Debió ser por todo lo vivido esos días, por lo que mi mente hizo una especie de cóctel entre los recuerdos, las vivencias y los miedos, el caso es que esa pesadilla tan esclarecedora me hizo creer que yo era David, que sus tormentos eran los míos, que su vida y la mía serian paralelas y que Isabel y yo, podíamos acabar como ellos.
El caso es que fuera lo que fuese, a mí me parecía que el destino me daba una segunda oportunidad, cuando en realidad yo aún no lo había vivido, pero doy gracias por ello.
Es una cosa muy rara, me refiero a lo que se siente cuando ves media vida pasar delante de ti, cuando cometes tantos errores y te ves abocado a un destino sin poder hacer nada por remediarlo, es como ser el protagonista de una película que ya has visto, que ya conoces el final, a sabiendas de que este, es un final lleno de tragedia, dolor y podredumbre del alma.
Necesitaba tranquilizarme, poner mis ideas en orden, me abracé a mi padre sollozando, con la respiración entre cortada, él me apretó contra su pecho y volví a sentir ese calor suave que desprendía su cuerpo y que tan gratificante era para mí. Ssss ya está, hijo ya pasó.
Muy despacio, conté a mi padre todo lo que me pasaba, lo que me afligía, lo que me apenaba, lo que sentía cuando tocaba mi máquina y lo que había llegado a creer de ella.
Mi padre sin dejar de abrazarme, me dijo que me parecía a Don Quijote de la mancha, que de tanto leer novelas de caballerías, creyó que su vida era una de ellas, eso me estaba pasando a mí, me había metido tanto en la vida de David que la hice mía en sueños, pero yo no quería correr su suerte, yo no era como él.
Por eso creo que el destino hizo que nuestros caminos se cruzaran, él, pretendía enderezar con mi ayuda, todo lo que consideraba torcido en su vida, su amor con Irene era tan grande que después de morir y librarse de las cadenas y el yugo de codicia al que estaba sometido, quiso poner las cosas en su sitio.
Al fin lo entiendo dije, es el espíritu de la maquina el que atormentaba a David, el que le hizo ser infeliz, y el que pretendía que yo siguiera su misma suerte, así que tengo que descubrir de quien era la maquina antes de ser de David, tengo que conocer la historia de la máquina, para comprender el fondo del problema.
Así que me puse manos a la obra, ese mismo día hice una visita al jefe de mi padre, como en el sueño, le lleve las páginas que había escrito, cuando estuve frente a él, no pude remediar recordar el sueño y su forma de tratarme, pero nada más lejos de la realidad, al contrario, me trato de una forma especial, como viéndose reflejado él mismo en aquel imberbe, que pretendía emular a los grandes escritores, leyó pacientemente lo que le había llevado, y cuando acabó, estrechó mi mano diciendo: Enhorabuena desde este momento eres el legítimo dueño de esa máquina que tanto te gustaba.
Tráeme todo lo que escribas que te lo compraré gustoso, si te he de ser sincero, nunca creí que un chico de tu edad que escribe por primera vez, pudiera escribir de un modo tan directo y emotivo, y además ser capaz de captar la atención del lector y llevarlo a su terreno, hasta poder tocar casi su corazón y refrescarlo.
Sus palabras se hicieron eco en mi mente y no pude por más que esbozar una sonrisa pícara que él compartió gustoso, no todo el mérito es mío, dije, la máquina también tiene que ver, como si de un disparo se tratara, mis palabras hicieron que frenara su risa en seco y me mirara cariacontecido.
―¿A qué te refieres?
―a que sin la maquina me hubiera sido imposible hacerlo.
Después de un momento casi eterno, volvió a aflorar la sonrisa a su boca y mirándome fijamente dijo: perdona creí por un momento que te referías a otra cosa.
―¿A qué, al espíritu que habita dentro de la máquina?
La sonrisa que dibujaban sus labios se acalló de repente, con la cara descompuesta me dijo:
―¿Que máquina es la que has arreglado?
La vieja Underwood señor, la que estaba escondida debajo de unas cajas en la buhardilla.
No, no puede ser, después de tanto tiempo, estaba como delirando, hablaba con los ojos muy abiertos y mirando al infinito, como temeroso de algo.
Señor, le dije, tocándole el hombro levemente. Él, sobresaltado, me dijo: Olvídate de ella.
No puedo señor, tengo que saber qué pasó con esa máquina, de quien era y por qué está pasando lo que pasa. Entiéndame por favor, no quiero que me pase lo mismo.
Lo miré fijamente a los ojos, le apreté la mano y le dije: Por favor, señor cuénteme lo que sepa.
Siéntate, me dijo, respiró hondo y comenzó a contarme.
Hace más de treinta y siete años, yo era un chico con un futuro prometedor, estudiaba periodismo y trabajaba para poder ayudar a mis padres, quería ser escritor, plasmar mis pensamientos en un papel y que todo el mundo los leyera.
Estaba enamorado de una chica maravillosa de pelo moreno que me tenía encandilado, Leonor se llamaba y era la chica más dulce que he conocido en mi vida, pero ella lejos de sentir por mí, ni uno solo de los sentimientos que yo sentía solo con verla, bebía los vientos por un escritor desconocido, un muerto de hambre que era vecino suyo y que no le hacía todo el caso que ella quisiera.
Por más que quise, no pude hacerla mía, estaba enamorada de ese tal David Martin, y aunque él no la quería, poco a poco fue dejándose querer, hasta que consiguió que fueran novios, se prometieron cuando solo tenían dieciséis primaveras, haciendo añicos mis intereses, y tirando por tierra todos los sueños que en secreto tenía para cuando su vida y la mía fueran solo una.
Él le juró amor eterno en uno de los bailes al que acudimos invitados por un amigo común.
Estaba un poco bebido y jamás se imaginó que aquella promesa iba a ser tan perjudicial para su salud, si lo hubiera imaginado solo por un instante, habría roto el juramento.
A los pocos meses del juramento, Leonor le descubrió en un pajar con una de sus amigas, en una aptitud más que comprometida, su mente se nublo para siempre, sus anhelos, sus pasiones y su amor se diluyeron en un segundo, su corazón se rompió en mil pedazos, montó en cólera y los maldijo, a ellos y a sus familias.
Se marchó a su casa sin decir ni una sola palabra más a nadie y se quitó la vida, se colgó del cuello hasta que sus preciosos ojos salieron de sus orbitas, haciendo más trágica si cabe la cruenta escena.
Nadie supo por qué, solo ellos, cómplices como eran de lo que había pasado, y yo años después cuando él me lo contó.
David quiso tener un recuerdo de ella, y le pidió a sus padres que le dieran la máquina de escribir que Leonor tenía en su cuarto y que tantas veces él había utilizado para escribir.
De ese modo fue como el espíritu de Leonor se metió en el único sitio donde podía seguir estando con él, su alma no encontró la paz nunca, le quería tanto que no quiso abandonar este mundo, quiso estar con él para siempre, hasta que la muerte los uniera otra vez.
Al principio según me contó después, cuidaba de él, le ayudaba a escribir, sin que él lo supiera le hacía la vida más fácil, ayudándolo a alcanzar el éxito, para que fuera reconocido en el mundo entero, pero pagando un alto precio, ser suyo para siempre, solo para ella, vivir en su mundo y olvidarse para siempre de las personas queridas.
Pero todo cambió cuando se enamoró de Irene, fue un cambio repentino, el espíritu se volvió maligno, egoísta y posesivo y empezó a hacerle la vida imposible a David, metiéndose en su mente y jugando a su antojo con su destino, hasta que dejó a Irene y volvió a dedicar su vida a estar con ella, a escribir en ella, a acariciarla cuando escribía, a hacerla creer otra vez que estaba con ella por amor y no por imposición como en realidad era.
Esta es una más de las incongruencias de la vida, una relación basada en el amor que ella sentía por él, una historia de amor que pudo ser preciosa, por culpa del egoísmo, los celos y sobre todo de la mentira, acabó en toda una vida llena de rencor, miedo, odio y soledad.
Ahora entiendo lo del tacto que noté cuando la acaricié por primera vez, ese tacto sedoso al que me refería al principio, esa manera tan coqueta de brillar, de llamar la atención, para encandilar a un hombre, a fin de cuentas eran armas de mujer, encantos mediantes los cuales hacen enloquecer de amor a las personas y las manejan a su antojo.
Él, continuó contándome. Después de unos años nos hicimos amigos, me traía todo lo que escribía para que yo lo leyera y lo editara si lo veía conveniente, me hizo ganar mucho dinero, la verdad, gracias a sus publicaciones pude montar la fábrica de máquinas de escribir y una editorial que manejaba al unísono.
Meses antes de morir, me contó que estaba muy enfermo, que había algo que le comía por dentro y que más pronto que tarde iba a acabar con él.
Me puso al corriente de todo lo que le pasaba, de los problemas que le había ocasionado enamorarse de Irene, pero que aun así, no podía olvidarla, lo que sentía por ella era tan fuerte, que ni la muerte lo apartaría de ella, pero que reconocía haberla hecho muy infeliz, me dijo que una fuerza sobrenatural le impedía ser él mismo, y que le obligaba a hacer y decir cosas que él no quería, al principio pensó que se estaba volviendo loco, pero poco a poco fue descubriendo la verdad, yo no daba crédito a lo que me decía, pero cuando acabó de contarme el relato, descubrí en sus ojos un miedo abrumador, un desconsuelo tan grande en el alma, que casi no parecía humano.
Me pidió que cuando él muriera, me hiciera cargo de la máquina, habida cuenta de que yo, en un arrebato de sinceridad, le conté que estuve enamorado de ella. Si yo lo hubiera sabido, me dijo, no hubiera tonteado con ella, ni me hubiera comprometido, pero en aquel entonces, no nos conocíamos prácticamente de nada, no teníamos amistad ninguna, y tampoco podíamos saber lo que iba a pasar, una pena dijo, una pena.
Mientras respiraba meditabundo, metido de lleno en el recuerdo de lo que me estaba contando, aproveché el momento para hacerle una pregunta: ¿Dice usted que Leonor y David eran vecinos?
―Sí, eso me dijo, vivían en el mismo bloque, se conocían desde hace mucho tiempo.
―¿Y por casualidad le dijo la dirección del bloque.
Sí, espera tengo que tenerla por aquí, le envié algunas cartas al principio, aunque nunca obtuve respuesta ninguna por parte de ella.
Sacó una cartera de piel, engrosada por la cantidad de papeles que almacenaba, quitó una goma elástica que la rodeaba y empezó a rebuscar entre las tarjetas de direcciones que acumulaba de tantos años de negocios con escritores, editoriales y periódicos.
Aquí está, dijo al fin, la saco con cuidado y la puso a la luz, leyó:
Hospital de la virgen, veinticuatro, primero A, cuando acabó de leer la dirección y me miró, descubrió en mi rostro el asombro que lo había atenazado, ahora encaja todo dije, Leonor es hija del matrimonio que vive enfrente del piso de David, parece que alguien no nos ha contado todo lo que sabe de la vida de David.
Me despedí rápidamente, dándole las gracias y sin esperar a su reacción, no sea que me haga quedarme más rato pensé, El me suplicó con la mirada, ¿no hablaras de esto con nadie no?, me dijo, no se preocupe, contesté, esto es entre David, usted y yo.
Me despidió con los ojos rojos por el llanto contenido al recordar su mocedad, su juventud, su amor incontestable, sus recuerdos, no se preocupe, dije, estreché su mano y antes de salir me volví hacia él, le miré fijamente y dije: Voy a hacer algo que debió hacer usted hace tiempo.
Así que me encaminé a la parada del tranvía más próximo, cuando me hube acomodado en uno de sus asientos, retomé el pensamiento que me revoloteaba en la mente y que hacía que el corazón palpitara más rápido de lo normal, intenté poner las ideas en orden, como si de un puzle se tratara, mentalmente fui recorriendo toda la historia que había escuchado y fui ordenándola en el tiempo.
El aire caliente de las chimeneas, transformado en humo, ascendía parsimonioso hasta el cielo, dejando una neblina grisácea en la atmosfera, eso combinado con la fina lluvia que empezó a caer, hacía la tarde más desapacible de lo normal, no llevaba ropa de abrigo, seguro que mi padre me reñiría por ello, pero ahora no podía pararme a pensar en esas memeces, ahora no, ahora estaba enfrascado en una aventura real que necesitaba de alguien que la contara o que alguien le pusiera fin.
Cuando hube llegado al rellano, el olor a humedad que recordaba, me recibió colándose en mis pulmones hasta dentro, pero esta vez no me paré a pensar en lo que percibía a través de mis sentidos, tenía prisa por saber algo más de esa historia que acababa de escuchar.
Subí de dos en dos los escalones que separaban la entrada del primer piso, recorrí el largo pasillo sin deparar en los crujidos de la madera o el movimiento de la baranda, ensimismado en mis pensamientos.
Llamé con los nudillos nada más llegar a la puerta, esta se estaba abriendo, casi antes de acabar de llamar, supongo que por el ruido de la escalera al subir, acostumbrados al silencio cotidiano de la soledad del bloque.
―¿Ya es domingo?, dijo una voz a la par que la puerta acababa de abrirse.
―No es que necesito hablar con ustedes.
La cara que puso al verme, denotaba que esa visita era más esperada de lo que yo creía, cuando quiso reaccionar, ya había adivinado sus intenciones, ¿no sé porque quieres hablar con nosotros, dijo.
―Necesito saber ¿qué pasó con Leonor?
―váyase y olvídese de nosotros.
Hizo intento de cerrar la puerta, pero yo puse mi pie entre ella y el marco, impidiendo que esto sucediera, por favor, supliqué.
De nuevo la voz de ella, sonó tranquilizadora en el silencio del pasillo.
―Abre cascarrabias, no podemos ocultarlo por siempre, ya es hora de que la verdad se sepa y toda la mala saña de estos años salga a la luz, cuéstenos lo que nos cueste.
Pasa hijo, me dijo, yo me adentré en el interior de la vivienda, dubitativo, sin saber muy bien que iba a pasar, tomé asiento por indicación de la señora, y me dispuse a escuchar.
Sabíamos que tarde o temprano, alguien vendría haciendo preguntas, empezó diciendo, nosotros lo hicimos por amor a nuestra hija, en ningún momento quisimos hacerle daño a nadie y mucho menos a David, pero luego se fue enredando y no fuimos capaces de parar a tiempo, desde que David murió, nos come el arrepentimiento y el dolor.
Si, Leonor es nuestra hija, la única que hemos tenido, la única que podíamos tener, habida cuenta de la operación que me practicaron cuando ella nació, y gracias a la cual me quedé estéril. Pero eso no nos importaba, teníamos la mejor hija que unos padres pueden tener, no lo digo como madre, lo digo como persona que ha vivido mucho y ha conocido a mucha gente a lo largo de su vida, gente de todas las características habidas y por haber.
Era dulce, callada, educada, amiga de todo el mundo, alegre, servicial..... Con cada adjetivo que salía de su boca, una lagrima escapaba de sus ojos, rodaba por su mejilla y moría en su boca, la mirada perdida en el techo, como buscando su recuerdo que aún yacía en el ambiente de la habitación, inerte, impoluto, inmaculado y etéreo recuerdo que crispaba las retinas de sus progenitores.
Se enamoró muy joven, con todo lo que conlleva eso, nosotros le dijimos que era pronto para enamorarse perdidamente de alguien, que el primer amor no es el verdadero, pero ella no compartía nuestros pensamientos, decía que el primer amor, es el más puro y verdadero de la vida de una persona, por la inocencia y la pasión de los enamorados.
Cuando supimos que él no le correspondía, intentamos convencerle por todos los medios, para que ella no sufriera, le contamos todo acerca de lo buena persona que era, y de lo que lo quería, pero él, no estaba enamorado, en las cosas del corazón, no manda la razón, así que tuvimos que recurrir al chantaje, vendimos el alma de nuestra hija por unas monedas.
David era un escritor que empezaba a dar sus primeros pasos en el arte de escribir, como todos los comienzos, era muy difícil que alguien le publicara algo, así que pasaba penalidades para llegar a final de mes.
De eso nos aprovechamos, le dijimos que si salía con ella le ayudaríamos económicamente todos los meses, para que no pasara falta alguna, y que además mi marido hablaría con un amigo suyo que tenía una editorial, para que le publicara alguna de las novelas que tenía.
Al principio, se negó, pero luego de explicarle todas las ventajas que supondría ser nuestro yerno, lo pensó mejor y accedió por fin, aunque de mala gana.
Cuando Leonor se quitó la vida, se llevó la nuestra con ella, porque desde entonces no volvimos a tener vida propia ni su padre ni yo. Acusamos y culpamos a David de todo lo que había pasado, echamos sobre su nombre toda la hiel que teníamos dentro del alma a raíz de la muerte de nuestra pequeña, y nos cercioramos de hacerle la vida imposible, vida que mi hija no podía disfrutar, por lo tanto él tampoco se la merecía.
Aprovechando que teníamos la llave de su apartamento, entrabamos a escondidas, cuando dormía, cambiábamos cosas de sitio, los objetos, la máquina de escribir, los plumines, la cama, rompíamos algún papel, e incluso cambiábamos algún folio de la novela que escribiera en ese momento, llegamos a pagar a un escritor que conocía mi marido para que nos escribiera las páginas que luego cambiábamos por las que él escribía, haciendo que su vida y su obra fuera una farsa.