Mi padre tuvo que llamarme tres veces, para que saliera del estado catatónico en el que me sumí escuchando la historia que me había contado, yo tenía la mirada perdida, agudizado el oído y los ojos entreabiertos, para no perderme ni un solo detalle de la historia, tanto, que parecía que fuera algo mío, la última vez que me llamó, levantó un poco más la voz, Nico, gritó, ¿Qué te pasa?, nada Papá no te preocupes, pero al levantar mi cara y coincidir mi mirada con la suya, supe que no le podía engañar, estaba preocupado, como nunca antes lo había estado, en verdad, nunca tuvo necesidad de estarlo, hasta ahora.
No sabía qué hacer, si contarle la verdad o esperar un tiempo para indagar un poco sobre la vida de Irene, espero no arrepentirme, pensé, cuando decidí no contárselo de momento.
Nada Papá, no te preocupes, le contesté al final, es solo que quiero leer algo de este escritor para ver si puedo aprender algo de su forma de escribir, mi padre que no era tonto, no se lo creyó, pero como siempre hizo la vista gorda para que no me sintiera mal, ya habría tiempo de contar la verdad más adelante, cuando las circunstancias fueran diferentes.
Volví a mi cuarto pensativo, las palabras que mi padre había pronunciado de Irene, rebotaban una y otra vez en mi cabeza, y el sentimiento de amargura y pena que ella tendría, casi lo pude notar, se me hizo un nudo en la garganta, al ponerme en su lugar, sentí muy dentro de mí una pena como nunca antes había sentido, pensé en lo que habría sufrido, y en cómo podía remediarlo, pensando que nunca es tarde si la dicha es buena. Pensando que yo, podía terminar de hacer lo que David no pudo, era como si yo estuviera en deuda con él, su enfermedad no le dio la oportunidad de hablar con ella una última vez, pero yo aún podría.
Terminé de cambiar las teclas que estaban rotas, las sustituí una a una con sumo cuidado, después con un líquido limpiametales y un trapo, saqué brillo a todas las partes cromadas, volví a engarzar el tapón lateral del carro, hice lo propio con todas las demás piezas, con un poco de pintura negra hice que los bordes laterales desvirtuados por el uso de los años, volvieran a estar relucientes y sin el más mínimo síntoma de haber estado desgastados.
Una vez hube acabado por completo, me retiré un poco de ella, para tener mejor visión y perspectiva del cambio, así fue como descubrí el majestuoso cambio que se había producido en ella, era como si tuviera vida propia y se hubiera arreglado para mí, maquillándose con sumo cuidado, acicalándose, perfumándose y poniendo su mejor cara, como si quisiera llamar mi atención, toda mi atención.
Era una visión magnifica, todos los detalles relucían más que si fueran nuevos, el carro recién engrasado recorría su espacio de un lado a otro mejor que cuando estaba recién hecho el sonido era espectacular, cada vez que una tecla chocaba contra el carro, sonaba como adormecida o acolchada, produciendo en mi mente una sensación de paz que me embriagaba, como si mi alma se apaciguara con cada vez que una de las teclas era impulsada por mis dedos para realizar su trabajo, no sabía que me estaba pasando, pero era como una adicción, que solamente se calmaba con el sonido de las teclas revotando contra el carro.
Había escrito algo al azar, solo para ver como escribía y valorar si los cambios que había efectuado en ella eran lo suficientemente buenos.
Al leer las primeras palabras, sin tener ni idea aún de lo que había escrito, noté algo extraño, había una tecla que no funcionaba bien, cada vez que esa letra se repetía, volvía a salir mal, como si le faltara un trozo, hasta entonces no lo había notado, pero así era, y no tenía recambio para ella, no la podía sustituir, volví a impulsar la tecla con más fuerza y ella volvió a salir incompleta, a pesar de no estar desdentada, ni rota, era como si a la maquina no le gustara que esa letra apareciera, era la R, mayúscula, el palito que sale de ella en diagonal hacia abajo, no salía, por lo que parecía una P, lógicamente eso hacía que las palabras se confundieran, escribí la primera palabra que me vino a la mente que contuviera la letra R, IRENE y claro está, no fue eso lo que la maquina escribió, sino IPENE, entonces se apoderó de mí mente una idea maquiavélica, esto era otro indicio de hasta donde era capaz de llegar la máquina, el espíritu que la poseía, no quería que el nombre de IRENE, apareciera impreso en ella, por eso la nota de David Martin, estaba escrita de su puño y letra, porque seguro que la maquina no le dejó hacerlo, me retiré de golpe de ella, sentí miedo, noté como un escalofrió me recorría toda la espalda, y erizaba mi piel, hasta el punto de tener que respirar hondo para librarme de aquella nefasta sensación que hacía que me volvieran a temblar las rodillas, y cuando me retiré, descubrí algo más, algo que acabo de helarme la sangre, algo que me dejó atónito, sin palabras y con una sensación jamás vivida hasta entonces, ni en mis peores pesadillas; Tomé consciencia de lo que había escrito, leí el párrafo entero y descubrí lo que decía: JIUISKMMC HS LSIMFGUFN olvídate de ella U ASKJSI EMDOD KM NJ PPPP IPENE.
Yo que había escrito al azar, solo para ver si funcionaba bien, había tecleado palabras sin sentido lógicamente, pero ella había querido lanzarme un mensaje entre las letras que yo escribí, olvídate de ella.
―¿Qué estaba pasando?, ¿Cómo puede ser cierto?, ¿me estoy volviendo loco o qué?
No, no puede ser, me decía una y otra vez, son cosas mías, obra estrictamente de la casualidad, es una mera coincidencia.
Entonces cerré los ojos y volví a escribir otra vez al azar, esta vez más que antes, puesto que tenía los ojos cerrados, tecleé de cualquier forma, buscando las letras con los dedos de un lado a otro, para hacer más sin sentido aún, la frase que saliera, cuando acabé, cogí la palanca, la presioné, el carro se movió, y apareció ante mis ojos una nueva frase que no pude acabar de leer: AMCUTGJB,DPH VJFUFH solo tú y yo SKSPTÑGTPÑP.
No tuve más remedio que ponerme en pie, lo hice de un salto, empecé a recorrer la habitación de un lado a otro, nervioso, pensativo, como un lobo acorralado, necesitaba respuestas, necesitaba saber que estaba pasando, y porque me sucedía eso a mí.
Me aparté de ella por un momento, queriendo reflexionar sobre lo que estaba pasando, pero ella empezó a brillar como nunca antes lo había hecho, era como si exhalara un halo de luz a su alrededor que llamaba poderosamente mi atención, me acerqué poco a poco, alargué la mano hasta la palanca y presioné nuevamente, el carro se movió y el haz de luz desapareció.
Volvió a ser una maquina normal, respiré profundamente, y lancé al viento un suspiro que me salió directamente del alma, yo no quise escribir nada más, pensé que ya era suficiente por ese día, así que lo recogí todo y me fui a la cama.
Antes de acostarme, bajé a la cocina a por un vaso de leche caliente, para templar los nervios y poder dormir, me encontré a mi padre en el salón, se había quedado dormido leyendo un libro de aventuras, este, estaba abierto bocabajo sobre su pecho, la mano izquierda le colgaba hasta el suelo y el guarda paginas estaba junto a ella, le cogí el libro con sumo cuidado, le puse el separador en su sitio, y lo cerré, busqué una manta y sin despertarlo, se la puse por encima, cuando el en su sueño notó la calidez de la manta entreabrió los ojos un poco y dijo, Nico cariño yo.......... sssss no digas nada Papá, estoy bien, ya te contaré, le guiñé un ojo y él sonrió tímidamente, se ahuecó en el sillón orejero, asió la manta y cerró los ojos, buenas noches Papá, que descanses.
Permanecí allí por espacio de cinco minutos, observándolo, velando su sueño, como tantas veces había hecho él desde que mi madre murió, me acerqué le besé en la frente y lo abracé con cuidado, para no despertarlo, después tomé la dirección de mi cuarto y me acosté, aunque no pude dormir mucho, por lo menos descansé.
El día siguiente despertó, con una mañana preciosa, un manto de hojas de color ocre, cubría las calles, los rayos del sol penetraban entre las arboledas y hacían que los colores del otoño invitaran a plasmar aquella belleza en un lienzo.
Cuando bajé a la cocina, mi padre estaba ya levantado, había hecho chocolate y había sacado unas madalenas, que sabía perfectamente que eran mis preferidas, creo que quería que yo me sintiera bien y quizás sonsacarme algo de lo que me pasaba; yo pasé por alto los detalles, como no dándole importancia al asunto. Hoy te has levantado antes de tiempo, ¿hay algo que yo deba saber?´
―No Papá, no te preocupes, es que he quedado con Pedro para ir juntos al colegio,
Era la primera vez que le mentía a mi padre a propósito, pero aún no podía arriesgarme a contarle nada de lo que pasaba, por lo menos aún no.
Salí de mi casa como alma que lleva el diablo, yo, que tanto gustaba de disfrutar de aquellas mañanas de sol otoñal, casi no le presté atención a la postal que tenía delante de mí, solo tenía un pensamiento, llegar a la casa de Isabel antes de que se fuera al colegio.
Así fue, aún no había salido cuando llegué a su esquina, la vi en la ventana de su cuarto cogiendo sus cuadernos, silbé, para llamar su atención, y valla si lo hice, al verme casi se le caen los cuadernos de las manos, puso cara de incredulidad, y se encogió de hombros en señal inequívoca de no saber a qué venía esto.
Yo le hice señas con la mano para que saliera y así poder contarle lo que pasaba, ella, astuta como era lo entendió al momento, se despidió de su padre y salió corriendo en la dirección que yo estaba, cuando hubo llegado, me pregunto:
―¿Que pasa Nico me tienes intrigada?
―No tenemos tiempo que perder, necesito tu ayuda le dije.
Sabedora de que algo estaba tramando y consciente de que conociéndome sería algo importante, se preparó para escuchar diciendo; soy toda oídos.
Yo la miré fijamente a los ojos, le cogí las manos y le dije que necesitaba que me acompañara a un sitio.
―Pero tengo clase, no pretenderás...........
―Sí, no tenemos tiempo que perder, le dije.
―Pero....
No dejé que acabara la frase, la besé y le dije; ¿confías en mí?, ella sin dejar de parpadear como no sabiendo de donde le vino el beso, dijo que sí, pero que necesitaba saber, yo le dije que más adelante le contaría, ahora no podía perder más tiempo, sígueme le dije.
Era lo mismo que ella me dijo el día que nos conocimos, yo lo hice y ahora le tocaba a ella confiar en mí y hacer lo propio, seguirme.
Tuvimos que coger dos tranvías para poder llegar hasta la calle donde estaba el manicomio de San lázaro, mientras el tranvía hacia su lento y monótono recorrido entre las calles, tuve tiempo de tranquilizarme un poco y disfrutar algo de lo que había a mi alrededor y que ese día aún no había disfrutado, lo primero la compañía de Isabel, hasta ese momento no había reparado en lo mucho que la echaba de menos, en lo que mis pupilas se dilataban cuando la veía, y en la tranquilidad que mi corazón sentía al estar con ella, en segundo lugar, el paisaje que teníamos ante nosotros, el manicomio estaba situado casi a las afueras de la ciudad, en lo alto de una loma desde la que se veía toda la ciudad, y se podía contemplar su grandeza, y también esa neblina mañanera que rociaba las flores y las llenaba de vida.
Tardamos unos cuarenta y cinco minutos en llegar, la placa con el nombre de la calle que había a la entrada nos descubrió abrazados en uno de los asientos traseros, carrera de San Lázaro, dijo el revisor, nos dispusimos a bajar al igual que la mayoría de los ocupantes del tranvía, sin saberlo, era día de visita, cosa en la que yo no había reparado y que nos podía haber costado un viaje en balde, no fue así menos mal, ahora tocaba ver cómo podríamos entrar a visitar a alguien que no conocíamos.
Las visitas fueron una a una dando el nombre del enfermo al que venían a ver, alguien les acompañaba hasta la sala donde estaban todos los enfermos y los familiares, yo estaba algo intranquilo, no sabía que decir cuando me preguntaran, al fin nos llegó el turno. Buenos días dije mientras esbozaba mi mejor sonrisa, venimos a ver a Irene.
La chica de la entrada se me quedó mirando a sabiendas de que era nuevo en esas lides y dijo: el apellido, necesito el apellido, como puedo saber yo quien es Irene, es fácil dije, Irene es la más guapa de todas, es la que siempre está arreglada y maquillada, y es la que me está esperando, yo solo quiero darle un poco de esperanza, ella levanto una ceja, y cariacontecida como estaba, me sonrió y me dijo: ya sé quién es, y ya era hora de que alguien se dignara en venir a verla, la visita es hasta la hora de comer.
Le di las gracias y nos dispusimos a entrar en el salón, nos cortaba el paso un hombre mayor que apenas podía andar, se ayudaba de un andador que hacía que los pasos fueran lentos y parsimoniosos, la puerta estaba entreabierta y no podía entrar, así que le ayudé, le sostuve la puerta mientras entraba, cuando acabo de hacerlo se volvió y me dio las gracias, tenía los ojos rojos y a punto de llorar de agradecimiento, jamás pensé que un acto tan simple, pudiera denotar tanto agradecimiento, me di cuenta que en ese lugar los detalles brillaban por su ausencia, y de que las personas que allí había, hacían un mundo de una cosa trivial.
Nada más entrar al salón, descubrí la crueldad de la realidad, un mundo, hasta entonces desconocido para mí, lleno de lamentos, tristeza y locura, provocados en su mayoría por la infame soledad a la que estaban condenadas las almas de las personas que otrora habían tenido el rumbo del país en sus manos, ya fuera en política, en cine o simplemente haciendo pan en un obrador, y lo peor es que a nadie le importaba cuan famoso habías sido y a que te habías dedicado, ahora eran todos iguales, todos, sin excepción.
Tú eres mi Antonio ¿verdad?, una mujer con el pelo enmarañado y los ojos desorbitados se me acercó y no paraba de tocarme la cara mientras repetía: ¿eres mi Antonio verdad?
Virtudes no molestes, le dijo una de las enfermeras, no por Dios, no molesta le dije, no se preocupe. Ella siguió acariciándome la cara, mientras repetía una y otra vez su cantinela, yo no sabía muy bien lo que hacer, pero pensé que si por un momento le hacía creer que su Antonio había venido a verla, se llevaría una alegría, era una mentira, pero pensé que merecía la pena.
Tal y como yo pensaba, mi mentira hizo su efecto, Virtudes por un momento se calló, me cogió la mano y me miró con una dulzura inédita hasta entonces, su mirada se tornó de desencajada a entrañable, y por un instante, solo un ínfimo instante, sentí como la razón recorría todo su cerebro y le daba paz a su desprotegida alma..................
Al momento volvió a truncarse su mirada, soltó mi mano y siguió con su peregrinaje a través del amplio salón, buscando nuevamente a su Antonio en todos los rostros con los que se cruzaba.
Al ir avanzando, me fijaba en las personas que estaban apostadas a modo de centinelas en unas sillas que había a todo lo largo del contorno del salón, todas hacían lo mismo, esperar, todas las personas que allí había, estaban esperando a su Antonio, cada una al suyo, risueñas cariacontecidas, expectantes y con el corazón en un puño, esto pasaba todos los días que tocaba visita, por desgracia para la mayoría, este acto se repetía con más frecuencia de la deseada por ellas, ya que no eran muchas las visitas que recibían.
Irene estaba al fondo del gran salón, vuelta de espaldas, miraba a través de las ventanas, y contaba una a una las hojas que el viento arrancaba de las desnudas ramas.
No me pregunten como, pero supe que era ella nada más verla, su pelo blanco parecía una nube de algodón, llevaba en su cuello un pañuelo de seda, a juego con el carmín de sus labios, eso y un poco de rubor en las mejillas la hacían parecer una muñeca, a lo cual ayudaba la quietud con la que yacía, sentada en una silla y con una maleta vieja al lado, de la cual no se desprendía nunca porque según ella vendrían a recogerla de un momento a otro.