Bueno, bueno me dijo, no entremos en detalles que estoy muy ocupado, llévatela y ya hablaremos.
En su mirada noté un pequeño atisbo de añoranza, como si estuviera hablando con alguno de sus hijos como antaño y esa manera de mirar que te da el cariño hacia esa persona, pero enseguida bajo la mirada y se concentró en el diario como cogiendo el hilo de donde lo había dejado cuando entramos diciendo, no se hable más, buenos días señores.
Yo no cogía dentro de mí, el gozo que experimentaba pensando en que por fin sería mía esa máquina que tanto me gustaba, hacía que una sonrisita tonta me acompañara durante el resto del día, y mi estado de ánimo experimentara una mejoría considerable.
Ese fin de semana casi no pude conciliar el sueño, pensando en lo que me iba a costar arreglarla, y sobre todo en que si una vez arreglada, sería capaz de escribir algo que tuviera sentido, algo que emocionara a alguien, algo que hiciera que las personas pensaran en ello, o se sintieran acompañadas en el viaje de la vida.
Ese domingo estuvo lloviendo casi todo el día, las lágrimas que el cielo derramaba sobre un pequeño arcoíris que había en el horizonte, sonaban contra los cristales, animadas por las ráfagas de viento que emergían de vez en cuando y que ponían un adjetivo más a ese día lluvioso y frio; crudo, demasiado para no ser invierno todavía, pero era como si la naturaleza se estuviera preparando para darle la bienvenida.
Mi nariz, el cristal y yo éramos uno, mis fosas nasales exhalaban un aire caliente que se adormecía contra el cristal haciendo una figura de vaho, provocada por la necesidad que tenía de mirar al cielo queriendo encontrar un claro y hacerme una idea de lo que la tormenta duraría.
No estés intranquilo, durará todo el día; La voz de mi padre, me saco del estado catatónico que tenía con la cara pegada al cristal, e hizo que mi rostro pasara de cariacontecido a desilusionado.
Papa, ¿crees que seré capaz de escribir algo que merezca la pena?, no me mientas dime de verdad lo que piensas; El mirándome fijamente a los ojos me dijo: ¿Por qué me lo preguntas hijo? Porque a veces creo que soy demasiado raro, no me gustan las cosas que hacen los chicos de mi edad, no pienso como ellos, y no encuentro a nadie que tenga mis gustos, a veces creo que soy una especie diferente a las que hay en el mundo.
Efectivamente, eres diferente a todos los demás, por eso eres especial, no tienes que parecerte a nadie, solo a ti mismo y debes de defender tus ideas contra viento y marea, lo único que te pido es que siempre seas ante todo persona, que no te venzan los miedos, que no te dejes arrastrar por la codicia, que no hagas nunca que este orgullo que tengo de que seas mi hijo se marchite, por lo demás te puedo decir una sola cosa, que más quisieran esos chicos, que parecerse a ti, y sobre todo que más quisieran sus padres, se acercó, me abrazó y me dijo: no solo estoy seguro de que escribirás algo decente, si no que si te lo propones podrás vivir de ello; Sus palabras calaron en lo más hondo de mi corazón, haciendo que afloraran a mis ojos dos lágrimas de felicidad, un nudo atenazó mi garganta e hizo que su apretado abrazo, me inundara el alma de cariño, al fin pude decir, gracias Papa nunca olvidaré tus palabras, ni el sentimiento de amor que has demostrado tener, ahora sé que soy especial, no por mis gustos ni por mi manera de pensar, sino porque me parezco a ti, llevo tus genes en mi sangre, y te prometo que jamás en la vida dejaras de estar orgulloso de mi, lo juro por Dios.
Él se me quedó mirando y vi ese orgullo reflejado en sus entrañables ojos, al principio pensé que me lo decía para animarme, pero en ese momento descubrí que sentía de verdad todo lo que me estaba diciendo.
Me sirvió una taza de chocolate caliente, el humo de la taza jugueteaba entrelazándose mientras ascendía, me la acerque a la nariz y mis pulmones se inundaron con un aire caliente que hizo que mis papilas olfativas se abrieran como una flor en primavera, y de inmediato degusté aquel maravilloso caldo negruzco que tan bien olía, estaba caliente y solo con acercar la taza a mis labios mi boca se inundó de agua, el recorrido en mi boca fue corto pero intenso, suspiré, miré a mi padre y dije, que más se puede pedir.
Como si tuviera un resorte en el cerebro, una idea lo inundó de lleno e hizo que diera un respingo, Isabel, eso era lo único que le faltaba a la mañana para acabar de ser especial, debí poner una cara demasiado poco vistosa, porque mi padre descubrió al momento en lo que estaba pensando, ¿la has visto desde entonces?, pregunto con la mayor naturalidad posible, supongo que para no hacerme sentir incomodo; No, contesté, no la he visto, estoy deseando contarle todo lo que quiero hacer.
Abrígate, me dijo cuándo me oyó correr por el pasillo en dirección a la puerta, si Papa le contesté al unísono con un portazo, el movió la cabeza de lado a lado, suspiró y dijo: Juventud divino tesoro, sonrió y esbozó una pequeña pero maravillosa sonrisa de comprensión.
Unas botas de montaña de cordón grueso, hacían que los charcos de la avenida embajadores me resultaran ínfimos, y que ni siquiera sintiera el frio en mis pies, una gruesa bufanda tejida años atrás por mi madre, rodeaba mi cuello y un chubasquero verde, hacía lo propio con mi cuerpo, haciendo que el agua que caía, se deslizara rauda y veloz al suelo.
Eran las once y media de un domingo cualquiera de noviembre, había decidido arriesgarme a ver a Isabel, aun sabiendo que su padre, no la dejaba salir, pero tenía que intentarlo; Al pasar por el casco antiguo de la ciudad, concretamente por la calle renacimiento, uno de los chicos que pertenecía al círculo del que anteriormente he hablado, se acercó y me dijo: Hola Nico, yo, no supe que decir, hasta ese día, nunca me había saludado, me miraba por encima del hombro y nunca reparaba en si estaba a su lado o no. Hola dije al fin, se quedó mirándome fijamente y me dijo: ¿puedes venir un momento?, me asió por el brazo fuertemente y tiró de mí hacia el callejón donde solían reunirse todos los de la pandilla cuando hacían novillos en clase.
Al momento me vi rodeado por cinco chicos, de los cuales conocía solo a cuatro, al otro no lo había visto en mi vida, pero por desgracia no sería la última vez que lo viera.
Ya tenía yo ganas de verte, dijo uno de ellos, Raúl, que hacía las veces de líder, simplemente porque era el mayor no solo de edad si no de tamaño, así que se ganaba el respeto de sus acompañantes a base de mamporros.
En el colegio todos le temían, era el hijo de un ex convicto que aún tonteaba con las drogas y que más pronto que tarde, acabaría otra vez en prisión, dejando a ese niño huérfano durante otra larga temporada. Yo no le guardo rencor, porque sé que fue el destino y esa infancia desmesuradamente vacía y desprovista de amor la que lo impulsaba a cometer esos actos y no albergar su corazón ni un solo atisbo de duda o remordimiento.
Hola Raúl, dije; el me miró de arriba abajo y me dijo: ¿Has pensado en mí oferta o no?
Claro que sí, pero no te lo tomes a mal, ahora no puedo pertenecer al círculo, estamos en época de exámenes. Tonterías, no me convences, tu no quieres unirte al grupo, porque te crees mejor que nosotros, ¿crees que soy tonto?
Por supuesto que sí, eres un imbécil por pretender ganarse nuestro respeto a golpes y por pensar que yo pueda formar parte de esta panda de impresentables, cuyo único objetivo en la vida es acatar tus órdenes y dejar que la vida pase por vuestro lado, compadeciéndoos de lo malos que son vuestros padres o vuestros profesores por pretender enseñaros algo de orden y disciplina.
Eso es lo que alguien valiente y temerario le hubiera dicho, pero no era mi caso, como siempre tragué saliva y le dije: ni mejor ni peor, solo soy diferente.
Él se acercó a mí y me dijo: diferente si eres, la verdad, nunca haces las cosas que hacemos los demás niños, no fumas, no dices tacos, no blasfemas, no mientes, total, que eres una hermanita de la caridad, no serás también un poco sarasa, esto lo dijo haciendo un ademan con la mano derecha hacia afuera y tocándose la cara con un dedo en señal inequívoca de burla.
Los acompañantes rompieron a reír de forma exagerada, como el que quiere agradar a alguien, cuando en realidad no es así.
Que sepas que si lo fuera, no me importaría decirlo, pero para tu información te diré que no solo no lo soy, sino que además tengo novia; Las risas volvieron a aflorar, pero esta vez no eran fingidas, esta vez salían de lo más hondo de su corazón y las expresaban sus gargantas de una forma tan cruenta que daba asco, asco que solo sentía yo claro.
Bueno, exclamó Raúl, por fin le oímos contar una mentira, al final vas a ser como nosotros ¿eh?, no tendremos más remedio que dejarte formar parte del círculo.
No quiero formar parte de vuestro circulo, y no he mentido; No pude decir nada más, su puño impacto contra mi cara haciendo que mi labio explotara y mi mente experimentara un dolor insoportable, como nunca había vivido, era la primera vez y sentí como el dolor mordía una y otra vez mis entrañas, por un momento perdí el conocimiento, volví a recobrarlo de golpe, cuando mi rostro sintió como el agua que acababan de rociar sobre él, hacía que mi labio volviera a darme una sacudida de dolor y escozor, semejante a la anterior.
Eres un animal, me atreví a decir, el me jaló por el pelo y me dijo, tú no sabes lo que has hecho, nos has menospreciado y lo vas a pagar muy caro, en realidad con el tiempo me di cuenta de que esa agresividad que tenía era para tapar un complejo de inferioridad grandísimo que tenía y que lo remediaba haciendo que los demás le temieran, pero no era respeto, si no miedo y el que de vez en cuando se daba cuenta, más se le acrecentaba su problema.
En ese momento, me soltó el pelo, dio una última calada al cigarro que permanecía en su boca y que hacía que el ojo derecho se le cerrara de vez en cuando por el humillo, como si de la última bocanada de su vida fuera, la punta del cigarro se enrojeció sobremanera he hizo que se consumiera hasta donde empieza el algodón de la boquilla, me asió por la solapa del chubasquero y acercando su boca a mi oreja dijo: No quieres ser nuestro amigo, pues sé nuestro enemigo, en ese momento me sentí morir, una de sus rodillas impactó contra mis partes pudendas haciendo que mi cuerpo se retorciera de dolor, me hinque de rodillas, y sentí como mi cara rebotaba contra el suelo haciéndome perder nuevamente el conocimiento.
No sé si me golpearon más, no se más que lo que después me contó Samuel.
La lluvia hizo que los escupitajos que me habían proporcionado gratuitamente mis, digamos compañeros de reunión, resbalaran a lo largo del chubasquero y se limpiara sin dejar huella de ellos, y también hizo que mi boca se limpiara un poco de la sangra que había derramado, haciendo que mi rostro fuera menos escandaloso de lo que era cuando sangraba.
Parece ser que por los azares del destino, Samuel que todos los domingos gustaba de ir al casino a leer el periódico y hablar de toros con los amigos, pasaba por allí, viendo la escena y tratándose del hijo de un compañero de trabajo, tomó cartas en el asunto, salvándome de la paliza, paliza que en realidad no me dolió tanto como la herida de mi orgullo, por no haber sido capaz de por lo menos decirles lo que pensaba de ellos, pero en fin ser como yo soy supongo que tiene sus ventajas y sus inconvenientes, y este era uno de estos últimos.
Samuel me incorporó, he hizo que volviera a recobrar el conocimiento, me pregunto cómo estaba y por un momento me pareció una persona de lo más normal, incluso cordial y con un aire de cariño en su rostro provocado por la incertidumbre de mi desmayo.
Estoy bien, dije, pero el hablar, provocó en mi garganta una tos fuerte y seca que me hizo reparar en el dolor que tenía en el pubis, y notar como mi hombría quedaba reducida a una especie de guiñapo dolorido, el cual seguro que no serviría ni para hacer pis, menos mal que con el tiempo esa sensación desapareció, aunque si bien es cierto desde entonces no volvió a ser lo mismo.
Ven, apóyate en mí, dijo, rodeó su cuello con mi brazo y tiró de mí para que me incorporara totalmente, así lo hice, casi no me podía mantener en pie, pero gracias a su ayuda lo conseguí. Te llevaré a casa para curarte, no por Dios no se preocupe no es necesario, ya puedo andar, insisto, no estás en condiciones de llegar a casa tu solo, y además, puede que te estén esperando otra vez para rematar la faena; Esto último fue lo que acabó de decidirme, no tenía yo el cuerpo como para otra fiesta desea índole, así que me agarré a él y le dije: Esta bien.
Al llegar a su casa, busqué desesperadamente el rostro de Isabel por todas partes, pero no conseguí verla, así que pensé que podía estar castigada en su cuarto, él, haciéndose el remolón, dijo no la busques, ha ido a misa con su madre, mi rostro enrojeció y no tuve más remedio que bajar la mirada por la vergüenza, el hizo como si no se hubiera dado cuenta, buscó unas vendas, trajo una palangana con agua, me ordenó que me sentara en el sofá y se dispuso a curarme, lo hizo con sumo cuidado, y yo que quería dar alguna muestra de valentía, fingí que no me dolía, aunque el escozor me estuviera provocando un dolor parecido a un corte de digestión, aguanté estoicamente todo lo que pude, pero el dolor era más fuerte que mis ganas de ser valiente y por fin no pude por más que esbozar un gemido que hizo que la mano de Samuel se retirara del susto. Perdona, dijo, no por Dios no se preocupe no es nada, aunque en realidad si lo era y mucho.
Terminó de desinfectar la herida, limpió la sangre reseca de mi boca y se quedó parado de repente, ¿qué le pasa? Pregunté, quizás quieras ir al baño, dijo, sonrojándose un poco, lo digo por lo del golpe: Sí, sí, gracias, contesté, arriba, la primera habitación de la derecha, gracias de nuevo le dije, no sé qué hubiera sido de mí si usted no interviene, no te preocupes ahora por eso, cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo mismo, yo asentí con la cabeza y empezó a subir los escalones, pensando en que si yo hubiera sido el que tiene que intervenir, no sé qué hubiera sido del pobre al que tuviera que defender.
Ya en el baño me bajé el pantalón y pude comprobar el alcance de los daños, además de tener mis partes totalmente doloridas y enrojecidas, pude comprobar como uno de mis escrotos había decidido subirse y meterse dentro del pubis, a causa del golpe, no se bajó hasta pasados varios meses, provocando las consiguientes molestias en mi organismo, y haciendo que años después, mis primeras relaciones amorosas, nunca hubieran sido plenas.
El padre de Isabel llamó a la puerta, ¿estás bien?, preguntó.
Sí, no se preocupe salgo enseguida, cuando salí, me acompañó hasta el salón y me dijo: tomate esto, es un antinflamatorio, te ira bien, yo obedecí dócilmente agradecido por todo lo que estaba haciendo por mí, me puse la pastilla en la boca y bebí agua, con un gesto brusco del cuello tragué el agua que envolvía el comprimido y me recosté un poco hacia atrás. Él me dijo que me echara sin miedo que me vendría bien descansar un rato y esperar a que el medicamento hiciera su trabajo, yo no pude ni agradecerle, porque al recostarme, sentí un sopor que nublo mi entendimiento, mis ojos pesaban mucho y me abandone a mi suerte.
Abrí los ojos y me vi, estaba tirado en el suelo, no podía mover un solo musculo, era muy raro, mi mente estaba despierta, pero mi cuerpo no, era incapaz de moverme, mi mente lanzaba los mensajes a los músculos pero estos no se movían ni un solo milímetro, de repente me vi desde arriba, mi cuerpo yacía en el suelo y yo lo veía desde lo alto de la habitación como si hubiera estado colgado en el techo, tuve la impresión de que me moría y en ese momento tuve que decidir si quería vivir o morir, luche desmesuradamente por aferrarme a la vida, no quería morir, aún no, acababa de conocerla y quería estar con ella hasta el fin de mis días, luché ansiosamente por respirar, por moverme, mi cuerpo seguía inerte, era imposible, por mucho que lo intentaba, no podía, entonces los vi, eras unos ojos de fuego, unos ojos que me miraron desde el fondo de la habitación, el cuerpo desnudo pero sin formas, como un halo de luz, una silueta etérea, yo estaba tumbado en la cama y vi cómo se acercaba, cogió mi ropa, me miró, con aquellos ojos hundidos en las rojizas cuencas que devoraban la negrura de la noche, hizo un movimiento brusco y se dirigió hacia mí, yo, presa del miedo, quise golpearle con fuerza, mi brazo no se movió en absoluto, cada vez estaba más cerca y mi corazón a punto de estallar hacia que el vello de todo mi cuerpo estuviera erizado como nunca antes lo había estado, sentí un miedo nauseabundo, crónico y pesado que nunca había sentido, un pánico que me congelaba las venas y que mataba mis neuronas, estaba casi encima de mí cuando hice un último esfuerzo, congregué en mis brazos toda la sangre que pude, reuní toda la desesperación que me atormentaba y lancé lo que yo creía que iba a ser un ataque mortal, algo capaz de disuadir al causante de tanto sufrimiento, pero nada más lejos de la realidad, no solamente no pude alcanzarlo por no poder moverme, si no que se introdujo dentro de mí, como el que se prueba un traje a medida. Era yo, no lo supe hasta pasados unos días en los que me di cuenta de que había realizado una especie de viaje astral, una experiencia única solamente al alcance de unos pocos, era tan real que nunca he sabido si era un sueño o realmente pasó todo lo que vi, el caso es que decidí vivir y a partir de ese momento mis heridas empezaron a cicatrizar y mi alma sintió regocijo al pensar que todo había sido gracias a ella, a los sentimientos que despertaba en mí y al amor que había nacido y enraizado en lo más hondo de mi corazón.
No tengo constancia del tiempo que estuve durmiendo, pero debieron ser dos o tres horas, cuando abrí los ojos, pensé que había muerto y que un coro de ángeles me recibía a las puertas del cielo; ¿Cómo estás? me dijo, acabé de abrir los ojos lentamente y entonces tomé consciencia de donde estaba, no pude por más que esbozar una sonrisa al ver su rostro, sonrisa que me deparó que el corte del labio volviera a sangrar un poco, pero no me importó en absoluto, allí estaba ella, mirándome con cara de preocupación, con esos ojos que tanto había echado de menos, bien dije, haciendo amago de incorporarme, no, no te muevas, se levantó y cogió una gasa, me presionó levemente el labio y me dijo, que te ha pasado, yo me quedé pensativo y después de unos segundos dije: nada, que no sabía cómo verte y al final el destino me ha ayudado, aunque para ello haya tenido que pagar este precio, pero ha merecido la pena.
Ella me miró, sonrió y note en sus ojillos la alegría de quien comparte la misma ilusión.