A partir de ese momento, se convirtieron en amigos, pero amigos de los de verdad, juntos descubrieron que tenían un montón de cosas en común, y compartían gustos muy parecidos por las cosas triviales de la vida.
Al principio a Raúl le costaba reconocerlo en público, pero poco a poco fue cambiando de forma de pensar y fue aceptando su naturaleza, aunque tuvo que escuchar algún que otro comentario que no le hacían ninguna gracia, de los ex componentes de su grupo, comentarios que quedaban acallados sobre la marcha en el mismo momento en que Raúl les recordaba lo cobardes que fueron y lo que les podía hacer todavía si quisiera.
En alguna ocasión yo quedaba con ellos para hacer algo después de clase, y también conmigo llegó a tener cierta amistad, hasta el punto de que un día nos contó porqué era realmente así, que le había arrastrado a ese mundo de soberbia y de maldad para con sus compañeros y profesores, y la verdad una vez que escuchamos su versión, no sin antes hacer un esfuerzo por ponernos en su lugar, comprendimos el porqué.
Nació en una familia humilde, era el primogénito de un marinero que se pasaba las semanas fuera de casa, trabajando en alta mar, de ahí que la relación con su padre, quedara supeditada a las veces que él podía venir a casa.
Un día mientras faenaba en una almadraba con el atún, tuvo un accidente con uno de los anzuelos que se le quedó prendido del brazo, él no se dio cuenta, cuando lanzó la caña sintió como la carne se le desgarraba a todo lo largo del brazo, el alborotado mar lanzaba pequeñas cortinas de agua finísima, que se le metían dentro y hacían que el escozor fuera tremendo, sangraba escandalosamente, no podía apartar la vista del brazo y gritaba mientras la sangre brotaba caliente de dentro de su entumecido cuerpo, como si de un manantial de aguas termales se tratara, con un golpe de mar, resbaló y cayó a cubierta dándose un soberbio golpe en la cabeza, y perdiendo el conocimiento.
Cuando volvió en sí, habían pasado dos días, estaba en una cama del hospital y allí fue donde descubrió la verdad, tenía la cabeza vendada y el brazo también, no lo sentía, la cabeza le dolía pero el brazo era como si no lo tuviese, el anzuelo de gran tamaño utilizado para ese tipo de pesca que le desgarró el brazo, destrozó unos de los principales tendones, y no pudieron hacer nada en las dos operaciones que le habían practicado, para salvarlo, así que limpiaron y cerraron la herida para que no gangrenara, pero él no volvería a sentir nunca más ningún atisbo de fuerza en el brazo, amén de la cicatriz que le quedó y que le recorría el brazo casi en toda su longitud.
Él, un hombre duro acostumbrado a la faena diaria, al trajín que supone tener que faenar en un barco para ganarse el sustento y a no haber disfrutado nunca de dos días seguidos de asueto para hacer otra cosa que no fuera la consabida faena, se vino abajo, se hundió en una profunda depresión, depresión que por aquellos entonces no estaba tipificada como enfermedad, y por lo tanto nadie supuso que podría estar enfermo y ofrecerle la ayuda que tanto necesitaba sin saberlo.
No pasó mucho tiempo hasta que empezó a beber, una de las lacras de la sociedad de aquel entonces, aunque no estaba tan mal vista como ahora, la gente no se daba cuenta de lo malo que era hasta que era irremediable e irreversible.
No llegó a asimilarlo nunca, cada vez bebía más, y poco apoco empezaron los problemas en casa, al principio Raúl era pequeño y no se enteraba de nada, pero fue creciendo y así fue descubriendo que los llantos de su madre, no eran provocados por haber picado cebolla, día sí y día no, que era lo que ella le decía, ni los moratones de los ojos eran por los golpes que se daba con las puertas, por que viera poco o tuviera mala suerte.
No, esa no era la realidad, la realidad era mucho más cruel, su padre muy lejos de ser la persona cariñosa que una vez fue, se había convertido en un extraño que vivía en un mundo maldito de miseria y podredumbre del alma, dolencias que sacaba a flote cada vez que le faltaba la bebida y su madre se empeñaba en no darle el poco dinero del que disponían con la ridícula paga que le hubo quedado por lo del accidente.
Entraba en cólera, cegado por los más bajos instintos, no le importaba nada, solo poder conseguir el dinero suficiente, para volver a beber, para volver a penetrar en su mundo, para conseguir por unas horas no acordarse de quien era y no tener que asumir la realidad, comenzaba insultándola, empujándola, a veces incluso le escupía, los ojos inyectados en sangre, la boca seca con espuma blanca en la comisura de los labios, con cara de loco y una mirada que helaba la sangre, su madre se negaba una y otra vez, aludiendo a las cenizas del amor que un día hubo entre los dos, aduciendo que lo necesitaba para comprar comida para el niño y medicinas para sus dolores de cabeza, pero él, haciendo caso omiso, no tenía en la cabeza otra cosa que no fuera su instinto, su necesidad, su dependencia.
Jamás podré olvidar la cara que puso mientras nos lo contaba, fue tanta la tristeza que vimos reflejada en sus ojos, que nos inundó un sentimiento de comprensión, jamás intuido hasta entonces; Fue contándonos detalle a detalle todo lo que vivió, todo lo que sintió, cuando vio a su padre golpear repetidas veces a su madre, propinándole varios puñetazos en la cara, haciendo que explotara ensangrentada, como al caer al suelo siguió golpeándola, y como tuvo la poca hombría de darle una patada cuando yacía en el suelo, retorcida por el dolor.
Él, pequeño como era, poco pudo hacer, quiso hacer algo pero no supo qué, cuando fue a detenerle, el padre le dio un empujón y lo apartó como si fuera un guiñapo, al caer al suelo, miró a su madre y vio que ella también le miraba, desde el suelo grito a su marido para que no le hiciera nada al niño, que lo pagara con ella, le decía, pero que a él lo dejara en paz, él fue arrastrándose poco a poco como pudo, hasta alcanzar el brazo de su madre, la madre lo asió y tiro de él, hasta que lo tuvo lo suficientemente cerca como para poder abrazarlo, allí yacieron los dos durante un buen rato.
Para cuando llegó la policía, el padre de Raúl ya se había marchado, llevaron a su madre al hospital, y a él le dejaron en casa de una vecina, fue la última vez que madre e hijo estuvieron juntos, al día siguiente fueron a recogerle dos hombres que pertenecían al orfanato de San Jacinto, y allí le explicaron que su madre no había sobrevivido a la operación, tenía el bazo reventado y una de las costillas que tenía rotas, se le había clavado en unos de los pulmones haciendo que se le encharcara y no pudiera respirar.
Al padre lo detuvieron borracho, llorando como un niño, oculto entre unos arbustos y con signos de haber estado flagelándose, como si hubiera querido suicidarse y no lo hubiera conseguido.
Raúl tenía cuatro años cuando pasó esto, ingresó en el orfanato por necesidad, no tenía más familia que una anciana tía de su madre que no pudo hacerse cargo de él, así que pasó de un modo repentino de tener una familia pequeña con su padre y su madre, a engrosar la gran familia del orfanato, en la que había de todo, desde el más despiadado de los niños hasta el más infantil que se pasaba todo el día llorando, él tuvo que elegir, fue creciendo y haciéndose cada vez más fuerte, tuvo que madurar solo y antes de tiempo, su efímera infancia no fue precisamente un camino de rosas, sufrió en sus carnes los malos tratos de los compañeros mayores que él, sufrió en su mente el maltrato psicológico al que les sometía un cruel y despiadado maestro que tenía como máxima lo que muchos de los niños de muestra época habíamos oído miles de veces “la letra con sangre entra”, pero que este profesor lo llevaba a la practica con demasiado rigor, haciendo que se excediera la mayoría de las veces.
Esas dos cosas son las que tuvieron la culpa de que Raúl fuera así, de que su corazón se recubriera de una capa tan dura de atravesar, de que el alma de ese niño, quedara sepultada por los pocos escrúpulos de unos seres desgraciados que tenían como único fin hacer también desgraciados a los demás.
Gracias a Dios pudimos recuperarlo a tiempo, su corazón, debajo de esa capa de autoridad, de maldad y de autoprotección, estaba intacto, teníamos que romper la coraza que durante tanto tiempo lo mantuvo oculto y redescubrirlo, alimentarlo con mucho cariño y sobre todo con mucha, mucha comprensión, y quizás así lográramos enderezar la atormentada alma de un niño que sin quererlo tuvo que hacerse hombre solo y como buenamente pudo, con lo cual es menos reprochable su actitud, porque al entender los motivos que le hicieron ser así y ponerte en su lugar, descubres parte del sentimiento que le abordaba, y aunque no le das crédito, por lo menos lo entiendes y das gracias por haber tenido infancia, por haber tenido una madre maravillosa y por tener un padre que día a día hace que te sea más fácil dar el paso de niño a hombre, consciente de una realidad que muchos niños jamás conocerán.
Ahora comprendo por qué mi padre me decía que no debemos juzgar a las personas sin conocerlas, y mucho menos criticarlas sin conocer antes los motivos que las llevan a hacer esto o aquello.
Pasaron diez años antes de que su padre volviera a salir libre, promovido por el buen comportamiento y por haber dejado la bebida, para entonces Raúl ya tenía catorce años, pero parecían bastantes más por su tamaño y su forma de pensar, madurada prematuramente.
Pero creo que el padre no había aprendido la lección, y aunque ya no era ni la sombra de lo que un día fue, aun flirteaba con las drogas y se introducía en grupos de dudosa reputación, que no eran precisamente lo que su hijo necesitaba como ejemplo.
Encontró trabajo de guarda en los astilleros, por eso le devolvieron la custodia de su hijo, pero apenas tenían relación, eran dos extraños que no tenían más remedio que vivir juntos.
Compartían techo y comida, pero sus vidas aunque paralelas, discurrían sin saber nada el uno de la vida del otro, y sin la más leve preocupación o interés por saberlo.
El camino que empezamos a recorrer como amigos, era largo y tortuoso, se me antojaba un futuro incierto, pero lo que si teníamos claro tanto Pedro como yo, era que íbamos a hacer lo necesario para que Raúl nunca más se sintiera solo ni desprotegido, y ese complejo de inferioridad que tenía y que lo hacía ser una persona indeseable, quedara erradicado para siempre de su corazón y hacer de él una persona distinta, una persona con todo lo que conlleva esa palabra, honestidad, dignidad, amor al prójimo y ganas de formar una familia, su verdadera familia.
Isabel y yo, retomamos nuestro paseo hasta su casa y ellos dos se fueron juntos hablando de sus cosas intentando conocerse un poco más, cuando llegamos a su casa, el padre nos estaba esperando en el portal, con mala cara, una vez explicado el ligero contratiempo que habíamos tenido, me dijo que al ver que tardábamos se había acercado hasta mi casa por si estábamos allí, le había dejado la maquina a mi padre el cual también se había preocupado por la tardanza. Me despedí de ellos agradeciendo a Samuel su ayuda y su comprensión, cuando me quise despedir de Isabel note en sus ojos un pequeño destello de intranquilidad, pero yo estaba eufórico, no veía el momento de llegar a casa y estar con mi máquina.
El sábado comenzaremos con el arreglo, ¿te parece bien? Pregunte, si claro dijo Isabel como quieras; hasta entonces dije, ella me miró con cara de preocupación y no dijo nada, solo arrugo un poco su nariz en un gesto entrañable de cariño.