Capítulo 5

Poco a poco se fue diluyendo el tumultuoso grupo de gente que me rodeaba, dejando que por fin el aire fresco pudiera hacerse un hueco en mis aplastados pulmones y hacer por fin que yo decidiera en qué dirección ir.

Algunos chicos de los que se alejaban, al cruzarse conmigo, sonreían impávidos, como sabiendo de antemano lo que se me venía encima, y sin disimular sus ganas de disfrutar ese momento.

Yo he de reconocer que adopté cierto aire de grandeza, por una vez les miré por encima del hombro, motivado por el desconocido impulso interior que tenía mi corazón en liza y enardecido por el hecho de que no se hubiera atrevido a hacerme nada, para mí ya era una victoria, haberme mantenido de pie, inalterable, mientras le escuchaba, una pequeña victoria que me sabia a gloria, pero que no debía hacerme olvidar que la guerra, había hecho más que empezar, volví a la realidad, respiré hondo, y dije para mis adentros: Lo que tenga que ser será.

Esa tarde de viernes, fue la más larga de mi vida, así como otras veces, no quería que se acabara nunca, por estar más rato jugando, o inventando historias, ahora que parece ser que había dejado de ser un niño, sentía la necesidad de que el tiempo volara, necesitaba que fuera sábado y sobre todo necesitaba ver a Isabel, necesitaba volver a oler su característico aroma, necesitaba perderme en aquellos ojos cristalinos, y sobre todo necesitaba que su voz arrullara mis oídos y dulcificara mi existencia, a alguien le puede parecer demasiado empalagoso, pero con catorce años sentir eso me parecía lo más maravilloso del mundo.

Casi no tomé nada en la cena, no podía comer, mi padre se dio cuenta y me preguntó el motivo de ese estado frenético y ese deambular de un lado a otro como si no estuviera a gusto en ningún sitio, una vez lo puse al corriente, sonrió una vez más, quizás, complacido por entender de lo que adolecía mi espíritu y sabiendo que no era nada que un buen sueño reparador no pudiera arreglar.

Las manecillas del reloj, parecían estar soldadas a la esfera, de lo lento que se movían, calcule a groso modo unas doce veces, las que miraba el reloj entre una hora y otra, punzadas de dolor adormecían de vez en cuando mis ojos, un ligero escozor que hacía más insoportable la desvelada espera, vi las dos, las tres, las cuatro y sentí que mi mente quería ir por delante, parecía que quisiera tener vida propia, como si quisiera abandonar mi cuerpo, el cual si necesitaba el descanso que mi mente repudiaba.

De pronto oí un timbre, que reconocí de inmediato, el reloj había cumplido con su enrevesado camino y al fin había hecho su trabajo, lo mire con desdén, haciendo que los músculos de mis brazos entraran en un baile sinuoso de estiramientos, para agotar el calor que las sabanas me dispensaban; Entonces fue cuando sucedió, volví a mirar el reloj, pero estaba vez tomé consciencia de lo que mis ojos veían; La doce y media, grité, y como impulsado por un potente muelle, di un salto capaz de haberme hecho competir en las olimpiadas, no llego dije, no llego, que pensará de mi Isabel, me he quedado dormido, no me lo puedo creer.

No sé si me puse primero el jersey y luego la camisa, o es que me deje parte del pijama puesto, el caso es que la manga no me entraba, la cremallera del pantalón no subía, y el remolino de pelo que enardecía mi lado derecho, no tenía intención de amoldarse, aunque me pusiera dos litros de agua, solo eran los nervios que me comían e impedían que ese sábado fuera normal.

No pude desayunar, a mi padre no pude darle explicaciones de donde iba, solo sonó un portazo detrás de mí, haciendo que el silencio de la mañana volara en mil pedazos.

Cuando llegué a la casa de Isabel, no estaba, el padre no me quiso decir a donde había ido, solo esbozó una sonrisa cruel y dijo: Estará bien en ese internado de Madrid; Y volvió a reír, esta vez a carcajadas, yo no entendía que estaba pasando, eché a correr, hacia la fábrica, pero mis pies no tocaban el suelo apenas, cuanto más corría más me distanciaba, ¿qué me pasa grite?, no lo entiendo, ¿por qué se ha ido?, ¿por qué no se ha despedido?, ¿por qué ella?, ¿porque yo? Un montón de preguntas que resonaban en mi cabeza y que no obtenían respuesta alguna. Lloraba mientras corría, las lágrimas de mis cansados ojos, me impedían ver bien mi camino, casi no tuve constancia de donde estaba hasta que me di de bruces con la verja metálica, había llegado allí, sin que mi mente hubiera dado las ordenes de giro en las esquinas, como guiado por un halo inverosímil que me había llevado allí sin yo saberlo.

―¡Hola!, grité, el eco de la mañana me devolvió mi grito adormecido por el laberintico sube y baja de las tuberías, Isabel, grite, como esperando una respuesta que nunca llegaría, no pude repetir su nombre, un nudo se apodero de mi garganta he hizo que mis piernas se doblaran, mientas caía al suelo, escapó de mi garganta un ahogado gemido, ¿por qué te has ido?

Al caer y apoyar mi espalda contra la verja, note como mi cuerpo se desplomaba hacia atrás, la verja estaba abierta, y no supe verlo, la entreabrí lo justo para que mi cuerpo se deslizara dentro y con las mismas, la volví a cerrar, para no dar indicios a nadie de que estaba allí, una vez dentro comencé a correr, como alma que lleva el diablo, llegué hasta el fondo de la fábrica, tal y como hice el día que Isabel me llevaba, cuál fue mi sorpresa al descubrir que la fábrica estaba medio derruida, se había caído una parte del tejado y había hecho desaparecer todo el almacén completo, las oficinas y lo más importante, la buhardilla donde me esperaba mi máquina de escribir, y que a raíz de los hechos, jamás tendría en mis manos.

En ese momento de incertidumbre y desconsuelo, apunto como estaba de desplomarme, oí a mi espalda una risa irónica, que me resultaba familiar, era Samuel el padre de Isabel, se reía, una y otra vez, mientras esparcía los escombros del tejado, se reía de una forma diabólica que me ponía los vellos de punta, en ese momento apareció mi padre, ¡Papa! grite, ayúdame, mi padre se quedó pasivo, me miro fríamente a los ojos y me dijo, por fin conoces la verdad de la vida, la crueldad de los sentimientos y el verdadero paso de niño a hombre; Pero por Dios Papa soy yo; Ya sé quién eres tú, eres tu quien no sabe quién soy yo, y rió, rió de una forma infrahumana, que me helo la sangre, ¡no puede ser, grite, no papa, tu no, me volví y allí estaban abrazados Samuel, mi padre, el más todonte e Isabel, que con una risa burlona, jugueteaba con una de sus trenzas como si de un pincel se tratara, dibujando en la cara de Raúl un corazón, me derrumbé por completo, mi cara cayo de bruces al barro, me abandoné a mi suerte y pensé que morir en ese momento era lo más adecuado para acabar con el sufrimiento tan atroz al que estaba siendo sometido, cerré mis ojos y me abandoné a mi suerte.

Nico cariño, son las nueve, no me dijiste que querías levantarte pronto, sin saber ni donde estaba, oí la voz de mi padre en la lejanía, abrí los ojos y un sudor espeso me recorría todo el cuerpo, estaba en el suelo de mi habitación, la alfombra que lo adornaba, me había servido de colchón toda la noche, mis ojos estaban enrojecidos por las lágrimas y por la falta de contacto entre los parpados, que había tenido durante toda la noche, por fin sabía dónde estaba, y que había pasado, una pesadilla, he tenido una pesadilla, dije mientras me miraba al espejo, sin saber por qué, me invadió una risa histérica, que hizo que mi padre se preguntara si todo iba bien, yo le dije que sí, que mejor que nunca, no debes de preocuparte, volví a mirarme, y volví a sonreír, esta vez en silencio, para mis adentros, pero disfrutando cada uno de los segundos que duró mi merecida carcajada.

Me levente con un estado de ánimo maravilloso, desahogado por completo, como si hubiera estado llorando toda la noche, ejem. Bueno a buen entendedor............

Me vestí con parsimonia, como recordando en cierta manera lo que me había pasado en el sueño, y sin ánimo de que volviera a repetirse, me puse un vaquero viejo que tenía, y que pensé que era el más apropiado para las aventuras que sin duda me esperaban ese día, un pulóver de cuello vuelto a modo de un espía inglés, para resguardarme del frio, y como no, la bufanda de mi madre, uno de los pocos regalos que me quedaban de ella y que para mí tenía un valor sentimental incalculable, lógicamente, después de peinarme mis alocados y enmarañados pelos, solicité a mi padre que me dejara una de sus gorras, para cubrirme la cabeza y descubrir cuando me miré al espejo, que parecía un pintor francés de principios de siglo, en busca de la inspiración tan necesaria para poder comer día sí y día no.

Cuando bajé al piso de abajo y mi padre me vio, desgranó una risotada que le hizo subir de color el tono de sus mejillas, yo me abracé a él, estrujando mi cuerpo contra el suyo, y haciendo que por un momento, su calor formara parte de mi cuerpo, debió notar algo, porque al momento me dijo eh ¿qué pasa?, ¿qué te preocupa?, ¿por qué estas así?; He tenido una pesadilla atroz Papa, mejor no recordarla, lo he pasado mal, pero al fin he despertado, y todo sigue como siempre, así que no me preguntes, solo abrázame fuerte, él así lo hizo, me apretó fuerte contra su cuerpo y mi mente y mi alma quedaron totalmente sosegadas al momento.

Una vez hube desayunado, me puse una chaqueta y me dispuse a salir a la calle, en busca de mi destino, me despedí de mi padre con una mirada de nostalgia y de amor hacia él, que solo yo sabía lo que significaba y por qué emergió de mi corazón.

Hacía una mañana maravillosa, aunque hacía frio, el sol derramaba su luz sobre toda la ciudad, y el calorcito que provocaban sus rallos, hacía que en cada una de las recachas que el entramado de la ciudad dejaba, hubiera un grupito de personas calentándose la espalda y charlando amigablemente, disfrutando de tan maravilloso día.

Llegué a casa de Isabel, casi sin darme cuenta, absorto como estaba en mis pensamientos y viendo como la naturaleza de mi alrededor retomaba los colores de antaño, igual que siempre que llovía, hacía que la atmosfera se limpiara y que los colores fueran más intensos, todo lo que mis ojos veían, tenía un color especial, tal vez por el estado de ánimo, o tal vez porque mis sentidos no dejan de percibir un montón de cosas que a otras personas les pueden parecer absurdas, y que a mi sin embargo me parecen especiales como alimento para el alma.

Llegas tarde, me dijo una voz a mi espalda, me volví lentamente, mientras me disculpaba, he pasado mala noche, dije, era el padre de Isabel, se paró un instante y me sonrió levemente, no tiene importancia dijo al fin, estábamos esperándote, Isabel está ya montada en el coche, y no creo que quieras hacer esperar a una dama no?; Por supuesto que no señor, vamos.

Sus penetrantes ojos azules, buscaban con avidez desde el interior del coche, y cuando me vio no tuvo por más que esbozar una sonrisa de oreja a oreja que dejó al descubierto esos dos hoyuelos capaces de encandilar al más pintado.

¿Has podido dormir? Me pregunto incluso antes de que me acomodara en el asiento, digamos que he tenido un sueño algo movidito le dije, ¿y eso?, pregunto mientras sus ojos escrudiñaban mi rostro y mi vestuario, yo me quité la gorra y le conté más o menos lo que me había pasado, al principio no pudo esconder una sonrisa, como imaginando lo que debí pasar mientras me vestía, pero luego enrojeció cuando pasé a contarle lo que sentí dentro de mi cuerpo cuando supe que se había ido de mi vida, para siempre y sin despedirse.

El padre que lo había estado oyendo todo sin que yo me percatara, cortó mi relato diciendo, así que el malo de la película soy yo no?, en ese momento caí en la cuenta de lo que estaba contando y de que Samuel estaba también involucrado; No señor, espeté, no era mi intención, ha sido solo un sueño, lo sé hijo lo sé, no te preocupes, de todas formas estoy acostumbrado.

Acabe de contarle el relato de la ensoñación y noté como ella me miraba con estupor, como incrédula, pero con un atisbo de comprensión y una mirada de amor maternal, muy tierna, mirada que no iba en absoluto con mis intereses de Don juan, pero que en aquel momento la creí hasta necesaria.

Llegamos pronto a la puerta de la fábrica, Samuel se bajó y abrió la cancela, que emitió su típico chirrido de bisagras enmohecidas y que la noche anterior, en mi sueño, sonaron como si de una docena de engranajes se tratara, se acercó a la ventanilla y mirándome, dijo: Voy a la caseta a encender el generador, ponte al volante y mete el coche, yo me quedé mirando a Isabel esperando su reacción, creyendo que a lo mejor era una rutina para ellos, pero nada más lejos de la realidad, ella mirándome fijamente a los ojos, me dijo: Es a ti Nico, volví la cabeza al instante buscando la mirada de Samuel, ¿y bien? Me dijo, ¿eres capaz o no?, creo que sí señor, alcance a decir por fin, el corazón se me disparó, el pulso se me aceleró seguramente al doble de pulsaciones, y la adrenalina atenazada hizo que me temblaran las rodillas un poco.

Allí estaba yo, todo un hombre, conduciendo un automóvil que llevaba a la chica de la que estaba enamorado, fingí serenidad, templé los nervios cuanto pude, incluso me atreví a apoyar mi brazo en la ventanilla abierta, y esbozar una sonrisa de triunfo, sonrisa que se difuminó al instante cuando el coche empezó a dar traqueteos de atrás a adelante, como queriendo pararse; El freno de mano chaval, el freno de mano, dijo Samuel, rápidamente lo quité y pude impedir que se callara, pero lo que no pudo evitar fue la sonrisa que se le escapó a Isabel, una carcajada deliciosa que hizo que yo también me riera al unísono, nos miramos y ella me guiñó un ojo, arrugo su nariz, he hizo que no hubiera en el mundo absolutamente nada más que ella y yo.

Cuando paré, eche el freno de mano, puse punto muerto, y me cercioré dos o tres veces antes de soltar el embrague, no fuera que me dejara una marcha metida y cuando lo soltara, el coche pegara un empellón, y se callara con el consiguiente susto para Isabel y para mí.