras espaldas, era su padre que había estado escuchando la conversación, tragué saliva una vez más y di gracias al cielo por no haber sido yo el que había hecho la invitación, pero me sirvió de poco, se me quedó fijamente mirándome y dijo, te parece bonito venir a ayudar a tu padre y perderte toda la mañana, antes de que pudiera contestar, mi padre salió al paso diciendo: Samuel no seas tan duro con los chicos, tienen edad para estas cosas, si pero no me gusta que los jóvenes anden perdiendo el tiempo con tonterías, la vida es muy dura y hay que aprovecharla, estarás dos semanas castigada, sin esperar contestación alguna, se volvió y marcho para su caseta, en la que tenía una pequeña televisión y una mesa donde yacía un encadenado de palabras de hace cinco años y que aún estaba sin terminar, ni siquiera se volvió para despedirse, en ese momento miré a Isabel y vi que su rostro estaba compungido, habían aflorado a sus bellísimos ojos, dos lágrimas que al unísono bajaban por sus mejillas, hasta llegar a la comisura de los labios, yo no supe que hacer, quería abrazarla y hacerle ver que estaba con ella, que no estaba sola, pero lejos de hacer eso, lo único que hice fue llorar también, ella se fijó en mí y arrugó un poco la nariz en un gesto cariñoso de complicidad, se despidió con la mano, un beso al aire y un adiós, incapaz de articular una sola palabra, a mí se me callo el alma a los pies, pisoteada por las incongruencias del destino, había pasado de ser una mañana maravillosa a ser una mañana pésima por cómo se habían presentado las cosas.

Le pedí a mi padre si me podía quedar con la vieja Underwood, le dije que la quería para arreglarla y para intentar devolverle parte del esplendor que había tenido, él, como conocedor del tema y amante de las maquinas asintió y me dijo;

No te preocupes yo hablaré con Don Nicanor e intentaré que nos la ceda.

Su jefe era una persona anodina y gris que esbozaba muy de tarde en tarde una grasienta sonrisa que dejaba ver los dos dientes de oro que tenía por haber perdido los colmillos prematuramente, era de la vieja escuela y además era un intolerante en cuanto a cuestiones de hombría se trataba, para él, un hombre tenía que ser un macho dominante y hacerse valer delante de todo el mundo y sobre todo delante de las mujeres, y no ser un blandengue, como a él le gustaba denominar a los que adolecían de ese carácter.

Tenía una calvicie incipiente, provocada por los problemas que atravesaba su empresa y por el divorcio que había tenido unos años atrás, entonces, fue acusado de malos tratos, y eso le había dejado casi en la calle, repudiado por su mujer y por sus dos retoños y con una orden de alejamiento.

Siempre iba con su traje gris y su corbata marrón a juego con el color de sus otros dientes y provocado por su afición a masticar tabaco como si de un pistolero del viejo oeste se tratara, tenía la mirada felina y una nariz afilada que lo hacía temible cuando se enfadaba, estaba en su oficina leyendo plácidamente el periódico, mi padre llamo a la puerta con dos toques y sin esperar contestación la abrió diciendo: ¿da su permiso Don Nicanor?

Sin abandonar su postura, y sin levantar la mirada del periódico pregunto: Que tripa se le ha roto Sánchez (así llamaban a mi padre en la fábrica, por su apellido igual que a los demás).

Vera señor quería pedirle un favor, haciendo caso omiso a las palabras de mi padre y con la misma parsimonia de un funeral, pregunto.

¿Quién es su acompañante señor Sánchez? Eso denotaba que aunque no levantara la cabeza de la lectura, no se le escapaba ni una al viejo zorro. Es mi hijo señor dijo mi padre, le he pedido que venga hoy a echarme una mano con el almacén. ¿Y bien? Contestó, no pretenderá que le pague por eso, ¿no?, no señor es solo que me preguntaba que podíamos hacer con algunas de las maquinas viejas que están almacenadas y en desuso desde hace muchos años, pues lo normal contestó, llame al trapero y haber que le puede sacar por ellas, verá es que mi hijo ha visto una bastante antigua en mal estado y oxidada y me preguntaba si podría quedarse con ella. Solo entonces levanto su cara como si de un resorte se tratara y me miró fijamente a los ojos, ¿qué piensas hacer con ella? me dijo, yo tragué saliva por enésima vez esa mañana y me armé de valor para decirle que lo que quería era arreglarla y cambiarle algunas piezas sacadas de otras que no sirvieran y estuvieran rotas, el guardo silencio durante un momento como pensando si habría algo más detrás de aquel acto, con ánimo de lucro.

Vamos a hacer una cosa dijo: tú te la llevas, la arreglas y si eres capaz de escribir algo decente con ella, te la regalo, y si no me tendrás que pagar por ella, digamos, diez pesetas, esa cantidad era la que mis padres me daban en seis meses, pero aun así acepté la oferta, y haciendo un esfuerzo le tendí mi mano, él se me quedó mirando y me dijo; a mí me gustan los hombres de palabra, tú lo eres?, si señor contesté, tenga por seguro que no le defraudaré, cumpliré mi palabra, eso espero me dijo, pareces inteligente, sabrás que es lo que tienes que hacer. Fumas?’ me dijo mirándome fijamente a los ojos por si veía un atisbo de mentira en ellos, no señor, aún soy muy joven para ello, tonterías yo a tu edad ya fumaba y era todo un hombre, la vida me obligó a ser desde muy joven, el cabeza de familia de mi casa, entonces fue cuando vi en sus ojos y note en su voz el primer rasgo de verdadera humanidad y hasta creo que se le hubieran saltado las lágrimas si no hubiera sido por que el reloj de cuco de la pared hizo su trabajo y lo saco de ese pequeño pero emotivo trance.