Ella no advirtió mi presencia, estaba justo detrás, cogí el respaldo de la silla y le dije:
Hola Irene, ella dio un respingo y quiso buscar mi voz en todas partes, mirando de un lado a otro, yo me quedé callado por un momento, no sabía si decirle la verdad o si por el contrario tenía que hacer igual que con Virtudes, dejar que creyera que era la persona que esperaba.
Isabel me quiso ayudar y bordeó la silla mientras le cogía la mano, hola Irene, ofreció, ¿cómo te encuentras? Estoy bien, es que van a venir a recogerme ¿sabes? Si lo sé dijo ella, ¿por eso te has puesto así de guapa no? Claro contestó Irene, hoy viene David a recogerme, tengo que estar preparada.
Isabel comenzó a llorar y tuvo que apartar la mirada para que ella no la viera, le tocaba la fibra todo lo que tuviera que ver con unos sentimientos tan profundos de amor verdadero.
Yo mientras tanto me deslicé alrededor de la silla y me puse de rodillas, le cogí las manos y la miré con ternura, al momento afloraron a sus preciosos ojos, hundidos por el caprichoso paso del tiempo, dos lagrimas que se precipitaron con rapidez hasta abajo, cayendo encima de muestras manos, las cuales aún permanecían unidas, David dijo, sabía que vendrías a por mí, sabía que no me abandonarías, ya pueden reírse sin parar, todas las que me decían que estaba loca, ya pueden reírse hasta reventar, porque ya no me hacen daño, ya no, ya no.
La abracé con todas mis fuerzas y la apreté contra mí, para que sintiera el mismo calor que yo sentía cuando mi padre me abrazaba, y así reconfortar su alma y su espíritu, Isabel no pudo resistir la tentación y se abrazó también a nosotros llorando, haciendo que mi alma sintiera que formaba parte de uno de los momentos más emotivos y entrañables de mi vida.
Así permanecimos durante al menos cinco minutos, en ese tiempo descargamos nuestros corazones de la pena que lo había invadido, nos desahogamos solo con oír la entrecortada respiración de los tres casi al unísono y poco a poco fuimos soltándonos, lentamente fuimos desenmarañando los brazos y los cuerpos, hasta entonces fundidos en el emotivo abrazo, tenía las rodillas doloridas, no caí en la cuenta hasta que decidí ponerme en pie, dejamos que la sangre fuera fluyendo por nuestros brazos y retomamos nuestra postura natural.
Cuando volví a mirarla, noté como su rostro había perdido el halo de locura que antes lo envolvía, sus ojos llenos de lágrimas exhalaban una ternura inusitada, irradiaba amor, era algo que nunca habíamos visto, Isabel y yo nos miramos, y entendimos de repente lo que significa amar de verdad, sin importarte los defectos de la otra persona o lo injusta que pueda llegar a ser, amar sin mezquindades, amar sin esperar nada a cambio, amar plenamente hasta el punto de no importarte tu vida, si no la de la persona que amas, en definitiva AMAR con mayúsculas.
―Tengo algo para ti, Irene.
Ella fijó sus ojos en los míos, al hacerlo hizo una mueca como de sorpresa, por un momento la lucidez le recorrió su mente.
―¿Dónde está David?
No ha podido venir, me manda para que te dé algo de su parte, me dolió mentirle pero no sabía qué hacer y me pareció lo más oportuno, tal y como estaban las cosas.
Ella sin dejar la mueca de sorpresa, dijo: ¿pero dónde está?, ¿va a venir luego?
Está acabando una novela para ti, me ha dado esto y me ha dicho que te quiere, alargué mi mano y le entregué la nota que había escrito David, ella la cogió y se dispuso a leerla.
Por cada renglón que leía, una lágrima resbalaba por su mejilla hasta caer en su falda, de vez en cuando esbozaba una pequeña sonrisa que hacía que se ruborizara.
Cuando terminó y levantó sus ojos del papel, era otra persona, no quedaba ni un atisbo de la mirada apenada y perdida que tenía cuando entramos, su rostro se había iluminado de una forma casi mágica, sus ojos aunque llorosos aún, desprendían luz propia, y los signos de su apagada belleza, dieron muestras de que aún era una de las mujeres más bellas que yo he conocido.
―¿Quieres mucho a David verdad? Dijo Isabel sacándome del trance.
Es mi vida, no soy nadie sin él, sé que está enfermo, aunque quiera ocultármelo, pero no me deja cuidarle, no sé el tiempo que le quedará, pero quiero vivirlo junto a él, sea poco o mucho, quiero estar a su lado cuando llegue la hora, quiero que sepa que nunca lo dejaré pase lo que pase, y que no le tendré en cuenta las cosas que me dijo la última vez que nos vimos, amar es perdonar, amar es no tener nunca que decir lo siento.
Poco a poco nos contó toda la historia de su amor, desde que se conocieron hasta que él la dejó, nos contó con todo detalle, lo que hacían cuando salían, como se buscaban al terminar sus jornadas laborales, como disfrutaban de un amor extraordinario que los convirtió en la pareja más envidiada de la ciudad, lo que él le escribía al principio de la relación y como ella echaba de menos aquellos años, aunque los recordara como si hubiera sido la semana pasada. Ella no comprendía porque tuvo que cambiar, pasó de ser una persona maravillosa y el amante perfecto, a ser una persona anodina y gris, sepultada en un halo de grandeza promovida por las riquezas y por las personas que hacían que su vanagloria experimentara un cambio tan malvado como injusto.
En el transcurso de la historia, Irene habló dos o tres veces de un piso de soltero que tenía David y que era el punto donde se encontraban sus corazones y daban rienda suelta a su hasta entonces casi prohibido amor.
Gravé en mi mente la dirección del piso, cuando ella me dijo que permanecía cerrado a cal y canto desde que él se mudó al caserón solariego donde vivía, desde que el amor que sentía por ella, dejó paso a la avaricia y a la pena de vivir enclaustrado, solo por el hecho de ser más rico, sin importarle el mundo que le rodea, en realidad era tan rico, que no tenía más que dinero.
Cuando hubo acabado, tendí mi mano cerrada hacia ella y al abrirla dije:
―Esto es para ti.
La luz del diamante volvió a hacer su trabajo, al recibir la luz que venía de los ventanales abiertos, este se encendió como una luciérnaga, y brilló con toda la fuerza que yacía en su interior, por un momento quedó boquiabierta, como pasmada, con cara de no saber muy bien que significaba eso, al momento colocándoselo en su dedo dijo: Es mi anillo de pedida, quiere casarse conmigo, todavía me quiere, volvió a llorar, pero esta vez era de felicidad.
Tanto Isabel como yo, no quisimos romper la magia del momento y nos quedamos callados durante el rato que le duró la consabida magia, en señal de respeto hacia ella y hacia David.
Gracias dijo al fin, me cogió la mano, tiró de ella hacia sí, y me abrazó, yo, la besé en la frente y le dije que teníamos que irnos.
Hizo una mueca con su rostro de sentir que nos marcháramos, ¿ya os vais? Preguntó.
―¿Vendréis a verme alguna vez?
Por supuesto dije mirando a Isabel, esta, asintió con la cabeza diciendo claro que sí, de vez en cuando volveremos a visitarte y a traerte noticias de él.
Acércate, dijo Irene, con voz temblorosa, no os olvidéis de mí por favor, no tengo nada en el mundo más que el recuerdo de mi felicidad y una caja de colorete que él me regaló, pero ahora, os tengo a vosotros, si vosotros queréis; Claro que si, en este momento no hay nada en el mundo, que me apetezca más que formar parte de tu familia, de ser algo tuyo, te lo digo de corazón, Isabel con lágrimas en los ojos asintió con la cabeza.
Volvió a tirar de mí hacia ella acercó su cara a mi oído y me dijo: Mira en la caja fuerte...... y hazla feliz, no me falles.
Acto seguido, me soltó la mano, se volvió hacia la ventana, acercó su maleta un poco a la silla y volvió a contar una a una las hojas que caían, adoptando un aire de resignación.
Yo cogí de la mano a Isabel y me puse en movimiento, ella se quedó parada donde estaba y al acabar de extenderse mi brazo y el suyo, hizo que su quietud, me parara en seco, me volví y descubrí que estaba pasando, Isabel con los sentimientos a flor de piel, esperaba que yo la abrazara, así que recorrí el pequeño espacio que nos separaba y la abracé con todas mis fuerzas, le acaricié el pelo y le susurré al oído, tranquila que esto no nos pasará a nosotros, te lo juro por el amor que siento por ti y por la memoria de mi madre.
Salimos de allí lo más rápido que pudimos, haciendo lo posible por no cruzarnos con nadie más, sorteábamos rápidamente a todos los enfermos que nos salían al paso, ya hemos tenido suficiente por hoy, dije, no puedo ver por más tiempo la miseria que exhala este sitio, pero dentro de mí, algo me decía que no había hecho todo lo que podría haber hecho por aquellas personas, así que pensé volver otro día e intentar calmar el hambre de cariño de todas esas almas, una a una, poco a poco, lenta pero inexorablemente. No sé cómo lo haría y tampoco si lo conseguiría, solo sé que debía intentarlo.
Cogimos el primer tranvía que pasó, no dijimos prácticamente nada en todo el trayecto, porque lo que acabábamos de vivir, nos había dejado huella, haciéndonos recapacitar; Sobre todo a mí, así que disfrutamos del silencio, tan solo roto, por el monótono sonido que emitían los vagones sobre la vía, tran tran, tran tran, tran tran.
Mientras tanto en mi mente, una dirección no paraba de dar vueltas y vueltas en ella:
Hospital de la virgen número veinticuatro, primero B, esa era la dirección que Irene había mencionado en su historia, eso unido a las palabras que me dijo al oído y que solo yo escuché: Mira en la caja fuerte y hazla feliz, hicieron que mi corazón volviera a experimentar un cambio de pulsaciones, la adrenalina empezó a fluir por mis venas y mi mente empezó a elucubrar un montón de ideas que de momento me guardé solo para mí, abracé a Isabel y esperé en silencio a que el trayecto finalizara.
Nos bajamos aquí dije, ella me miró con extrañeza, no comprendiendo porqué le dije al revisor de bajarnos al otro lado de la ciudad, tan lejos de nuestras casas, yo le dije que me siguiera, que confiara en mí, ella asintió, se aferró a mi mano y se dispuso a que la condujera a una nueva aventura.
El edificio casi no se distinguía entre los colindantes, estos habían sido reformados con el paso de los años, pero el número veinticuatro, permanecía exactamente igual que el día que lo construyeron, halla por mil ochocientos noventa más o menos, debería de tener unos treinta o treinta y cinco años, su fachada pequeñita y casi derruida nos dio la bienvenida,
Lo conformaban, un bajo con portería, deshabitada por supuesto, dos primeros A y B y dos segundos, pero solo estaba habitado por una familia, una pareja de jubilados que envejecía en el primero A, esperando que el tiempo hiciera su trabajo y la muerte viniera a visitarlos más pronto que tarde.
El olor a humedad que llegó hasta mi nariz era nauseabundo, al penetrar en el rellano de la entrada y adentrarnos por el pasillo que conducía hasta las escaleras, noté como el frio me calaba hasta los huesos, habíamos venido con el sol en la espalda, paseando desde la parada del tranvía, y el cambio, se me antojó demasiado brusco, no solo para mí, porque Isabel se aferró a mí como si formara parte de mi cuerpo, intentando mitigar el frio húmedo que sentía y que recorría el pasillo con cada ráfaga de viento que se levantaba, dando pie a pensar que seguro que había corriente.
Con el paso del tiempo, la pintura que se había desprendido de todas las paredes, yacía amontonada junto a ellas, el olor a madera podrida iba en aumento, la baranda de la escalera era metálica, con el pasamano de madera algarrobada. Esta, ascendía en curva de una planta a la otra, haciendo menos bruscos los cambios entre plantas, en su momento debió ser una baranda segura, pero ahora tenía un ligero movimiento de lado a lado que semejaba un diente a punto de caer, y que hacía que su seguridad fuera cuando menos dudosa.
Al fin alcanzamos el primer piso, nos deslizamos a través de un largo pasillo y al fondo, encontramos dos puertas, una de ellas estaba carcomida por el tiempo, esa era la nuestra, habíamos llegado, la letra B se le había desprendido y yacía en el suelo, la otra estaba mejor conservada, con una o dos manos de barniz más que la hacían parecer mejor de lo que era.
Que estúpido soy, no he caído en la cuenta de que no tenemos la llave, maldije en voz alta, Isabel me dijo que me tranquilizara, pasó su mano por mi espalda a modo de caricia, entonces, oímos como la mirilla de la puerta de enfrente, emitía un pequeño sonido al deslizarse hacia un lado, pequeño, insignificante, pero alentador ruido, los vecinos estaban en casa, quizás supieran algo, quizás pudieran contarnos algún detalle, o quizás tuvieran una llave del piso de David, habida cuenta que antes era normal que los vecinos tuvieran llave, unos de otros para evitar algún problema en ausencia de estos, o simplemente para regar las macetas.
―Hola, dije, buenos días señor, ¿puede abrirnos?
El silencio fue ensordecedor, se diría que contenía hasta la respiración, no movió ni un musculo, no hizo ni siquiera amago de moverse,
―Señor por favor, somos amigos de Irene, nos envía ella.
Después de unos segundos que me parecieron horas, oímos un cerrojo descorrerse, y un chirrido de bisagra oxidada, inundo todo el rellano.
―¿Cómo está Irene? Dijo.
Está bien, todo lo bien que se puede estar en ese sitio donde está, pero a partir de hoy me he prometido visitarla con asiduidad y hacer más llevadera su espera.
―Me llamo Vicente, hemos sido vecinos de David durante casi veinte años, hemos sido testigos de su amor y de su desventura, a Irene la queremos como si fuera de nuestra propia familia, pero estamos muy mayores mi mujer y yo para visitarla, no sé si nuestros corazones aguantarían el envite.
―Si quiere, yo les podría acompañar alguna vez, para ayudarles a llegar hasta allí, seguro que ella lo agradecería.
―Sí quizás alguna vez, dijo, poniendo cara de quien no está muy convencido de lo que dice.
―¿Que os trae por aquí?
Pues verá, dije, tenemos un encargo de Irene, tenemos que recoger una cosa de dentro del piso y no tenemos la llave.
―Lo siento pero no puedo ayudaros, no tengo la llave del piso, así que vuestro viaje ha sido en balde, además, si la tuviera tampoco os abriría, están pasando últimamente muchas cosas como para fiarse del primero que llega con cara de no haber roto un plato en su vida.
Por favor señor, contesté, mire tengo un papel escrito del puño y letra de David donde dice que; No pude acabar la frase, al meter mi mano en el bolsillo de la chaqueta para coger el papel, descubrí dos cosas; una que el papel se lo había entregado a Irene y lógicamente no me lo devolvió, porque era para ella, era suyo, y dos, tenía algo frio en mi bolsillo, algo tan frio como un diamante, entonces caí en la cuenta, cuando Irene tiró de mí hacia ella para decirme al oído lo que me dijo, debió ponerme el anillo dentro, por eso dijo: hazla feliz, no me falles, quería que yo acabara el trabajo que David no supo acabar, quería que hiciera feliz a Isabel, y para eso contaba con el anillo y la novela, si algún día, conseguía tenerla en mis manos.
Mi rostro palideció y él, debió de notarlo, pero pensando en que era por haberme quedado sin argumentos, se despidió y cerró la puerta tras de sí, dejándonos abandonados a nuestra suerte en la búsqueda de la llave.
Nos disponíamos a bajar la escalera, habíamos llegado al final del pasillo, cuando de repente oímos otra vez el chirrido de las bisagras de la vieja puerta.
―¿Estáis ahí todavía?, dijo una voz de mujer al fondo del pasillo.
―Si señora. ―Dijo Isabel, aún estamos aquí.
―Acercaos, perdonad a este viejo cascarrabias, no es mala persona, pero vive en el pasado, todo lo que signifique un cambio en su monótona existencia, es un mundo para él.
No se preocupe aduje yo, es comprensible, entonces me tendió su mano, de la que colgaba un viejo llavero con una llave ennegrecida, no tardéis mucho replicó, no se preocupe contesté, en seguida se la devolvemos.
No acertaba con el agujero de la cerradura, los nervios no me dejaban, Isabel me cogió la mano y me dijo que me tranquilizara, que no teníamos prisa, respiré hondo, y lo volví a intentar, pero esta vez sin temblar.
Deslicé la llave hasta el fondo de la ranura, inicié el giro, pero este no se produjo, ¿Qué pasa dije? No es la llave ¿o qué?, Isabel, cogió el pomo de la puerta y tiro con fuerza, prueba ahora dijo, la fuerza que imprimió al pomo hizo su trabajo, la llave giró y la puerta se abrió despacio, las bisagras chirriaban oxidadas y la madera crujía, lentamente fuimos entrando al recibidor.
La falta de luz hizo que las pupilas se nos dilataran al máximo, el olor a cerrado y humedad impregnaba cada centímetro del piso, el sonido del viento viajaba a su antojo por las habitaciones, intenté sentir el tacto de las paredes, pero al tocarlas, noté como se desprendía de ellas la pintura acartonada y desecha por el paso de los años, además un regusto a podrido vagaba en el ambiente, creando una atmosfera casi irrespirable,
Isabel, saco su pañuelo y se tapó la boca y la nariz, para impedir que el hedor del ambiente le produjera nauseas. Sígueme, le dije, me dio la mano y nos dispusimos a buscar la caja fuerte.
Lo más normal sería que estuviera en el salón, dije a Isabel, aunque cualquiera sabe.
Una a una fuimos recorriendo todas las habitaciones de la estancia, la primera era la cocina, donde el hedor a podrido se hacía más latente, las puertas de la alacena se habían caído de uno de los lados y yacían colgadas de un extremo a modo de banderolas gastadas, las ratas, habían roído hasta los tapetes de ganchillo de los vasares, había restos de excrementos por doquier, la mayoría eran de paloma, pero también había de gato, así que el amasijo de olores que había era cuando menos vomitivo.