Beatriz Seis:
En un salón de belleza

Un hombre puede aguantar cosas grandes.

Son las pequeñas las que te desarman.

V. S. NAIPAUL

—¿Tiene cita con Minerva? No está anotada.

—No hice cita pero, de ser posible, me gustaría que hoy me atendiera Bety.

—¡Uy! Bety no tiene tiempo: está llena.

—Por favor Begoña, es una emergencia.

—Perdón, pero todas dicen lo mismo…

—Por favor. Realmente lo necesito. Llevo dos días sin dormir; estoy muy preocupada.

—Está bien, señora Rivas, pásele a la salita y veo cómo le hago para meterla entre dos citas sin que se den cuenta las demás, pero sólo porque es nuestra clienta desde hace muchos años.

—¿Y ahora por qué pidió que Bety la atendiera?

—¡Qué rápido corren los chismes, Mine! No te ofendas, pero no tengo ganas de hablar hoy, me siento mal… ¡Yo qué sé! Es la que tiene más clientas. Parece que regalara algo. Tal vez realmente es la mejor.

—De eso nada. Lo que pasa es que se supone que cumple deseos.

—Deseos. ¿Cómo?

—Bien no lo sé.

—Cuéntame, por favor, ya había escuchado algo pero no acabo de creerlo.

—Es que no estoy informada…

—¡Resulta que le tienes envidia y por eso no quieres platicarme!

—Le tengo poco de coraje porque no ha respetado la única regla: jamás robar clientas ajenas. Yo apenas me he quedado con unas cuantas señoras. Ayer corrieron a Mónica y a la Connie. Pobrecitas, pero al salón no le estaba conviniendo. Por cierto, ¿cómo le fue en sus vacaciones de Semana Santa, le duró el barniz?

—Sí, sí. Pero dime, ¿es cierto que Bety cumple deseos?

—No es que los cumpla, los sueña, señora Rivas.

—¿Los sueña?

—Si le cuento, ¿me promete que va a seguir viniendo conmigo? Me muero si me corren. ¡Y con mi bebita recién nacida! Además, le debo un montón a Estela por lo de la tanda.

—Te lo prometo.

—Pues dicen que lo que sueña Bety después se hace realidad. Por ejemplo, un día soñó que Isa se sacaba la lotería. ¿Se acuerda de Isadora, la peinadora muy delgadita que trabajaba aquí antes?

—Creo que sí.

—Resulta que Bety le dijo: oye, ayer soñé que te sacabas la lotería. Isa le dijo: házmela buena o algo así. Si me la saco, te invito de viaje. El caso es que un día Isa ya no regresó, eso fue como un mes después del mentado sueño. Una tarde, uno de los dueños la vio paseándose en un carrazo; parece que sí se sacó la lotería. No el premio mayor, ¡qué va!, pero una buena cantidad y se fue sin dar ni las gracias.

—¿Y nada más por eso afirman que la mujer cumple deseos? Habrá sido una simple casualidad.

—No es lo único. El del valé parquin, Pablo…

—¿El cojito?

—Ése. Pues un día Bety lo soñó en un accidente. Vio muy clarito cómo se le venía encima un autobús. Dicen que se levantó a media noche, sudando y gritando el nombre de Pablo. Imagínese la pelea con el esposo, que no dejaba de preguntar quién era Pablo. Yo no sé bien porque a mí no me lo contó ella, sino Claudia, la tinturista. Pero como le iba diciendo, lo soñó atropellado.

—Qué horror. Sería una pesadilla.

—¿Quiere un cafecito?

—No, Mine, mejor sígueme contando mientras espero a que me pasen con Bety.

—¿En qué quedamos?

—Sólo hoy, Mine. ¡No sabes cómo la necesito!

—Bety no sabía si decirle a Pablo su sueño. Decidió decirle: sentía que era su responsabilidad y él no se burló ni nada, es bien respetuoso, pero ni caso le hizo. Como si no hubiera oído a la mosca volar. Pues a la semana siguiente lo atropellaron en el Eje Central, un domingo. Le rompieron la pierna en no sé cuántas partes. Por eso dejó de venir tanto tiempo y ahora cojea. Dicen que porque un tornillo o clavo le quedó mal o le tuvieron que cortar parte de un hueso… algo así. La verdad, nunca le he preguntado.

—Yo también tengo una amiga, Lore, que a veces sueña cosas que después suceden. ¿Y cómo le hace Bety para cumplir los sueños?

—Mientras les pinta las uñas, las clientas le cuentan un poco su vida, sus pesares o sus problemas y le piden que sueñe con ellas. Que sueñe que el marido regresa, que sueñe que es delgada, que sueñe que su hija cancela la boda con el novio que no les gusta, que sueñe que compran una casa más grande, que sueñe que la empresa del esposo no quiebra y así.

—¿Estás hablando en serio?

—Si no me cree, pregúntele a Araceli al rato que la peine o a Octavio, si es que se va a cortar.

—¿Y cómo saben que los sueños realmente se han cumplido?

—Bueno, no toditos se cumplen. Además, no siempre sueña lo que le piden. Pero ya ha habido varios casos y se pasa la voz. Las señoras regresan felices y piden más sueños, más cosas. Si no les hubiera cumplido antes, ¿para qué regresan entonces?

—Casualidades, aunque me gustaría creer que es cierto. Necesito creer que es cierto.

—Si no me cree, le ayudo a conseguir su cita con Bety. Sólo una, y yo después le hago el

pedicure y me cuenta, pero prométame que no va a dejar de ser mi clienta.

—Te lo prometo, Mine, te lo prometo.

—¿Manicure o nada más cambio?

Manicure por favor.

—¿Le corto la cutícula?

—No.

—Todavía no meta las manos en el agua, primero le voy a limar las uñas. ¿Redonditas o cuadradas?

—Cuadradas, pero no demasiado, se me rompen fácilmente. ¿Te puedo preguntar algo?

—Sí, señora.

—¿Por qué siempre tienes tantas clientas? Si no me anotan haciendo trampa, hubiera tenido que esperar un mes.

—Es que soy muy buena. La única con diploma. Las demás comienzan como asistentas y después, poco a poco van aprendiendo. Yo sí estudié. Fui la primera en la zona en poner uñas de acrílico. Además, puedo pintárselas con estrellas o flores y soy bastante rápida. Tengo mucho cuidado para no lastimar a las clientas, sobre todo cuando hago pedicure. Siempre desinfecto mi material. No soy coda como las demás que compran barnices baratos y, pues a la larga, se nota.

—Pero mira, Bety, por mejor manicurista que seas, algo más tienes que hacer para que se peleen por que las atiendas.

—…………………..

—¿Eh?

—Seguro ya le dijeron.

—¿Y es cierto?

—…………………..

—Cuéntame. Necesito que me ayudes. Mi hija se fue a trabajar a Ciudad Juárez. Prometió reportarse todas las noches. La primera semana me llamó a diario y platicábamos muy a gusto, como siempre. Pero llevo tres días sin escuchar su voz. Ni una llamada telefónica, ni un correo electrónico, ni una noticia. Su jefe tampoco sabe en dónde se ha metido. ¿Cómo puede hacerme esto si sabe lo aprensiva que soy?

—Ay, señora, la veo angustiada pero no puedo prometerle nada. ¿Quiere un pañuelo?

—Por favor. No necesito que me prometas nada, sólo me gustaría saber si está bien.

—No soy adivina.

—Entonces sueña con ella. Sueña que regresa a la casa, que está sana.

—¿Cómo se llama?

—Beatriz, igual que yo.

—Y que yo, ¡qué coincidencia! Puede ser una buena señal. ¿No cree? ¿Trae una foto?

—Varias. Desde que era pequeña tengo la costumbre de cargar sus mejores fotos.

—Le voy a contar: la verdad es que muchos de mis sueños se convierten en realidad y las clientas del salón han comenzado a enterarse. Primero fue una, después otra. Yo ni hablo de eso, pero ellas llegan, solitas, y me preguntan.

—¿Y qué les dices?

—Que voy a intentar ayudarlas, aunque no siempre me sale. Justo antes de irme a la cama veo la foto de mi clienta o cliente durante mucho tiempo y pienso en lo que me pidió, que siempre lo escribo en una hojita pequeña pues a veces se me olvida o podría confundirme y eso sería tremendo, ¿no cree?

—Supongo.

—Imagínese que sueñe que una de mis clientas se cambia de casa y sea precisamente la que más feliz está viviendo en un súper departamento. Por eso debo ser muy ordenada y, entre cita y cita, anoto lo que me van pidiendo. Señora Ramírez: que la amante de su marido se enferme de gravedad, cáncer de ser posible. Señora Infante: que a su hija se le quiten las ganas de andar puteando. Perdone usted, pero ella misma me lo dijo cuando me entregaba una foto de su hija y la verdad es que sí tiene una pinta… Señor Suárez: dejar el alcohol. Señora Ramos Francia, conseguir un buen puesto político. Y así. Como son muchos sueños, escojo.

—¿Podrías escoger mi sueño?

—Sí, pues cumple mis reglas: trato de no hacerle daño a nadie. Jamás soñé lo que la señora Ramírez me pidió. ¿Cómo voy a provocarle cáncer a una persona? Me sentiría muy culpable. Ayudo a quien realmente lo necesita.

—Yo lo necesito.

—No, no vuelva a meter toda la mano al agua, nada más le voy a limpiar las uñas para que el barniz le dure. Le acabo de poner crema. Por cierto, tiene muy seca la piel.

—Sí, siempre tengo la piel seca por más crema que me pongo.

—¿Qué color quiere?

—Mmm, no sé, tal vez un rosa translúcido, discreto. ¡Dios! ¡El que sea, me da lo mismo! Estoy demasiado angustiada para pensar en eso. Lo que necesito…

—… es que sueñe con su hija, sí. Me va a tener que dar su foto, porque lo que hago es acostarme con la imagen de la clienta, en este caso de su hija, y hago mi mejor esfuerzo por soñar con ella.

—¿Cobras por soñar?

—Mire, tocaya, ¿le puedo decir tocaya? Pues sí, cobro algo simbólico. Cobro por soñar y, si se les llega a cumplir su deseo, cobro más, como una especie de bono de desempeño: así me dijo un cliente que se decía. Pero no me siento mal, ya que he hecho felices a muchas personas y, gracias a eso, tengo a mi hija, la mayor, estudiando en una universidad privada. Va en el primer semestre de ingeniería.

—No me des explicaciones, que yo no he dicho nada ni te estoy juzgando.

—¡Es que me vio con una cara…!

—Me siento muy mal, tengo un terrible dolor de cabeza.

—Y tiene muy rojos los ojos. ¿No se le estará subiendo la presión? Es peligroso.

—Siempre he sido de presión alta y, además, estoy preocupada. Por eso te pido, por lo que más quieras, que sueñes con mi hija. No me importa el precio. ¿De cuánto te hago el cheque? ¿O prefieres efectivo?

—No me pague ahora, señora. ¿Usted le cobraría a una tocaya? Déme lo que quiera cuando su hija regrese. ¿Le parece el trato?

—Gracias, Beatriz, mil gracias.

—Bety por favor. Beatriz se oye demasiado rudo, muy seco, como que no fuera yo.

—¿Y a ti, Bety, se te cumplen tus sueños?

—¡Ay, señora, qué más quisiera! Si se me cumplieran, ¿usted cree que seguiría aquí, como empleada de un salón de belleza, limando uñas y escuchando deseos ajenos, soñando sueños que no son los míos? ¡Habría tantas cosas que estaría haciendo en este momento! ¡Tantos problemas que hubiera resuelto! Le aseguro que sería mucho más feliz. Pero jamás, lo que se dice jamás, he podido soñar conmigo.